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lunes, 2 de junio de 2014

La abdicación del Rey



Juan Carlos I, rey de España


Vivir es tener una historia que contar a quienes vienen después. Los nacidos después del 20 de noviembre de 1975 nunca podrán saber ni comprender la mezquina historia que nos tocó vivir a los que vinimos al mundo en la España recien comenzada la segunda mitad del pasado siglo. Los que critican la democracia actual demuestran no tener una idea muy clara -si nacieron después de esa fecha-, ni memoria -si nacieron antes de ella-, de como era la España que nos tocó vivir a nosotros, nuestros padres y nuestros abuelos.

Ahora, en el momento de su marcha, solo un "gracias, Señor", que sale de lo más profundo de mi corazón. Y allá los demás que hagan y digan lo que quieran desde el fondo de los suyos.

Comparto plenamente los puntos de vista que el escritor Javier Cercas expone en su artículo "Sin el rey no habría democracia", y sobre todo el párrafo final del mismo: "hay que ser lo más crítico posible con el duro presente que está viviendo ahora mismo tanta gente a nuestro alrededor, pero ignorar que los casi cuarenta años de reinado de Juan Carlos I han sido los mejores de nuestra historia moderna, los de mayor libertad y prosperidad, es simplemente ignorar nuestra historia. Y esa ignorancia de nuestro presente puede devolvernos lo peor de nuestro pasado". 

Será por eso de la casta, pero frente a los que se suben al carro del oportunismo, me siento orgulloso de formar parte del gremio (o casta) de los historiadores que como el profesor Juan Pablo Fusi: "De la democracia en España", alertan del enorme error de reabrir una herida que la Constitución de 1978 cerró definitivamente. Los pueblos que no recuerdan su historia están condenados a repetirla. Yo no deseo eso para el mío. 

Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Estandarte personal del rey Juan Carlos I



Entrada núm. 2073
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

viernes, 7 de febrero de 2014

El 23-F, 33 años después. Un recuerdo personal.





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Suárez y Gutiérrez Mellado se enfrentan a los golpistas



Hacía tiempo que no tenía una racha tan febril de lectura como la de este mes de febrero. En apenas una semana he leído dos libros de historia: "Breve historia del mundo contemporáneo. Desde 1776 hasta hoy", de Juan Pablo Fusi, y "La herencia viva de los clásicos. Tradiciones, aventuras e innovaciones", de Mary Beard;  dos novelas: "El abuelo que saltó por la ventana y se largó", de Jonas Jonasson, y "Escenas de la vida rural", de Amos Oz; y uno de memorias. En total, algo más de 1500 páginas. El último, el de memorias, de Fernando Ónega, que lleva por título "Puedo prometer y prometo. Mis años con Adolfo Suárez" (Plaza y Janés, Barcelona, 2013) me ha emocionado especialmente. En gran medida, porque tuve la fortuna de conocer personalmente a Adolfo Suárez y su lectura me ha hecho recordar acontecimientos que se van diluyendo en la memoria con el paso de los años. Uno de ellos, sin duda, el intento de golpe de Estado de febrero de 1981, conocido en la historia de España como el "23-F", y sobre el que ya he escrito en anteriores entradas que pueden leer si lo desean bajo ese mismo epígrafe en el buscador del blog. 

Dentro de dos semanas se cumplen 33 años del mismo. A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él terminó la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.

Aquella tarde estaba esperando en la biblioteca del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Las Palmas a que fuera la hora del coloquio de una de las asignaturas, no recuerdo cuál, de la licenciatura en Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del centro y me puse a oir emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional del Banco para el que ella y yo trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años que estaban con su abuela, a unos cinco kilómetros de la universidad, en el cono sur de la ciudad. Mi mujer volvió a casa poco después; no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oir la radio. Llamamos, sin problema en las líneas a mis padres y mis dos hermanos. Todos vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos nos embargaban en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a numerosos guardias civiles de los que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reir o llorar.

Hace unos años Televisión Española puso en antena por estas mismas fechas una mini serie de ficción de dos capítulos titulada "23-F: El día más difícil del rey", dirigida por Silvia Quer, que batió todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la tildaron de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El rey, con los líderes de los partidos, tras el 23-F




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lunes, 27 de enero de 2014

Un mundo global (y desquiciado)




Un mundo global



A mi amigo, y "pensador mediterráneo", Rafael R.

