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viernes, 29 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] La felicidad





"Os meses máis felices da miña vida": O. resume sin contemplaciones el sentimiento de muchos confinados justo ahora que las puertas se abren y Todo Esto empieza a ser Todo Aquello, escribe en el A vuelapluma de hoy [Felicidad. La Voz de Galicia, 27/5/2020] la periodista Fernanda Tabarés. Sin el respingo de quienes pelearon con el Virus desde las trincheras y sin el dolor de quienes simplemente sucumbieron a él, para todos los demás el retiro ha sido un tiempo de silencio y serenidad por obligación que muchos nunca habían tenido la valentía o la capacidad de disfrutar.

Muchos niños convivieron por vez primera con padres y madres que Aquí Fuera pelean contra el tiempo a costa de no verse. Y el primer combustible de nuestro tiempo, el estrés, desapareció por decreto ley para dejarnos ver qué había detrás de la cortina.

Entre otros líos, Pandemia ha expuesto de forma inesperada la gran tensión de nuestro tiempo: el sistema requiere de nosotros una velocidad de crucero diferente a nuestro íntimo ritmo. Por ejemplo, algún antropólogo podrá explicar ese afán colectivo por hacer pan, como si una pulsión atávica hubiese emergido en nuestra vuelta a la cueva y una hogaza fuese una representación de lo que de verdad nos hace humanos. O esa pulsión inicial por el papel higiénico, como si hubiese habido una conciencia colectiva repentina de que somos lo que defecamos.

El estruendo de las obras y el ruido de los automóviles reaparece estos días para advertirnos cuál es en verdad la sintonía del presente. En unos días veremos si ese episodio de anacoretismo colectivo ha dejado alguna huella en lo que seremos o enseguida volveremos a esa lucha contra el tiempo que tantas veces estamos destinados a perder". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 22 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] La vida



Dibujo original publicado en ABC


Es un buen momento para pensar en grande y actuar en pequeño, escribe en el A vuelapluma de hoy viernes [El amor en tiempos del Coronavirus. ABC, 11/5/2020] el psiquiatra Enrique Rojas. Y este actuar en pequeño es darse más que nunca a los de nuestra casa, intentando hacer la vida agradable a los más cercanos, pues la convivencia es siempre lo más complejo: silencio, balance y fortaleza.

"El mundo se ha parado -comienza diciendo Rojas-. Nunca nos había pasado algo igual en los últimos setenta años. Ha aparecido un virus, un microorganismo insignificante, que nos damos cuenta de él cuando ya es un poco tarde. Este virus ha sido capaz de parar más de medio mundo produciendo una serie de emociones, hasta ahora no vividas de esta forma: incertidumbre, miedo, temor, angustia, terror, pánico... a la infección y, en definitiva, como anticipación de lo peor, a la muerte. El coronavirus ha supuesto un antes y un después en la vida. En un mundo en donde casi todo está asegurado (el coche, la vivienda, la salud, etc.) nuestra propia vida está en juego.

Y de pronto nos encontramos encerrados en casa, con los seres que más queremos, en una estrecha convivencia a la fuerza, privados de libertad de movimientos por miedo a contagiarnos. En la vida profesional intensa hay personas que no tienen tiempo para nada y en estos momentos hay gente que no tiene nada para el tiempo. Se trata de espigar tareas apetecibles que estaban como a la espera y que ha llegado el momento de ponerlas en marcha: desde coger un libro que teníamos aplazado, hasta ordenar cosas personales que no estaban en su sitio, pasando por una cierta invitación a la reflexión personal.

Nos hemos visto forzados a detener nuestra vida y, casi sin darnos cuenta, hacemos balance existencial, arqueo de caja, haber y debe de nuestra vida. Y muchas veces las cuentas no salen. Nos vamos de excursión hacia atrás en donde recapitulamos todo lo que hicimos, submarinismo del pasado y nos adentramos en los vericuetos de nosotros mismos y pastoreamos hechos e intenciones. Nos damos cuenta de cuantas cosas positivas que no valoramos mientras la vida circula de forma normal. Esto produce desasosiego, inquietud. Vivencias, hitos, acontecimientos de nuestra travesía personal que aparecen como en panorámica. Una cosa es pararse a pensar sobre la vida propia porque uno quiere, porque toca y otra bien distinta es hacerlo de forma obligada o a la fuerza. Es la primera vez desde que existen las nuevas tecnologías, en donde no tenemos que ir corriendo o haciendo nuestras tareas con la prisa de la vida actual.

