Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Abandonados como estamos a la emocionalidad de los ultras, señala en El País la escritora Ana Iria Simón, las meteduras de pata de Ayuso y su actitud chulesca no son una pega para sus simpatizantes, sino todo lo contrario. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
Una chica normal, muy campechana
ANA IRIS SIMÓN
23 MAR 2024 - El País - harendt.blogspot.com
Una de las cartas que más y mejor juega Díaz Ayuso es la de ser una persona normal. Una chica del montón, una madrileña de a pie que se pone su camiseta de Héroes del Silencio y se va a la terraza del 100 Montaditos a tomar jarras y bocatines. Una mujer como cualquier otra a la que se la llevan los demonios cuando alguien menciona el nombre de su familia en vano y llama a quien sea y cuando sea hijo de puta.
A Ayuso le pasa como a Ábalos no solo en lo que a las buenas compañías se refiere: también en que, en un tablero político en el que la autenticidad y la campechanía están en retroceso, incluso sus errores juegan a su favor. Pues los hacen humanos, demasiado humanos, que diría el filósofo. También juega a su favor que hayamos dejado de concebir la política como un terreno en el que debe primar la razón. Pues, abandonados a la emocionalidad embrutecida de los ultras, de quienes van al estadio esperando no tanto que ganen los suyos como que pierda el rival, las meteduras de pata de la presidenta y su actitud chulesca no son una pega para sus simpatizantes, sino todo lo contrario.
De Ayuso, al igual que de distintos gentilhombres de otros partidos ―como Óscar Puente, con quien comparte maneras―, no se espera ejemplaridad, sino metralla; prudencia, sino barro. No es que sus formaciones y votantes los eligieran a pesar de ello, sino por ello. Hace tiempo que dejamos de votar para que la sanidad y la educación funcionaran o para decidir qué queríamos pintar en el mundo. Cedida la soberanía a entidades supranacionales y la gobernanza al mercado, parece que depositemos la papeleta en la urna con el único objetivo de que los nuestros le den zascas a los otros en Twitter y en el Congreso. Una dinámica comprensible si vemos que son las grandes superficies las que deciden si este mes podemos o no llenar la nevera, el BCE quien dictamina si pagamos más o menos de letra o un viejo chocho en Estados Unidos quien manda a nuestros jóvenes a morir en una guerra en la que no se nos ha perdido nada.
Pero la estafa piramidal que es el capitalismo global no es el asunto que hoy nos ocupa. Hoy estamos hablando de una de sus aventajadas chicas de Avon, Isabel Díaz Ayuso, y de su insistencia en que pensemos que es como nosotros, un deje de muchos políticos, pero especialmente acusado en ella. En los últimos días lo ha intentado contándonos que es una pobre diabla que lleva “20 años viviendo de alquiler, casi cinco como presidenta de la Comunidad de Madrid (...) Yo no tengo nada, no tengo ningún piso”. Ayuso miente: sí que tiene un piso en nuda propiedad. Se lo donó su padre para evitar un embargo por una deuda de 400.000 euros con Avalmadrid. Quizá mienta también diciéndonos que vive de alquiler, pues en otras ocasiones ha reconocido residir con su pareja en el piso que compró tras, presuntamente, estafarle más de 300.000 euros a Hacienda. Pero su intento de manipularnos es casi más feo que sus mentiras: nos dice que lleva 20 años de alquiler como si, cobrando 100.000 al año, eso fuera una elección. Deja caer que ella es como tantos españoles que no tienen casa porque no pueden.
Ayuso nos quiere contar que es como nosotros. Una chica del montón, muy campechana y normal. Porque, ¿quién no tiene un par de seres queridos que mercadearon con mascarillas? ¿Quién no tiene un hermano sacando una tajada de 230.000 euros por comprar mascarillas para la Comunidad de Madrid, o un novio que presuntamente ha desfalcado a Hacienda más de 300.000 tras ganar dos millones por hacer eso mismo? Ana Iris Simón es escritora.
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