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viernes, 31 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Resaca. Publicada el 24 de julio de 2010



Fotograma de la serie de televisión "Tremé"


Sigo con la misma sensación de resaca, de ese malestar difuso con que uno se despierta  después de haber bebido en exceso. Pero el caso es yo no he bebido... Y lo peor no es eso, sino que ya me dura varias semanas, bastante más tiempo del normal, y no le veo salida alguna por el momento. De todas formas no le busquen explicaciones enrevesadas aunque en el texto que sigue parezca que hay alguna clave...

¿Han oído hablar ustedes de "Tremé"? Es una fascinante serie televisiva cuya primera temporada acaba de terminar en la cadena TNT. En sólo diez capítulos narra las aventuras y desventuras de unas serie de personajes que habitan en el barrio de Nueva Orleans que da título a la serie, el más antiguo barrio negro de Estados Unidos, unos meses después del paso del huracán Katrina. . Está dirigida por David Simon, y producida por la HBO, sin duda la más afamada, merecidamente, productora de series para la televisión. La música de jazz, soul, y de las Brass Bands, las orquestas de metales habituales en los desfiles y funerales que se celebran en la ciudad, omnipresente a lo largo de toda la serie, tiene un protagonismo especial,  y no sólo porque la misma transcurra alrededor de varios personajes que se agarran a la música como única y última tabla de salvación tras la catástrofe.

Todos sus personajes resultan fascinantes, pero a mi el que más me ha encandilado, quizá porque me siento identificado con él por múltiples razones, es el de Creighton, protagonizado por un obeso y magnífico John Goodman. Creighton es un profesor universitario de Literatura inglesa, que todas las noches, desde su ordenador, lanza por Internet frenéticos mensajes de denuncia sobre la situación que está viviendo su ciudad y la incompetencia de las autoridades locales, estatales y federales para ponerle solución. Su imagen, en el penúltimo capítulo de la serie, sentado en la oscuridad de su despacho ante la pantalla iluminada y en blanco de su ordenador, incapaz de teclear algo coherente y de encontrarle el más mínimo sentido a nada, me resultó desoladora, pero muy expresiva...

Sobre la Sentencia del Tribunal Constitucional y el Estatuto de Autonomía de Cataluña creo que está casi todo dicho. Jurídica y políticamente, así que a las bibliotecas y hemerotecas les remito. Personalmente, me ha llamado la atención sobremanera, la sobredosis de dignidad ofendida de algunos, genéricamente derivada a Cataluña, el pueblo catalán y los parlamentos catalán y español, a causa de la sentencia. No creo que la dignidad de los catalanes ni de Cataluña quede menoscabada por una sentencia. Es sólo eso, una sentencia, y como tal, algo que pone fin a una controversia,  y punto. Ahora toca repensar todo el asunto con mente clara y corazón frío. Lo pienso y lo digo como demócrata y como ciudadano español, como amigo y como admirador de Cataluña y de los catalanes.

No creo que tengan mayor importancia, pero me gustaría dejar brevísima constancia de algunas reflexiones personales al respecto: Primera, la desvergüenza e irresponsabilidad del Partido Popular, presentando su recurso sobre la práctica totalidad del articulado del Estatuto de Autonomía de Cataluña, como si de enmiendas y correcciones ortográficas se tratara, mientras que esos mismos artículos, idénticos literalmente en otros Estatutos autonómicos, no han merecido crítica ni recurso alguno; es algo que dice muy poco en favor de sus dirigentes. Segunda, tres años para dilucidar y llegar al convencimiento de que lo que se expresa en el preámbulo de una ley carece de valor jurídico, me parece excesivo en un Tribunal Constitucional. Tercera, que el acuerdo sobre la inconstitucionalidad de catorce preceptos del Estatuto se haya tomado prácticamente por unanimidad del Tribunal, dice bastante poco, y bastante mal, de los servicios jurídicos de los gobiernos y de los parlamentos catalán y español. Cuarta, que si un precepto del Estatuto, o de cualquier otra ley, no es inconstitucional, es que es constitucional, ¡de cajón!, por más que el Tribunal Constitucional advierta de interpretaciones posibles sobre situaciones, improbables, que aún no se han dado. Quinta, que por fin se haya aclarado de una vez por todas que no hay más sujeto soberano que el pueblo español en su conjunto es de Perogrullo, pero en buena hora sea. Sexta, que cada vez está más claro que la Constitución de 1978 necesita no sólo una "puesta a punto", sino una profunda reformulación en clave federal que permita plasmar jurídica y políticamente la existencia de una España "nación de naciones": la frase es del historiador y profesor mio en la UNED, Javier Tusell, que no creo que fuera, precisamente, un nacionalista furibundo o un izquierdista vende-patrias. Séptima, que esa reforma la lidera lo que queda de izquierda pensante en este país, -poca, la verdad-, y lo que queda de espíritu progresista en la sociedad española, -más de lo que se imagina la derecha cavernícola que aspira a gobernarnos-, o no la hace nadie. Y octava y última, que ya no se si decir que, por desgracia, o por suerte, -aunque pienso que con toda razón-, a la mayoría de nuestros conciudadanos la política de confrontación actual entre unos y otros, y la clase política en su conjunto, por decirlo con toda suavidad, se la suda, así que, o espabilan,o la próxima vez van a ir a votar los candidatos y sus familiares más cercanos en grado de consanguinidad...

