Subo hoy al blog una entrada especial que habla de la respuesta europea a la pandemia desatada en el continente por el Covid-19. Esta compuesta por cinco artículos publicados en diversos medios de prensa europeos, entre ellos El País, que es de donde yo los tomo, firmados por personalidades individuales de los más diversos ámbitos, la mayor parte de ellos en forma de manifiestos colectivos dirigidos a la ciudadanía y las autoridades europeas.
Este es el momento de la solidaridad europea; es esencial una estrategia económica y financiera concertada contra la crisis del coronavirus, afirma en el primero de esos escritos, Klaus Regling, director general del Mecanismo Europeo de Estabilidad.
Este es el momento de la solidaridad europea; es esencial una estrategia económica y financiera concertada contra la crisis del coronavirus, afirma en el primero de esos escritos, Klaus Regling, director general del Mecanismo Europeo de Estabilidad.
"La pandemia de la Covid-19 es una conmoción mundial -comienza diciendo Regling- que está golpeando todas las economías. Europa se enfrenta a la peor crisis sanitaria desde la llamada gripe española, hace un siglo. Como consecuencia, las economías europeas van a sufrir muchos más daños de los previstos inicialmente. Y eso exige una reacción política concertada y bien coordinada, tanto en el plano nacional como europeo, para limitar los perjuicios económicos, preservar la estabilidad financiera y prepararnos para la recuperación económica una vez que la crisis sanitaria esté bajo control. La gravedad de la situación médica y la dimensión de los daños económicos y sociales requieren urgentemente la solidaridad europea.
Los Gobiernos de la UE han anunciado y han empezado a aplicar medidas fiscales para contener las repercusiones económicas. Se calcula que ascienden hasta ahora al 2,3% del PIB, de media, en 2020. Los programas de ayuda a la liquidez, consistentes en garantías públicas y aplazamientos de los pagos de impuestos para empresas y contribuyentes individuales, constituyen más del 13% del PIB. Para complementar las medidas nacionales y mostrar la solidaridad de Europa es indispensable que haya una estrategia coordinada de toda la Unión. La Comisión Europea ha relajado las normas de ayuda a los Estados y, junto con el Consejo, ha activado la “cláusula de escape” general del Pacto de Estabilidad y Crecimiento con el fin de permitir el incremento necesario del gasto fiscal. Es crucial que el Banco Central Europeo actúe para mantener el funcionamiento del sector bancario y los mercados financieros.
¿Qué otras cosas debe hacer Europa para acompañar las medidas nacionales? ¿Cómo puede activar rápidamente más financiación para ayudar a los Gobiernos, las empresas y las personas en todos los Estados miembros de la UE? A corto plazo, al menos para 2020, la solidaridad europea debería consistir en utilizar las instituciones existentes —la Comisión Europea, el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE)— y sus respectivos instrumentos.
La Comisión Europea ha anunciado un plan de seguro de desempleo en toda la UE para preservar los puestos de trabajo durante la crisis del coronavirus. Además, la Iniciativa de Inversión en Respuesta al Coronavirus, con un presupuesto de 37.000 millones, servirá para ayudar a los sistemas de salud, las pequeñas y medianas empresas (pymes) y los mercados de trabajo y pondrá a su disposición recursos de los fondos estructurales. El BEI ha propuesto un Fondo de Garantía Europeo. El MEE, con su capacidad financiera sin utilizar de 410.000 millones, podría ofrecer líneas de crédito a tipos de interés bajos. Entre los recursos del MEE hay instrumentos financieros para emplearlos en distintas circunstancias. Las líneas de crédito preventivas —hasta ahora nunca utilizadas— parecen el instrumento más adecuado. Esas líneas de crédito no hay por qué activarlas, pero tienen la ventaja de que, cuando un país necesita ayuda urgente, el dinero puede llegar a toda velocidad.
Cuando el BEI y el MEE incrementan sus medidas, necesitan emitir bonos para financiar sus préstamos. El BEI y, en menor grado, la Comisión Europea emiten deuda a disposición de los 27 miembros de la UE, mientras que el MEE lo hace con los 19 de la eurozona. Las tres instituciones emiten deuda mutualizada, es decir, deuda europea, desde hace ya muchos años. En la actualidad, poseen entre las tres alrededor de 800.000 millones de euros en deuda europea pendiente. Proporcionan financiación con unos tipos de interés muy inferiores a los costes de financiación de la mayoría de los Estados miembros y han demostrado ser eficaces y competentes, incluso en circunstancias adversas.