Reconozcámoslo sin ambages: el mundo globalizado de hoy es un mundo trastornado, descompuesto, exasperado; desquiciado, en suma. El historiador Juan Pablo Fusi, al final de su libro más reciente: "Breve historia del mundo contemporáneo. Desde 1776 hasta hoy" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2013), que he leído en estos días, reconoce que el problema político de la humanidad en esta segunda década del siglo XXI es el mismo que ya señalara en 1926 el economista británico John Maynard Keynes, cuyo pensamiento favorable a un mayor control de la economía por el Estado en el marco de un capitalismo inteligentemente dirigido pareció especialmente revalorizado por la crisis de 2008: "el problema político de la humanidad -escribió Keynes- consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual". Complicado pero no imposible.

Sobre el "disgusto radical con la sociedad existente y el pesimismo sobre su futuro" escribe también en el número de Revista de Libros de este mes de enero el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado. Nada proclive a los tremendismos, el profesor Arias, en el artículo citado, titulado precisamente "Los tremendistas", sale al paso de quienes así se manifiestan justificando su diagnóstico catastrofista, para hacer ver que aunque el pesimismo encuentre razones en las que fundamentarse: crisis todavía en marcha, desigualdades crecientes y salarios estancados, a pesar de todo eso, añade, nuestras sociedades desarrolladas han alcanzado estándares de bienestar y justicia, que aun lejos de ser completos y perfectos, no tienen comparación con el pasado, salvo acaso el perído dorado de las dos décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

En parecido sentido puede interpretarse también el artículo que en El País del pasado día 25 escribía el economista Moisés Naím titulado "El milagro del año 2000". Los políticos nos han educado para no creerles, dice en su artículo, sin embargo, en los trece años que van del 2000 a acá -añade- la humanidad ha experimentado la mayor reducción de la pobreza de su historia: 500 millones de personas salieron de la miseria en la que vivían, la mortalidad infantil cayó en un 30% y las muertes por malaria disminuyeron un 25%. Y 200 millones de habitantes de los barrios más pobres del mundo tuvieron acceso a agua, cloacas y mejores viviendas.

Si el problema, como dice el profesor Arias en el artículo citado, no es quién tiene derecho a hablar -que todos lo tenemos- sino quién merece ser escuchado, es al público -concluye- a quien corresponde filtrar el tremendismo y ponerlo en su lugar -poético, moral- a la hora de formar sus propios juicios. A no ser, añade, que el público sea el primer seducido por la tentación apocalíptica y quienes la encarnan no hagan, en fin, más que responder a sus demandas.

Y termino, como empecé, volviendo al profesor Fusi y su libro sobre la historia contemporánea, del que pueden leer la crítica que sobre el mismo realizara en Revista de Libros (noviembre, 2013) el también historiador y filósofo Rafael Núñez Florencio en el enlace de más arriba. Cuenta Juan Pablo Fusi en el prólogo del libro citado que Ortega y Gasset, con tan solo veinticinco años, tuvo el atrevimiento de espetarle a Ramiro de Maeztu que cuando se escribe historia "o se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno". Eso no quiere decir que la literatura desmerezca de la historia, pero sí, que la historia se mueve en parámetros distintos que la literatura, y que los hechos son los hechos, y a ellos hay que atenerse para contarlos y para interpretarlos.

Fiel a la filosofía que inspiró el nacimiento de "Desde el trópico de Cáncer" su objetivo sigue siendo echar una ojeada sobre el mundo a partir de lo que dicen y cuentan "otros" con mucho mejor criterio, manifiesto, que al autor del blog. Lo que no quiere indicar que siempre se esté de acuerdo con lo manifestado por esos "otros" a los que, sin embargo, respeta y admira.

Sean felices, por favor. Y como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos, aunque ahora ya estemos de vuelta. Tamaragua, amigos. HArendt





Un mundo de todos y para todos




Entrada núm. 2022
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

martes, 28 de mayo de 2013

Políticos: ¿Señores o empresarios del poder?




Consejo de Ministros
Palacio de La Moncloa (Madrid)
¿La sede del poder?




Los artículos que aparecen semanalmente en el blog "Vitrinas", publicado por "Revista de Libros", constituyen para mí una fuente inagotable de lectura satisfactoria, inspiración e incitación a la escritura de numerosas entradas de "Desde el trópico de Cáncer". Algo que los lectores del mismo habrán percibido sin duda.

El pasado 18 de abril aparecía en "Vitrinas" un artículo del profesor Rafael Núñez Florencio, titulado "Los empresarios del poder", comentando el libro del también profesor de Historia, José Varela Ortega, titulado "Los señores del poder y la democracia en España: entre la exclusión y la integración" (Círculo de Lectores, Barcelona, 2013). 