Para resaca de la buena, la victoria de la Selección Española de Fútbol en el reciente campeonato del mundo celebrado en Sudáfrica. Soy incapaz de ver un partido completo, de mi equipo de toda la vida, el Barcelona F.C., o de la Selección Española. ¡Me pueden los nervios, se me dispara la taquicardia, y me arranco las uñas a mordiscos!... Sólo enciendo la televisión cuando vamos ganando y faltan, a lo sumo, dos minutos para el final. Luego, eso sí, lloro a moco tendido viendo la alegría de esos jóvenes que no saben de banderías ni sectarismos, que juegan por lo que juegan, por dinero, claro, pero también por jugar, que es lo principal, por divertirse, por divertirnos y por alegrarnos, por hacernos felices durante unos efímeros momentos que ya nadie podrá quitarnos... Y por poder oír a mi nieto de tres años gritar delante del televisor ¡eepaña, eepaña, eepaña!, como si le fuera la vida en ello... Gracias de todo corazón por ofrecernos esos momentos de alegría compartida con tantos millones de aficionados y de españoles... 

De todo lo que se ha escrito sobre el partido me quedo, sin duda alguna, con el artículo de ese mismo domingo, horas antes de jugarse, que el escritor Javier Marías publicaba en el diario El País. Se titulaba "Hoy es solo hoy", que pueden leer desde el enlace inmediatamente anterior, y que era una auténtica delicia, una premonición de lo que horas más tarde iba a producirse. Merece la pena que lo lean y lo disfruten, de verdad. HArendt




España, campeona del mundo de fútbol



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sábado, 25 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] El caso Epstein





Me tiene en vilo la historia de Jeffrey Epstein y lo que pueda explicar sobre ella Ghislaine Maxwell, escribe en este último A vuelapluma de la semana [La vida como una peli de mafiosos. La Vanguardia, 11/7/2020] la escritora y crítica literaria Care Santos.

"Hay una historia que en los últimos días me tiene en vilo -comienza diciendo Santos-. Tiene todos los ingredientes necesarios: una mala odiosa, asquerosamente rica y corrupta; giros inesperados de la trama que permiten imaginar un final sorprendente; una ambientación donde abunda el lujo inmoral y los paisajes de ensueño, secundarios que ya conocíamos de otras historias pero que aquí redescubrimos (a peor) y una trama con víctimas inocentes y vergonzosas intrigas para engañarlas. Es una historia que cumple los dos requisitos que le pido a las buenas ficciones: me permite la identificación con algunos personajes y a la vez me abre las puertas de un mundo oscuro que ni es ni será jamás el mío. Solo hay un detalle que no les he dicho: la historia es real. Su protagonista principal es Ghislaine Maxwell, inglesa, 58 años, exnovia (o lo que fuera) del difunto Jeffrey Epstein, hasta ahora en paradero desconocido y desde hace una semana en la misma cárcel de Brooklyn donde su novio se suicidó el 10 de agosto de 2019. Emocionante.

En la última temporada de la serie 'The Good Fight', la abogada Diane Lockart -interpretada por Christine Baranksi- recibía el encargo de investigar el suicidio en prisión del empresario multimillonario Jeffrey Epstein. Acudían a la cárcel de Brooklyn, husmeaban en la celda -un decorado- y emitían diversas hipótesis acerca de su misteriosa muerte. Sus seguidores ya estamos acostumbrados a que las tramas de la serie estén construidas sobre casos reales y a la valentía con que lo hacen. La ficción es el único lugar donde pueden decirse ciertas verdades y los guionistas de 'The Good Fight' sin duda lo saben. Lo que cuentan parece verdad. Lástima que no pudieran terminar la temporada, cuyos últimos tres capítulos quedaron en suspenso por la pandemia. Es razonable imaginar que tal vez nos habrían proporcionado un desenlace, más allá de las mil conjeturas que aún lo acompañan. Ahora, curiosamente, la vida se les ha adelantado. Si Maxwell cumple sus amenazas de contar todo lo que sabe sobre los amigos de su compi, tal vez el final de todo esto será mejor que el de 'Testigo de cargo' y 'El Sexto sentido' juntos.