Existen propuestas para crear instituciones o instrumentos nuevos, pero eso lleva un tiempo que ahora mismo no tenemos. Al comienzo de la crisis del euro, el primer fondo europeo de rescate provisional, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, tardó siete meses en emitir su primer bono. Fue una muestra de velocidad increíble en comparación con otras instituciones similares que tardaron hasta tres años. Para crear deuda europea nueva es necesario contar con capital, garantías o unos ingresos asignados, además de un sistema legal y de gobierno en marcha.
Con la vista puesta más allá de este año, podrán diseñarse soluciones de más amplio alcance, que serán necesarias para ayudar a que las economías europeas se recuperen de la convulsión de la pandemia. El próximo Marco Financiero Multianual se centrará en luchar contra las consecuencias económicas de la crisis del coronavirus. Podríamos tener en cuenta, por ejemplo, qué Estados miembros sufren los peores efectos económicos. Seguramente, Italia no debería ser contribuyente neto al presupuesto de la UE durante los próximos años. Además, el BEI podría aumentar su capital, lo que le permitiría prestar más dinero durante varios años. Y el MEE tiene capacidad de préstamo.
Este es el momento de la solidaridad en Europa. Si queremos proteger el Mercado Único de la UE, no basta con que cada uno rescate su propia economía. A cada miembro de la Unión le interesa que los demás miembros superen esta crisis".
La crisis sanitaria podría representar una oportunidad para el centro político, comenta a su vez Klaus Geiger en el segundo de los escritos, jefe de la sección de Internacional del diario Die Welt, con naciones fuertes en una Europa fuerte.
"Al igual que el resto de los países europeos, -comienza diciendo Geiger- Alemania atraviesa la tercera gran crisis en una década. Pero esta vez existe la esperanza de que las consecuencias políticas sean muy diferentes En Alemania, la crisis del euro y la de los refugiados provocaron el desgaste de los partidos de centro y reforzaron los extremos. Mientras que, hace una década, las grandes formaciones CDU/CSU y SPD sumaban alrededor del 70% de los votos, actualmente han descendido por debajo del 50%.
Sin embargo, en la crisis del coronavirus, los partidos centristas vuelven a subir en los sondeos, Alternativa para Alemania (AfD) pierde simpatías, y lo mismo ocurre con La Izquierda y Los Verdes. En tiempos de miedo e incertidumbre, en los que el cambio no se considera posible, los alemanes buscan seguridad. La ciudadanía se agrupa detrás del Gobierno federal y elogia su respuesta supuestamente firme a los retos. En uno de los sondeos, el 90% de los alemanes se mostraba de acuerdo con las restricciones al movimiento y la paralización de la vida pública. Un tercio de ellos quería medidas aún más estrictas.
Pero Alemania está al principio de la crisis. Dependerá de las próximas semanas, de los próximos meses, y quizá de los próximos años, que las consecuencias políticas sigan siendo controlables o que los populistas de ambos extremos acaben por volver a fortalecerse. La cuestión es vital para Alemania, pero también para toda Europa. Cuando pase la fase aguda de la crisis, ¿las fuerzas moderadas seguirán siendo valoradas como aquellas que la gestionaron con sensatez? O, por el contrario, cuando empiece el restablecimiento psicológico, económico y social ¿renacerán las recetas simples?
Alemania es el país de Europa con más camas en unidades de cuidados intensivos. ¿Por qué no abre entonces sus hospitales a otros países en un acto de solidaridad europea? Algunos centros ya lo han hecho y han ingresado a pacientes de coronavirus de Italia y Francia. Han sido símbolos bonitos, pero mínimos. ¿Cómo es posible que en Italia, Francia y España mueran enfermos porque no reciben tratamiento, mientras en Alemania todavía hay camas vacías? ¿No sería un imperativo moral repartir a los pacientes por Europa? ¿Lo contrario no significa que Europa está muerta? Sin embargo, ¿qué dirían los ciudadanos de la República Federal si Alemania abriese de verdad sus hospitales, y de repente no quedasen camas para las urgencias alemanas?
