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jueves, 13 de octubre de 2016

[A vuelapluma] Trump en la red





El título de esta entrada de hoy no constituye una metáfora, ni una alegoría, ni un deseo subliminal por parte del autor del blog de que el señor Trump, al que detesta cordialmente, se siga enredado en sus propias contradicciones y se pegue una buena hostia en las elecciones del mes próximo, aunque todo hay que decirlo, confío para que ello ocurra tanto o más en el enrevesado sistema electoral estadounidense como en el innato sentido de la libertad de sus conciudadanos.

¿Debemos descuartizar a Trump?, se pregunta el profesor de la Universidad de Oxford Timothy Garton Ash en El País. Para Trump, el engaño es una segunda piel”, señala al comienzo de su artículo. Es lo que me decía -señala- el otro día en Chicago, Nathan, propietario de una pequeña empresa. Yo no habría podido decirlo mejor. Según un análisis reciente, Donald Trump dice una mentira o algo que no es cierto aproximadamente cada cinco minutos. Los medios de comunicación estadounidenses mantienen un gran debate a propósito de cómo informar sobre este demagogo narcisista, fanfarrón, mentiroso, ignorante y peligroso. Pero los medios son parte del problema.

Todos parecen estar de acuerdo, sigue diciendo, en que los presentadores de televisión deben pedirle cuentas cada vez que mete la pata, como hizo Leslie Holt en el primer debate, y no mantener un falso equilibrio entre dos candidatos de calidad y seriedad muy diferentes, lo que la analista Brooke Gladstone llama el prejuicio de la equidad. “Ah, sí, profesor Smith, gracias por defender que la Tierra es redonda, y ahora voy a dar el mismo tiempo y respeto a Mr. Jones, que asegura que la Tierra es plana”. Un ejemplo reciente del prejuicio de la equidad es la cobertura que hizo la tímida e intimidada BBC de la campaña del Brexit.

Es interesante que incluso The New York Times, añade, haya abandonado su habitual imparcialidad y discreción. No sólo porque casi cada día publica dos o tres artículos que atacan a Trump, sino porque sus informaciones, además de incluir excelentes reportajes de investigación sobre Trump como hombre de negocios, farsante y racista, deslizan expresiones, adjetivos y adverbios peyorativos que la vieja dama de gris, antiguamente, no habría aprobado.

Entiendo a la perfección por qué el Times ha dejado su práctica habitual, comenta el profesor Garton. Como decía en un editorial, Trump es “el peor candidato propuesto por un gran partido en la historia moderna de Estados Unidos”. Es un peligro para la paz civil y el prestigio de su país en el mundo. Un amigo italiano lo compara con la reacción de La Repubblica ante el ascenso de Silvio Berlusconi.

Por desgracia, añade, la decisión de tomar partido puede reforzar una tendencia estructural que está corroyendo la democracia norteamericana. Estados Unidos ha defendido siempre la libertad de expresión y la prensa libre con el argumento —mencionado expresamente en la Primera Enmienda de la Constitución— de que es necesaria para el autogobierno democrático. Los ciudadanos, como hacían los antiguos atenienses cuando se reunían a los pies de la Acrópolis, deben poder oír todos los argumentos y pruebas para tomar una decisión informada y, por tanto, poder decir legítimamente que se autogobiernan.

Sin embargo, nos dice, el primer debate televisado entre los dos candidatos no fue más que un breve instante de experiencia común en la plaza pública. El resto del tiempo, los votantes están en su cámara de eco, oyendo opiniones que consolidan las suyas. Este efecto de cámara de eco se vio primero en Internet, con la burbuja informativa y el filtro burbuja, pero se ha convertido en un elemento fundamental de todo el panorama mediático, no solo en la Red y no solo en Estados Unidos. Existe una profusión descontrolada de fuentes de noticias y opiniones, con la correspondiente fragmentación. Los votantes de Trump se alimentan de Fox News, los programas de radio de derechas, sitios de Internet como Breitbart (cuyo jefe supremo es asesor de Trump); los votantes de Clinton, de MSNBC, NPR, PBS, sitios de Internet como Slate o el HuffPost, gente de su misma opinión en las redes sociales... y ahora el periódico anti-Trump, The New York Times.