Mi serie de abogados favorita me llevó a tragarme de una sentada la serie documental en cuatro episodios 'Filthy Rich' (Asquerosamente rico), sobre el caso Epstein. Antes de ver esas cuatro horas de buena y demoledora televisión solo sabía de Epstein lo que todo el mundo: que era un empresario ricachón que había abusado de menores, que había acabado por ello en la cárcel y que se había suicidado antes de llegar a juicio. Después de ver la serie había aprendido algunas cosas que no olvidaré: que alguien con mucho dinero y mucho encanto personal es imbatible, que ni los más fieles lo callan todo y mucho menos para siempre, que tiene razón el tango al hablar de el amigo que es amigo siempre y cuando le convenga (tienen que ver a Trump y a Clinton negando a dúo su amistad con Epstein después de que le detuvieran) y que el mundo se construye sobre un entramado de poderosos corruptos que hablan y actúan como si se supieran por encima de la ley, porque en realidad lo están. Son intocables. Porque tienen, porque son y, sobre todo, porque saben. Y que todo eso, cuando las cosas se tuercen, se vuelve en su contra sin piedad.

No es que no supiera que todo esto ocurre, pero los detalles del caso Epstein me perturbaron hasta no dejarme dormir. Decenas de menores engañadas, abusadas, traficadas. Epstein no era un baboso aficionado a los culos jóvenes, era un mafioso del tráfico sexual a gran escala. Tan encantador y rico que costaba creerlo. Tan encantador y rico que nadie se le resistía. La serie está construida a partir de testimonios reales y abundante material de archivo -incluida la declaración judicial del propio Epstein- y, a pesar de todo, no pude evitar mientras la miraba la sensación de que todo aquello era ficción. En especial la isla que Epstein compró en las Vírgenes y donde llevaba a las menores -qué paradoja- y a sus amigotes a que confraternizaran. La vida de los demás vista como una peli de mafiosos en el que no quieres perderte ni medio episodio. Es lógico soñar con un desenlace a la altura. Por ejemplo: ¿Imaginan que miss Maxwell raja todo lo que tiene por rajar con tal de asegurarse un futuro más halagüeño? ¿Imaginan que se hace justicia y se indemniza a las víctimas? ¿Que por fin se destapan intolerables episodios de miembros de casas reales europeas, de conocidos empresarios, del presidente de los Estados Unidos? Eso sí que sería un buen final. Crucemos los dedos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 30 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Lobotomizados. (Publicada el 14 de julio de 2009)



Fotograma de la serie de TVE Amar en tiempos revueltos


Hace unos días pusieron por la Primera Cadena de TVE una miniserie especial de dos capítulos de "Amar en tiempos revueltos". En ella se narra el triste final de quien fuera protagonista principal de la temporada anterior, Hipólito Roldán, asesinado por su propia familia simulando un suicidio. En uno de los episodios citados, la esposa de Roldán, Regina, autoriza a los médicos del psiquiátrico en el que se encuentra ingresado a que realicen a su marido una lobotomía, práctica médica que en los años 50 causaba furor en la psquiatría norteamericana, considerándola un avance médico incalculable. Tanto, que a su inventor se le concedió el Premio Nobel de Medicina en 1949.

Técnicamente hablando, la lobotomía es la ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro. El procedimiento fue popularizado en los Estados Unidos por Walter Freeman, quien ni siquiera era cirujano, y que también inventó "el procedimiento de la lobotomía del "pica-hielo": Freeman utilizó literalmente un pica-hielo y un mazo de caucho en vez del procedimiento quirúrgico estándar. En un acto espantoso, Freeman martilleaba el pica-hielo en el cráneo apenas sobre el conducto lacrimal y lo movía hasta cortar las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro.

Entre 1936 y los años 50, realizó lobotomías a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Tal era la dedicación de Freeman que comenzó a viajar alrededor de la nación en su propia furgoneta personal, que él llamó su "lobotomobile", demostrando el procedimiento en muchos centros médicos e incluso realizando lobotomías en cuartos de hotel. La abnegación de Freeman condujo al gran renombre de la lobotomía como curación general para todas las enfermedades psicológicas conocidas.

En última instancia entre 40.000 y 50.000 pacientes fueron lobotomizados, con poco o sin ningún estudio de seguimiento para considerar si el tratamiento era eficaz. Las lobotomías como forma de tratar la enfermedad mental eran una barbaridad que solo pudo ser frenada con el desarrollo de anti-psicóticos, y hoy en día se practican procedimientos lesivos de núcleos cerebrales localizados mediante técnicas menos invasivas. La era de la lobotomía ahora se observa generalmente como un episodio bárbaro en la historia la psiquiátrica. La última lobotomía se practicó en 1967.

En el capítulo que he mencionado de "Amar en tiempos revueltos", se ve al director del psiquiátrico practicar, entusiasmado, una lobotomía siguiendo la práctica del "pica-hielo"... ¿Pero a cuento de qué toda esta historieta sobre Hipólito Roldán y las técnicas psiquiátricas de los 50?, se preguntarán ustedes...

