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jueves, 1 de junio de 2017

[Pensamiento] Madres de alquiler



La Escuela de Atenas (Rafael, 1512), Museos Vaticanos


Es indudable que el asunto de la gestación subrogada, el de las madres de alquiler en lenguaje más de andar por casa, está de actualidad en España. ¿Pero hasta el extremo de merecer tratamiento en el New York Times? ¿No resulta excesivo? Pues parece que no... La edición en español de diario neoyorkino del pasado 25 de mayo le dedicaba al tema un amplio reportaje firmado por Gabriela Wiener, desde Madrid, encabezado por un titular bastante provocativo: "Una feria donde se ofrecen vientres de alquiler con teléfonos de regalo".

Son las doce de la mañana del primer sábado de mayo, comienza diciendo Gabriela Wiener, y no sé qué es más violento a esta hora: que a una pareja con problemas de fertilidad que cruza la puerta del hotel Weare de Madrid le griten desde la calle que está comprando bebés, o que el plan VIP de subrogación de vientres en Ucrania de la agencia Surrofamily, que acaba de caer en mis manos, incluya por menos de 60.000 euros la canastilla de bienvenida al crío, una niñera de 9:00 a 18:00 y un teléfono inteligente de regalo.

Ser una mujer sola, comenta, latinoamericana y aún fértil que se pasea callada y curiosa por los stands de Surrofair, una feria europea de gestación subrogada, me permite no ser blanco de las manifestantes feministas ni tampoco carnada para ningún vendedor que quiera ofrecerme la posibilidad de tener un bebé a través del útero de otra mujer. Así que me muevo con cierta libertad en medio de estos mundos irreconciliables que chocan ahora mismo dentro y fuera del hotel cuatro estrellas que muchos ejecutivos eligen cuando vienen a hacer negocios, muy cerca del estadio del Real Madrid, en una de las zonas más caras de la ciudad.

El primero de esos mundos, dice, está formado por agencias internacionales de gestación subrogada y sus potenciales clientes: parejas heterosexuales y parejas gays en busca del sueño del bebé propio. El segundo, por colectivos feministas que están radicalmente en contra y han venido a intentar parar el evento con una protesta. Salir de un microclima para entrar al otro empieza a tener mucho de esquizoide.

En España, sigue diciendo, en la actualidad hacer contratos de gestación de bebés en vientres de mujeres que renuncian a ellos a cambio de dinero es ilegal. Las parejas que pagan por estos servicios deben hacerlo fuera de su país, de preferencia en Ucrania (el destino más barato, donde se ofrece todo el proceso a menos de 40.000 euros), Estados Unidos (el más profesional y caro: puede llegar a costar hasta 200.000 euros) o Canadá (bajo la modalidad de altruismo, sin pago —pero que es engañosa porque siempre se paga— y sobre todo lenta). A través de una serie de trámites bilaterales se podrá traer a los niños de regreso, aunque hay casos en que se les ha denegado el salvoconducto.

Si bien lucrar con la gestación y su producto está penado por ley en España, sí se puede organizar una feria que ofrece estos servicios, señala. Hace unas semanas, estos mismos colectivos de mujeres que protestan lograron que el hotel que iba a alojar a la feria en un inicio cancelara el contrato para evitar escándalos y los organizadores tuvieron que buscarse otro.

“No hay un solo cartel, están escondidos… por algo será”, dice ahora Alicia Miyares, portavoz del colectivo NoSomosVasijas, que ha venido a manifestarse junto con la Red Nacional contra el alquiler de vientres. Para ella, la gente que entra ahora mismo por la puerta está anteponiendo sus deseos a los derechos humanos. “La palabra feria implica mercado y, así como no existe una feria pública de riñones, no puede haber una feria que comercie con el embarazo, el parto, el cuerpo de la mujer y el bebé. Los estados democráticos no aprueban la compra y venta de órganos, y sin embargo, hacerlo con vientres de mujeres nos parece válido. Hay que mostrar esa contradicción”, dice. A su lado, una de las Femen —el colectivo de mujeres feministas célebre por sus acciones de protesta en topless— lleva la panza pintada con un código de barras.

