Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Navalny no quería pedir a los rusos que se opusieran a Putin y se arriesgaran la cárcel, o incluso a morir, desde la seguridad del exilio, escribe en El Mundo el politólogo José Ignacio Torreblanca, por eso, el mejor homenaje que podemos hacer a Navalny es albergar la esperanza de una Rusia democrática. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
La esperanza de una Rusia democrática
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
En el segundo aniversario de la invasión de Ucrania toca hablar del agresor, Vladimir Putin, y del hombre, Alexei Navalny, que lo desafío a un combate trágico y desigual que estaba condenado a perder. Vista su muerte, es lógico preguntarse por qué Navalny decidió volver a Rusia después de su intento de envenenamiento, a sabiendas de que lo encarcelarían y, muy probablemente, como así se ha demostrado, lo matarían.
La primera razón fue la coherencia. Navalny no quería pedir a los rusos que se opusieran a Putin y se arriesgaran la cárcel, o incluso a morir, desde la seguridad del exilio. La segunda, más profunda, tenía que ver con su creencia de que Rusia y los rusos eran mejores y más grandes que Putin, y que, por tanto, prevalecerían en su lucha contra él.
La Resistencia no expulsó a los nazis de Francia, pero permitió a los franceses dejar a un lado la ignominia de la colaboración del régimen de Vichy y hacerles creer que habían ganado la guerra. Y aunque la sombre de Pétain sigue ahí, siempre hay una Francia buena con la que disiparla. De igual manera, gracias a gente como Navalny, Boris Nemtsov, tiroteado a las puertas del Kremlin el día del cumpleaños de Putin, la periodista Anna Politkovskaya, asesinada por documentar los crímenes rusos en Chechenia, Vladimir Kara-Murza, que toma el relevo de la oposición rusa, también desde la cárcel, y tantos otros valientes opositores, exiliados, encarcelados o asesinados, los rusos podrán algún día decir que no todos ellos fueron sicarios amorales y embrutecidos de Putin, sino también sus víctimas, como los ucranianos.
Navalny no exculpa la culpabilidad individual y colectiva de tantos y tantos rusos que siguen, por convencimiento o propaganda, creyendo que Rusia tiene el derecho histórico de anexionarse Ucrania y asimilar a los ucranianos, esa nación ficticia e impostora que el Kremlin les dibuja todos los días. Rusia es hoy un Imperio en expansión y piensa y actúa como tal, pero eso no quiere decir que sea un país incapaz de vivir en paz con sus vecinos y con sus propios ciudadanos. Navalny ha mostrado cómo Putin, un hombre con un ejército de un millón de soldados y 5.997 cabezas nucleares, puede ser a la vez débil y cobarde. El mejor homenaje que podemos hacer a Navalny es albergar la esperanza de una Rusia democrática. José Ignacio Torreblanca es politólogo.
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