Y asoma, casi sin darnos cuenta, el silencio. Que no es una simple ausencia de palabras, sino que le dejamos entrar y se convierte en un silencio profundo, en el que están contenidas todas las palabras: sereno, refrescante, lleno de vida, sustancial. Lo mismo que en el color blanco están contenidos todos los colores, en el silencio están almacenadas todas las palabras. Ese silencio no es ausencia o vacío, sino invitación a la plenitud. En estos días se han agotado todos los adjetivos sobre lo que está pasando. No hay palabras, decimos a veces. Y un tropel de imágenes se ponen de pie y se atropellan delante de nosotros. Pasamos de la disipación a la concentración; de andar desparramados a explorar cómo van nuestras cosas. Es un silencio como un río, con dos brazos: uno es prudencia y otro, fortaleza. Decían los escolásticos que la prudencia era la cochera donde se guardaban la justicia, la fortaleza y la templanza. La fortaleza es firmeza ante la adversidad.

Porque no olvidemos que cada uno tiene tres vidas: la pública, la privada y la oculta. De la misma manera, la personalidad de cada uno tiene tres formas distintas de mostrarse: lo que uno enseña a los demás (la imagen), lo que otros creen que uno es (la conducta), y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo). En este tiempo, esta última faceta es la que aparece, la que convive con nosotros mismos y la que asoma con los más cercanos. Por eso es un buen momento para pensar en grande y actuar en pequeño. Y este actuar en pequeño es darse más que nunca a los de nuestra casa, intentando hacer la vida agradable a los más cercanos, pues la convivencia es siempre lo más complejo. Silencio, balance y fortaleza.

Y en medio de todo esto tenemos que tener cuidado con el síndrome por exceso de información del coronavirus: esa cantidad de noticias que constituyen un verdadero bombardeo, un aluvión de datos, cifras y detalles, que produce muchas veces una paralización personal, una especie de bloqueo psicológico, por el que el miedo se apodera de nosotros, no sabiendo uno qué hacer. Pero al mismo tiempo y de forma paradójica, parece como si uno necesitase más información de la que ya tiene; es como una contradicción servida a la carta. Quiero esto y lo contrario. Quiero saberlo todo, pero no quiero saber nada. Es un paisaje psicológico en donde el miedo y la adicción van de la mano. Es algo kafkiano, valleinclanesco, salpicado de luces y sombras. Por eso, estos días la salud psicológica consiste en saber dosificar la cantidad de información que sobre el coronavirus se nos sirve en bandeja.

Leo unas declaraciones del Dr. López Goñi, catedrático de Microbiología, en que subraya una serie de puntos muy claros: que ya sabemos cómo detectar al virus, que más del 80% de los casos son leves, que la gente se cura, que no afecta a menores de edad y que hay muchas investigaciones en marcha que auguran ya un prototipo de vacuna... y sugiere que estar en constante alerta en relación con el virus es un error.

Hagamos de estos días un momento para aprender a gestionar la incertidumbre y no pretender tenerlo todo controlado. Toda vida tiene un fondo incierto. Y este virus nos lo recuerda con intensidad.

Y termino. Me recuerda lo que está sucediendo estos días, con el pasaje del libro de Daniel (2, 31-35) en donde el rey Nabucodonosor tuvo un sueño que ninguno de los sabios, magos, adivinos y astrólogos de su tiempo supieron interpretarlo: apareció ante él una estatua gigantesca, de extraordinario esplendor y con un aspecto terrible; su cabeza era de oro puro; el tórax y los brazos de plata; el abdomen de bronce; las piernas de hierro y los pies parte de hierro y barro... y de pronto, sin intervención humana alguna, una piedra alcanzó a la estatua y empezando por los pies lo pulverizó todo... el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro se derrumbaron y fueron arrebatados por el viento, sin que quedara rastro de ellos. La piedra se terminó convirtiendo en una montaña gigantesca.