Las consecuencias económicas que tendrá esta crisis plantean interrogantes similares. En pleno miedo al virus, prácticamente nadie presta atención a los miles de millones en ayudas que está autorizando la Unión Europea. Pero ¿y dentro de unos meses? ¿Qué pasará si una profunda crisis económica da lugar a una nueva crisis europea de la deuda, tal vez peor que la de 2009? ¿Y si otra vez hay que salvar de la quiebra a determinados países y los ciudadanos alemanes, además de haber sufrido el virus, tienen que responder por ellos?
Es posible que entonces vuelva a sonar la hora de los populistas y que el nacionalismo de AfD recupere atractivo para muchos alemanes. Un nacionalismo que podría revivir en otros países europeos y acabar dividiendo aún más al continente.
Por eso, para los partidos moderados de Alemania, la crisis representa una oportunidad, pero también un peligro. Estas formaciones tienen que encontrar una vía intermedia inteligente y sensata entre la solidaridad europea y los intereses nacionales. El nacionalismo radical como el que se vio en los primeros días de la crisis destruirá a Europa, pero el altruismo radical y la solidaridad europea completa son igualmente peligrosos para la Unión. No tiene nada que ver con la xenofobia y el antieuropeísmo. Es humano. Los Gobiernos deben tener en cuenta que los partidos de centro tienen que soportar y conciliar estas contradicciones. Es su obligación no perder de vista los intereses de sus ciudadanos y, al mismo tiempo, mostrarse solidarios con otros países europeos. De esta manera, la crisis podría representar una verdadera oportunidad para el centro político y para un futuro propicio con naciones fuertes en una Europa fuerte".
Tras el fracaso del Consejo Europeo, el tercero de los textos citados, es un comunicado conjunto suscrito por varias personalidades europeas, encabezadas por Gesine Schwan, exrectora de la Universidad Viadrina de Fráncfort y dos veces candidata a la presidencia de la República Federal Alemana, en el que afirman que es necesario un compromiso dinámico entre Alemania y los nueve países que defienden la emisión de "coronabonos", pues sin un nuevo patriotismo europeo, el declive de la UE es inevitable
"Del Consejo Europeo reunido el pasado 26 de marzo para tratar las medidas europeas dirigidas a gestionar la crisis actual, -comienza diciendo el escrito encabezado por Schwan- la más grave desde 1929 y mucho peor que la de 2012-2017, salió una Unión Europea totalmente dividida. La pandemia del coronavirus y la crisis económica y social derivada de ella ofrecen a Europa una oportunidad extraordinaria: la de decidir avanzar hacia una unidad más profunda, o debilitarse de manera irrevocable. La vía que prevalezca dependerá, como es lógico, de las decisiones que tomen los Gobiernos en el Consejo Europeo y otras instituciones de la UE, pero también y sobre todo, de la movilización de la ciudadanía y la opinión pública en cada uno de los Estados miembros. ¿Se adoptarán medidas que correspondan a los valores, las tradiciones y las cada vez mayores responsabilidades de la Unión a escala mundial? A Europa se le plantea la siguiente cuestión: ¿es la Unión Europea una comunidad de destino, una Schicksalsgemeinschaft, o tan solo una asociación instrumental de egoísmos nacionales en la que las decisiones individuales tomadas a ciegas en beneficio propio se imponen a una respuesta a la altura de los retos históricos? ¿Existe todavía un sentimiento común de pertenencia basado en unos intereses sólidos compartidos?
Las fuerzas desintegradoras de la derecha y la extrema derecha, ganadoras con el Brexit pero temporalmente derrotadas en las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo están aquí, preparadas para un renovado ataque implacable al euro y a la Unión. Y podría ser que, en esta ocasión, esas fuerzas saliesen victoriosas al sacar cínico provecho de la masiva desconexión popular de la Unión Europea, provocada en parte por el enorme sufrimiento soportado durante esta crisis sanitaria y por la tragedia social y económica que nos espera, pero también por la inacción moral y política de las élites proeuropeas.
