La segunda acepción que el Diccionario de la Lengua Española da a la palabra vanidad es la de "arrogancia, presunción y envanecimiento"; la primera de banal, término semánticamente muy parecido, es la de "trivial, común e insustancial". Con sinceridad, no pienso que la vanidad sea uno de mis grandes y peores pecados capitales, pero a punto de llegar a la entrada número 2000 del blog, y con esta de hoy, la 223 del año, igualar las del 2011, que fue el que más tuvo, no sé si es el momento de decir adios a una experiencia que comenzó va a hacer ocho años y que da muestras de agotamiento.
En noviembre de 2008, mi paisano, el escritor y periodista Juan Cruz, escribió uno de esos estupendos artículos que te obligan a pensar sobre, a poco que cribes la información, la enorme e informe cantidad de vanidad y banalidad que uno se encuentra en internet. O el de hoy mismo, del profesor Daniel Innerarity en El País, titulado "El lado menos amable de la red".
Decía hace un momento que la vanidad no me afecta en exceso, pero la banalidad me aterra. Y releído ahora el citado artículo de Cruz, al cabo de los años, es un poco la puntilla que me faltaba para la desmoralización absoluta.
Como casi siempre que me pongo sentimental, y hoy lo he estado en grado sumo viendo durante todo el día reportajes y series televisivas sobre el magnicidio de Dallas de hace cincuenta años (¡Dios mio, cincuenta años ya; si me parece que fue anteayer!), no se muy bien donde acudir para serenar mi espíritu, y como no tengo un "Jack Daniels" con hielo a mano, acabo buscando refugio en la poesía. Por puro azar recalo de nuevo en "Las flores del mal" (Alianza, Madrid, 1984) de Charles Baudelaire; sí, el mismo libro que hace unos meses conté ya en el blog que intenté leer sin demasiado éxito a mi nieto de ocho años. Como soy de los que piensan que la poesía es intraducible, les dejo la versión castellana reseñada y la original en francés del tercer poema del libro, el titulado "Elevación", que me ha parecido muy ilustrativo de mi estado anímico de hoy. Y mañana será otro día; o al menos eso espero.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
"Élévation"
Au-dessus des étangs, au-dessus des vallées,
Des montagnes, des bois, des nuages, des mers,
Par delà le soleil, par delà les éthers,
Par delà les confins des sphères étoilées,
Mon esprit, tu te meus avec agilité,
Et, comme un bon nageur qui se pâme dans l'onde,
Tu sillonnes gaiement l'immensité profonde
Avec une indicible et mâle volupté.
Envole-toi bien loin de ces miasmes morbides;
Va te purifier dans l'air supérieur,
Et bois, comme une pure et divine liqueur,
Le feu clair qui remplit les espaces limpides.
Derrière les ennuis et les vastes chagrins
Qui chargent de leur poids l'existence brumeuse,
Heureux celui qui peut d'une aile vigoureuse
S'élancer vers les champs lumineux et sereins;
Celui dont les pensers, comme des alouettes,
Vers les cieux le matin prennent un libre essor,
— Qui plane sur la vie, et comprend sans effort
Le langage des fleurs et des choses muettes!
Charles Baudelaire ("Les fleurs du mal")
***
"Elevación"
Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,
Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.
Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.
Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!
Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!
Charles Baudelaire ("Las flores del mal")
Entrada núm. 1998
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)