Mostrando entradas con la etiqueta Gran Bretaña. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gran Bretaña. Mostrar todas las entradas

jueves, 16 de mayo de 2019

[HISTORIA] Las miserias del Imperio (británico)





La manera en que la elitista clase política británica está afrontando el Brexit es un buen ejemplo de la improvisación y arrogancia con que afronta los problemas internacionales. Ya lo hizo antes, escribía hace unas semanas el  ensayista y novelista indio Pankaj Mishra. 

Al describir la desastrosa manera que tuvo Gran Bretaña de salir de su imperio indio en 1947, el novelista Paul Scott escribió que los británicos “llegaron al final de sí mismos tal como eran”, es decir, al final de la elevada imagen que tenían de sí mismos. Scott fue uno de los sorprendidos por lo apresurada e implacablemente que los británicos, después de gobernar India durante más de un siglo, la condenaron a la fragmentación y la anarquía, por cómo Louis Mountbatten, certeramente calificado por el historiador de derechas Andrew Roberts como un “embaucador mentiroso e intelectualmente limitado”, dirigió como último virrey el destino de 400 millones de personas.

La ruptura de Gran Bretaña con la Unión Europea está siendo otra muestra de abandono moral de sus gobernantes. Los partidarios del Brexit, en busca de la ilusa idea de recuperar el poder y la autosuficiencia de la era imperial, llevan dos años poniendo repetidamente de manifiesto su soberbia, su obcecación y su ineptitud. Theresa May, inicialmente partidaria de la permanencia, ha estado a la altura de su terquedad y su arrogancia al imponer un calendario imposible de dos años y fijar unas líneas rojas que han saboteado las negociaciones con Bruselas y han condenado su acuerdo a un rechazo categórico y bipartidista en el Parlamento.

Puede que este tipo de comportamiento egocéntrico y destructor de la clase dirigente británica asombre a muchos, pero ya quedó patente hace 70 años, cuando Reino Unido salió precipitadamente de India.

Mountbatten, apodado el “maestro de los desastres” en los círculos navales británicos, era miembro representativo del pequeño grupo de británicos de clase media y alta del que salieron los señores imperiales de Asia y África. Pésimamente capacitados para sus inmensas responsabilidades, el poderío imperial de Gran Bretaña les permitió cometer error tras error en todo el mundo. Desde luego, esos eternos colegiales tienen un “peso totalmente desproporcionado” y están sobrerrepresentados en el Partido Conservador. Y hoy han sumido el país en su peor crisis y han dejado al descubierto a su incestuosa y egoísta clase dirigente.

Desde David Cameron, que se jugó temerariamente el futuro de su país en un referéndum para aislar a unos cuantos protestones de su partido, hasta el oportunista de Boris Johnson, que se subió al tren del Brexit para asegurarse el puesto de primer ministro ocupado en otro tiempo por su adorado Winston Churchill, pasando por el extravagante y anticuado Jacob Rees-Mogg, con su sombrero de copa, cuya firma de gestión de fondos estableció una oficina en la UE al tiempo que la criticaba con vehemencia, la clase política británica ha ofrecido al mundo un desfile increíble de embaucadores mentirosos e intelectualmente limitados.

En realidad, para los que invocan la historia de Gran Bretaña, es más ajustado decir que la partición ha llegado a sus propias puertas. Irónicamente, las fronteras impuestas en 1921 a Irlanda, la primera colonia de Inglaterra, han acabado siendo el mayor obstáculo para los defensores del Brexit en busca de la virilidad imperial. Y la propia Gran Bretaña afronta la perspectiva de una partición si se materializa la salida. El hecho de que los partidarios de marcharse no se dieran cuenta de lo volátil que era la cuestión irlandesa y despreciaran el problema escocés da idea de su perspicacia política. Irlanda se dividió para asegurar que los colonos protestantes fueran más numerosos que los nativos católicos en una parte del país. La división provocó décadas de violencia y costó miles de vidas. Se reparó en parte en 1998, cuando el acuerdo de paz eliminó la necesidad de controles aduaneros y de seguridad en la línea de partición impuesta por los británicos. Era evidente que el restablecimiento de un régimen de aduanas e inmigración en la única frontera terrestre de Gran Bretaña con la UE iba a encontrarse con una resistencia violenta. Pero el bando del Brexit, que se ha dado cuenta tarde de esa siniestra posibilidad, ha intentado negarla. Los políticos y los periodistas en Irlanda están lógicamente espantados por la agresiva ignorancia de los ingleses partidarios del Brexit. Los hombres de negocios de todas partes están indignados por su frívolo desdén hacia las consecuencias económicas de las nuevas fronteras. Pero nada puede sorprender a cualquiera que conozca la intolerable despreocupación con la que la clase dirigente británica trazó fronteras en Asia y África y luego condenó a los pueblos a uno y otro lado a sufrimientos sin fin.