El Parlamento Europeo se ha pronunciado claramente a favor de un salto hacia la integración europea. En cambio, la Comisión, a pesar de haber puesto en marcha en 2019 el grandioso y visionario proyecto del Pacto Verde, que había de conferir identidad a la Unión, es responsable del actual punto muerto. Esto se debe a su falta de liderazgo, tanto en lo que se refiere al presupuesto plurianual como a la adopción de medidas para hacer frente a esta crisis sanitaria y a sus consecuencias económicas. A diferencia de lo que ocurrió en 2012-2017, la crisis actual no representa una conmoción asimétrica, sino simétrica, ya que afecta a todos los países, aunque en este momento esté golpeando con especial fuerza a los países del sur, que ya fueron los que más sufrieron durante la crisis migratoria. Una situación de emergencia excepcional exige soluciones excepcionales.
La decisión del Banco Central Europeo de asignar 750.000 millones de euros al mercado de bonos es importante, pero no decisiva, ya que, en anteriores crisis menos graves, el organismo inyectó entre 50 y 80.000 millones al mes durante varios años (expansión cuantitativa). Además, no se puede esperar que el BCE actúe solo. Sus medidas tienen que ir acompañadas de otras nacionales y europeas. Es posible que la suspensión del Pacto de Estabilidad permita a los Gobiernos nacionales responder a esta emergencia como lo harían "a una guerra" —en palabras de Draghi (Financial Times)—, dedicando los mayores esfuerzos financieros a salvar nuestra industria y nuestra economía, lo cual repercutirá después en el empleo.
Pero todo esto es trágicamente insuficiente ante las necesidades extremas y los déficits públicos que, en el contexto de la recesión que se prevé, no harán sino aumentar a un nivel que se calcula entre el 2 y el 6 % del PIB. Por eso, resulta imperativo que la UE combine un derroche de solidaridad antivirus con una solidad financiera concreta.
La situación en la Unión nunca ha sido más inquietante, y las decisiones políticas pueden empujar a millones de ciudadanos al euroescepticismo y al nacionalismo con consecuencias impredecibles, como ha demostrado lamentablemente el caso húngaro.
De hecho, se están intercambiando acusaciones más duras que nunca. Por una parte, está el tema del riesgo moral al que aluden la derecha holandesa y la alemana, según el cual los eurobonos, es decir, la mutualización de las deudas nacionales, fomentarían las prácticas inmorales y la relajación presupuestaria en los países endeudados con riesgo moral. Por otra parte, se acusa a los países del norte no solo de insolidaridad en una situación en la que España e Italia registran casi 1.000 muertes diarias, lo cual provoca un creciente malestar social, y en la que la pandemia se está propagando de manera significativa por Francia y Bélgica, sino además, y esto es lo fundamental, de querer aprovechar la crisis financiera que se avecina para enriquecerse y cambiar el equilibrio de poder en Europa. Estas acusaciones mutuas ampliamente reproducidas por los medios de comunicación, este hundimiento de la confianza, están provocando el descontento incluso de los europeos más convencidos y enmarañando el corazón del consenso construido con tanto esmero a lo largo de los últimos 70 años. El perjuicio a nuestras democracias puede convertirse pronto en irreparable.
El Consejo Europeo del 26 de marzo fue lamentablemente incapaz de lograr un compromiso. Más desastroso aún fue que delegase la búsqueda de una solución en el Eurogrupo a pesar de que este acababa de delegar ese mismo asunto en el Consejo. Nos encontramos en un punto muerto que hay que resolver en unos días, que serán decisivos.
Estamos convencidos de que existe un amplio consenso, no solo en los ocho Estados miembros cuyos Gobiernos han redactado y enviado la carta a Charles Michel pidiendo la emisión de coronabonos, sino también entre la opinión pública de Alemania, Holanda, Austria y Finlandia, a favor de:
1. Una negociación de las condiciones de acceso en situación de crisis/emergencia al Mecanismo Europeo de Estabilidad (que dispone de 430.000 millones de euros), cuyos préstamos actualmente están condicionados a que los Estados miembros en crisis queden sometidos a supervisión, lo cual resulta inaceptable.
