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jueves, 5 de abril de 2018

[A VUELAPLUMA] La Ciudad de las Dos Coronas





El Brexit abre una oportunidad para resolver la controversia histórica sobre el Peñón para convertirlo en eje del futuro estratégico de toda la bahía de Algeciras y en símbolo de la amistad hispano-británica, escriben en El País los profesores Alejandro del Valle, catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de Cádiz, e Ignacio Molina,  profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. 

El vínculo político bilateral entre Madrid y Londres, comienzan diciendo, siempre ha estado muy por debajo de su potencial, considerando la intensa relación interpersonal y económicoempresarial entre España y Reino Unido; quizá la mayor del mundo entre dos países que no son vecinos ni comparten idioma. Pese a los muchos intereses y valores comunes, la relación solo puede calificarse como correcta y, así, Reino Unido es el único de los seis Estados miembros más grandes de la UE con quien España no ha institucionalizado una asociación. La visión tan distinta sobre la integración europea y Gibraltar explican ese perfil bajo. Paradójicamente, tras el Brexit aumentan los incentivos para que la diplomacia británica busque más complicidad con la cuarta potencia del continente. Para ello, es necesario saber gestionar (y, si es posible, resolver) la compleja controversia histórica sobre el Peñón. Un contencioso que, aparte de un fuerte simbolismo en ambos lados, contiene elementos tangibles de gran importancia para los legítimos intereses de Gibraltar, el Campo de Gibraltar, España, Reino Unido y la UE.

Desde 1964 existen constantes pronunciamientos en Naciones Unidas sobre el deber de realizar negociaciones hispano-británicas que lleven a la descolonización de este territorio no autónomo. Y desde los años ochenta se ha venido intentando crear, aunque con serios altibajos, un marco de relación para los asuntos cotidianos. Lo cierto es que nos encontramos desde hace mucho en una situación de bloqueo bilateral y multilateral. En realidad, los aspectos de cooperación transfronteriza y soberanía van tan íntimamente vinculados que cualquier incidente o propuesta en un ámbito puede fácilmente frenar cualquier avance en el otro. Y a ello se une la circunstancia del Brexit y la segura afectación futura del estatuto europeo e internacional de Gibraltar. En esta situación no es de extrañar que la oferta de cosoberanía que hizo España en 2016, que contiene elementos interesantes pero también defectos desde un punto de vista interno, se encontrase con el rechazo frontal de Londres y sobre todo de Gibraltar, que al mismo tiempo busca desesperadamente unas nuevas condiciones de supervivencia económica y jurídica para después de 2019.

Estamos, pues, ante una coyuntura crítica en la que replantear el estatuto de Gibraltar. Y, aunque en los últimos meses se ha escuchado más la posición retórica numantina del ministro principal, Fabian Picardo, no cabe duda de que se ha abierto una ventana de oportunidad para explorar alternativas a las tradicionales. En este sentido, propugnamos la exploración de una nueva avenida imaginativa, que vendría por la recuperación simbólica de la soberanía mediante la fórmula de la ciudad de las dos coronas. Se trata de constituir un territorio internacionalizado pero que permanezca en la UE, que esté completamente conectado a su entorno gaditano y que se beneficie de una relación privilegiada con España (permitiendo su incorporación aunque evitando la absorción) al tiempo que conserva la que ahora tiene con Reino Unido. Varias ideas pueden apuntarse aquí sobre este nuevo modelo.

En primer lugar, la recuperación de la ciudad perdida no tiene por qué implicar su integración en la estructura territorial española; de hecho ya hay territorios del reino de España no integrados como las islas y peñones en la costa africana (Vélez, Alhucemas, Chafarinas). Por tanto, una ciudad podría adscribirse formalmente a la corona y, en este caso, además, hacerlo mediante un tratado que estableciera su nuevo estatuto de vinculación a las coronas española y británica. La experiencia de ciertos microterritorios europeos con estatuto particularizado por razones históricas (casos de las Crown Dependencies británicas de las islas de Man, Jersey y Guernsey; de los enclaves en Suiza de la alemana Büsingen y de la italiana Campione d’Italia, o del Principado de Andorra), demuestra que pueden encontrarse fórmulas satisfactorias. No enarbolar las banderas de España y Reino Unido en los espacios oficiales podría ser una alternativa práctica si el simbolismo es el obstáculo sentimental o real para acordar las reglas de convivencia entre comunidades humanas fronterizas. Sobre todo, si ello permite además mantener ondeando la bandera europea.

En segundo lugar, el ejercicio de funciones soberanas. Si en el caso de las islas y peñones se realiza directamente por el Gobierno, en el caso de Gibraltar estas funciones —que no pueden desempeñarse por la corona— podrían consistir en la coordinación del nuevo estatuto con las autoridades británicas y de la UE. Podría decidirse, por ejemplo, mantener todo el autogobierno actual gibraltareño y crear un completo nuevo estatuto internacional en temas que requieren de urgente coordinación (como navegación, protección del medio ambiente, fiscalidad y actividades financieras) o de necesaria regulación (aduanera, tránsito fronterizo o uso del aeropuerto). Igualmente, habría que acordar entre Madrid y Londres el ejercicio de las responsabilidades en materia de relaciones exteriores y de seguridad y defensa, incluido el uso de las muy importantes bases militares aérea, naval y de inteligencia británicas radicadas en el Peñón.