Surrofair, explica, es por dentro como cualquier feria, como la de celulares o la de marihuana, con un montón de stands y vendedores de risas falsas, salvo que en esta las paredes están llenas de gigantografías de bebés sonrosados. O de familias o parejas felices de dientes blancos abrazándose en un prado bajo el sol. También hay una que otra foto de alguna mujer muy simpática que se acaricia el vientre, alguien que promete mantener esa sonrisa cuando el bebé ya no esté más a su lado. Es la gestante. La única persona a la que uno no puede encontrar por aquí para hacerle una entrevista. Porque está a miles de kilómetros, en su país pobre, empollando el huevo de otra mujer.

Hasta 2015, señala, uno de los destinos más visitados por parejas de todo el mundo que buscaban tener bebés por subrogación era la India, pero se probó que su fama de “fábrica de bebés” no era gratuita cuando salieron a la luz los regímenes de esclavitud en los que vivían las gestantes: hacinadas en “granjas” durante nueve meses, sin poder salir ni tener sexo ni estar con sus familias ni comer lo que les provoca; explotadas muchas veces por sus propios maridos y por las agencias, a veces recibían una miseria a cambio de parir hijos de occidentales.

En su libro El ser y la mercancía, sigue diciendo, la periodista y escritora sueca Kajsa Ekis Ekman cuenta que las gestantes llegaban a ser hipnotizadas para no desarrollar el instinto maternal y se les enseñaba a hablar a sus vientres diciendo: “Tus padres te esperan”. Desde entonces, el país inició un proceso para prohibir que un extranjero pudiera contratar mujeres indias para estos fines.

También México, añade, ha dejado de ser el paraíso de los vientres, desde que una modificación de la ley en Tabasco —durante años el único estado que permitía la maternidad subrogada— prohíbe gestar bebés de extranjeros. El 70 por ciento de los “usuarios” eran parejas homosexuales. La nueva restricción ha traído como consecuencia que muchos procesos quedaran inconclusos y varios bebés en el limbo.

Pero mientras en unos países retrocede, señala, en otros avanza. Como en Grecia y Ucrania, hoy destinos de preferencia para heterosexuales que no pueden pagar las fortunas que se demandan en Norteamérica. A este paso, quizá no esté lejos el día en que haya granjas de cuerpos embarazados también en países occidentales ricos —como hay prostíbulos en cualquier esquina—, que se empleen masivamente en dar hijos a las clases altas locales que padecen esterilidad. “La humanidad es muy adaptable”, escribe la autora canadiense Margaret Atwood en El cuento de la criada, esa gran epopeya contra la maternidad subrogada: “Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación”.

El máximo hito del “todo vale”, comenta, que supera ya cualquier consideración bioética, es la historia del millonario japonés Shigeta, que a los 24 años tuvo 16 hijos mediante subrogación en un plazo de dos años, según él para crearse una base electoral cuando llegara el momento de lanzarse a la política. Nunca se descartó que fuera pedófilo o que traficara con niños. Dijo que tendría 15 hijos al año. Su caso culminó con la prohibición de esta práctica en Tailandia. Así como hay quienes quieren muchos niños, hay clientes de la gestación subrogada que han devuelto bebés como se devuelve una tele nueva que falla, como el caso del bebé con síndrome de down abandonado con su “madre de alquiler”.