2. La creación de un grupo europeo de expertos cualificados que proponga nuevos instrumentos urgentes con todos los detalles técnicos necesarios. Por supuesto, los ocho Estados afectados no deben empeñarse en los eurobonos como si fuesen la única solución viable, sino en el objetivo que hay detrás de ellos. No obstante, la propuesta de los eurobonos promete ser muy eficaz (al mostrar unidad frente a los mercados mundiales) y tener un alto valor simbólico (de cara a la ciudadanía). En consecuencia, no se puede desechar por completo tachándola de propaganda barata.
Por consiguiente, hay que enviar dos importantes mensajes:
El primero, de esperanza, se tiene que dirigir al ciudadano de a pie, a los pueblos de Europa alarmados por la crisis del coronavirus y preocupados por su futuro, y decirle que la Unión Europea está aquí para ayudar, que va a enfrentarse decididamente a esta crisis sanitaria, social y económica con más unidad y un gran proyecto de recuperación económica y social.
El segundo tiene que ir dirigido al mundo entero y transmitir que la Unión Europea garantiza la unidad, la fuerza y la estabilidad de la zona euro, asegurando nuestra "soberanía común" (en palabras de Macron) ante los mercados mundiales y las potencias que pretenden dividirla y destruirla.
La Unión Europea tiene una responsabilidad mundial con el género humano. Estados Unidos ha subestimado la pandemia, y ha quedado demostrado que su Gobierno central ya no posee la autoridad política y moral necesaria para coordinar de manera eficaz la batalla contra el coronavirus que está atacando al mundo, ni para decretar las nuevas medidas económicas necesarias durante este periodo de primarias y durante la fase de autoaislamiento. Solo la Unión Europea, en un contexto de cooperación multilateral, puede intervenir con éxito y allanar el camino hacia la gestión de esta crisis sanitaria sin precedentes y de sus consecuencias sociales y económicas.
Ha llegado el momento de un nuevo patriotismo europeo. Nuevo porque es imprescindible que esté cimentado tanto en las comunidades nacionales, que se vuelven a movilizar por la solidaridad, como en las redes transnacionales. Los millones de ciudadanos comprometidos, de voluntarios, de trabajadores de la sanidad y asociaciones de la sociedad civil sin ánimo de lucro se unen como uno solo. Esta es la sólida base humana de una nueva fase de la idea de Europa, la vía para enlazar creativamente los valores centrales de la Unión con la capacidad técnica y política, y nuestra manera de ofrecer al mundo un mensaje de fuerza y esperanza ante esta crisis sin precedentes".
El cuarto de los artículos es un escrito colectivo firmado por más de 100 intelectuales, filósofos, economistas, historiadores y politólogos europeístas, encabezado por Giacomo Marramao, Pierre Rosanvallon y Fernando Savater. Un manifiesto en el que se reclama una actuación conjunta de todos los países de la UE frente al coronavirus.
"La Unión Europea no es solo un mercado común con una moneda única -comienza diciendo el manifiesto-. Es, sobre todo, una comunidad política caracterizada por compartir valores políticos básicos: igualdad, dignidad de las personas, paz, solidaridad, derechos de libertad y derechos sociales reconocidos a todos los ciudadanos europeos. Hoy, ante la emergencia más grave de su historia, este milagro de civilidad jurídica corre el riesgo de precipitarse en la tragedia de los egoísmos económicos y los conflictos políticos. Sabemos bien, a partir de la experiencia del siglo pasado, que la ceguera nacionalista puede tener efectos más devastadores que una pandemia.
Por esta razón, nosotros los pueblos europeos, hemos acordado que, "para luchar contra los grandes flagelos que trascienden las fronteras", los Estados miembros de nuestra Unión deben "coordinar entre sí, en conexión con la Comisión, sus respectivas políticas" y "actuar conjuntamente con espíritu de solidaridad” (Tratado de Funcionamiento de la Unión, artículos 168 y 222).
Europa todavía está a tiempo de hacerse cargo de la gestión de la crisis. Pero esto requiere una respuesta homogénea y unitaria, y por lo tanto comunitaria, para evitar que medidas inadecuadas, fragmentarias e inoportunas, pongan en peligro el futuro de millones de personas e incluso las perspectivas de la Unión misma.