Me he acordado de esta historia leyendo sendos artículos de prensa escritos por dos mujeres periodistas, Maruja Torres ("Uf, Camps") y Rosa María Artal ("La culpabilidad de los indiferentes"), y un diplomático de carrera, José María Ridao ("Hacer política con la moral"), con un mismo telón de fondo: el pasotismo de una sociedad cómoda, adormilada, insensible políticamente, que ponen en tela de juicio el "juicio" de sus compatriotas. Me pregunto si es que estaremos dormidos, hipnotizados, o peor aún, si los nuevos "doctores Freeman" que pululan por las cadenas televisivas nos habrán lobotomizado a los españoles sin darnos cuenta... Pueden leerlos en los enlaces de más arriba. HArendt



El doctor Walter Freeman



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sábado, 18 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Querrás tragártela enterita



Fotograma de la serie Sex Education, de Netflix


'Sex Education', comenta la escritora Nuria Labari en el A vuelapluma de hoy,   es una serie de televisión mucho más moderna que la burda y zafia publicidad que la promueve, y es una pena, porque no se la merece. 

"El Círculo de Bellas Artes de Madrid -comienza diciendo Labari- ha amanecido cubierto con esta ocurrente frase de la campaña para la serie de Netflix Sex Education. El juego de palabras es muy divertido porque no sabemos si se refiere a una serie o a una polla. Y eso hace gracia.

Yo paseo por la calle y recibo esta sentencia desde mi cuerpo de mujer como una orden. No solo desde la acera por la que camino sino también desde mi smartphone, porque la frase corre como la pólvora en las redes sociales. Me llega en media hora por cuatro grupos de WhatsApp distintos. Debo confesar que no me queda claro si la palabra “querrás” funciona en esta oración como imperativo o como presagio sobre mi voluntad. En todo caso, en ambos escenarios termino tragando. Eso es muy de mujer. Lo de tragar, digo. Primero en la cama y luego donde toque. Tragar series, digo.

La ocurrencia no es casual y tiene que ver con una concepción muy arraigada respecto de qué actitud sexual se presupone de un hombre y de una mujer. A nosotras se nos supone pasivas y a ellos, nuestros opuestos complementarios, sujetos activos siempre dispuestos para la acción. Y por acción, en este obsoleto modelo, entendemos penetración. Por eso el anuncio funciona, porque conecta con el imaginario sexual colectivo. Que, si bien empieza en la cama, se ha extendido, durante siglos, a muchas otras esferas. Así, las mujeres hemos sido excluidas de muchas actividades culturalmente inapropiadas para nuestra condición. Igual que los hombres han sido obligatoriamente incluidos en otras en nombre de su hombría, como ir obligatoriamente a la guerra durante siglos, por ejemplo. Porque un hombre lo ha de ser de la batalla a la cama.

Por eso marchito cuando asisto al éxito de la última campaña de Netflix, bañando de viejas convenciones sexuales las modernas redes sociales. Hay muchas más frases ocurrentes, a parte de la ya citada, en esta campaña de marketing. Todas, eso sí, basadas en el mismo y obsoleto modelo. Aquí va otra buena. “La realidad supera a la fricción”. ¿Qué realidad? ¿Qué clase de sexo es el que supera la fricción? Poca realidad conocen los que han redactado esta sentencia.

El problema es que según esta gramática sexual, los hombres avanzan siempre hacia la penetración y nuestra es la responsabilidad de pararlos cuando sea menester. Por eso es tan importante gritar no muy alto y muy claro cuando no queramos ser penetradas, no vaya a ser que nos violen sin querer.

Sin embargo, el hecho cierto es que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres no son como nos venimos imaginando. En realidad, nuestros sexos son física y científicamente bastante parecidos y se comportan de manera semejante. Por desgracia, la investigación que lo demuestra no comenzó hasta 1998 y sus resultados no se publicarían hasta 2005. Fue entonces cuando el estudio de la doctora Helen E. O’Connell descubrió al mundo que el clítoris de una mujer mide entre 7 y 10 centímetros siendo la parte visible, el glande del clítoris, el vértice de donde parten dos pilares que se extienden hacia atrás y abrazan los costados vaginales. O’Connell demostró cómo todo el órgano se hincha y aumenta de tamaño con la estimulación, dado que el clítoris tiene erecciones cuando una chica se excita y se mantiene duro hasta el orgasmo. Es decir, que funciona exactamente igual que un glande. Deberíamos imaginar el acto sexual como el cuello de dos cisnes que se abrazan y se tensan y estallan cuando no pueden más, de placer. Imaginemos nuestras propias actitudes sexuales si pensáramos el sexo desde esta nueva imagen. La vida cambiaría mucho porque, tal y como señala Michu M. Sayal en su libro “Violación”: “La forma en que imaginamos algo influye en la forma en que existe en el mundo”. Así imaginamos el sexo, así será.

Y la campaña de Netflix ha venido a echar leña al fuego patriarcal. Una verdadera pena siendo que la serie va dirigida a un público adolescente, del que caben esperar nuevas actitudes y lenguajes. Mención especial merecen los mupis instalados en el metro de la capital en los que podemos leer “Cuidado para no introducir el _____ entre ______ y _______”. Otra vez el pene como centrito del mundo. O la frase de inicio de campaña que implica también a un macho empotrador: “Cuenca, te vamos a poner mirando a Netflix”.