Pero en las fotos de los stands los bebés sonríen, casi puedes tocar sus tiernas boquitas como se acaricia un sueño, dice. En general esa es la idea que se desprende de todo esto: aquí hay gente que puede ayudarlos a cumplir un sueño, uno muy caro.Cuando la mercadotecnia de la sensibilidad se pone en marcha es porque hay grandes sumas de por medio. Y si no, una rápida mirada a los catálogos arranca de cuajo cualquier romanticismo. Me paso un buen rato haciendo compendio de citas: “Forma tu familia”, “Desafiando el destino”, “Exitoso paquete único”, “Todo incluido”, “Selección de gestantes calificadas”, “Selección de donante minuciosa con estudio genético muy amplio”, “La genética es importante para nosotros”, “Nivel de satisfacción del 97 %”, “Más de 7000 bebés nacidos”, “Amplia disponibilidad de donantes y madres gestantes”, “Paquete ilimitado hasta el nacimiento”…

El lenguaje comercial no admite dudas de lo que está ocurriendo aquí, dice. En el último año, la maternidad subrogada se ha convertido en un tema de moda. Las agencias crecen de manera proporcional a la cantidad de dinero en juego. Varios famosos han tenido bebés gracias a la subrogación y se han convertido en sus portavoces: Nicole Kidman, Sophia Vergara, Robert de Niro, Miguel Bosé o Sharon Stone. Y ahora Cristiano Ronaldo, que espera gemelos. Las promesas son infinitas, añade: desde elegir el sexo, tener dos a la vez, jugar con el azar a ver cuál de los dos padres conseguirá la inseminación. Y aunque suene a eugenesia, también es una posibilidad optar por el óvulo de una hermana, por ejemplo, para que todo quede en familia. 

Aunque se cree que a la cabeza de la demanda de subrogación están las parejas gays —que no quieren compartir la crianza con otra mujer o con una pareja de mujeres—, en realidad, afirma, son el segundo grupo que más requiere este servicio. El primer lugar lo ocupan las parejas heterosexuales de clase media y alta de países ricos que han tratado de tener hijos en los últimos cinco años y no han podido o no quieren adoptar; el tercer grupo son hombres solteros y el cuarto mujeres que no quieren deteriorar sus cuerpos con un embarazo.

En la cola del stand de la agencia Grace encuentro a una pareja de chico y chica, muy tímidos, con unos rostros muy dulces y temblorosos, afirma. Me cuentan que están aquí después de años de probar con tratamientos. Prefieren no identificarse: su larga historia de intentos fallidos ha sido solo suya hasta ahora y quieren que siga siendo así. Dicen que están viendo, que primero tienen que conseguir el dinero, que pedirán un préstamo. Les pregunto si afuera les han gritado que no compren bebés: “Cada uno con sus ideas”, dice él. “Si estuvieran en nuestra piel o si alguna persona cercana lo estuviera tal vez lo comprenderían”, dice ella.

En uno de los stands, sigue diciendo, veo un cochecito de bebé, justo debajo de una de esas fotografías de criaturas felices. Pienso por un segundo que es parte del atrezo o que es un regalo más de la agencia para hacerse competitiva ante sus rivales, cuando doy un respingo al ver brotar unos pequeños botines dorados que se mueven caprichosamente. Incluso en ese momento pienso en que tiene que ser un muñeco. Me acerco con pudor, como uno se acerca a los niños de otros. Es un bebé verdadero. Ese sujeto de derechos del que hablan las feministas de allá afuera cuando denuncian su objetivización, su venta. Ese deseado bien para los que están aquí merodeando, esa virtualidad de la que todo el mundo habla. Está ahí como prueba de éxito. Esta feria tiene la culpa de que hoy, cada vez que vea a un bebé, piense en su precio. Al rato veo entrar otro cochecito, esta vez doble, con dos gemelas idénticas. Se abren paso en un pasillo de gente que las mira arrobados, miradas cómplices de parejas por doquier. Las lleva su orgulloso padre hasta el stand de la agencia Neogenia. “Las tuvimos en diciembre y están muy bien”, me dice, “comen superbién y están muy sanas. Vienen de Ucrania. La verdad es que estamos encantados. Quisimos venir a saludar”. Él y su esposa se colocan al lado del logo de la agencia y los probables futuros padres no se resisten a hacerles fotografías, aunque esté prohibido. Quizá el año que viene tomen fotos a sus propios hijos con el nuevo modelo de teléfono que les regalen. Afuera, la manifestación de mujeres ha sido dispersada por la policía.