Como Internet ha destruido, señala más adelante, el modelo de negocio tradicional de la prensa y, al mismo tiempo, permite una enorme abundancia de fuentes, todos compiten ferozmente por quedarse con las visitas y los clics en este terreno abarrotado día y noche: como si fuera el parqué de una Bolsa o la calle de un mercado en India. Hay que gritar. Cuanta más sangre y más rugidos, mejor. A las informaciones y los análisis matizados, equilibrados y basados en pruebas les cuesta hacerse oír. Las posibilidades tecnológicas, los imperativos comerciales y los cambios culturales se unen para convertir la democracia deliberativa en infotainment, en espectáculo.

La realidad televisiva vence a la auténtica, sigue diciendo. Trump, hombre de negocios y antigua estrella de un reality show, es al tiempo creador y producto de este nuevo mundo. En esta realidad alternativa, los hechos, las pruebas y las opiniones de expertos dejan paso a los mitos, las exageraciones, las mentiras y las simplificaciones (el “hagamos que América vuelva a ser grande” de Trump, el “recuperemos el control” del Brexit). Los historiadores de la propaganda saben que las mentiras se imponen por mera repetición, a base de atontar la mente hasta expulsar la verdad. Las cámaras de eco constantes de los medios sectarios y las redes sociales que refuerzan los prejuicios causan un efecto similar.

Una vez tuve la divertida experiencia de tener que defender un libro mío, Los hechos son subversivos, nos dice, en el programa satírico Colbert Report. “¡Qué dice —exclamó Stephen Colbert—, yo no quiero que los hechos me subviertan y me hagan sentirme incómodo, quiero cosas que me hagan sentirme bien!”. Colbert fue quien inventó el término truthiness para indicar esa cómoda verdad alternativa, la que nos gustaría que fuera. Pues bien, la realidad ha superado a su humor satírico. Trump es el maestro de la verdad alternativa. Aunque ya ha dejado de hablar de la partida de nacimiento de Obama, uno de sus comentarios después de que Obama la hiciera pública es un buen ejemplo: “Mucha gente tiene la sensación de que no era un certificado propiamente dicho”. Y yo tengo la sensación de que la Tierra es plana.

En el primer debate, añade poco después, Clinton soltó una frase muy ensayada: “Donald, sé que vives en tu propia realidad”. Y él replicó con otra frase menos practicada, más graciosa y muy reveladora: “Creo que el mejor miembro de su campaña son los grandes medios de comunicación”. Unas palabras propias de la retórica populista en todo el mundo, desde Estados Unidos a Francia y desde Polonia a India, con las que señala que sus partidarios son un grupo asediado por las poderosas élites liberales y que son la única “gente real” (una expresión que utiliza mucho Nigel Farage).

La distorsión, concluye diciendo, está más agudizada en la derecha populista, pero la polarización tendenciosa, los gritos simplistas y las cámaras de eco son un problema en todas partes. Estados Unidos tiene medios de comunicación libres, variados y sin censura, pero que cada vez tienen menos sitio en la plaza pública común. Existe allí un noble lema que nos invita a creer en el “mercado de las ideas”. Lo que estamos presenciando en estas elecciones es el fracaso del mercado de las ideas.

Ariel Dorfman, famoso escritor chileno que reside en Estados Unidos, relataba hace unos días también en El País una anécdota que le ocurrió hace unos años a su madre con las autoridades de inmigración en una de sus visitas a los Estados Unidos que, nos cuenta, podría repetirse -hasta convertirse en una pesadilla- con infinidad de visitantes no estadounidenses, si Trump lograra la victoria en las presidenciales de noviembre. Se titula Mi madre y las cerradas fronteras de Trump, y está escrito con la suficiente ironía como para no resultar ofensivo. 