Creíamos que el cisne negro, la catástrofe económica, vendría de la mano de una guerra entre las grandes potencias y, sin embargo, ha sido un microorganismo lo que ha puesto en jaque a la sociedad moderna. Pero esto lo dejamos para el próximo artículo.

Que seamos capaces de edificar nuestro proyecto de vida sobre una base sólida, pues sino los vientos y tempestades de la existencia se lo llevarán todo por delante. Sabiendo que la libertad va siempre unida a la verdad. Frente a la pretensión utópica de la idolatría de una libertad sin restricciones y al relativismo narcótico, propongo los valores que nunca pasan de moda y elevan la dignidad del ser humano".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 25 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Los ausentes





El coronavirus, escribe en el último A vuelapluma de esta semana [Mejores personas. El Periódico, 14/4/2020] la periodista y presentadora de televisión Cristina Pardo, ha conseguido que en muchos hogares se hayan estrechado los lazos familiares, los recuerdos compartidos, la nostalgia de abrazos pasados, la ilusión por volverse a ver. 

"Yo soy muy afortunada -comienza diciendo Pardo- porque, aun teniendo en casa algunas personas de lo que se ha denominado población de riesgo, todos se encuentran bien. Al menos, de momento.

Nunca he temido por mí, pero sí por todos aquellos a los que quiero. De hecho, cuando empezó el confinamiento, deseaba con angustia que pasaran los días sin rastro de síntomas en la videollamada familiar que, a raíz de esto, se ha convertido ya en diaria. Me despertaba angustiada, pensando que quizá esa mañana recibiría el mensaje de que uno u otro tenía fiebre. Hacía un ejercicio absurdo, que era repasar las costumbres de mis padres (las clases de manualidades, la compra, el gimnasio...) para calcular su nivel de exposición antes del estado de alarma. Paradójicamente, un problema cardiaco de mi hermano, en pleno mes de febrero, hizo que ellos estuvieran más recogidos mientras el virus campaba a sus anchas. Quizá algo triste ha hecho posible algo alegre. 

Decía que mi repaso era un ejercicio absurdo porque nos separan más de 400 kilómetros y por aquel entonces no nos contábamos la vida minuto a minuto. Ahora, sí. Nos conectamos siempre a la misma hora y siempre con ilusión. Mi padre dice que es el momento más feliz del día y cree que las conversaciones de ahora, más largas y variadas que antes, no las olvidaremos nunca. Es probable. Hacemos planes para el futuro, hablamos de política, de cocina y de series, celebramos cumpleaños o reñimos a mi madre por salir para enviarnos por correo las mascarillas que ella misma hace con retales. 

No me quiero ni imaginar cómo están en las otras casas, en las que sí pierden a sus seres queridos y sin la oportunidad de decirles adiós. Es imposible no sentirlo como una desgracia colectiva. Ojalá esto nos convierta en mejores hijos, mejores amigos, mejores personas". 

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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jueves, 2 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] Reinos



Una calle de Barcelona. Foto de Albert García


Nuestras son ahora nuestras casas como nuestro es el futuro de nuestro pequeño reino. Es hora de ordenar las lindes de nuestras pequeñas tierras. Porque de ellas está hecho el mundo, afirma en el A vuelapluma de hoy jueves [Presidentes de salón. El País, 27/3/2020] la escritora Nuria Labari. 

"No me considero una ciudadana dócil -comienza escribiendo Labari- y además creo que estoy razonablemente bien informada. Puedo ver la situación en que se encuentra la sanidad madrileña, entender cómo ha llegado hasta donde está y saber que no es (o no solo) por culpa del virus. Igual que puedo valorar algunas de las decisiones que se tomaron al inicio de esta crisis en España, cuando había información suficiente para hacer ciertas cosas y cancelar ciertas otras y se eligió sueño, que diría Jabois.

Sin embargo, sé que no es el momento de la cacerola ni del pataleo. Es el momento de gobernarnos con altura, que diría Rosalía, por citar una fuente políticamente fiable. Y no me refiero a los políticos, sino al microgobierno de todos aquellos ciudadanos que estamos encerrados en nuestras casas y que tenemos tantas decisiones cruciales que tomar por nuestro país.