Unos semanas antes el profesor Manuel Atienza, catedrático de Filosofía de Derecho en la Universidad de Alicante, había escrito un artículo en El País dedicado a la gestación por sustitución en el que afirmaba que, en contra lo que cree la mayoría de las personas, la ley española no prohíbe esta práctica ni establece sanción alguna contra ella.

Voy a defender aquí tres tesis, comienza diciendo el profesor Atienza, que a muchos lectores quizás les parezcan extremas (equivocadas) pero que, en mi opinión, tendrían que considerarse como poco más que obviedades. Son las siguientes: 1) la gestación por sustitución no está prohibida en el Derecho español; 2) ese tipo de contrato (de práctica) no es en sí mismo contrario al principio de dignidad; y 3) la regulación de la gestación por sustitución no tiene por qué exigir de la mujer gestante un comportamiento estrictamente altruista.

Sobre la primera, señala, usualmente se afirma que la gestación por sustitución está prohibida en España porque el artículo 10 de la Ley de Reproducción Humana Asistida (de 2006) establece que un contrato en tal sentido es "nulo de pleno derecho”. Pero que sea “nulo de pleno derecho” no quiere decir que ese tipo de convención esté “prohibida”, sino que la misma no produce el efecto de que el (o los) comitente(s) sea(n) considerado(s) por el Derecho como padre(s) del bebé así gestado. Por lo demás, la ley en cuestión no prohíbe expresamente esa conducta, ni establece tampoco ninguna sanción al respecto en los artículos que fijan el régimen de infracciones y sanciones. Asombra por ello comprobar que incluso juristas profesionales afirmen una y otra vez que se trata de una prohibición, sin reparar en que una cosa es realizar un comportamiento prohibido y, por tanto, ilícito, y otra incumplir con alguno de los requisitos de validez de un contrato, incumplimiento que no necesariamente implica realizar una acción prohibida, ilícita. Darse cuenta de esa distinción es crucial, porque si no se trata de una conducta prohibida, entonces tampoco cabe esgrimir que la institución atenta contra los principios y valores fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico para negar la inscripción en el registro español a niños nacidos (en el extranjero) mediante ese tipo de práctica.

Pasemos a la segunda tesis, sigue diciendo. Creo que hay un amplio acuerdo en considerar que el significado de la dignidad humana es el establecido por Kant en la segunda formulación del imperativo categórico: “Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Lo que suele olvidarse aquí es el adverbio “solamente” que marca también una diferencia crucial. O sea, para argumentar en favor de que la gestación por sustitución es, en sí misma considerada, contraria a la dignidad no basta con señalar que esa práctica supone tratar instrumentalmente a un ser humano (¿qué contrato de trabajo no supone eso?), sino que habría que probar que implica necesariamente tratar a la mujer gestante solamente como un medio. Pero esto es algo que nadie, o casi nadie, parece pensar. No lo piensan, por ejemplo, muchas feministas que dicen estar en contra de la gestación por sustitución (apelando al principio de dignidad) y que, sin embargo, aceptan que la práctica sería lícita si la motivación de la mujer gestante fuera puramente altruista.

Y voy ahora a la tercera tesis, añade. Para que la regulación de esa práctica respete la dignidad de la mujer gestante, ¿es condición indispensable que esta actúe por motivos puramente altruistas? Yo no lo creo. Desde luego, en abstracto, sería preferible que la mujer gestante obrara por puro altruismo (¿y no cabría decir lo mismo del actuar humano en general?), pero de ahí no cabe inferir que la existencia de motivos “egoístas” (que pueden darse muy bien mezclados con otros altruistas) convierta esa actividad en moralmente ilícita. Lo que aquí parece perderse de vista es que actuar de manera no supererogatoria no equivale a actuar mal, de forma reprochable. O, dicho con otras palabras, de lo que se trata es de impedir la explotación de la mujer gestante. Pero para ello no se ve que sea condición indispensable que se establezca la gratuidad de su prestación. Ya sé que algunos prefieren hablar de “compensación” (como ocurre con la donación de óvulos), porque piensan que de esa manera no tendrían que renunciar a la gratuidad. Pero me parece que en esto tienen razón feministas como Victoria Camps cuando denuncian que se trata simplemente de un eufemismo, de un mecanismo de auto-engaño; de un auto-engaño —añadiría yo— del que se podría fácilmente prescindir.