De entrada, me llamó la atención la notable diferencia semántica entre el título de la reseña y el del libro. ¿Mera argucia publicitaria? No lo creo, más bien, supuse, tras la lectura de la misma (a la que pueden acceder en el enlace de más arriba resaltado en rojo), perspectivas distintas sobre el análisis de un mismo fenómeno histórico: el ejercicio del poder político por las élites que lo conforman.

Ese mismo día envié por internet una desiderata a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas para ver si podían adquirirlo, algo complicado en los tiempos actuales por mor de las restricciones presupuestarias. Me equivoqué de nuevo. La responsable de adquisiciones de la Biblioteca me respondía al siguiente día que la propuesta había sido admitida y que me avisarían en cuanto tuvieran el libro. Ayer me avisaron de que había llegado y por la tarde, sentado en un banco del parque de San Telmo, al calor tibio de un día soleado y ventoso mientras esperaba para recoger a mi nieto a la salida del colegio comencé a leerlo. Nada más hacerlo, tras el magnífico prólogo del también historiador,  hispanista y exembajador de Israel en España, Shlomo Ben-Ami, y el capítulo introductorio del propio autor, afloraron a mi mente las percibidas perspectivas distintas de autor y reseñador que se vislumbraban, ímplícitas algunas, y explícitamente otras, en el artículo de "Vitrinas".

Como no he pasado de la página 50 del libro no puedo dar una opinión ni siquiera aproximada del mismo, pero si me voy a atrever a transcribir la contraportada, que supongo es un resumen elaborado por el editor, y del esbozo biográfico de su autor, el profesor Varela Ortega. 

El currículum del profesor Varela es impresionante: Doctor en Historia por las universidades de Oxford y Complutense de Madrid, catedrático en las de Santiago, Valladolid, Rey Juan Carlos y Oxford, director del Colegio de España en París, presidente de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, y autor de prestigiosas publicaciones que se citan en la reseña del profesor Núñez Florencio.

"Este libro -dice la contraportada del mismo- es un magistral ensayo interpretativo de la historia contemporánea de España desde la invasión francesa hasta la democracia post-franquista, pasando por la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y la Guerra Civil. En su recorrido a través de los grandes hitos de este largo devenir histórico, José Varela Ortega nos deja reflexiones y análisis originales e instructivos sobre la imagen, o el estereotipo, de España en la literatura occidental, los diferentes sistemas políticos que se instauraron en España, los grandes debates historiográficos en torno a ellos, el uso y abuso del tan debatido tema de la "memoria histórica" en estos días, y el papel del ejército en la España contemporánea, no sin desarrollar en el proceso una tipología del pronunciamiento y un recorrido histórico comparativo del violento flirteo de los militares con la política desde la Roma de Sila hasta el fallido golpe de 1981 en España. Un recorrido hilvanado por la aventura de algunos políticos profesionales que ambicionaron el poder con pasión y se dedicaron a maximizarlo con empeño. En ocasiones, lo hicieron en alianza con el demos, extendiendo e impulsando derechos. Pero a veces -continúa- sus querellas les llevaron hasta su propia descalabro, arrastrando con ellos a los ciudadanos a quienes decían representar o beneficiar. Por eso es también la conmovedora historia de quienes aprendieron de las catástrofes que generó su propia incompetencia. Decía Ortega -y concluye con el texto que estoy reseñando- que de la Historia, lo más interesante era aprender de los errores. Y, no obstante, demasiados políticos, en lugar de interpretarla como fórmula de comprensión, se aferran a Clio con voluntad anacrónica, cual maza de alabardero, que es un símbolo de poder".

Una última reflexión personal, y termino por hoy: No hay un "caso España" en la historia de Europa ni del mundo. No somos una excepción a lo vivido en otras sociedades y épocas alejadas y contemporáneas. Lo deja claro el autor del libro desde esas primeras páginas que sí he leído. Con él coinciden otros muchos historiadores españoles y extranjeros, por citar algunas publicaciones recientes, las de Juan Pablo Fusi y Juan Marichal, ya reseñadas por mí en el blog. También es mi opinión: no somos ni peores ni mejores que los demás pueblos y sociedades que han luchado a lo largo de su historia por su libertad.

Les animo de nuevo a leer la reseña del profesor Núñez Florencio, y por supuesto, si pueden y se animan a hacerlo, el libro del profesor Varela. Y espero que esta entrada de hoy les haya resultado interesante, pues dicho sea con sinceridad y reconocimiento de culpa, el blog anda algo alicaido desde hace un tiempo.

Sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




El profesor Varela y los príncipes de Asturias






Entrada núm. 1870
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)