La Unión Europea, superando el doloroso conflicto entre soberanismos opuestos, debe actuar de inmediato en apoyo de los países donde el impacto del virus ha sido más violento y las consecuencias sociales del bloqueo de las actividades productivas resultan menos sostenibles. El futuro de la Unión está ligado a la rapidez y eficacia de esta acción en beneficio de la vida de sus ciudadanos. El bienestar y la paz de mañana dependen de las decisiones de hoy". Y lo firman, por orden alfabético: Perfecto Andrés Ibañez, Brunella Antomarini, Roberta Ascarelli, Manuel Atienza, Philippe Audegean, Gaetano Azzariti, Luca Baccelli, Étienne Balibar , Mauro Barberis, Fabrizio Barca, Pablo Barrios Almazor, Piero Bevilacqua, Italo Birocchi, Roberto L. Blanco Valdés, Maria Luisa Boccia, Giuseppe Bronzini, Mercedes Buades Lallemand, Christine Buci-Glucksmann, Annarosa Buttarelli, Juan Ramón Capella, Luciana Castellina, Franca Chiaromonte, Pierluigi Chiassoni, Ramiro Cibrián, Detlev Claussen, Giuseppe Cotturri, Paolo Comanducci, Pietro Costa, Enzo Cucchi, Maria Rosa Cutrufelli, Carmen Cruz Ayala, Erhard Denninger, Paolo Di Lucia, Ida Dominijanni, María Escribano, Maria Teresa Espejo Merchán, Alessandra Facchi, Luigi Ferrajoli, Alessandro Ferrara, Maria Rosaria Ferrarese, Mercedes Fuertes, Sebastián Gámez Millán, Elías Díaz García, Agustin Garmendia, Andrea Giardina, Antonio Gnoli, Elena Granaglia, Marina Graziosi, Rafael Guardiola Iranzo, Riccardo Guastini, Javier Hernández García, Yvonne Hütter, José Manuel Igreja Matos, Dario Ippolito, Franco Ippolito, Antonio Jimenez-Blanco, Carmen Lamarca, Justine Lacroix, Raniero La Valle, Giacomo Marramao, Tecla Mazzarese, Lia Migale, Luis Moita, Giancarlo Monina, Jean-Claude Monod, Miriam Moreno Aguirre, Giovanni Moro, Chantal Mouffe, José Mouraz Lopes, Icíar Muguerza López, Jaiver Olaverri, José Olivero Palomeque, Valerio Onida, Félix Ovejero, Alessandro Pace, Elena Paciotti, Giovanni Palombarini, Letizia Paolozzi, Valentina Pazè – Laura Pennacchi, Stefano Petrucciani, Giorgio Pino, Tamar Pitch, Bianca Pomeranzi, Jean-Ives Pranchère, Luis Prieto Sanchís, Enrico Pugliese, Gabrielle Radica, Eligio Resta, Giorgio Resta, Myriam Revault d’Allonnes, Pierre Rosanvallon, Nello Rossi, Martin Rueff, Alfonso Ruiz Miguel, Ramón Sáez, Mariuccia Salvati, Fernando Savater, Juan Carlos Savater, Roberto Schiattarella, Antonio Scialà, Francisco Sosa Wagner, Céline Spector, Mario Telò, Philippe Texier, Gianni Tognoni, Fausto Tortora, Alberto González Troyano y Alejandro Zurita.
Por último, subo al blog otro manifiesto dirigido a los presidentes del Parlamento Europeo, del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, encabezado por Olga Tokarczuk, Premio Nobel de Literatura 2019; Carlo Ginzburg, historiador; Agnieszka Holland, directora de cine; Fernando Savater, filósofo; Mieke Bal, teórica y crítica de cultura; Ulrike Beate Guérot, politóloga; ladislas Dowbor, economista; y Luigino Bruni, economista.
"La magnitud de la crisis asociada a la Covid-19 -comienzan diciendo los firmantes del mismo- significa que las soluciones adoptadas para combatirla determinarán el futuro de la democracia liberal, la economía y la integración europea.
