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martes, 4 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Hacia la felicidad





"En casa hemos descubierto la felicidad -comienza escribiendo la actriz Clara Sanchis Mira en el A vuelapluma de hoy martes-. Antes vivíamos atrapados en un racionalismo seco, una búsqueda obsesiva de lógicas frías que nos encogían los dedos. Periquitos sujetos al palito de su jaula. Son malos tiempos para la lógica, y olíamos en el aire la posibilidad de otra existencia más ligera. Observábamos a personas con mentes de apariencia casi científica, que se ríen de cualquier superstición o credo tradicional con pragmatismo etnólogo, capaces sin embargo de creer en cosas alucinantes. Ranas mensajeras, vibraciones salivares, ondas botánicas. Ese amigo, por ejemplo, adulto y a primera vista incrédulo profesional, empeñado de pronto en contarme que cada vez que aparece una rana en su campo visual –real o en foto, no importa– ocurre algo crucial en su vida. Encuentra el amor o se rompe un hueso. Vienen a darme señales, dijo. Y no hubo forma de sonsacarle detalles. Las ranas le avisan y punto. Por algo las creencias son lo contrario de las dudas; quien tiene fe en algo no piensa que él cree en eso, sólo está convencido de que es así. La fe es ciega por naturaleza, y me atrevería a añadir que sorda. Quizás por eso da tantas alegrías.

Hoy en día, tengámoslo en cuenta, todo es posible. En un mundo donde se puede encontrar un estudio a favor y otro en contra sobre cualquier cosa, dar rienda suelta a las dudas es arrojarse a un laberinto sádico. Nos perdemos en comprobaciones infinitas. Es mucho mejor practicar distintas clases de fe ciega. Con esa flexibilidad que ofrece el mundo contemporáneo para elegir al gusto, según tu carácter o intereses, lo que quieres que sea verdad y lo que no.

Nosotros hemos descubierto la felicidad porque al fin nos han regalado un tarot. Y con él, la libertad omnipotente. El mundo come de nuestra mano. Somos, para empezar, libres de las consecuencias de nuestras acciones, ahora que las cosas ya no nos suceden por lo que hacemos, sino por inevitabilidad esotérica. Esto nos está permitiendo una especie de siesta o descerebro perpetuo. Sacamos la baraja y echamos las cartas de cualquier modo, en la cama o el lavabo, antes de tomar cualquier decisión, ya sea cambiar de trabajo, de amante o de dentífrico. Es un vicio. Porque hemos desarrollado una habilidad asombrosa para interpretar cada naipe que sale en la tirada como nos da la gana. La Templanza, el Loco, el Mundo o la Justicia, con apariencia de designio supremo, significan lo que más convenga, en nuestras manos de expertos de la interpretación de la realidad. La vida misma".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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sábado, 25 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Simplismo de café





"Atrapada en la cafetería del tren, -comenta la escritora Clara Sanchis Mira en el A vuelapluma de hoy- remuevo un café en su vasito de plástico. Pido uno más grande para añadir agua, lo prefiero largo. No hay, dice la camarera sin levantar la vista del trapo. Pero yo veo vasos grandes en la repisa. Uno de esos está bien. Esos no son para café, dice. Con una sonrisa digo que no me importa. No da señales de haberme oído. Perdone, ¿me da uno de esos? No, no son para café. Ya, pero es que quisiera añadir un poco de agua y en este vasito no cabe. Silencio, dale que te pego con el trapo. Cuento que el café concentrado no me sienta bien, con cara de enferma. La camarera apenas levanta los ojos, sin duda atraviesa un mal momento. El que le he dado es el vaso para café. Lo sé, gracias. Y esos otros son para el ColaCao. Ahá. Ella vuelve al trapo y yo a la carga. Sonrío. No me importa que sean para el ColaCao, de verdad, no es problema, ¿me da uno? No. La camarera está atravesando un momento personal terrible. Tengo una idea, cóbreme el vaso de ColaCao. No puedo hacer eso, dice. ¿Por qué? Usted ha pedido café. Ya. Me da la espalda. Mire, no entiendo qué más le da lo que yo introduzca en el vaso, una vez sea de mi propiedad. Silencio. Ya está, digo, pago el café y el ColaCao, los contenidos y los continentes. Oigo un suspiro. En serio, cobre las dos cosas, pero deme ese vaso grande. Ese vaso no es para café.