La maligna incompetencia de los partidarios del Brexit tuvo su preludio calcado durante la salida británica de India en 1947, sobre todo por la falta de preparativos para hacerla ordenadamente. Se encargó a un abogado británico llamado Cyril Radcliffe que trazara las nuevas fronteras de un país que nunca había visitado. Con solo cinco semanas para inventar la geografía política de una India flanqueada por unas alas oriental y occidental llamadas Pakistán, Radcliffe no fue a ver ningún pueblo, aldea, río ni bosque junto a las fronteras que pensaba delimitar. Sentenció a millones de personas a la muerte o la desolación y, de paso, obtuvo el máximo título de nobleza. Murieron hasta un millón de personas: una carnicería que supera cualquier profecía apocalíptica sobre el Brexit.

En retrospectiva, Mountbatten tenía incluso menos motivos que May para acelerar la salida y crear unos problemas eternos e irresolubles. Pocos meses después del desastre de la partición, India y Pakistán estaban librando una guerra por el territorio en disputa de Cachemira. Pero Mountbatten era menos obstinado que Winston Churchill, cuyo nombre pone firmes hoy a muchos partidarios del Brexit. Churchill, un imperialista fanático, se esforzó más que ningún otro político británico en impedir la independencia de India y, como primer ministro entre 1940 y 1945, contribuyó a ponerla en peligro. Obsesionado por la idea racista de la superioridad de los angloamericanos, en 1943 se negó a ayudar a los indios en plena hambruna porque “se reproducían como conejos”.

Los numerosos crímenes de los presuntuosos aventureros del imperio fueron posibles gracias al enorme poder geopolítico de Gran Bretaña y quedaron ocultos por su prestigio cultural. Por eso ha podido sobrevivir hasta hace poco la imagen de valiente, sabia y benevolente que cultivaba la élite británica sobre sí misma, a pesar de las pruebas históricas condenatorias sobre esos maestros del desastre, desde Chipre hasta Malasia y desde Palestina hasta Sudáfrica. Las humillaciones en las aventuras neoimperialistas en el extranjero y la calamidad del Brexit en casa han revelado cruelmente el farol de los que Hannah Arendt llamó “los locos quijotescos del imperialismo”. Ahora que la partición llama a su propia puerta, amenaza con un baño de sangre en Irlanda y con la secesión en Escocia, ahora que se avecina el caos de un Brexit sin acuerdo, son los británicos normales y corrientes los que van a padecer las heridas incurables de la salida que las torpes camarillas infligieron en otro tiempo a millones de asiáticos y africanos. Puede que aún le esperen al país más ironías históricas y desagradables en el peligroso camino hasta el Brexit. Pero podemos decir sin temor a equivocarnos que la clase dirigente británica, tanto tiempo mimada, ha llegado al final de sí misma tal como era.