Que moderno todo ¿no? Después de mucho buscar, encuentro una sola valla protagonizada por dos chicas. Suya es la frase más soft de toda la campaña, la más cursi. Ellas dicen: “Vamos a pasarlo genital”. Chupi, pirata, que es a lo máximo donde podemos llegar las chicas sin ayuda de un buen _____. Lo peor de todo es que la serie es mucho más moderna que esta burda publicidad que no merece. Una pena. Ahora ya solo pueden arreglarlo con lonas del mismo tamaño impresas con un mensaje claro: "El sexo patriarcal me como el _____".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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martes, 3 de diciembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura. (Publicada el 20 de abril de 2009)




Iglesia de San Felipe Neri. Cádiz (Andalucía)


Estimada Ministra:

Felicidades, en primer lugar, por su nombramiento. Los ministros y ministras de Cultura tienen buena prensa en este país. Estoy seguro que, a pesar de los chistes y bromas sobre la "SINDEs-carga" su paso por la Casa de las Siete Chimenas será positivo para el mundo de la cultura española.

Leo esta mañana en El País la crónica de Isabel Gallo: "Otra lección de historia", sobre la próxima emisión por TVE de una serie coproducida por TVE, TV-3, TV Aragón, Canal de Historia, Sagrera Audiovisual y Casa Árabe, y dedicada a conmemorar el 400 aniversario de la expulsión de los moriscos españoles de los territorios de la Corona.

No es que tenga una gran fe en las series históricas con el sello "made in Spain", aunque es cierto que hay notables excepciones. El artículo de Isabel Gallo cita algunas de ellas. La última, "Águila roja", a mi me parece un auténtico bodrio, pero en fin, para gustos se hicieron colores.

Estoy seguro de que usted ha disfrutado la reciente serie de la HBO norteamericana, dirigida por Tom Hooper, y producida por Tom Hanks y Gary Goetzman, dedicada a la vida del que fuera segundo presidente de los Estados Unidos de América, el abogado bostoniano John Adams. Una miniserie, de siete capítulos, basada en el libro del historiador norteamericano David McCullough, realmente notable, que ha alcanzado una merecida fama y reconocimiento.

Yo la disfruté muchísimo. Con especial delectación, los capítulos en que vemos como se va fraguando en el Congreso Continental celebrado en la ciudad de Filadelfia el impulso hacia la Declaración de Independencia, proclamada el 4 de julio de 1776.

¡Qué envidia!, pensé para mis adentros... ¿Seríamos los españoles capaces de hacer una serie de televisión similar, narrando con seriedad y rigor históricos, las peripecias que llevaron a nuestro país a las "Cortes Generales y Extraordinarias de la nación española" que elaboraron entre 1810 y 1812, en plena guerra contra el ejército napoleónico, la primera Constitución de nuestra historia? El año que viene estamos ya inmersos en el Bicentenario, y en 2012, de cumpleaños...

El asunto no ha tenido un excesivo tratamiento literario. El más conocido, el de mi paisano, el grancanario don Benito Pérez Galdós, en uno de sus Episodios Nacionales, el titulado "Cádiz", que no es precisamente uno de los más conseguidos. A comentar dicho "Episodio" dedicaron sendos artículos afamados historiadores como José M. Cuenca Toribio y Soledad Miranda García en "Las Cortes de Galdós", uno de los artículos del número monográfico de "Cuadernos Hispanoamericanos", de octubre de 1988, dedicado a la presencia de "América en las Cortes de Cádiz", o el profesor de la Universidad de Cádiz, Miguel Soler Gallego, en su "Reflexiones acerca del "Cádiz" de Benito Pérez Galdós como novela histórica. Un reflejo de la vida y la época de las Cortes".

Tiempo tenemos, señora ministra, pero ¿tendremos voluntad? Confío en que sí. 
Afectuosamente, su amigo, HArendt







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viernes, 25 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Activistas de sofá



Fotograma de "Years and years"