Es por eso que les instamos a asumir la responsabilidad política y tomar la iniciativa. Esto faltó en 2008 durante la crisis financiera más reciente; hoy, todavía estamos sufriendo las consecuencias de este error.
Les pedimos que asignen recursos financieros para garantizar que los trabajadores tengan una posibilidad real de mantenerse durante la cuarentena y la crisis; que las empresas tengan la posibilidad de sobrevivir la crisis económica; subvenciones sustanciales de los servicios públicos, sobre todo la sanidad pública; investigación efectiva sobre medicamentos para la Covid-19 y la vacuna contra el SARS-CoV-2.
Hoy en día, debemos salvar no solo miles de europeos infectados con coronavirus. Los pacientes que corren el riesgo de morir también son los valores europeos, como el valor de la vida humana, de la democracia, de la solidaridad, de la comunidad, de la dignidad del trabajo y del empleado. Estos valores deben aparecer en términos prácticos, en las decisiones específicas que enfrentamos ahora. Europa debe demostrar que:
La vida de todas las personas, incluidos los ancianos, es un valor absoluto, no una carga para el presupuesto estatal o la economía. Considerando la muerte de una parte importante de la sociedad como un costo externo, el sacrificio consciente de la vida de las personas ante el altar de un rápido retorno al camino del crecimiento del PIB es bárbaro, y además económicamente ineficaz.
La introducción del sistema de pensiones universales fue un logro de la civilización en Europa: la legitimación estatal de la solidaridad de toda la sociedad hacia los ancianos. No dejemos solas a las personas que trabajaron para nuestro bienestar común toda su vida: merecen nuestra gratitud y tienen derecho a ser cuidados y a que sus vidas sean protegidas.
No hay mercado libre sin la libertad de sus participantes. Esta libertad es una ilusión en una situación de desequilibrio extremo. Esto sucede cuando los empleados se convierten en rehenes obligados a poner en peligro su salud y su vida para ganarse la vida. El sistema de libre intercambio de bienes y el espíritu empresarial se transforma en un régimen económico absoluto.
Por eso postulamos:
1. Apoyo incondicional para todos. Debe pagarse una renta básica universal durante al menos tres meses tanto a los trabajadores actuales como a los desempleados, directamente a sus cuentas bancarias. Recordemos que la burocracia es el enemigo de los más vulnerables. Si obtener apoyo financiero depende de procedimientos largos y complicados, no llegará a tiempo a aquellos que acaban de enfrentar el peligro de caer en una espiral de deuda y pobreza. No tenemos tiempo para la verificación de ingresos; esto es estándar en la política del mercado laboral, pero en tiempos de paz, no de guerra. La verificación adecuada que permita gravar de forma correcta los ingresos adicionales pagados como parte de la renta básica debe realizarse al final del año fiscal.
La economía no puede esperar el impulso de la demanda y el apoyo al consumo. Mientras tanto, necesitamos comprar urgentemente el tiempo imprescindible para mantener la cuarentena necesaria. No podemos esperar hasta que el dinero transferido a los grandes jugadores en forma de rescates comience a gotear en el mercado a los consumidores y ciudadanos. Este reclamo no era válido en tiempos de paz, y aún menos funcionará en tiempos de emergencia o de guerra. No podemos obligar irresponsablemente a los empleados sin estabilidad financiera a abandonar la cuarentena necesaria. Por eso necesitamos una transferencia financiera inmediata, directa y universal de la Unión Europea a sus ciudadanos, financiada directamente del presupuesto de la Unión, y la emisión de dinero por parte del Banco Central Europeo.
2. Apoyo a las empresas para mantener puestos de trabajo y socialización de las ganancias. Es necesario garantizar que las empresas europeas, en particular las pequeñas y medianas empresas, mantengan su potencial de producción y un entorno económico estable a través de inyecciones de liquidez, así como la suspensión de sus obligaciones fiscales. La política monetaria debe ir de la mano de la fiscal: la crisis previa en la Unión duró tanto y fue tan severa para los más pobres porque los gobiernos temían admitir que la flexibilización cuantitativa no se tradujo en crecimiento económico. Es por eso que pedimos apoyo directo para financiar las medidas anticrisis de los presupuestos nacionales por parte del Banco Europeo de Inversiones y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo. La ventaja de Europa sobre los sistemas autoritarios debe ser la fortaleza de sus instituciones y su capacidad para responder a las crisis.