Donald Trump, nos dice Dorfman, reaccionando antes los recientas ataques de terror, ha llamado al gobierno y la policía a que luchen – al mejor estilo Macartista- contra “el cáncer interno.” Y enseguida exclamó: “Me es incomprensible cómo pudieron haber ingresado a este país.” Evidentemente piensa que éstos y miles de otros criminales parecidos no fueron sometidos al escrutinio drástico (extreme vetting) que propuso como indispensable para bloquear en la frontera estadounidense a terroristas islámicos o propugnadores de la ley de la Sharia. Es dudoso que tales intentos de impedir el acceso de semejantes visitantes a suelo norteamericano tengan éxito alguno.

Hace mucho tiempo atrás, nos cuenta, mi madre, Fanny Zelicovich de Dorfman, que falleció hace mas de veinte aňos, tuvo que enfrentarse a un sistema de interrogación similar al que el candidato republicano patrocina. Su experiencia podría ayudarnos a esclarecer los inconvenientes y trampas que tales exámenes conllevan. Aunque Fanny solía contar de una manera graciosa su detención por oficiales de migración norteamericana, no hubo, desde luego, mucho de qué solazarse cuando ocurrió aquel episodio.

Mi hermana y yo nos enteramos de la desventura de nuestra madre el último día de estadía en un campamento de verano en Massachusetts (fue a fines de julio o tal vez de agosto de 1953), cuando no aparecieron nuestros padres para rescatarnos. Mi papá les había pedido a unos amigos de Boston que se encargaran de nosotros mientras él intentaba extraer a mamá del berenjenal en que se había metido.

El problema se produjo porque mi madre, habiendo acompañado a su marido en un viaje a Europa, decidió no volar con él de vuelta a Estados Unidos, sino hacer la travesía en un lento transatlántico para llegar a Nueva York donde, gracias a que mi padre argentino era un alto oficial de las Naciones Unidas, residíamos hacía nueve aňos, con visa diplomática. Lo que significó que mi madre estaba sola cuando tuvo su encontronazo con los agentes de migración.

Empezaron, dice, por dirigirle una serie de preguntas habituales: su nombre (¿Usa usted ahora o ha usado antes algún apellido diferente del actual?), su dirección, su estatus de residente y, entonces, envalentonados quizás por La Ley McCarran que había sido promulgada el aňo anterior pese al veto del Presidente Truman, decidieron sondear otros aspectos de su identidad.

Are you now or have you ever been a member of the Communist Party? (¿Es usted ahora o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?). Fue fácil para mamá responder. Rara vez osaba estar en desacuerdo con mi papá sobre lo que fuere, pero respecto al comunismo había disentido de sus fervientes simpatías bolcheviques, aunque siempre lo manifestaba en forma dulce, y con humor. A la hora de la cena anunciaba, con un destello travieso en los ojos, que había fundado una organización, el PCLRCLV (el Partido Comunista Levemente Reformado para Conservar La Vida), del cual ella era presidente, secretaria, tesorera y único adherente. De manera que pudo responder, con toda veracidad, que no, no era ni ahora ni nunca había sido miembro del grupo totalitario que los funcionarios de migración querían extirpar de América.

-¿Aboga por derrocar al gobierno de los Estados Unidos mediante el uso de la fuerza o la subversión?, le preguntaron. 

La pregunta era ridícula, nos dice, pero mi madre prefirió morderse la lengua. No le dijo que amaba muchas cosas del país (adoraba a Roosevelt), hasta el punto de que había contemplado hacerse ciudadana, pero la caza de brujas contra los Rojos, las investigaciones del Congreso en torno a actividades tildadas de antiamericanas, la cruzada de Joseph McCarthy en pos de la pureza ideológica, y la persecución de su propio marido e incontables amigos, le había tornado desagradable e irreconocible esta América de Lincoln. En efecto, ya estábamos planeando mudarnos a Chile. ¿Qué se ganaba con discutir tales asuntos con gente como aquella?

-No – dijo. -Claro que no.

Y finalmente la interpelaron con algo de veras sorpresivo:

-¿Tiene usted la intención de asesinar al Presidente de los Estados Unidos?

