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jueves, 25 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] A la intemperie





"Un adolescente monta guardia por las noches mientras espera que vuelva el asesino de su madre -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy [Condenadas por insomnio. La Vanguardia, 17/6/20] la escritora Núria Escur-. Se llama Hugo. Le ha dicho a su abuela que no se ­preocupe, que estará bien en el sótano, que también se ocupará a partir de ahora de su hermanita, que deje la bandeja con la comida ahí en la puerta y vuelva arriba, que no se agobie por nada… Y la mujer sube, coge la foto en la que están sus nietos y su hija, la abraza contra su pecho y siente como, en aquella casa, al final, “estábamos condenados a no dormir”.

No quiero ni imaginar lo que habrán pasado, durante el confinamiento, tantas otras mujeres encerradas en pocos metros cuadrados con su agresor. Tal vez para ellas salir a trabajar era la única liberación diaria, algunas han consensuado un gesto con la mano que, por pantalla, puede identificarse como “estoy en peligro”. En cuanto a Hugo, es un personaje ficticio del libro que acaba de publicar Ginés Sánchez, Las alegres (Tusquets), pero estoy segura de que hay Hugos por el mundo y abuelas como las que analiza, cuyo dolor se escribe en masculino.

No las conozco personalmente, no he asistido a ninguna de sus reuniones y no me pagan por hablar de ellas. Pero en la última semana he recibido tantos inputs sobre la labor de un colectivo que se va ( brutal es el adjetivo más repetido) que me parecía justo recordarlas. Cierran después de veinticinco años ofreciendo ayuda a mujeres víctimas de violencia de género. Fueron pioneras, referentes, su nombre es ­Tamaia y la precariedad del sistema las ha eliminado.

Como tantos otros centros, asociaciones, cooperativas, círculos y grupos de ciudadanos comprometidos que, juntos y arremangados, se han volcado desinteresadamente en causas perdidas (así les llamábamos en la vieja normalidad ) ya no pueden seguir sosteniendo lo que deberían asumir los entes públicos. Espero que un día sean causas ganadas porque hoy, de momento, último día de luto en Úbeda por la monstruosidad del domingo: hombre mata a su esposa e hijos.

“Ya no queremos continuar a la intemperie. El cuerpo de la entidad, el cuerpo de cada una de las mujeres que formamos el equipo de Tamaia ha dicho basta. Y lo hacemos como una toma de posición política: no queremos sostener aquello que es responsabilidad de las instituciones públicas”, explica una de ellas.

Todas aquellas mujeres a quienes ayudaron a perder el miedo del ruido de unas llaves en la puerta les reconocerán el valor y las horas gastadas. Eso ya no se lo quita nadie".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 19 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Placas



La reportera de guerra Lee Miller, en la casa de Hitler en Munich (1945)


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

"La casa de un dictador no tiene la culpa de quien nació en ella como los ­padres de un asesino no la tienen del engendro, comenta en este A vuelapluma de hoy [Casas de dictadores. La Vanguardia, 10/6/2020] la escritora Núria Escur. Lo pienso -comienza diciendo Escur- cuando anuncian que la casa natal de Hitler en Braunau –para evitar la peregrinación de acólitos turistas neonazis– va a convertirse, finalmente, en una comisaría de policía. El Gobierno zanja así años de polémicas y litigios, eliminando de esas cuatro paredes cualquier rastro del nacionalsocialismo alemán.

No, las casas no tienen la culpa. El mismo día que Adolf Hitler se sui­cidaba junto a Eva Braun en Berlín, la fotógrafa y reportera Lee Miller llegó al piso que el dictador tenía en Munich, dicen que durmió una siesta en su cama, luego se desnudó y se metió en la bañera del dictador.

De ahí sale una de las fotografías más inquietantes de la historia. Una Lee Miller madura y hermosísima de quien nos preguntamos de dónde ­sacó el valor para meterse allí, en la bañera de un monstruo, si no es de la propia pequeña victoria moral y de la invitación de David E. Scherman, reportero de Life y autor de la instantánea, que le dio la idea de incluir un retrato de Hitler a su lado. Miller dejó a propósito, en un primer plano, sus botas de soldado manchadas de barro de Dachau sobre la alfombrilla.