En fin, concluye diciendo, como ocurre tantas veces, la importancia de señalar lo obvio es que, a partir de ahí, puede empezar a discutirse sobre las cuestiones verdaderamente debatibles. Y las hay.

En mi entrada de ayer miércoles comentaba el artículo del escritor Eugenio Fuentes sobre la novela El cuento de la criada, de Margaret Atwood, y la serie de televisión producida por la prestigiosa HBO con base en la misma. Sigo con el mismo asunto, como prometí, trayendo a colación el comentario que, en sentido completamente contrario al expresado más arriba por Manuel Atienza, publicaba en El País el pasado día 20 el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, Octavio Salazar. 

De "granjas de embarazo", hablaba Gabriela Wiener en su reportaje. “Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Soy un objeto. Por primera vez siento el poder que ellos tienen”, dice una de las protagonistas de  El cuento de la criada, el libro de Margaret Atwood llevado a la pantalla por HBO, que pone de relieve la percepción emocional de aquellas personas que ven pisoteada su dignidad.

Tras leer el artículo sobre la gestación por sustitución publicado hace unos días por el profesor Manuel Atienza, dice Octavio Salazar, mucho me temo que no ha leído el espléndido libro El cuento de la criada de Margaret Atwood ni tampoco ha visto ningún episodio de la adaptación televisiva que hace unas semanas ha estrenado HBO. Me atrevo a recomendarle ambas porque en materia de derechos humanos es muy importante tener la percepción emocional de aquellas situaciones que viven las personas que ven pisoteada su dignidad. Solo desde esa “empatía imaginada”, que tan bien explica la historiadora de los derechos Lynn Hunt, es posible construir argumentaciones jurídicas que no pierdan de vista el aliento ético que debe inspirar las reglas de una convivencia democrática. No cabe duda de que la literatura y sobre todo el cine son instrumentos básicos para generar esa capacidad de ponernos en la piel de otro (e incluso de otra).

En el tema que nos ocupa, sigue diciendo, bastaría analizar un fotograma de la magnífica serie para entender qué estructura de poder es la que sustenta lo que algunos de manera eufemística denominan maternidad subrogada. En él vemos en un primer plano, ocupando prácticamente toda la pantalla, al comandante, al pater familias que desea reproducir su linaje teniendo un hijo con sus genes, al patriarca que detenta el poder y la autoridad tanto en lo público como en lo privado, al señor de la casa cuyo pene parece valer más que el útero de su criada. Al fondo, muy desdibujada, sentada el filo de la cama, vemos a su esposa infértil, a la madre frustrada, a la que coloca en una ceremonia brutal entre sus piernas a la que parirá para ella. Y apenas intuimos, tras el hombre, tumbada con las piernas abiertas, a Defred, la criada que es penetrada por el patriarca, a la que apenas vemos porque como “buena” gestante es invisible: ha dejado de ser sujeto para ser un objeto al servicio de los deseos de otros.

La novela de Atwood, sigue diciendo, que ahora la serie ha convertido en un relato si cabe todavía más terrorífico que el libro, tiene la gran virtud de plantearnos algunos de los interrogantes que están sacudiendo a las mujeres en el siglo XXI, justo cuando la alianza entre patriarcado y capitalismo está provocando que, bajo pretexto de la libertad, se justifiquen prácticas que no hacen sino prorrogar el estatus subordinado de la mitad femenina del planeta.