Mi madre no se pudo contener. Se río de una pregunta tan absurda, su única intención era bajarse del barco y reunirse con su esposo para que partieran al Norte a buscar a sus dos hijos. Pensó que una broma podría alivianar el proceso.

-Si yo fuera a asesinar al Presidente, ¿usted cree que se los diría?

Confiada de que su encanto pródigo le permitiría sortear siempre cualquier contrariedad, prosigue Dorfman su relato, se asombró de que inmediatamente le bloquearan el ingreso a los Estados Unidos y la mandaran a Ellis Island para que se investigaran a fondo sus actividades díscolas y posiblemente letales. A sus protestas de que se trataba tan solo de un chiste se le replicó: "Estas cosas no son como para reírse, señora Dorfman".

Las leyendas de la familia, sigue diciendo, y la inclinación narrativa irreprimible de mi mamá para exagerar en forma épica toda aventura sostienen que ella estuvo detenida durante tres días en esa isla frente a Manhattan donde durante décadas millones de inmigrantes habían sido depurados y registrados antes de entrar los Estados Unidos, pero pienso que su odisea probablemente no duró más que una larga noche. Lo que sí es cierto es que el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, tuvo que intervenir personalmente para convencer a los comisarios que la dicha Fanny Zelicovich de Dorfman no constituía amenaza alguna para la seguridad o el bienestar de la nación ni tampoco atentaría contra la salud o la vida de su Presidente.

Sesenta y tres aňos más tarde, concluye Dorfman su artículo, en medio de una era dominada por el miedo a lo foráneo y diferente – musulmanes en vez de Rojos como el enemigo, la ley Sharia en vez del marxismo doctrinario como filtro y enfoque -, el encuentro de mi madre con aquellos inquisidores y sus pesquisas, ofrece evidencia anecdótica de cómo el tipo de escrutinio drástico propuesto por Donald Trump, además de violar la constitución norteamericana, terminaría por apresar en la frontera a gente inocente como Fanny Zelicovich mientras criminales experimentados pasarían la prueba sin mayores dificultades. Aquellos que están verdaderamente decididos a causar devastación ocultarán sin duda sus propósitos (¿o no han recibido acaso un entrenamiento intensivo?), y aquellos que son tan ingenuos como para llevar a cabo una broma acerca de la paranoia vigente serán entregados a las manos ineficientes de la Homeland Security. Y eso, en efecto, es demasiado serio como para reírse.



Caricatura publicada en El Imparcial, México




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




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miércoles, 21 de mayo de 2014

¿De teloneros?: Lo que nos jugamos en Europa




Alegoría de Europa (1870)



A mis nietos

Les pido disculpas anticip
adas por esta entrada de hoy un tanto digresiva sobre las elecciones del domingo próximo al parlamento de la Unión Europea, ya que voy a comenzarla hablando de arte. Ya irán viendo las razones que me llevan a ello si se animan a seguir leyéndome... 

Desde luego si buscan la definición de "arte" en el Diccionario de la Real Academia Española tengo la impresión de que no van a sacar nada en claro. Si acaso, llegarán a la conclusión algo pedestre de que arte es lo que hacen los artistas; y vuelta al comienzo: ¿qué es un artista?... Mi criterio personalísimo sobre el arte es el de que lo es toda obra material humana que produce en el que la ve, lee u oye un sentimiento de placer estético. 

Soy asiduo visitante de museos y lector empedernido que ha ido formando su criterio estético a base de trompicones. Y más bien clásico, por no decir antiguo... Recuerdo en una de mis últimas visitas al "Reina Sofía" en Madrid, hace ya bastantes años, una sala del museo desnuda absolutamente de todo ornamento salvo una descomunal plancha de acero sobre el suelo de la sala, de como poco quince metros de larga por cuatro o cinco de ancha... No recuerdo de "quién" era la susodicha obra de arte, ni falta que me hace. Creo, sinceramente, que "eso" no es arte, sino una enorme tomadura de pelo. Exactamente igual que el circo montado por los candidatos españoles a ocupar una plaza en el próximo parlamento de la Unión. Exactamente 2106 candidatos, repartidos en 39 candidaturas, para ocupar 54 puestos en el parlamento de Estrasburgo.