Me estoy empezando a hundir en la miseria cuando otro usuario atrapado en la cafetería me socorre. No me puedo creer todo esto, ¿quiere hacer el favor de darle el vaso grande? La camarera ni le ve. El señor está más dolido que yo: es que no lo entiendo, es que qué más le da, es que así va el mundo, ¿no ha oído que además le sienta mal el café concentrado? Pero la camarera atraviesa quizás el peor momento de su ­vida y es una estatua de sal. O un robot de camuflaje. El señor y yo vamos en busca del supervisor porque así va el mundo. Ese vaso es de ColaCao, dice el supervisor, no de café. Para escapar de la tristeza ponemos una reclamación.

Mientras los días pasan, y espero la respuesta de Renfe, un analista explica en la radio por qué ganó el Brexit. La propa­ganda funcionó porque era de una sim­pleza absoluta. Igual que los relatos de Trump, Erdogan o Bolsonaro. Cuanto más compleja es la situación mundial, más éxito tiene el simplismo. Las ideas más fáciles de encajar, como juegos de piezas para bebés, arrasan. Cada bebida en su recipiente y florituras las justas, que yo con mi caos ya tengo bastante. Los matices nos revientan la cabeza".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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lunes, 21 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Un sinfín de ojos



Obreros trabajando


"Sin embargo, a efectos humanos, parecemos haber perdido cualquier deseo de independencia -escribe la actriz Clara Sanchis Mira-. Si existió alguna vez. Lo compro­bamos pasmados observando a un grupo de obreros que trabaja en la construcción de un edificio. Paramos a mirar porque nos calma verlos ir de aquí para allá, armando cosas con sus manos resecas. Ellos al menos saben hacer algo útil. Algo tan básico como una casa donde guarecerse del sol, la lluvia y las plagas de langosta. ­Nosotros no sabríamos por dónde em­pezar, si nos abandonasen en un descampado con ladrillos, cemento, masilla y llana. Miraríamos el lío paralizados, rebuscando en la memoria el rastro de un ancestro que supiera cómo empezar a hacer la mezcla. ¿Hay cubo? Nos chuparíamos el dedo. Nos llovería encima. Hubo un tiempo en que más o menos sabíamos sobrevivir. Aunque ya casi nadie se acuerda. Si acaso, paradó­jicamente, los desamparados. Pero nosotros no seríamos capaces ni de fabricar este pijama.

De arreglar la caldera ni hablemos. Por estas fechas, cuando viene el técnico de mantenimiento, hacemos corro para mirar. Ponemos unas sillas. Tal vez algún temor instintivo esté modificando nuestros focos de atención. Antes no le hacíamos ni caso. Sólo queríamos que no ensuciase demasiado y se fuera lo antes posible, para volver a las pantallas. Pero ahora vemos con admiración envidiosa los movimientos de sus manos sucias. La forma de cada piececita y su encaje en la elegancia mugrienta de la maquinaria. A veces hace cosas con los dedos que nos dan ganas de aplaudir. ¿Puede repetir ese giro?, decimos. Hacemos fotos.

En realidad, nuestra falta de independencia es extensible a todo. Incluso los que preservamos la capacidad de cocinar con nuestras propias manos el alimento, somos dependientes. Como bebés. Este sencillo pisto que acabamos de guisar, sin ir más ­lejos, necesita a un montón de gente. Una larga cadena de trabajadores que dependen los unos de los otros. Desde el agricultor valenciano que plantó la tomatera hasta el fabricante chino de la sartén, pasando por el conductor del camión de las cebollas y el asesor fiscal de la empresa del caucho de las ruedas del vehículo. Y así sucesivamente, como nos hizo notar Yuval Noah Harari en sus libros esclarecedores del inmenso embrollo en que andamos metidos. Un sinfín de ojos nos miran desde el interior de este pisto. Dependemos unos de otros hasta el tuétano, para cualquier pequeña acción cotidiana que se nos pase por la cabeza. Nos necesitamos, así que más nos vale llevarnos bien".





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