Entre todos los confinados, somos muchos los que estamos sanos y tenemos, además, ingresos o recursos suficientes para continuar con nuestros pagos básicos e incluso afrontar alguno más. Millones de españoles estamos en esta privilegiada situación y de nuestro Gobierno depende el futuro de muchos. Porque las decisiones de las presidentas y presidentes de cada salón decidirán también el futuro y las secuelas del coronavirus.

Pienso por ejemplo en los recortes que podrían llevarse a cabo en las mejores familias. En todas aquellas donde limpian, cuidan y cocinan empleadas de hogar (los hombres son minoría en este oficio) que no pueden teletrabajar y que a menudo no tienen contrato. Aun cuando lo tuvieran, no tendrán derecho al paro si son despedidas y de su salario dependen familias enteras. ¿Qué vamos a hacer los gobernantes de salón a este respecto? ¿Las dejaremos en su casa para evitar contagios o les haremos acudir al centro de trabajo en metro o autobús? Y en caso de que se queden en casa. ¿Les pagaremos por no trabajar dadas las circunstancias? ¿El mes completo o solo una parte? ¿Durante cuántos meses?

En la misma situación se encuentran muchos de nuestros autónomos cotidianos. Esos que nos dan clases de yoga, zumba, pilates, inglés o violín… ¿Qué hará con ellos nuestro microgobierno? ¿Daremos de baja sus servicios o mantendremos las clases por Skype? No es que las vayamos a aprovechar igual pero quizás tenga un significado diferente, el valor que damos a nuestros maestros cuando las cosas se ponen feas. ¿Y qué haremos respecto de las pymes? ¿Vamos a pedir que nos devuelvan las cuotas la escuela de arte del barrio? ¿Cómo de solidarios serán ahora unos coworkers con otros? Está claro que aquí la última palabra la tiene cada comunidad autónoma familiar.

Aunque existen algunas familias más importantes que otras. Algunas, las más ricas, tienen dinero invertido aquí y allá. Un dinero que de pronto se ve bajar en esa bolsa nerviosa y ciclotímica. ¿Cuál será la decisión de los jefes de Estado que cabecean preocupados en sus chaises longues? ¿Resistirán y confiarán o venderán para no perder más o más deprisa? La mayoría de inversores venden cuando ya han perdido, aunque esos mismos ahorradores no suelen vender cuando han ganado. En todo caso, en cada una de esas posibles ventas, ¿perderá solo cada pequeño inversor o habrá también una pérdida social, una pérdida de confianza, un pequeño paso atrás? Esa cascada.

Mención especial merece el abastecimiento de cada reino. Desde mi ventana puedo ver a los trabajadores de Glovo sentados en los mismos bancos de siempre a la espera de sus pedidos, sin guantes ni mascarillas y a pleno rendimiento. Trabajan porque hay mucho jefe de Estado caprichoso que no está dispuesto a privarse de nada. ¿Debería el Gobierno familiar alentar y sostener este tipo de consumo? ¿O deberíamos exigirnos cierta responsabilidad? Aunque el consumo del que un buen presidente debe preocuparse más en un momento así es el del wifi. Todos sabemos que las telecomunicaciones lo están haciendo bien pero que podrían colapsar. Lo sabemos como otros sabían otras cosas. Nuestra es pues la decisión de mandar o no ese meme.

Por otro lado, en los últimos días, hemos aprendido que los cuidados son más importantes que el dinero en cualquier buen Gobierno. Así que es urgente colgar en el recibidor un decreto ley con medidas urgentes al respecto. Todos tenemos amigos que están demasiado solos, que son demasiado viejos o que tienen demasiado miedo. Y necesitan tiempo y mimo. Dicho en presente: teletiempo y telemimos. Con su botella de vino delante de Skype y todo el rito.

Por no hablar del rito más importante de cualquier sociedad: la despedida ante la muerte. Irse sin ni siquiera un adiós es una despedida que nadie se merece. Por eso, a nosotros nos toca acompañar más que nunca el sentimiento de todos los que han perdido a alguien en estos días. Seamos pues ese espacio de escucha y consuelo. Quizás a nuestro Gobierno le toque dolerse por personas que ni siquiera conoció, pero es una labor de estado.