Dibujo de Eva Vázquez para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4901
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 15 de marzo de 2017

[Política internacional] Gibraltar en el candelero



Naciones Unida, Nueva York


Ya he expresado en ocasiones anteriores mi opinión sobre el contencioso que enfrenta a España y Gran Bretaña sobre Gibraltar, opinión que se resume en pocas palabras: la existencia de Gibraltar, !una "colonia" en suelo europeo!, es a estas alturas un anacronismo histórico, jurídico y político que debería estar resuelto hace mucho tiempo. Con una premisa básica: que en cualquier caso quede acreditada y se respete la voluntad de sus habitantes y que se realice con el acuerdo expreso y firme de España y Gran Bretaña, no solo de una o dos de las tres partes en litigio. ¿Soluciones posibles (o deseables)?: la independencia pura y simple; la integración en España como Comunidad Autónoma; la integración en Gran Bretaña; o un Estatuto Especial como Estado independiente en la Unión Europea bajo la cosoberanía compartida de las Coronas española y británica. Pero como también digo siempre (o casi siempre) mi opinión al respecto es irrelevante.

Para Gibraltar, decía en un reciente artículo en El País la profesora Paz Andrés Sáenz de Santa María, catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad de Oviedo, el Brexit ha sido una pésima noticia. Jurídicamente, añade, no hay duda de que una vez materializada la salida de Reino Unido España recupera la facultad reconocida por el artículo X del Tratado de Utrecht de controlar e incluso de cerrar el paso por la verja, que permanecía inaplicable tras la adhesión de España a la Unión Europea como consecuencia de la obligación de garantizar la libre circulación de personas, servicios y capitales. Por otra parte, los expertos ya han advertido de las restricciones que España podría imponer sobre la residencia, propiedades, negocios y ejercicio profesional de los gibraltareños en España y, más en general, de las repercusiones negativas para Gibraltar de la pérdida del estatuto especial. Los documentos publicados por el Gobierno británico antes del referéndum reconocían estos problemas y el apoyo a la permanencia expresado en la consulta por el 95,1 % de los gibraltareños certifica que son conscientes de las consecuencias.

El compromiso de Reino Unido con Gibraltar, dice más adelante, reiterado en múltiples ocasiones antes y después del Brexit mediante el conocido mantra de que ese Estado nunca celebrará acuerdos por los que la población de Gibraltar quede bajo la soberanía de otro Estado ni participará en negociaciones de soberanía con las que Gibraltar no esté conforme, tendrá valor político para consumo interno pero no puede eliminar esta realidad. Tampoco pueden hacerlo los vanos intentos de formar con Escocia un frente común para conseguir la permanencia en la Unión, dada la condición singular de Gibraltar como territorio no autónomo, ni la también vana evocación del caso de Groenlandia, pues es justamente el inverso de lo que Gibraltar pretende. Nada de esto vale para obviar los poderes de control que se derivan del derecho de la UE para cada Estado miembro en relación con las sucesivas fases del proceso de retirada, desde la definición de las orientaciones de negociación por parte del Consejo Europeo, pasando por la adopción del texto del tratado de retirada y hasta la ratificación del mismo. España puede hacer uso de estas facultades para controlar la regulación del régimen de Gibraltar, lo que es plenamente coherente con la característica de controversia bilateral reconocida siempre por las instituciones europeas y, desde luego, con la legítima defensa de nuestros intereses. El presidente Rajoy ya ha dicho en Malta que Gibraltar se irá de la Unión Europea y no se aplicará el acervo comunitario en el mismo instante en que se vaya el Reino Unido.

La reciente propuesta española de soberanía conjunta, señala, abre una nueva perspectiva. Su contenido se articula alrededor de cuatro ejes: un estatuto personal para los habitantes del Peñón que les permita acceder a la nacionalidad española sin renunciar a la británica; un régimen de autonomía; el mantenimiento de un régimen fiscal particular siempre que sea compatible con el derecho de la Unión y el desmantelamiento de la verja. España y Reino Unido ostentarían conjuntamente las competencias en materia de defensa, relaciones exteriores, control de fronteras, inmigración y asilo. Al presentarla ante la Cuarta Comisión de la Asamblea General, el representante de España destacó las ventajas de esta solución para conjurar las consecuencias del Brexit sobre Gibraltar, pues la economía del territorio seguiría beneficiándose del acceso al mercado interior, manteniéndose las libertades de circulación.