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"Imposible no acordarme de la sensación que me causó El planeta de los simios, -comenta la escritora Elvira Lindo-. Fue tan impactante como el descubrimiento de la muerte a los cinco años. Era, si cabe, un hallazgo más perturbador: de pronto, los adolescentes vislumbrábamos la posibilidad de que una civilización, la nuestra, pudiera estar abocada a un trágico final. Ahí estaba, surgiendo de la arena de la playa, esa antorcha de la Estatua de la Libertad que Charlton Heston observaba estremecido. Los adultos contenían el aliento; a los jóvenes nos provocaba una sacudida mental. Fue mi bautismo en el género distópico. Luego ya llegaron las lecturas clásicas, H. G. Wells y Orwell. La ciencia ficción, y, en concreto, ese derivado que es la literatura de la anticipación, ha contribuido a que los lectores o los espectadores pudiéramos imaginar un futuro en el que la capacidad destructiva del ser humano hubiera borrado la huella de nuestra existencia en el planeta reduciéndola a meros fósiles. Cada vez que hemos estado sometidos a una crisis, la literatura o el cine han reaccionado activando la idea de hecatombes planetarias. La crisis del petróleo, la amenaza nuclear o el cambio climático han producido obras de gran altura como El incidente, Hijos de los hombres, Inteligencia artificial o The Road,por poner algunos ejemplos memorables, pero también se ha rendido a las exigencias comerciales de la cultura pop transformando un género que algo tiene de función social en un despliegue fabuloso de efectos especiales encaminado al consumo masivo. La excusa de lo apocalíptico alimenta a menudo historias de irreflexivo entretenimiento, a veces muy ridículas por la proliferación abrumadora de catástrofes espectaculares.

En esta época en la que cunde el pesimismo, por razones que confirma la comunidad científica, el género del desastre inminente está viviendo un gran momento. Es indudable que El cuento de la criada despertó muchas conciencias. Aunque curiosamente la idea de Atwood estuviera inspirada por los regímenes totalitarios de los años ochenta en el este de Europa, la ficción obró el milagro y los lectores (lectoras mayoritariamente) actualizaron esta distopía casi treinta años después, ya que cuadraba a la perfección con los miedos del presente: el deterioro ambiental, la amenaza totalitaria, la baja natalidad y el uso de las mujeres como meros sujetos reproductivos. La coincidencia de la nueva corriente feminista y el despertar de la conciencia ecológica confluyeron para que la novela, vista ahora en televisión, se convirtiera en una bandera a favor de la igualdad que enarbolaron mujeres muy jóvenes.

Vemos también la inglesa Years and Years, que anticipa un futuro inmediato, cuyo aliento sentimos ya en la nuca, en el que habrá cundido el caos, la guerra, el racismo de los que sienten sus privilegios amenazados y la huida de los desarrapados de lugares de conflicto o contaminados medioambientalmente; al mismo tiempo, seguimos, expectantes y alucinados, el deterioro de la vieja democracia británica, su insensato descenso a un negro porvenir. El presente está dando mucha tarea a los guionistas, que se han convertido en los traductores de situaciones que nos resultan difíciles de comprender, protagonizadas por líderes brutales, temerarios. Pero mi temor es que nos engolfemos en lo distópico, que nos refugiemos, fatalistas y aturdidos, en la placidez del sofá, y enganchados a argumentos bien escritos y magníficamente interpretados, consideremos que nuestro activismo empieza y termina en ver una serie y recomendarla en las redes. Y es que esa conversión de la distopía en el género del momento, su arrasador atractivo popular, puede provocar, paradójicamente, una indeseable desmovilización".






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miércoles, 31 de mayo de 2017

[A vuelapluma] Un mundo infeliz: "El cuento de la criada", de Margaret Atwood





Se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el paraíso no está al alcance del ser humano. Lo señala en El País el escritor Eugenio Fuentes comentando la novela El cuento de la criada, de Margaret Atwood, convertida recientemente en una afamada serie de televisión.

Si la utopía es el proyecto de un paraíso, comienza diciendo, la distopía es la predicción de un infierno. Desde que Platón dio el aldabonazo de salida con su República, la historia de la literatura abunda en la invención de falansterios y comunidades donde reina la armonía, todo se comparte equitativamente, no hay guerras ni injusticias, no hay ricos ni pobres, basta con trabajar unas pocas horas al día para que todo funcione y las necesidades sean atendidas. En la Utopía, de Tomás Moro; en La ciudad del Sol, de Campanella, o en La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, todos los saberes científicos recopilados en el Renacimiento sirven al bienestar de la comunidad, al alivio de la enfermedad y del dolor. Las mujeres viven en igualdad de derechos con los hombres, los niños prolongan su infancia sin ser sometidos a abusos ni a esclavitud laboral y los ancianos son cuidados por la comunidad hasta que les llega la muerte de forma natural. Resulta lógico que, con el optimismo de la Ilustración, Charles Fourier, Étienne Cabet o Edward Bellamy diseñaran nuevas organizaciones sociales justas y perfectas para alcanzar una nueva Edad de Oro.

Sin embargo, continúa diciendo, las visiones melioristas del futuro no lograron consolidarse en la realidad. Pasaron los siglos y las fechas previstas y nada se cumplió de aquellos proyectos que pretendían reparar los defectos del mundo. Cuando se llevaron a la práctica, siempre terminaron en decepción o en fracaso y pronto perdieron su prestigio teórico, y no por las dificultades geográficas o económicas, sino por la propia condición humana, por la resistencia de los participantes a compartir la euforia, a aceptar una felicidad obligatoria y por decreto, a someterse a una enojosa uniformización moral, política, laboral, educativa, por la imposibilidad de escapar al control del Estado utópico y también porque las mejores doctrinas han tenido servidores viles.