Estoy segura de que vamos a volver a las calles. Y estoy segura de que volveremos a tomarlas. Serán nuestras y las usaremos para bailar, para saltar y también para protestar. Pero nuestras son ahora nuestras casas como nuestro es el futuro de nuestro pequeño reino. Es hora de ordenar las lindes de nuestras pequeñas tierras. Porque de ellas está hecho el mundo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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lunes, 30 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Bienvenido



Fotografía de Getty Images


"Hay que tener puntería [Enzo, bienvenido. El País, 27/3/2020] -comenta el escritor Jorge M. Reverte en el A vuelapluma de hoy lunes-, para nacer el día en el que todos los habitantes de Madrid se tienen que quedar encerrados en casa. Eso incluye a los abuelos que, como obliga su cargo, están deseando besar y achuchar trozos —aunque sean de ropa— del bebé.

Enzo ha nacido cuando Madrid estrenaba primavera. Una estación que este año llega como es debido, o sea, con un tiempo inestable, imposible de predecir. Algo que es como antes, como cuando se encontraba uno a alguien en el portal y le decía cargado de razón, “el tiempo está loco”. Aseveración que no tiene respuesta, como todos los pensamientos tan imbéciles, zafios y banales.

Enzo ha nacido en una situación complicada desde el punto de vista afectivo, o sea, que no hay manera de sobarle si no se es su madre o su padre. Un tal Pedro Sánchez, en su calidad efímera de presidente del Gobierno, ha declarado el estado de alarma en España, y eso se traduce en que el niño no tiene todavía su generosa dosis latina de arrumacos.

Sea como sea, el recién nacido se va a dar con una España que puede ser mucho mejor o tan mala como la que había hace tan solo unos días. Depende, claro.

Dependerá de si aprendemos algo los españoles de lo que ha pasado o, mejor, dicho, de lo que está pasando.

Yo no soy tan optimista como algunos colegas de escritura, que piensan que el conocimiento serio de las cosas se va a imponer al robusto, al fecundo, mercado de las filfas y los tiempos “locos”. Algunos políticos que basan su éxito electoral en la simpleza y muchos periodistas que opinan sobre la superficie de las cosas son el triste ejemplo de ello.

Creo que lo de saber de qué se habla está mal pagado, electoralmente para los políticos populistas y económicamente para los periodistas caraduras.

Creo que tendría que ser obligatorio que esos políticos y esos periodistas dieran su versión sobre la inestabilidad del tiempo antes de hablar de otra cosa, antes de salir de casa.

Es posible que la educación de Enzo dependa de que sus padres, y sus abuelos cuando puedan achucharle, crean, de forma seria, profunda, que no se puede despachar una observación banal con una respuesta tan descalificadora para la razón.

Enzo, escucha, el mundo solo va a ser mejor si impides que una respuesta como que “el tiempo está loco” triunfe".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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lunes, 23 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Calma





"En estos días de incertidumbre, me aferro a los libros -dice en el A vuelapluma de hoy ["Quedan nosotros". El País, 21/3/2020] la veterinaria y escritora María Sánchez-. Rebusco citas que anoté en agendas olvidadas de otros años, reviso los cuadernos que nunca acabo y donde siempre escribo sin orden, traspuestos, vuelvo a mirar los subrayados y las páginas que marqué de libros que leí hace tiempo y que no recordaba.

Justo hace un mes, en una libreta que se supone que iba a destinar para escribir mis sueños y que apenas tiene historias que soñé pero sí plantas y flores secas de las que nunca anoto su nombre, escribí una cita de Ursula K. Le Guin, del último libro que tenemos editado aquí, gracias a Alpha Decay, Conversaciones sobre la escritura. Es bonita esa sensación que viene cuando regresas a un texto que enmarcaste doblando una esquina de la página, delimitándolo con una marca, o que elegiste pasar a limpio escribiéndolo en otro cuaderno. Ese desarraigo del texto, la cita o el poema elegido del libro original siempre me ha parecido un exilio quizás forzado a nuestros espacios y papeles, pero precioso y necesario y que nunca sabemos cuando, pero que puede despertar y traer mucho.