Esa alianza bien podría llevar, añade, si no logramos ponerle frenos, al régimen teocrático y dictatorial imaginado en la novela, y en el que vemos cómo las mujeres han perdido todos los derechos que tardaron siglos en conquistar. El angustioso relato, que incluso ahora duele más al sentirlo tan cercano a través de la impagable mirada de la enorme Elisabeth Moss, nos aporta las claves no solo éticas sino también jurídicas desde las que, como mínimo, deberíamos cuestionar una práctica que en estos meses algunos incuso han llegado a defender como subversiva y que para otros obviamente es simplemente una vía más de enriquecimiento, es decir, una de las expresiones más brutales de cómo el dinero se convierte en medida de los deseos y de cómo a su vez el paradigma neoliberal permite convertirlos en derechos.

La serie narra la distopía de Gilead, señala. Una sociedad totalitaria que antiguamente pertenecía a los Estados Unidos. Los desastres medioambientales y una baja tasa de natalidad provocan que en Gilead gobierne un régimen fundamentalista perverso que considera a las mujeres propiedad del estado. Por todo ello, me resultó tan sorprendente hace unos días leer como Atienza ponía en duda que pudiese alegarse la dignidad de las mujeres para cuestionar la legitimidad de unos contratos que las convierten en siervas, incluso cuando se amparan en un pretendido carácter altruista. Nuestro Tribunal Constitucional ha reiterado, basándose en la célebre máxima kantiana de que el individuo no debe ser considerado como un medio, que la garantía de la dignidad de la persona implica el valor absoluto de sí misma como sujeto, la negación de su instrumentalización y la exigencia de las condiciones necesarias para que el libre desarrollo de su personalidad sea una realidad.

Pero es que además, afirma, un contrato que supone el alquiler no solo del útero, sino de todo un proceso fisiológico como es un embarazo, el cual se desarrolla, incide y se proyecta en todo el ser de la mujer, supone contravenir todas las disposiciones normativas que, tanto a nivel estatal como internacional, excluyen al cuerpo humano del comercio de los hombres. A todo ello habría que añadir que evidentemente, como en muchas ocasiones se subraya por quienes defienden los vientres de alquiler como una especie de prestación de servicios reproductivos, en todos los trabajos el ser humano despliega sus potencialidades a veces en condiciones indignas, pero ninguno de ellos implica todo un proceso físico y emocional como es la gestación de un ser humano. Algo sobre lo que, por cierto, y siguiendo los consejos de Rebecca Solnit, los hombres deberíamos callar y dar la voz a las mujeres que son las únicas que pueden vivirlo.

Incluso cuando se alega la posibilidad de estos contratos siempre que respondan a un carácter altruista, añade, y por lo tanto apoyándose en la generosidad de las mujeres, tendríamos que cuestionarnos si ello no está suponiendo la funcionalización de la maternidad y la consolidación del ser de nuestras compañeras como individuos que viven por y para otros. Es decir, como seres que ponen a disposición del poder masculino, y del mercado en el que se satisfacen los deseos de quienes mandan, su cuerpo, sus capacidades y, por supuesto, su sexualidad. Ahí está la prostitución como institución patriarcal por excelencia que no demuestra esa relación jerárquica. No olvidemos, además, que en este caso no se trataría de ser generoso para salvar vidas, como sucede en la siempre gratuita donación de órganos, sino para hacer más plena la vida privada o familiar de otros.

Es decir, sigue diciendo, justo lo que falta en el razonamiento del catedrático de Filosofía del Derecho es la perspectiva de género sin la cual cualquier aproximación a un tema jurídica y éticamente tan complejo acaba convertida en una simple justificación de la posición de quienes tienen el poder, el dinero y la autoridad. Alegar la autonomía de las mujeres para justificar la renuncia a sus derechos fundamentales es desconocer que, como bien ha explicado Laura Nuño, “el consentimiento requiere de un yo autónomo no mediado por la supervivencia.” O, lo que es lo mismo, implica no tener en cuenta las relaciones de poder que continúan marcando las subjetividades masculina y femenina, así como la relación entre ambas.

