Fotografía de Pixabay
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy.
"Mis padres nos hicieron a sus hijos la putada de morirse pronto y rápido -comenta la escritora y periodista, Luz Sánchez-Mellado-. Él, a los 67 recién cumplidos, tras seis meses uncido a una bombona de oxígeno por una fibrosis que le redujo los pulmones a esparto. Ella, a un mes de cumplir los 71, al año de que un cáncer empezara a devorarla justo por donde nos ovuló a los cuatro. En tales trances los hermanos no tuvimos ni que pensar en cómo cuidar hasta la muerte a quienes se desvivieron por cuidarnos. La enfermedad los quitó de enmedio antes de que fuera preciso. No tuvimos que limpiarles las heces, ni velarles el sueño, ni darles de comer a cucharilla como nos dieron ellos de niños. A cambio, cuando se fueron, se me secó el corazón como los bronquios de él y los ovarios de ella. El dolor me hizo egoísta, insensible, mezquina. Los 67 años de mi padre y los 70 de mi madre se convirtieron en mi vara de medir la edad a la que era justo o injusto morirse. Creía, aunque no lo decía, que un padre o madre que falleciera más tarde ya había vivido más que los míos, así que ya podían los suyos conformarse con su suerte. Daba asco, ya digo.
Ha pasado tiempo y los padres de mis amigos que aún viven van para abajo. Escucho a sus hijos hablar de sus cuitas. De rehipotecar el piso para pagar la residencia. De que estos horarios de mierda no nos dejan ni cuidar de nuestros mayores. De roces entre hermanos por quién apechuga más o menos. De la angustia de ver derrumbarse los pilares de tu vida, de que no te reconozca quien eligió tu nombre, de ver a los soles de tu infancia mutar en la sombra de lo que fueron. Hay quien no lo dice pero piensa que, al morirse tan pronto y rápido, más que una putada, mis padres nos hicieron el último favor de sus vidas. No les culpo. El dolor te hace egoísta. A mí la primera. Porque cuando pienso en mis viejos añoro lo que nos perdimos sus hijos y sus nietos más que lo que se perdieron ellos. Nunca estamos contentos".
La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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