Reviso la página y caigo que quizá apreté demasiado el lápiz, casi traspaso y rompo el papel al escribir. Leo la cita de nuevo y tiemblo, pero también sonrío: “El amor no está quieto, ahí como una piedra; hay que hacerlo, como el pan; rehacerlo todo el tiempo, hacerlo cada vez”. Y pienso con urgencia en estos días, sin remedio. Pienso que quizás, podríamos cambiar la palabra amor de esa cita por palabras como ternura y cuidado, como solidaridad y comunidad. Seguro que Ursula no se enfadaría, creo que estaría encantada de que deshiciéramos esta parte escrita suya para rehacernos nosotras de nuevo un poquito, ahora que todas estamos en una especie de herida recién hecha, nosotras también recién desprendidas de nosotras mismas, aprendiendo a reconocer los bordes que antes eran uno y ahora se configuran por sí solos y forman parte de un cuerpo nuevo que empieza a formarse, a tener identidad y camino propio, otro espacio nuestro que tardará en regresar de nuevo hacia aquí, como si nada, pero con una marca y una memoria nueva de la que arrastrar que dejará huellas siempre a su paso.

Escribo esto y de repente me veo a mí misma este verano pasado, sonriendo con un casco puesto en la cabeza con mi amiga Elena, en Atapuerca, aguantándome las lágrimas en los ojos al conocer las historias de Benjamina, una niña que vivió hace medio millón de años en ese paisaje burgalense que yo pisaba y que nació con una deformación en el cráneo que le provocó invalidez; y de Miguelón, un homo heidelbergensis ya mayor que sobrevivió varios meses después de sufrir numerosos golpes en el cráneo y una infección muy grave en el lado izquierdo de la cara. Oyendo sus historias pellizqué a mi amiga porque ellos, en tiempos diferentes de la historia pero sí en el mismo lugar, sobrevivieron a pesar de su invalidez y enfermedad en un grupo trashumante, que siempre estaban en movimiento, porque ellos nunca los abandonaron y los cuidaron hasta sus últimos días. Y creo que esta historia también es una forma de amor. Qué distancia tan grande de ese primer cuidado recogido en nuestra historia, qué grande la brecha de todo aquello hasta hoy, aprendiendo a convivir en esta futura cicatriz en la que estamos, y cómo se encoge la distancia, cuando de repente, se acerca un pájaro a saludar a la ventana, a veces los creo insolentes, sabiendo de mi aislamiento y aprovechando el cristal. Ayer fue una lavandera, hoy han venido un par de veces las mismas aves: una collalba negra, un colirrojo tizón y una pareja de urracas. Anoche, al tirar la basura, quise hablar con la oveja que vive en una pequeña cerca de pasto al lado de los contenedores. Ella, con su cara negra, de la raza inglesa Suffolk, estaba recostada en la hierba, de espaldas a la pared del pequeño cementerio del lugar. Como si al hacerlo supiera que así conseguía mantenerla erguida, en pie, acompañando y cuidando a los que ya no están y no reciben ahora visitas ni flores nuevas. ¿Se darán ellos cuenta de esta falta de nosotros?

En la mesa donde escribo, tengo una piedra gigante llena de agujeritos labrados por el agua del mar. La atraviesa una línea perfecta, que se hunde y que marca el inicio de algo que aún no sé. Me gusta tocarla despacio, cerrar los ojos y pensar cómo la erosión poco a poco fue haciendo su trabajo. Como el agua, el aire y la misma arena ausentes dejan su estela y me dan la oportunidad de comenzar, sin querer, una nueva narrativa fuera del colapso. Y esa línea, también tan perfecta, no deja de decirme que, a veces, no pasa nada por echarse a un lado. Por acompañar sin decir nada. Dejarse llevar y hacerle un hueco a la calma, y esperar que vuelva la hierba, tierna y tranquila, tras la lluvia. Y paso de nuevo la libreta y miro lo último que escribí, una cita de Estamos en el borde, de Caroline Lamarche, publicada en Tránsito, y viene un pellizco: “Cuando digo nosotros, me refiero sobre todo a mí. Vivo solo, pero es nosotros. Sobre todo desde que desapareció. Necesito un nosotros en mi vida. ¿Todavía quedan nosotros en nuestras vidas?”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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martes, 7 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] ¿Quiénes son mi familia?



Bandada de estorninos


"Las lluvias y el viento de las últimas semanas -comenta la escritora Remei Margarit en el A vuelapluma de hoy martes- se han llevado las hojas de los plátanos del jardín comunitario y ayer, como en un sortilegio, una bandada de pequeños estorninos negros los invadió por docenas. Saltaban de rama en rama, y al cabo de un buen rato, como siguiendo un ritual, toda la bandada desa­pareció volando. Una familia de estorninos o quizás tan sólo un grupo que se acompañan.