En tercer lugar, un modelo que resultaría en una especie de principado en el Estrecho permitiría dar una nueva realidad de cooperación transfronteriza y una poderosa dimensión económica al hoy vulnerable Campo de Gibraltar, al quedar vinculado a la ciudad de las dos coronas y su estatuto internacional. Las perspectivas beneficiosas por ejemplo para La Línea de la Concepción, que es ciudad fronteriza única en Europa, serían revolucionarias: terrenos para empresarios de Gibraltar, economías de escala para un área portuaria en la bahía que sería líder de Europa, o un gran espacio de educación superior y cultura bilingüe e internacionalizado.

Hay instrumentos en derecho internacional y en derecho constitucional para afrontar viablemente la creación de un modelo único para el caso único, y que no resulte trasladable a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla o a las pretensiones de nuestros nacionalismos independentistas. En definitiva, se trata de explorar una vía imaginativa que permitiría para España cubrir sus objetivos históricos y sus intereses esenciales: reincorporación en el reino de la ciudad perdida y planteamiento para los españoles campogibraltareños de un futuro de convivencia y prosperidad. Gibraltar conseguiría seguir en la UE, superar el molesto estigma de la descolonización, disfrutar de todos los derechos que le otorgase la doble ciudadanía británica y española y multiplicar su potencial de crecimiento. Y, por último, la relación bilateral Madrid-Londres en el post-Brexit no solo arrancaría sin el lastre de una controversia histórica, sino que se reforzaría con un vínculo institucional al máximo nivel.



Dibujo de Raquel Marín para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt





Entrada núm. 4402
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 15 de marzo de 2017

[Política internacional] Gibraltar en el candelero



Naciones Unida, Nueva York


Ya he expresado en ocasiones anteriores mi opinión sobre el contencioso que enfrenta a España y Gran Bretaña sobre Gibraltar, opinión que se resume en pocas palabras: la existencia de Gibraltar, !una "colonia" en suelo europeo!, es a estas alturas un anacronismo histórico, jurídico y político que debería estar resuelto hace mucho tiempo. Con una premisa básica: que en cualquier caso quede acreditada y se respete la voluntad de sus habitantes y que se realice con el acuerdo expreso y firme de España y Gran Bretaña, no solo de una o dos de las tres partes en litigio. ¿Soluciones posibles (o deseables)?: la independencia pura y simple; la integración en España como Comunidad Autónoma; la integración en Gran Bretaña; o un Estatuto Especial como Estado independiente en la Unión Europea bajo la cosoberanía compartida de las Coronas española y británica. Pero como también digo siempre (o casi siempre) mi opinión al respecto es irrelevante.

Para Gibraltar, decía en un reciente artículo en El País la profesora Paz Andrés Sáenz de Santa María, catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad de Oviedo, el Brexit ha sido una pésima noticia. Jurídicamente, añade, no hay duda de que una vez materializada la salida de Reino Unido España recupera la facultad reconocida por el artículo X del Tratado de Utrecht de controlar e incluso de cerrar el paso por la verja, que permanecía inaplicable tras la adhesión de España a la Unión Europea como consecuencia de la obligación de garantizar la libre circulación de personas, servicios y capitales. Por otra parte, los expertos ya han advertido de las restricciones que España podría imponer sobre la residencia, propiedades, negocios y ejercicio profesional de los gibraltareños en España y, más en general, de las repercusiones negativas para Gibraltar de la pérdida del estatuto especial. Los documentos publicados por el Gobierno británico antes del referéndum reconocían estos problemas y el apoyo a la permanencia expresado en la consulta por el 95,1 % de los gibraltareños certifica que son conscientes de las consecuencias.

El compromiso de Reino Unido con Gibraltar, dice más adelante, reiterado en múltiples ocasiones antes y después del Brexit mediante el conocido mantra de que ese Estado nunca celebrará acuerdos por los que la población de Gibraltar quede bajo la soberanía de otro Estado ni participará en negociaciones de soberanía con las que Gibraltar no esté conforme, tendrá valor político para consumo interno pero no puede eliminar esta realidad. Tampoco pueden hacerlo los vanos intentos de formar con Escocia un frente común para conseguir la permanencia en la Unión, dada la condición singular de Gibraltar como territorio no autónomo, ni la también vana evocación del caso de Groenlandia, pues es justamente el inverso de lo que Gibraltar pretende. Nada de esto vale para obviar los poderes de control que se derivan del derecho de la UE para cada Estado miembro en relación con las sucesivas fases del proceso de retirada, desde la definición de las orientaciones de negociación por parte del Consejo Europeo, pasando por la adopción del texto del tratado de retirada y hasta la ratificación del mismo. España puede hacer uso de estas facultades para controlar la regulación del régimen de Gibraltar, lo que es plenamente coherente con la característica de controversia bilateral reconocida siempre por las instituciones europeas y, desde luego, con la legítima defensa de nuestros intereses. El presidente Rajoy ya ha dicho en Malta que Gibraltar se irá de la Unión Europea y no se aplicará el acervo comunitario en el mismo instante en que se vaya el Reino Unido.