No estoy en contra, evidentemente, del derecho de todo ciudadano europeo a presentarse a las elecciones a su parlamento, pero ¿39 candidaturas, de las cuales al menos treinta de ellas van a obtener menos votos que candidatos figuran en la papeleta? Es, como la plancha de acero del "Reina Sofía", y con todo respeto para sus esforzados paladines, una solemne tomadura de pelo. Algo que tendría fácil solución si se exigiera a cada candidatura una fianza económica previa de, pongamos, diez mil euros (a unos 200 euros por candidato) que solo recuperarían de obtener como mínimo un humildísimo uno por ciento del total de los votos emitidos. La tomadura de pelo se reduciría bastante y todos saldríamos ganando.   

Sigo a distancia y sin excesivo interés la campaña para las elecciones al parlamento de la Unión del 25 de mayo. Puntualizo: No me interesa la campaña; las elecciones, por supuesto que sí, y mucho. Ya expuse las razones hace unos días y no es cuestión de repetirme. Y de todas maneras, yo ya he votado por correo. 

Sobre el papelón que están haciendo los candidatos, al menos en España, prefiero no hablar. Meros teloneros de Jean-Claude Juncker y Martin Schulz, los únicos que cuentan con posibilidades reales de alzarse con la presidencia de la Comisión Europea, y cuyos debates se nos han escamoteado (aunque tampoco ellos parece que hayan estado especialmente brillantes) a las ciudadanos españoles, entretenidos con las majaderías del candidato del partido popular y las naderías de casi todos los demás. Léase al respecto el artículo "Europa se merecía más (y las mujeres también, Sr. Cañete)", de la directora del Huffington Post, Montserrat Domínguez. Para llorar...

Y sin embargo, el día 25 de mayo Europa se juega, literalmente, su futuro. No solo el inmediato de las instituciones de la Unión, sino el que realmente importa, el de sus más quinientos millones de ciudadanos, impotentes ante la incompetencia manifiesta de sus gobernantes, de todos, para sacarla del marasmo en que se encuentra.

Termino invitándoles a la lectura del artículo "La más crucial de las votaciones en Europa" que el profesor británico Timothy Garton-Ash, un euopeísta convencido, publica hoy en el diario El País. Lo verán todo, lo que Europa se juega el próximo domingo, con bastante claridad. Y por desgracia, como él dice, es Alemania la única que puede marcar el paso. Si no lo hace ella, no lo va a hacer nadie.

Así que no hagan caso de las "casandras" que invitan a la abstención como solución. Pasar del tema nunca es la solución de nada. Involúcrense. Y voten. Mejor al lado izquierdo, esa es mi opción. Pero voten en cualquier caso.

Le he dedicado esta entrada a mis tres nietos porque de ellos es el futuro. Y ahora sean felices, por favor, y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Alegoría de Europa (España, 2014)





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viernes, 27 de septiembre de 2013

UE, USA, China: A cada cuál, peor... ¡Triste consuelo!...






"Mutti" Angela



Al reputado historiador y analista político británico Timothy Garton-Ash le gustan, como a mí, las metáforas. Por ejemplo, la que le sirve de título a su artículo de hoy en El País: "La tortuga, el águila y el dragón", en el que analiza con escepticimo (ya saben, un optimista chamuscado por la realidad) la actual situación de caos político y económico que sufren las tres grandes potencias mundiales: China, Estados Unidos y Unión Europea, que cito por orden alfabético para no provocar. Por supuesto, es fácil imaginar a quién se refiere cuando habla de la tortuga, el águila y el dragón. Por cierto, a doña Angela Merkel la define como la "Mutti" (mamá; en alemán los sustantivos se escriben con mayúscula inicial) de la UE, y como una mamá dirige los destinos de una Unión cada vez más "hecha" a su medida.