En los últimos años, añade, están apareciendo novelas sobre distopías, como si después de haber probado todas las variantes de monarquías y repúblicas, de capitalismos y socialismos sin haber encontrado una horma perfecta donde el hombre encajara y se gobernara a sí mismo sin daño, sin guerras, sin conflictos, a los creadores les vinieran a la imaginación pesadillas futuristas en lugar de paraísos. Michel Houellebecq, Cormac McCarthy, Ricardo Menéndez Salmón, Rosa Montero, Boualem Sansal han revitalizado un género cuya actualidad es inversamente proporcional al sosiego político y social: cuanto más áspero, ingrato e inquietante es el presente, tanto más se proyecta esa inquietud en infiernos futuristas donde se concretan los miedos, las predicciones de catástrofe. Con los escombros de las utopías anteriores, el chasqueado siglo XXI construye cárceles distópicas, ergástulas del pesimismo cuando se ha dejado de creer en la perfectibilidad del hombre.

En estas mismas páginas [se refiere a un artículo de El País que será objeto de tratamiento en una próxima entrada del blog], comenta, se daba cuenta del estreno de una serie televisiva basada en El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood, de la que Volker Schlöndorff ya había dirigido una adaptación cinematográfica, con guión de Harold Pinter. La historia sucede en un futuro incierto en la república de Gilead, nuevo nombre –de resonancias bíblicas-, de los antiguos Estados Unidos, donde los integristas han tomado el poder mediante un golpe de estado que ha suspendido la Constitución. Después de una hecatombe bélica y ecológica que ha dejado “el aire saturado de sustancias químicas, rayos y radiación, y el agua convertida en un hervidero de moléculas tóxicas”, la mayor parte de la población de Gilead es estéril, hay muy pocos hombres y mujeres fértiles, y estas, dedicadas exclusivamente a la procreación, son cuidadas con mimo, como hermosos y delicados animales en extinción, pero al mismo tiempo estrechamente vigiladas: “Pertenezco a la reserva nacional”, dice con triste ironía Defred, la protagonista. Las mujeres no pueden mirar a los hombres a los ojos y, cuando van por la calle, deben llevar toca y el rostro tapado, lo que les dificulta la visión: “Hemos aprendido a ver el mundo en fragmentos”. Incluso han perdido su nombre y se llaman según su propietario: Defred, Dewarren o Deglen, es decir, perteneciente a Fred, a Warren, a Glen.

En este marco de fundamentalismo teocrático-militar -¿les suena?, añade con ironía- que reduce a las mujeres al silencio, a la sumisión y a la reproducción, ya no hay revistas ni películas; las universidades están cerradas y a las mujeres les está prohibido tener propiedades, viajar, leer y escribir, hasta el punto de que jugar con las palabras al scrabble se convierte en un placer muy agradable.

La originalidad de Margaret Atwood consiste en sustituir las distopías de H. G. Wells, de Georges Orwell, de Aldous Huxley, de Ray Bradbury, de Vladimir Nobokov o de Ismaíl Kadaré, basadas en pesadillas sociales, por una variedad de pesadilla androcéntrica en la que nada de lo que esperaban Mary Wollstonecraft o Simone de Beauvoir se ha cumplido. En lugar de una distopía política, la novela de Atwood es una tenebrosa pesadilla sexista narrada sin ningún énfasis apocalíptico, lo que la hace más aterradora: la mitad de la población está discriminada o esclavizada por su sexo, prejuzgada por su anatomía y no por sus actos, pues la tétrica república de Gilead no siente ninguna animadversión personal contra Defred o contra Dewarren. Los endebles conatos de resistencia en la clandestinidad para articular una guerrilla femenina no pueden nada contra la poderosa fratría masculina.

En un final abierto, sigue diciendo, Atwood deja al lector en libertad para juzgar, no especifica el resultado de su lucha, pero el hecho de que la novela esté ambientada en el futuro indica que su autora tampoco es muy optimista sobre el conflicto entre los géneros.

Quizá la actual revitalización de la distopía, añade, sea un signo de los tiempos en los que se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el paraíso no está al alcance del ser humano, incapaz de organizar un sistema de felicidad colectiva. El hombre tiene talento para su diseño teórico, pero no cualidades morales para ponerlo en práctica. Siempre insatisfecho y con una irremediable tendencia hacia el caos, pronto se afana en el deterioro del hermoso edificio construido por los creadores del proyecto.

Si esto es cierto, concluye diciendo, acaso no haya mejor utopía que defender día a día una ética individual del presente, sin deslumbrarse por los espejismos y quimeras de futuros paraísos sociales o teológicos. Del mismo modo que en la vida privada no existe la felicidad permanente, que es una palabra demasiado grande, y solo nos salvan los buenos momentos, así tampoco en la vida colectiva es posible un paraíso perfecto y eterno. A pesar de esa limitación, sin embargo, no estamos eximidos de intentar erradicar los grandes sufrimientos sociales y buscar el máximo posible de buenos momentos históricos.