La reciente propuesta española de soberanía conjunta, señala, abre una nueva perspectiva. Su contenido se articula alrededor de cuatro ejes: un estatuto personal para los habitantes del Peñón que les permita acceder a la nacionalidad española sin renunciar a la británica; un régimen de autonomía; el mantenimiento de un régimen fiscal particular siempre que sea compatible con el derecho de la Unión y el desmantelamiento de la verja. España y Reino Unido ostentarían conjuntamente las competencias en materia de defensa, relaciones exteriores, control de fronteras, inmigración y asilo. Al presentarla ante la Cuarta Comisión de la Asamblea General, el representante de España destacó las ventajas de esta solución para conjurar las consecuencias del Brexit sobre Gibraltar, pues la economía del territorio seguiría beneficiándose del acceso al mercado interior, manteniéndose las libertades de circulación.

Cuando David Cameron, comenta, obtuvo de los jefes de Estado y de Gobierno la decisión relativa a un nuevo régimen para Reino Unido, dijo que había conseguido lo mejor de los dos mundos, aunque los ciudadanos británicos no supieron apreciarlo. Tras el Brexit, la propuesta de soberanía conjunta ofrece a Gibraltar la versión particular de lo mejor de los dos mundos. Su ministro principal, que ya se ha precipitado a rechazarla, tendría que explicar a la población por qué prefiere salir de la Unión en vez de permanecer en ella sin tener que renunciar a nada, por qué desprecia un estatuto personal privilegiado, por qué no quiere superar de este modo una situación colonial anacrónica y por qué no quiere fortalecer las sinergias económicas con el Campo de Gibraltar, por el que a veces aparenta interesarse. Escudarse en el referéndum de 2002 en el que se rechazó la fórmula de la cosoberanía negociada por Piqué y Straw no parece suficiente, dado el cambio que supone el Brexit.

Si la incorporación del Reino Unido a las Comunidades Europeas cambió radicalmente la economía de Gibraltar, dice, la retirada de ese Estado puede tener consecuencias muy negativas para el territorio. Ni la ingeniería jurídica ni las dramáticas apelaciones a su europeísmo serán suficientes para conjurar los riesgos ciertos a los que se enfrenta. No por casualidad, el Libro Blanco que acaba de presentar la primera ministra se limita a asegurar que el gobierno británico seguirá involucrando a Gibraltar en sus foros de trabajo, se comprometerá con sus intereses cuando comiencen las negociaciones y reforzará los vínculos entre ellos mismos.

La puesta en práctica de la salida de Reino Unido de la UE llevará tiempo pero acabará llegando, concluye diciendo. Y la población de Gibraltar se topará con la cruda realidad de ser un territorio no autónomo de un tercer Estado, con todos los inconvenientes y ninguna de las ventajas actuales. En El arte de la prudencia, Baltasar Gracián contrapone a los que no se dan cuenta de la verdad ni de la utilidad, preocupados por contradecir y luchar, frente a los que están de parte de la razón y no de la pasión. Gibraltar va a tener que valorar pronto cuál de las dos posturas conviene más a sus intereses. Espero que acierten.




Gibraltar, al fondo. La Línea de la Concepción, España, en primer plano



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3379
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 5 de septiembre de 2013

El contencioso sobre Gibraltar




El Peñón de Gibraltar



Ya he expresado en ocasiones anteriores mi opinión sobre el contencioso que enfrenta a España y Gran Bretaña sobre Gibraltar, que se resume en pocas palabras: la existencia de Gibraltar, !una "colonia" en suelo europeo!, es a estas alturas un anacronismo histórico, jurídico y político que debería estar resuelto hace mucho tiempo. Con una premisa básica, que quede acreditada y se respete la voluntad de sus habitantes, y que se realice con el acuerdo expreso y firme de España, Gran Bretaña y los gibraltareños. ¿Soluciones posibles (o deseables)?: la independencia pura y simple; la integración en España como Comunidad Autónoma; la integración en Gran Bretaña; o un Estatuto Especial como Estado independiente en la Unión Europea bajo la soberanía compartida de las coronas española y británica. Pero como también digo siempre (o casi siempre) mi opinión al respecto es irrelevante.

El "Real Instituto Elcano", una fundación privada independiente de la administración pública y de las empresas que ayudan a su financiación, constituida como foro de análisis y discusión sobre la actualidad y las relaciones internacionales de España, acaba de hacer público un informe: "Dossier sobre Gibraltar", que incluye una docena de colaboraciones de destacados especialistas en la materia, así como documentación jurídica e histórica, exhaustiva, sobre este asunto, desde todos los enfoques, puntos de vista, perspectivas y aspectos posibles. Merece la pena su consulta, se lo aseguro.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





Un enfrentamiento absurdo e innecesario





Entrada núm. 1959
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)