Nos escuchan. Lo sospechaba, pero esa fue la prueba definitiva. Mi móvil me escucha y luego va y se lo casca a quien pueda interesarle para venderme cosas, escribe en El País su columnista habitual la periodista Luz Sánchez-Mellado. Ayer estuve en el ginecólogo, comienza diciendo Sánchez-Mellado. Bueno, era ginecóloga, pero lo he escrito como lo pienso: así, en masculino, por esa inercia de siglos por la que seguimos diciendo que vamos al médico, o al notario, o al abogado aunque las mujeres sean mayoría en esos gremios. Al grano, que me disperso: fui a la ginecóloga, e iba, como siempre, en guardia. No solo porque allí ejerce un vecino obstetra que me atendió en un parto y del que huyo despavorida desde ese embarazosísimo episodio, sino porque, por mucho que una la adopte en la vida, no se acostumbra nunca a la postura del potro ginecológico. El caso es que hubo suerte y no me tocó el tocólogo, sino una colega más o menos de mi quinta con la que estuve departiendo de lo mío. Nada serio, gracias. Asuntos propios de personas de mi edad y mi sexo. Pues bien, al salir de la consulta, el móvil empezó a brasearme con anuncios de píldoras de soja, lubricantes vaginales, anticonceptivos de último minuto y, lo juro, páginas de citas para mayores de 50 años muy exigentes.
Lo sospechaba, pero esa fue la prueba definitiva. Mi móvil me escucha y luego va y se lo casca a quien pueda interesarle para venderme cosas. Me sentí tan invadida que lo pregoné en Twitter y fueron los tuiteros quienes me pusieron en mi sitio. Que no soy la única. Que a buenas horas, mi santa ira. Que eso lo saben hasta los párvulos. Que desactive el micro, la ubicación y el historial de búsquedas si quiero evitarlo. Lo intenté, palabra, pero no desactivé todo, porque si lo haces se te queda el móvil en nada. Sí, soy adicta, de acuerdo, pero por culpa de los camellos. Primero te dan la droga y luego te la cobran a precio de uranio. Intimidad por aplicaciones, el chantaje perfecto. Yo preocupada por si tenía que contarle mi vida de cintura para abajo a un vecino que me ha visto el útero y resulta que llevo al espía en la mano y todo Google sabe de qué ovario cojeo. ¿Merezco lo que me pase? Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
No hay comentarios:
Publicar un comentario