Cuando David Cameron, comenta, obtuvo de los jefes de Estado y de Gobierno la decisión relativa a un nuevo régimen para Reino Unido, dijo que había conseguido lo mejor de los dos mundos, aunque los ciudadanos británicos no supieron apreciarlo. Tras el Brexit, la propuesta de soberanía conjunta ofrece a Gibraltar la versión particular de lo mejor de los dos mundos. Su ministro principal, que ya se ha precipitado a rechazarla, tendría que explicar a la población por qué prefiere salir de la Unión en vez de permanecer en ella sin tener que renunciar a nada, por qué desprecia un estatuto personal privilegiado, por qué no quiere superar de este modo una situación colonial anacrónica y por qué no quiere fortalecer las sinergias económicas con el Campo de Gibraltar, por el que a veces aparenta interesarse. Escudarse en el referéndum de 2002 en el que se rechazó la fórmula de la cosoberanía negociada por Piqué y Straw no parece suficiente, dado el cambio que supone el Brexit.

Si la incorporación del Reino Unido a las Comunidades Europeas cambió radicalmente la economía de Gibraltar, dice, la retirada de ese Estado puede tener consecuencias muy negativas para el territorio. Ni la ingeniería jurídica ni las dramáticas apelaciones a su europeísmo serán suficientes para conjurar los riesgos ciertos a los que se enfrenta. No por casualidad, el Libro Blanco que acaba de presentar la primera ministra se limita a asegurar que el gobierno británico seguirá involucrando a Gibraltar en sus foros de trabajo, se comprometerá con sus intereses cuando comiencen las negociaciones y reforzará los vínculos entre ellos mismos.

La puesta en práctica de la salida de Reino Unido de la UE llevará tiempo pero acabará llegando, concluye diciendo. Y la población de Gibraltar se topará con la cruda realidad de ser un territorio no autónomo de un tercer Estado, con todos los inconvenientes y ninguna de las ventajas actuales. En El arte de la prudencia, Baltasar Gracián contrapone a los que no se dan cuenta de la verdad ni de la utilidad, preocupados por contradecir y luchar, frente a los que están de parte de la razón y no de la pasión. Gibraltar va a tener que valorar pronto cuál de las dos posturas conviene más a sus intereses. Espero que acierten.




Gibraltar, al fondo. La Línea de la Concepción, España, en primer plano



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3379
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 10 de diciembre de 2015

[A vuelapluma] La ausencia del presidente: "Honi soit qui mal y pense"




Caricatura de Mariano Rajoy


Que se avergüence quien haya pensado mal... La frase que da título a esta entrada de hoy fue pronunciada por el rey Eduardo III de Inglaterra a mediados del siglo XIV con ocasión de un lance cortesano que se hizo célebre. Y no creo que nuestro ínclito presidente del gobierno, don Mariano Rajoy, tenga la menor idea de su origen; o quizá sí, pero tengo dudas razonables sobre ello. 

La verdad es que por esas asociaciones de ideas de las que escribo a menudo, pensé en ella a raíz de la clamorosa y vergonzante estampida de nuestro presidente en todos los debates electorales a cuatro que se están dando en esta campaña electoral y de los sesudos análisis que, unos y otros, están haciendo sobre las razones profundas de su inexplicable y antidemocrática actitud. En todo caso, y perdónenme lo soez de la expresión, me la trae floja lo que haga o deje de hacer en la campaña electoral don Mariano Rajoy, así que aclarado el asunto, y ya que la frase original fue pronunciada en el antiguo dialecto normando-francés, voy a referirme a la destacada influencia francesa (pues fueron normandos, no los autóctonos sajones, los fundadores del Reino de Inglaterra) en algunas tradiciones británicas.

Tres ejemplos. ¿Sabían ustedes que el lema del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que figura en su escudo de armas nacional dice Dieu et mon droit (Dios y mi derecho), así, escrito en francés? El nuestro, el de España, está en latín, y ya saben, dice eso de: Plus Ultra, es decir, Más allá, que fue el lema personal del rey Carlos I. 