Por todo ello, concluye diciendo, el dilema clave que nos plantea la gestación por sustitución es si dicho tipo de contratos garantizan la capacidad de las mujeres para decidir sobre sí mismas o si, por el contrario, inciden en su sometimiento a condiciones heterónomas. Tendríamos que preguntarnos si sería posible una regulación de la misma que potenciara al máximo lo primero y evitara lo segundo. Una pregunta que finalmente nos lleva a otra mucho más ambiciosa que es la relacionada con el mundo que nos gustaría construir y bajo qué precio. En este sentido, leer, y ver ahora, El cuento de la criada, es un buen ejercicio para ir encontrando respuestas y para, espero, confirmar que el horizonte debería ser el reconocimiento del valor de cada ser humano por su valor intrínseco y nunca por su sometimiento a fines instrumentales que lo convierten en vehículo para satisfacer los intereses y deseos de otros. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 31 de mayo de 2017

[A vuelapluma] Un mundo infeliz: "El cuento de la criada", de Margaret Atwood





Se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el paraíso no está al alcance del ser humano. Lo señala en El País el escritor Eugenio Fuentes comentando la novela El cuento de la criada, de Margaret Atwood, convertida recientemente en una afamada serie de televisión.

Si la utopía es el proyecto de un paraíso, comienza diciendo, la distopía es la predicción de un infierno. Desde que Platón dio el aldabonazo de salida con su República, la historia de la literatura abunda en la invención de falansterios y comunidades donde reina la armonía, todo se comparte equitativamente, no hay guerras ni injusticias, no hay ricos ni pobres, basta con trabajar unas pocas horas al día para que todo funcione y las necesidades sean atendidas. En la Utopía, de Tomás Moro; en La ciudad del Sol, de Campanella, o en La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, todos los saberes científicos recopilados en el Renacimiento sirven al bienestar de la comunidad, al alivio de la enfermedad y del dolor. Las mujeres viven en igualdad de derechos con los hombres, los niños prolongan su infancia sin ser sometidos a abusos ni a esclavitud laboral y los ancianos son cuidados por la comunidad hasta que les llega la muerte de forma natural. Resulta lógico que, con el optimismo de la Ilustración, Charles Fourier, Étienne Cabet o Edward Bellamy diseñaran nuevas organizaciones sociales justas y perfectas para alcanzar una nueva Edad de Oro.

Sin embargo, continúa diciendo, las visiones melioristas del futuro no lograron consolidarse en la realidad. Pasaron los siglos y las fechas previstas y nada se cumplió de aquellos proyectos que pretendían reparar los defectos del mundo. Cuando se llevaron a la práctica, siempre terminaron en decepción o en fracaso y pronto perdieron su prestigio teórico, y no por las dificultades geográficas o económicas, sino por la propia condición humana, por la resistencia de los participantes a compartir la euforia, a aceptar una felicidad obligatoria y por decreto, a someterse a una enojosa uniformización moral, política, laboral, educativa, por la imposibilidad de escapar al control del Estado utópico y también porque las mejores doctrinas han tenido servidores viles.

En los últimos años, añade, están apareciendo novelas sobre distopías, como si después de haber probado todas las variantes de monarquías y repúblicas, de capitalismos y socialismos sin haber encontrado una horma perfecta donde el hombre encajara y se gobernara a sí mismo sin daño, sin guerras, sin conflictos, a los creadores les vinieran a la imaginación pesadillas futuristas en lugar de paraísos. Michel Houellebecq, Cormac McCarthy, Ricardo Menéndez Salmón, Rosa Montero, Boualem Sansal han revitalizado un género cuya actualidad es inversamente proporcional al sosiego político y social: cuanto más áspero, ingrato e inquietante es el presente, tanto más se proyecta esa inquietud en infiernos futuristas donde se concretan los miedos, las predicciones de catástrofe. Con los escombros de las utopías anteriores, el chasqueado siglo XXI construye cárceles distópicas, ergástulas del pesimismo cuando se ha dejado de creer en la perfectibilidad del hombre.

