lunes, 21 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Un sinfín de ojos



Obreros trabajando


"Sin embargo, a efectos humanos, parecemos haber perdido cualquier deseo de independencia -escribe la actriz Clara Sanchis Mira-. Si existió alguna vez. Lo compro­bamos pasmados observando a un grupo de obreros que trabaja en la construcción de un edificio. Paramos a mirar porque nos calma verlos ir de aquí para allá, armando cosas con sus manos resecas. Ellos al menos saben hacer algo útil. Algo tan básico como una casa donde guarecerse del sol, la lluvia y las plagas de langosta. ­Nosotros no sabríamos por dónde em­pezar, si nos abandonasen en un descampado con ladrillos, cemento, masilla y llana. Miraríamos el lío paralizados, rebuscando en la memoria el rastro de un ancestro que supiera cómo empezar a hacer la mezcla. ¿Hay cubo? Nos chuparíamos el dedo. Nos llovería encima. Hubo un tiempo en que más o menos sabíamos sobrevivir. Aunque ya casi nadie se acuerda. Si acaso, paradó­jicamente, los desamparados. Pero nosotros no seríamos capaces ni de fabricar este pijama.

De arreglar la caldera ni hablemos. Por estas fechas, cuando viene el técnico de mantenimiento, hacemos corro para mirar. Ponemos unas sillas. Tal vez algún temor instintivo esté modificando nuestros focos de atención. Antes no le hacíamos ni caso. Sólo queríamos que no ensuciase demasiado y se fuera lo antes posible, para volver a las pantallas. Pero ahora vemos con admiración envidiosa los movimientos de sus manos sucias. La forma de cada piececita y su encaje en la elegancia mugrienta de la maquinaria. A veces hace cosas con los dedos que nos dan ganas de aplaudir. ¿Puede repetir ese giro?, decimos. Hacemos fotos.

En realidad, nuestra falta de independencia es extensible a todo. Incluso los que preservamos la capacidad de cocinar con nuestras propias manos el alimento, somos dependientes. Como bebés. Este sencillo pisto que acabamos de guisar, sin ir más ­lejos, necesita a un montón de gente. Una larga cadena de trabajadores que dependen los unos de los otros. Desde el agricultor valenciano que plantó la tomatera hasta el fabricante chino de la sartén, pasando por el conductor del camión de las cebollas y el asesor fiscal de la empresa del caucho de las ruedas del vehículo. Y así sucesivamente, como nos hizo notar Yuval Noah Harari en sus libros esclarecedores del inmenso embrollo en que andamos metidos. Un sinfín de ojos nos miran desde el interior de este pisto. Dependemos unos de otros hasta el tuétano, para cualquier pequeña acción cotidiana que se nos pase por la cabeza. Nos necesitamos, así que más nos vale llevarnos bien".





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Entrada núm. 5370
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