¿Sabían ustedes que también se escribe en francés la fórmula mediante la cual los reyes de Gran Bretaña e Irlanda del Norte sancionan y promulgan las leyes: La Reine le veult, la Reina lo quiere? En nuestro país la fórmula de sanción legal es un poco más larga y formal: Yo, Felipe VI, Rey de España, a todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed: que las Cortes Generales han aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente Ley. 

Y tercero, ¿sabían ustedes que el panteón real inglés en el que descansan Enrique II, Ricardo Corazón de León o Leonor de Aquitania, y algunos otros reyes ingleses está en suelo francés; concretamente en la Abadía de Fontevrault, cerca de Chinon, en Anjou?, ¿no?, bueno, pues ya saben otra cosa más.

Pero me he ido por las ramas, como siempre, porque lo que yo quería, aprovechando la excusa de la tocata y fuga de nuestro presidente de los debates electorales, era contar la historia del lance que que dio origen a la frase Honi soit qui mal y pense, y con ella al nacimiento de la Orden de la Jarretera, una de las más preciadas condecoraciones de la monarquía británica. Aunque la del Toisón de Oro de la monarquía española la gane por goleada. Dicho sin animus iniuriandi, que conste.

Cuenta la leyenda que una noche en que el rey Eduardo III de Inglaterra estaba bailando con la condesa de Salisbury en una gran fiesta de la corte, hacia el año 1344, la dama perdió su jarretera (liga), y aunque nunca se ha sabido si la caída de la liga fue voluntaria o accidental, el rey, apercibido del incidente, acudió presuroso y galante a recogerla y devolvérsela a su propietaria. Fue entonces que Eduardo se dio cuenta de que la gente de su alrededor estaba sonriendo y murmurando, así que, con toda la razón del mundo, parece que exclamó airado en normando-francés: Honi soit qui mal y pense, que en román paladino quiere decir: Que se avergüence quien haya pensado mal, y colocándose la media sobre su propio muslo, añadió que haría la pequeña jarretera azul tan gloriosa que todos querrían poseerla. Y con tal fin creó el rey la Orden de la Jarretera, cuyo símbolo es una jarretera azul oscuro, de borde dorado en la que aparecen las palabras pronunciadas por el rey. Hermosa historia, ¿no les parece?

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




El lema de la Orden de la Jarretera en el castillo de Windsor




Entrada núm. 2533
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 5 de septiembre de 2013

El contencioso sobre Gibraltar




El Peñón de Gibraltar



Ya he expresado en ocasiones anteriores mi opinión sobre el contencioso que enfrenta a España y Gran Bretaña sobre Gibraltar, que se resume en pocas palabras: la existencia de Gibraltar, !una "colonia" en suelo europeo!, es a estas alturas un anacronismo histórico, jurídico y político que debería estar resuelto hace mucho tiempo. Con una premisa básica, que quede acreditada y se respete la voluntad de sus habitantes, y que se realice con el acuerdo expreso y firme de España, Gran Bretaña y los gibraltareños. ¿Soluciones posibles (o deseables)?: la independencia pura y simple; la integración en España como Comunidad Autónoma; la integración en Gran Bretaña; o un Estatuto Especial como Estado independiente en la Unión Europea bajo la soberanía compartida de las coronas española y británica. Pero como también digo siempre (o casi siempre) mi opinión al respecto es irrelevante.

El "Real Instituto Elcano", una fundación privada independiente de la administración pública y de las empresas que ayudan a su financiación, constituida como foro de análisis y discusión sobre la actualidad y las relaciones internacionales de España, acaba de hacer público un informe: "Dossier sobre Gibraltar", que incluye una docena de colaboraciones de destacados especialistas en la materia, así como documentación jurídica e histórica, exhaustiva, sobre este asunto, desde todos los enfoques, puntos de vista, perspectivas y aspectos posibles. Merece la pena su consulta, se lo aseguro.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt





Un enfrentamiento absurdo e innecesario





Entrada núm. 1959
elblogdeharentd@gmail.com
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)