En estas mismas páginas [se refiere a un artículo de El País que será objeto de tratamiento en una próxima entrada del blog], comenta, se daba cuenta del estreno de una serie televisiva basada en El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood, de la que Volker Schlöndorff ya había dirigido una adaptación cinematográfica, con guión de Harold Pinter. La historia sucede en un futuro incierto en la república de Gilead, nuevo nombre –de resonancias bíblicas-, de los antiguos Estados Unidos, donde los integristas han tomado el poder mediante un golpe de estado que ha suspendido la Constitución. Después de una hecatombe bélica y ecológica que ha dejado “el aire saturado de sustancias químicas, rayos y radiación, y el agua convertida en un hervidero de moléculas tóxicas”, la mayor parte de la población de Gilead es estéril, hay muy pocos hombres y mujeres fértiles, y estas, dedicadas exclusivamente a la procreación, son cuidadas con mimo, como hermosos y delicados animales en extinción, pero al mismo tiempo estrechamente vigiladas: “Pertenezco a la reserva nacional”, dice con triste ironía Defred, la protagonista. Las mujeres no pueden mirar a los hombres a los ojos y, cuando van por la calle, deben llevar toca y el rostro tapado, lo que les dificulta la visión: “Hemos aprendido a ver el mundo en fragmentos”. Incluso han perdido su nombre y se llaman según su propietario: Defred, Dewarren o Deglen, es decir, perteneciente a Fred, a Warren, a Glen.

En este marco de fundamentalismo teocrático-militar -¿les suena?, añade con ironía- que reduce a las mujeres al silencio, a la sumisión y a la reproducción, ya no hay revistas ni películas; las universidades están cerradas y a las mujeres les está prohibido tener propiedades, viajar, leer y escribir, hasta el punto de que jugar con las palabras al scrabble se convierte en un placer muy agradable.

La originalidad de Margaret Atwood consiste en sustituir las distopías de H. G. Wells, de Georges Orwell, de Aldous Huxley, de Ray Bradbury, de Vladimir Nobokov o de Ismaíl Kadaré, basadas en pesadillas sociales, por una variedad de pesadilla androcéntrica en la que nada de lo que esperaban Mary Wollstonecraft o Simone de Beauvoir se ha cumplido. En lugar de una distopía política, la novela de Atwood es una tenebrosa pesadilla sexista narrada sin ningún énfasis apocalíptico, lo que la hace más aterradora: la mitad de la población está discriminada o esclavizada por su sexo, prejuzgada por su anatomía y no por sus actos, pues la tétrica república de Gilead no siente ninguna animadversión personal contra Defred o contra Dewarren. Los endebles conatos de resistencia en la clandestinidad para articular una guerrilla femenina no pueden nada contra la poderosa fratría masculina.

En un final abierto, sigue diciendo, Atwood deja al lector en libertad para juzgar, no especifica el resultado de su lucha, pero el hecho de que la novela esté ambientada en el futuro indica que su autora tampoco es muy optimista sobre el conflicto entre los géneros.

Quizá la actual revitalización de la distopía, añade, sea un signo de los tiempos en los que se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el paraíso no está al alcance del ser humano, incapaz de organizar un sistema de felicidad colectiva. El hombre tiene talento para su diseño teórico, pero no cualidades morales para ponerlo en práctica. Siempre insatisfecho y con una irremediable tendencia hacia el caos, pronto se afana en el deterioro del hermoso edificio construido por los creadores del proyecto.

Si esto es cierto, concluye diciendo, acaso no haya mejor utopía que defender día a día una ética individual del presente, sin deslumbrarse por los espejismos y quimeras de futuros paraísos sociales o teológicos. Del mismo modo que en la vida privada no existe la felicidad permanente, que es una palabra demasiado grande, y solo nos salvan los buenos momentos, así tampoco en la vida colectiva es posible un paraíso perfecto y eterno. A pesar de esa limitación, sin embargo, no estamos eximidos de intentar erradicar los grandes sufrimientos sociales y buscar el máximo posible de buenos momentos históricos.




Fotograma de la serie televisiva "El cuento de la criada"



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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