La reportera de guerra Lee Miller, en la casa de Hitler en Munich (1945)
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo.
"La casa de un dictador no tiene la culpa de quien nació en ella como los padres de un asesino no la tienen del engendro, comenta en este A vuelapluma de hoy [Casas de dictadores. La Vanguardia, 10/6/2020] la escritora Núria Escur. Lo pienso -comienza diciendo Escur- cuando anuncian que la casa natal de Hitler en Braunau –para evitar la peregrinación de acólitos turistas neonazis– va a convertirse, finalmente, en una comisaría de policía. El Gobierno zanja así años de polémicas y litigios, eliminando de esas cuatro paredes cualquier rastro del nacionalsocialismo alemán.
No, las casas no tienen la culpa. El mismo día que Adolf Hitler se suicidaba junto a Eva Braun en Berlín, la fotógrafa y reportera Lee Miller llegó al piso que el dictador tenía en Munich, dicen que durmió una siesta en su cama, luego se desnudó y se metió en la bañera del dictador.
De ahí sale una de las fotografías más inquietantes de la historia. Una Lee Miller madura y hermosísima de quien nos preguntamos de dónde sacó el valor para meterse allí, en la bañera de un monstruo, si no es de la propia pequeña victoria moral y de la invitación de David E. Scherman, reportero de Life y autor de la instantánea, que le dio la idea de incluir un retrato de Hitler a su lado. Miller dejó a propósito, en un primer plano, sus botas de soldado manchadas de barro de Dachau sobre la alfombrilla.
Y aunque ese no era el hogar natal de Hitler, asociamos esa foto al espacio doméstico, imaginamos sus huellas en las tazas, las pisadas en el suelo del salón, el galán de noche donde dejaba su ropa... El problema no es qué hacer con la casa natal de un dictador, el problema es dónde enterrarle. La exhumación del cadáver de Franco, culebrón donde los haya, es prueba de ello.
De todos los dictadores el mundo, Ceausescu es uno de los que más réditos turísticos da. Lo vendían todo. Desde entradas a las ochenta habitaciones del palacio Primaverii, que habitó con su esposa, a las visitas guiadas a su tumba en el cementerio de Bucarest. Más discretitos son los casos de Mussolini, cuyo cadáver se llevaron a la capilla familiar de San Cassiano, o Pinochet, que descansa (o no) en la capilla privada familiar de Valparaíso. Y sobre el lugar en que murió Hitler ahora hay un aparcamiento.
En Ferrol, ciudad de astilleros, la casa natal de Francisco Franco, número 136 de la calle María, pasa sin pena ni gloria. La calle ni siquiera tiene alcantarillas. Cerrada a cal y canto, nadie peregrina para verla. Como mucho se ha acercado algún anónimo para manchar su fachada con pintura. El resto, lluvia y lluvia y más lluvia".
La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
No hay comentarios:
Publicar un comentario