Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Vicent, va sobre el desprecio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
El desprecio
MANUEL VICENT
24 DIC 2022 - El País
El encono político, a cara de perro, que se nos sirve desde el Parlamento cada día, por fortuna, no ha bajado todavía a la calle. En los bares de los pueblos de la España profunda aún juegan juntos al tute y se hacen señas por parejas uno que vota a Vox y otro que vota al PSOE. En los hospitales ningún paciente pregunta si el cirujano es de izquierdas o de derechas. En los restaurantes uno se sienta a la mesa sin preocuparse por la ideología del dueño o del camarero. Los vecinos en el ascensor aún se dan los buenos días con cierta cordialidad. Pese a que algunos jueces del Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial permanecen en rebeldía y son los primeros que se niegan a cumplir las leyes de su cargo sin que les importe una higa la opinión pública, en la calle la gente tributable, lejos de seguir ese ejemplo nefasto, trata mejor o peor de cumplir con su deber, entre otras razones porque si no lo hace, la echan del trabajo, algo que no sucede con tan excelsos magistrados. Mientras ese escándalo político continúa, el panadero fabrica el pan nuestro de cada día; el fontanero arregla la cañería o el grifo que gotea; el tendero vocea su mercancía en los mercados de frutas y verduras y la gente va y viene, cada uno con sus problemas a cuestas. Si el odio que ofrecen los políticos como espectáculo bajara a la sociedad, hay que imaginar lo que sería, hoy 24 de diciembre, una cena de Nochebuena con el besugo podrido, el turrón envenenado y los cuñados dando gritos desaforados con las patas sobre la mesa. La gente no ha sido contaminada todavía por Caín, pero he visto en un bar de un pueblo de la España profunda a un campesino que jugaba al subastado y a veces levantaba los ojos hacia un televisor donde aparecían unos magistrados del Tribunal Constitucional. Su mirada era de desprecio, como la de alguien que, sin duda, se creía moralmente superior.
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