¿Pero qué es una familia? Una ha llegado a este mundo y resulta que tiene un ­padre y una madre y hermanas y hermanos y tías y primos y abuelos. A todo eso le llamamos familia desde hace miles de años. Y tampoco es preciso que se quieran ni mucho ni poco, quizás entre algunos miembros sí que hay afinidad, pero no con todos. Pues con los años, una va aprendiendo que la verdadera familia es con la que se tienen afinidades, es decir, el título del precioso libro de Goethe Las afinidades electivas ya dice mucho de su contenido. Él utiliza la metáfora de algunos metales que tienen afinidades electivas y que rechazan a los que no pueden conectar. Pues en su libro y en la realidad pasa lo mismo, porque el término familia –aparte del que se usa socialmente– es necesario adjudicarlo a las afinidades electivas. Allí donde la persona se encuentra entendida y puede compartir el espíritu con otro. Porque cuando una persona llega a la adultez, lo que cuenta de verdad es el entendimiento de los afectos y los sentimientos; y todo lo que no sea esto es poca cosa. La sensibilidad de cada cual necesita ser comprendida para sentirse acompañado. Y en definitiva, lo que buscamos los humanos es una buena compañía. En cada relación humana existen pros y contras, aunque si hay afinidades, eso son tan sólo pequeños obstáculos del día a día.

Hay muchas clases de familia aparte de aquella en que se ha nacido: la familia del trabajo, la del vecindario, la de los compañeros de la escuela, la de los amigos. Y no importa demasiado la distancia geográfica, porque los sentimientos no tienen mapas y son intemporales, no están sujetos a ninguna de las leyes del mundo, porque las afinidades electivas no se escogen, se encuentran y ya son para siempre. Tal vez sean un atisbo de eternidad que nos habita, es decir, una familia de verdad".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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jueves, 24 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Susto o muerte



Fotografía de Pixabay



A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy.

"Mis padres nos hicieron a sus hijos la putada de morirse pronto y rápido -comenta la escritora y periodista, Luz Sánchez-Mellado-. Él, a los 67 recién cumplidos, tras seis meses uncido a una bombona de oxígeno por una fibrosis que le redujo los pulmones a esparto. Ella, a un mes de cumplir los 71, al año de que un cáncer empezara a devorarla justo por donde nos ovuló a los cuatro. En tales trances los hermanos no tuvimos ni que pensar en cómo cuidar hasta la muerte a quienes se desvivieron por cuidarnos. La enfermedad los quitó de enmedio antes de que fuera preciso. No tuvimos que limpiarles las heces, ni velarles el sueño, ni darles de comer a cucharilla como nos dieron ellos de niños. A cambio, cuando se fueron, se me secó el corazón como los bronquios de él y los ovarios de ella. El dolor me hizo egoísta, insensible, mezquina. Los 67 años de mi padre y los 70 de mi madre se convirtieron en mi vara de medir la edad a la que era justo o injusto morirse. Creía, aunque no lo decía, que un padre o madre que falleciera más tarde ya había vivido más que los míos, así que ya podían los suyos conformarse con su suerte. Daba asco, ya digo.

Ha pasado tiempo y los padres de mis amigos que aún viven van para abajo. Escucho a sus hijos hablar de sus cuitas. De rehipotecar el piso para pagar la residencia. De que estos horarios de mierda no nos dejan ni cuidar de nuestros mayores. De roces entre hermanos por quién apechuga más o menos. De la angustia de ver derrumbarse los pilares de tu vida, de que no te reconozca quien eligió tu nombre, de ver a los soles de tu infancia mutar en la sombra de lo que fueron. Hay quien no lo dice pero piensa que, al morirse tan pronto y rápido, más que una putada, mis padres nos hicieron el último favor de sus vidas. No les culpo. El dolor te hace egoísta. A mí la primera. Porque cuando pienso en mis viejos añoro lo que nos perdimos sus hijos y sus nietos más que lo que se perdieron ellos. Nunca estamos contentos".






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Entrada núm. 5379
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