Para Garton Ash, un euroescéptico inteligente y nada antieuropeista, la tortuga va a seguir siendo tortuga durante mucho tiempo, pero como en la fábula de Esopo, dice, no está nada claro quien ganará al final la carrera, pues tanto el águila como el dragón no están mucho mejor que nuestra tortuga. ¡Triste consuelo!, la verdad. Eso de "mal de muchos, consuelo de tontos", es filosofía popular, pero mala filosofía. Espero que les resulte interesante su análisis.

Sean felices, por favor, y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Timothy Garton-Ash





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viernes, 20 de noviembre de 2009

Europa como medio, y no como fin




Herman Van Rompuy, Presidente del Consejo Europeo




¡Enhorabuena! La Unión Europea ya tiene su primer "Presidente" (Presidente del Consejo Europeo) estable y su primera "Ministra de Asuntos Exteriores" (Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad Común) reforzada: Herman Van Rompuy, democristiano, flamenco, y hasta ahora primer ministro de Bélgica, y Catherine Margaret Ashton, socialista, británica, ex-presidenta de la Cámara de los Lores, y actual comisaria europea de Comercio, respectivamente. Y el francés Pierre de Boissieu, como Secretario General del Consejo Europeo.

No comparto las críticas que ya están surgiendo de muy diversos ámbitos a esos nombramientos, sobre todo, una que me asombra por lo que tiene de poco conocimiento, de desvergüenza, o de ambas cosas a la vez. Me refiero a la que achaca a estos nombramientos un "deficit democrático", insalvable, a juicio de algunos.

Los 27 Jefes de Estado y de Gobierno que componen el Consejo Europeo han sido elegidos, todos, sin excepción, democráticamente. ¿Cómo es posible entonces achacar un déficit democrático originario a quiénes ellos eligen para presidirlos y dirigir la política exterior que ellos mismos definen?

Segunda objección: Se trata de personalidades con un perfil político "bajo". Me gustaría saber que entienden los "críticos" por un perfil político "bajo". Ángela Merkel, una democristiana protestante procedente de la recién incorporada Alemania Oriental es hoy, con toda seguridad, la líder política más valorada de la Unión Europea. ¿Alguien sabía quién era Ángela Merkel antes de ser elegida canciller de la República Federal Alemana?

Presidir Bélgica no es cualquier cosa. Hay que tener muchas habilidades políticas para dirigir el gobierno del país, con toda seguridad más complejo de gobernar de toda Europa Occidental, partido en dos por la lengua, la religión, el origen territorial, y las competencias políticas compartidas, en una confederación "de hecho" entre valones y flamencos. La Cámara de los Lores británica es una antigualla, sin duda, pero existe y funciona. Es una institución casi milenaria y no creo que su presidencia se encomiende a cualquiera.

Quizá estamos pidiendo y esperando mucho de la Unión Europea. Y creo que tiene mucho de razón el profesor británico Timothy Garton-Ash, profesor de Estudios Europeos y titular de la prestigiosa cátedra "Isaiah Berlin" del St. Anthony´s College de la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution de la californiana Universidad de Stanford, cuando dice que deberíamos atender más a construir Europa como "medio" que como "fin": "El próximo capítulo de Europa comienza hoy" (El País, 15/11/09).

El Estado, que no es otra cosa como definición que una sociedad organizada políticamente, nació para atender y resolver los problemas y necesidad de sus ciudadanos, especialmente, su seguridad. La tentación de ver el Estado como fin en sí mismo, y no como medio, conduce al absolutismo, primero, y al totalitarismo, después. Es una experiencia histórica contrastada.

Quien no quiera ver los enormes progresos que la Unión ha traído a una Europa que en los últimos cien años se ha enfrentado en su suelo a dos devastadoras guerras mundiales, dictaduras, experiencias totalitarias, genocidios e infinidad de guerras civiles, o es que es un cínico, o lisa y llanamente lo que en lenguaje coloquial llamaríamos un gilipollas. Para no ir tan lejos, ¿algún europeo actual desearía volver a la Europa de hace sólo veinte años? Supongo que sí, que haberlos los habrá; yo no, desde luego.