Fotograma de la serie televisiva "El cuento de la criada"



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 7 de septiembre de 2016

[A vuelapluma] Sobre libros y series de televisión. Manual de uso





Ya he contado en alguna ocasión anterior mi peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden.

No suelo comprar libros de los que no se nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo, de pie, al lado de la estantería, aunque el empleado de turno me mire con recelo... Leo siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto, por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta de la compra.

Antes era lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los superventas de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo Planeta) están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extraliterarios. Y por supuesto, que uno no puede comprar todo lo que se le pone delante, porque tampoco va a tener tiempo para leerlo ni dinero para pagarlo. Ahora prefiero sacarlos de la Biblioteca Pública, o pedirles que los adquieran si no los tienen, o releer los que tengo en la biblioteca familiar.

Ya estamos con el nuevo libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias: por ejemplo los trayectos en guagua, impensables sin un libro entre las manos), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo...

No soy lector asiduo de ficción. Prefiero el ensayo (deformación profesional, supongo), pero no le hago ningún tipo de asco a la buena literatura: la de siempre, los clásicos, con preferencia, pero también la reciente, aunque me acerque a ella con suspicacia. En el pasado mes de agosto y lo poco que va de septiembre he leído varios ensayos y algunos libros de ficción. Entre los primeros, un clásico: Los partidos políticos, de Robert Michels, que tenía muchísimos deseos de leer desde hacía mucho tiempo. Todos los demás, relecturas: Dioses, tumbas y sabios, una hermosísima historia sobre los más famosos descubrimientos arqueológicos, escrita por C.W. Ceram; El Federalista, de Hamilton, Jay y Madison, escrito a finales del siglo XVIII y uno de los textos políticos más relevantes de la historia; Textos fundamentales para la historia, de Miguel Artola;  Lo que el Rey me ha pedido, de Pilar y Alfonso Fernández-Miranda; ojeando algunas entradas del Diccionario de Literatura española e hispanoamericana, de Ricardo Gullón, y todo un clásico también de la historiografía española: España en su historia. Cristianos, moros y judíos, de Américo Castro. Entre los libros de ficción, todos menos uno: Cantos, de Friedrich Hölderlin, que saqué de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, han sido relecturas de los que tenía en casa. Predominio absoluto de los clásicos: Edipo en Colono, de Sófocles; Los siete contra Tebas, de Esquilo; Las fenicias, de Eurípides, y Las desventuras del joven Werther, de Goethe,   

Sobre televisión me gustaría decir que no la frecuento, lo que no deja de ser una "boutade" por mi parte porque todo el mundo dice lo mismo aunque se pase cinco horas al día pegado a la pantalla. No es mi caso, palabra de honor: por no ver no veo ni los telediarios. Y salvo el clásico-clásico Saber y ganar, de la 2 de de TVE, las series que me apasionan las veo grabadas. Me encantaron Patria (Homeland), La buena esposa (The good wife) y Hombres de Madison (Madmen), las tres estadounidenses, que no comento por ser sobradamente conocidas por todos, y también la británica Valle Feliz (Happy Valley), menos conocida; una serie magnífica, que mezcla a la perfección drama policial y doméstico, protagonizada por una sargento de la policía rural inglesa, con toda la calidad que tienen las producciones de la BBC y una sobrecogedora descripción del mal cotidiano..

Estoy enganchado a varias series europeas, que me resultan mucho más cercanas que las estadounidenses. No sé como explicarlo pero es así, es como si estuviera en casa..., aunque transcurran en Escandinavia, el Reino Unido o mi admirada Francia. Ahora mismo ando fascinado, literalmente, y en espera de nuevas temporadas, por algunas de ellas: la danesa El legado (The Legacy), la disputa de unos hijos por el legado de su madre fallecida, una famosa escultora; la noruega Ocupados (Occupied), que relata la resistencia de un grupo de noruegos a la ocupación de su país por los rusos, con el beneplácito de la Unión Europea, para hacerse con el control de los pozos petrolíferos; y las británica En cumplimiento del deber (Line of Duty), protagonizada por unos detectives de la oficina de asuntos internos de la policía británica. Y por último, Grantchester, nombre de un pueblecito inglés cercano a Cambridge, en el que, a comienzo de los años 50, el párroco anglicano local ejerce de detective aficionado. 

Y siguiendo ahora mismo la también británica Impecable (Spotless), sobre dos hermanos franceses residentes en Londres que se ven forzados a trabajar para un mafioso local limpiando los escenarios de sus crímenes; y la noruega Absuelto (Acquitted), en la que un joven empresario vuelve dieciocho años después al pueblo donde fue acusado y absuelto del asesinato de su novia para enfrentarse a su pasado. Como ven, no solo escribo de política, problemas sociales o alta cultura. También tengo mi corazoncito popular. 







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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