Y aunque ese no era el hogar natal de Hitler, asociamos esa foto al espacio doméstico, imaginamos sus huellas en las tazas, las pisadas en el suelo del salón, el galán de noche donde ­dejaba su ropa... El problema no es qué hacer con la casa natal de un dictador, el problema es dónde enterrarle. La exhumación del cadáver de Franco, culebrón donde los haya, es prueba de ello.

De todos los dictadores el mundo, Ceausescu es uno de los que más réditos turísticos da. Lo vendían todo. Desde entradas a las ochenta habitaciones del palacio Primaverii, que habitó con su esposa, a las visitas guiadas a su tumba en el cementerio de Bucarest. Más discretitos son los casos de Mussolini, cuyo cadáver se llevaron a la capilla familiar de San Cassiano, o Pinochet, que descansa (o no) en la capilla privada familiar de Valparaíso. Y sobre el lugar en que murió Hitler ahora hay un aparcamiento.

En Ferrol, ciudad de astilleros, la casa natal de Francisco Franco, número 136 de la calle María, pasa sin pena ni gloria. La calle ni siquiera ­tiene alcantarillas. Cerrada a cal y canto, nadie peregrina para verla. ­Como mucho se ha acercado algún anónimo para manchar su fachada con ­pintura. El resto, lluvia y lluvia y más lluvia".







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miércoles, 11 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La luz que tú no ves





"Las paradas de autobús a primera hora de la mañana -comenta la escritota Núria Escur en el A vuelapluma de hoy- no tienen desperdicio. En esos laboratorios de emociones a la altura de los psicólogos de cabecera –camareros, taxistas y peluqueros– viene resumida toda la naturaleza humana. A la mía llegaba un chaval con gafas, reloj inglés y cocacolas en la bolsa, síndrome de Down. Lloviera o granizara, mientras esperaba hablaba por móvil con la novia: “Cariño, ¡hace un día precioso! No te quedes en la cama, ¿eh?, prométeme que te levantas ya”.

¿Cómo podía ver un día tan hermoso donde el resto de los mortales –cenizos, claro– sólo veíamos una guerra de ­paraguas y contaminación en los tubos de escape de las motos? Llegaba el bus. El chico, educado, daba los buenos días al conductor mientras el resto del rebaño subíamos somnolientos a regatear nuestros asientos con cara de cordero degollado. Era el único que sonreía.

He pensado en él como he pensado en María, la hija autista del dibujante Gallardo, o en Llullu, el hijo con pará­lisis cerebral de Màrius Serra, o en la tarde en que vi a Olga y a su padre, ­Josep Maria Espinàs, mirando el horizonte juntos, en un balcón de un hotel de verano. Y en tantos otros, menos mediáticos, que no cito pero se reconocerán. Y en el esfuerzo de sus padres, que me admira.

Hoy pensamos en ellos, y me incluyo, porque nos machacarán con el día internacional de las Personas con Discapacidad. Colgaremos un calendario de Talita en la cocina y tomaremos un yogur de La Fageda. Y mañana, a otra cosa. Nosotros sí que somos discapa­citados, tanto que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el nombre de las cosas: discapacidad, incapacidad, disfunción, invalidez... da igual. Visionar Campeones está bien, es necesario, pero no suficiente. Nosotros sí que somos discapacitados porque nos disfrazamos cada día para salir a la calle, maquillados por fuera y por dentro, con la máscara de la convención y un chaleco protector y, aun así, tanto esfuerzo para la hipocresía, jamás llegaremos a la autenticidad que ellos desprenden.

A mi parada hace tiempo que acuden un padre y una hija. Él está envejeciendo, ella ya pasa de los cuarenta, lleva siempre su gorro de lana y balancea su cabeza sin parar. Veo tanto cansancio y tanto amor en este hombre que me dolería ignorarlo después de hoy. Contaba Espinàs que cuando quería que no se le olvidara algo importante sólo se fiaba de Olga, su hija Down, porque ella se pasaba la jornada concentrada en ese único encargo. Y no fallaba. Cuando Andy subía al autobús y era capaz de ver luz en un día de mierda, yo me prometía no quejarme de nada durante el resto de jornada".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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