Espero que les resulte interesante el artículo del profesor Garton-Ash. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)





Catherine M. Ashton, Alta Representante PESC de la Unión




"El próximo capítulo de Europa comienza hoy", por Timothy Garton-Ash
EL PAÍS - Opinión - 15-11-2009

Lo hicieron maravillosamente. A pesar de la lluvia, la celebración oficial de la caída del muro de Berlín, el lunes por la noche, me pareció un acto auténtica e inesperadamente emocionante. Los organizadores, seguramente dirigidos por Angela Merkel, hicieron casi todo bien. Los temas fundamentales fueron la libertad, Europa y el mundo, no la unidad alemana. La mujer germanoriental, de Leipzig, a la que la Stasi había encarcelado por llevar una pancarta que exigía "un país abierto de gente libre", Lech Walesa y el pionero sindicato polaco Solidaridad, los húngaros, Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos: a todos se les reconoció su parte de mérito. Curiosamente, la única persona que no fue suficientemente reconocida fue el predecesor de la propia Merkel, Helmut Kohl.

La caída de las fichas gigantes de dominó fue un golpe de efecto espectacular, en parte porque uno no podía dejar de pensar ¿y si sale mal? ¿Y si una de las fichas se cae de lado, o se para? Pero los alemanes lo habían calculado bien, por supuesto; son tan eficientes a la hora de derribar fichas de dominó como a la de fabricar BMW. Y qué bien estuvo situar hacia el final de la ceremonia una entrevista con Muhammad Yunus, el bangladeshí creador de los microcréditos, que habló del muro que aún separa el Norte rico del Sur pobre: die Mauer der Armut, el Muro de la Pobreza.

Así, pues, tres hurras por Alemania y tres hurras por Europa. Mientras mirábamos los focos que iluminaban el cielo nocturno sobre la puerta de Brandeburgo, pudimos reflexionar sobre la extraordinaria distancia recorrida en una ciudad que estuvo en el centro de dos guerras mundiales y la guerra fría. Al fin y al cabo, durante al menos 50 años, de 1939 a 1989, las luces de focos en la puerta de Brandeburgo fueron siempre el anuncio de que iba a morir gente, de una forma u otra, y no una señal de su liberación pacífica.

Pero luego se acabó. Los berlineses volvieron a sus casas bajo la lluvia; la policía empezó a desmontar las barreras de control de multitudes; y en la cena, según nos han dicho, los dirigentes de la UE se dedicaron a conspirar en voz baja por las esquinas sobre quién debería ser el próximo presidente del Consejo Europeo y el nuevo Alto Representante para la política exterior y de seguridad. Quizás eso era en lo que verdaderamente estaban pensando Gordon Brown, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, en su gélido estrado, mientras la larga ceremonia terminaba con jóvenes de todo el mundo unidos en el estribillo claramente obamaniano de una canción escrita especialmente para la ocasión: Podemos ser uno. (En cuanto a Silvio Berlusconi, parecía tener los ojos cerrados cada vez que le captaba una cámara de televisión. ¿Con qué estaría soñando? Mejor no preguntar).

¿El presidente del Consejo Europeo debería ser el belga Herman van Rompuy, que inspira a los autores de haikus? ¿El Alto Representante debería ser el cerebral ministro de Exteriores británico David Miliband? ¿Es verdad que Miliband ha renunciado a ser candidato y prefiere, con un valor digno de encomio, permanecer en el puente del Titanic del nuevo laborismo? ¿Dará un noble paso al frente Peter Mandelson para convertirse, seguramente, en el lord Alto Representante (con música de Gilbert & Sullivan)? ¿O irá a parar el cargo al ex primer ministro italiano Massimo d'Alema?

Yo ya he propuesto mis candidatos: el premio Nobel de la Paz y anciano estadista Martti Ahtisaari para la presidencia y Joschka Fischer o, en su defecto, Miliband para el cargo de Alto Representante. Son personalidades importantes. Pero, aunque las habituales negociaciones entre bastidores de la UE acaben designando a dos figuras débiles y anodinas -dos conejos sacados de una chistera gris-, todavía tenemos la posibilidad de crear una Europa que sea más "una", para repetir las palabras de la canción de Berlín. Seguiremos pudiendo crear las instituciones previstas, en especial un nuevo servicio exterior europeo. Y, de todas formas, lo que hagamos con esas instituciones dependerá, tanto con el Tratado de Lisboa como sin él, de la voluntad política de los Estados miembros y sus Gobiernos democráticamente elegidos. Si quieren que avancemos, se avanzará. Si no quieren, no se hará.

