Fotografía de Antonio Heredia para El Mundo
"Madrid tiene poco respeto por los símbolos culturales -ironiza la escritora Carmen Rigalt-. El hombre y la mujer del tiempo -comienza diciendo- siempre acaban por tener razón: bajan las temperaturas, llueve al biés, la naturaleza impone el color de las hojas secas y se repliegan las terrazas callejeras. Lo que tanto nos temíamos es ya un hecho irremediable. Faltan todavía nueve meses para que la ciudad vuelva a sonreír.
Con la llegada de las lluvias ha echado el cierre la feria del libro viejo, que muy poco tiene que ver con la jubilosa feria de junio, cuando el calor hace sus primeros estragos y las firmas de libros están revestidas de popularidad.
La feria de otoño es otra cosa. Más recogidita y decadente, esta feria se asienta en Recoletos y debe su existencia a la madre que la parió, la famosa Cuesta de Moyano, llamada así en honor del político Claudio Moyano, que impulsó la ley de Instrucción Pública. En su día, la calle recibió el castizo apodo de cuesta de las pajilleras. Por su vecindad con Atocha era frecuentada por prostitutas que iban a la estación en busca de clientela. Se dice que la práctica sexual conocida como el francés nos la habían dejado en herencia los soldados napoleónicos muchos años atrás.
Situada a espaldas del Jardín Botánico, las casetas de la Cuesta de Moyano conservan ese aire desgastado y vintage de todas las librerías de viejo. Sin embargo, no tienen nada que ver con los buquinistas del Sena, cuyas cajas ribetean las orillas del río como si fueran orugas de madera. Los buquinistas han tenido mejor suerte que los libreros de Moyano. Los franceses están subvencionados. Aquí, en cambio, el Ayuntamiento no solo les niega la subvención sino que les cobra un canon abusivo. Madrid tiene poco respeto por los símbolos culturales. Hace unos años, a punto estuvimos de perder el café Gijón. El susto podría repetirse con Moyano.
Es un retazo de vida con una novela costumbrista dentro. Pío Baroja paseó por ella hasta el día antes de morir. Ahora es la versión encuadernada de Baroja la que pasea de mano en mano. Pero hubo más aficionados célebres. Millán Astray, por ejemplo. Hoy, entre los clientes de piñón fijo que buscan tesoros en las cajas están Arturo Pérez-Reverte y Juan Carlos Monedero. También hay personajes peculiares entre los libreros. Uno de de los más famosos es Alfonso Riudavets, símbolo del lugar. Subió un día la cuesta y se hizo famoso abriendo todos los días del año. Ahora, a sus casi 90 años, baja la pendiente de la vida como el maillot amarillo del Tour bajaría el Tourmalet: sin manos".
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