Al mismo tiempo debería cambiar la estructura de propiedad de las empresas apoyadas claves. Los recursos destinados a salvar empleos deberían servir a los empleados, no a los consejos asesores de las empresas y a los mercados financieros. La consecuencia de la crisis no puede ser más aumento de la desigualdad y una ola de privatización de los servicios públicos. Europa debería salvar empleos, no ganancias de consejos. Por lo tanto, el apoyo empresarial debe estar vinculado a la responsabilidad y protección de los contribuyentes europeos. Postulamos que la ayuda pública para las corporaciones tome la forma de recapitalización europea, y que el Banco Central Europeo se haga cargo de las acciones de las empresas apoyadas. Esta solución, conocida por ejemplo por la crisis financiera de 2008, garantizará el control de la nómina y de los dividendos, así como la participación conjunta y solidaria de las sociedades europeas en las futuras ganancias corporativas.
3. Cofinanciación de servicios públicos a través de bonos europeos aplicables a toda la Unión. La crisis a la que nos enfrentamos es una crisis de salud pública. Nos muestra que la sociedad es tan segura y saludable como lo son sus miembros más vulnerables. Por eso las sociedades y las economías no pueden permitirse la falta de acceso a una asistencia sanitaria universal de alta calidad. Es la respuesta incorrecta a la crisis financiera de 2008, la degradación de los servicios públicos en nombre de una supuesta racionalidad económica, lo que ahora genera gastos adicionales y dificulta la lucha efectiva contra la pandemia.
Hoy, la Unión Europea, liberando a través de unos bonos europeos apropiados para toda la Unión los recursos financieros adicionales para los estados-nación que permitan un aumento radical en el gasto en atención médica, especialmente en los países más gravemente afectados por la pandemia, mostraría que la salud y la vida de los ciudadanos europeos es una prioridad y a los estados-nación que la solidaridad europea es una realidad, no una fantasmagoría. También permitiría una movilización controlada de los recursos de producción en Europa hacia el objetivo común de la salud pública.
4. Investigación comunitaria sobre los medicamentos y la vacuna. Debe financiarse con fondos públicos europeos la investigación sobre medicamentos para la Covid-19 y la búsqueda de la vacuna contra el virus SARS-CoV-2 deben financiarse con fondos públicos europeos. Las vacunas y medicamentos descubiertos gracias a estos fondos deben ser libres de patentes, de acuerdo con los principios de solidaridad universal.
La Europa unida surgió como una respuesta a la devastación espiritual y material de la Segunda Guerra Mundial, llegando a las raíces de la crisis y del desempleo de la década de 1930. Esta crisis es un momento de elección: puede llevarnos al colapso de la Unión y a la fluctuación entre el caos y el autoritarismo. Sin embargo, puede convertirse en una oportunidad para renovar el acuerdo social que conecta a Europa y sus ciudadanos, una oportunidad para cambiar el modelo de gestión a uno más solidario y más sostenible.
Es ilusorio creer que los países europeos en una situación económica más difícil vencerán solos una pandemia. Si queremos superar la pandemia y alejarnos de la inminente grave crisis económica, para proteger a Europa de caer en el caos durante largas décadas, debemos actuar de acuerdo con el principio: United we stand, divided we fall.
Nuestra carta está dirigida a quienes administran las instituciones de la Unión Europea; El presidente del Consejo, la presidenta de la Comisión Europea y el presidente del Parlamento Europeo y a los miembros de todas las facciones del Parlamento Europeo. Representamos varios ambientes ideológicos. Estamos convencidos de que hoy, los liberales que reconocen el valor de cada individuo, los conservadores que creen en la solidaridad intergeneracional y la izquierda que pide respeto por la dignidad del trabajo, tienen que actuar juntos.
En este momento, no hay una división entre liberales, izquierdistas y conservadores. Se establece una línea de demarcación entre aquellos que están apegados a la idea de ganancias a corto plazo y están dispuestos a sacrificar a sus conciudadanos en nombre de la supuesta protección del PIB, y aquellos que no están de acuerdo con esa lógica". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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