Deberían quererlo, porque que en Europa tengamos gran cosa que celebrar, o no, dentro de 20 años, dependerá de que nos aclaremos en nuestras relaciones con el resto del mundo. Por supuesto, sigue habiendo cosas importantísimas que hay que hacer dentro de las fronteras de la UE: la creación de nuevos puestos de trabajo y la integración de los ciudadanos musulmanes, por no mencionar más que dos. Pero, cada vez más, los desafíos fundamentales que debe abordar la Unión Europea no se encuentran dentro de sus fronteras sino fuera de ellas.

Desde el punto de vista geográfico, las prioridades comienzan con los países de Europa que todavía no están en la UE. La fatiga de la ampliación se palpa constantemente, pero todavía queda mucha Europa que agrupar para que "Europa" sea realmente Europa: el resto de los Balcanes, Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, tal vez Georgia y Armenia y, como caso especial y de importancia estratégica fundamental, Turquía. Si tenemos visión de futuro, deberíamos querer que todos estos países, siempre que cumplan los requisitos, sean miembros de la UE, por nuestro propio interés y por el de ellos.

Luego está Rusia. Si la UE no tiene una política para Rusia, no tendrá una política exterior. Y para tener una política común respecto a Rusia, necesita una política energética común. En el sur y el sureste está la cuestión de cómo ayudar a la modernización, la liberalización y, en definitiva, la democratización de unos países en su mayoría musulmanes que no es de prever que vayan a ser miembros de la UE. Aunque el muro de Berlín ha caído, sigue existiendo un muro que separa a israelíes y palestinos.

Más allá están las grandes potencias emergentes como China, India y Brasil. En comparación con su propio pasado desgraciado y dividido, Europa ha ascendido; en poder relativo, está descendiendo. Estados Unidos ya no considera de manera automática que Europa es su socio estratégico (la aparición de Barack Obama en un vídeo para transmitir su mensaje en la puerta de Brandeburgo no sirvió más que para recordar a todos su ausencia física. Deberían haber dejado que lo hiciera Hillary Clinton). El argumento de Miliband de que tenemos que elegir entre un mundo con un G-2, en el que las grandes decisiones las tomen Estados Unidos y China, y un mundo con un G-3, que incluya a la UE como tercer interlocutor, es simplista y exagerado, pero es útil para explicar la situación.

Todavía más allá, y con consecuencias aún más amplias, está el Muro de la Pobreza del que habló Yunus. La UE posee la economía más grande del mundo. En combinación con sus Estados miembros, suministra más de la mitad de la ayuda oficial al desarrollo del mundo. Si fuera "una" y actuase con visión estratégica, nadie tendría más posibilidades de rebajar ese muro que separa al Norte rico del Sur pobre. Y lo más importante de todo es el reto planetario del cambio climático, ahora que queda tan poco tiempo para la cumbre de Copenhague a principios de diciembre.

Lo que importa es esto: no es necesario tener ningún apego sentimental a Europa para comprender que, si queremos abordar estos problemas, necesitamos la dimensión y la influencia que sólo puede ofrecer Europa. No tiene nada que ver con los sueños de una "unión cada vez más estrecha". Se trata de Europa como medio, no como fin. El objetivo es defender e impulsar los intereses vitales de todos nuestros ciudadanos, incluidos los británicos.

Europa tiene mucho que contar sobre los últimos 60 años, y lo contó magníficamente en Berlín el lunes por la noche; pero ese relato habla sobre todo de lo que hemos conseguido dentro de Europa. El próximo capítulo dependerá de lo que hagamos fuera de ella.





Timothy Garton-Ash, profesor en Oxford y Stanford





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Entrada núm. 1249 -
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