Mostrando entradas con la etiqueta E.Aguirre. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta E.Aguirre. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] El rey desnudo. (Publicada el 16 de marzo de 2009)





Uno de los problemas históricos de los reyes (lo dice nada menos que Michel de Montaigne en su Ensayos) es que quiénes les rodeaban no solían decirles la verdad. Unos por miedo, otros por prudencia, la mayor parte por adulación, y todos, por pelotas. Lo contó muy bien el escritor danés Hans Christian Andersen en su cuento El traje nuevo del emperador, allá por el año 1837. Y al decir los reyes, está claro que no me estoy refiriendo a las pocas testas coronadas que quedan por el mundo occidental (los "otros mundos, ya son otro cantar), que mal que bien, cumplen sus funciones constitucionales y protocolarias con exquisita prudencia. Con la metáfora de los reyes me estoy refiriendo a la cohorte de políticos, politiquillos, líderes de opinión, financieros, empresarios y mandamases varios, que cortan el bacalao (o eso creen ellos) nacional y autonómico jaleados por sus claques respectivas..

Ejemplos tenemos sobrados en estos días. En el plano local. nuestro ínclito y nunca bien ponderado presidente autonómico, don Paulino Rivero (ATI-CC) y su vicepresidente, don José Manuel Soria (PP). La última, la propuesta de distribuir la comida recien caducada de las grandes superficies entre las clases más necesitadas para hacerlas más llevadera la crisis económica. Es una idea original del presidente, que atribuida por él mismo a ONGs y Grandes Superficies, ha sido negada con énfasis tanto por los empresarios como por la ONG (entre ella Cáritas) por demagógica y facilona. La cuestión aquí es quien es el emperador del cuento y quien el sastre timador, o lo que es lo mismo, ¿quién es rehén de quién?, ¿el presidente Rivero, o su consejero de economía y vicepresidente Soria?

En el ámbito nacional, está todo mucho más confuso, y afecta a un solo partido. En Madrid, doña Esperanza Aguirre, se pasa por el forro de los ovarios la democracia parlamentaria y cierra la comisión de investigación que ella misma creó, sin escuchar siquiera a los directos afectados. En Valencia, la situación tiene más gracia porque afecta a su mandamás principal, don Francisco Camps, y..., su sastre, del que lamento no saber su nombre, aunque tampoco hace gran falta para la historia, -¡qué cosas, Dios, tiene uno que leer!-, por lo que está claro quien es el emperador y quien el sastre, ejerciendo el papel de pelotas nada menos que el señor Rajoy y la señora Cospedal (Abogada del Estado, para más INRI). ¿Quién es aquí rehén de quién?. Respóndanse ustedes a la pregunta si les apetece. Yo lo tengo bastante claro.

Mientras lo piensan, pueden leer ustedes el cuento íntegro de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador pinchando en el enlace anterior, y sendos artículos de los periodistas Francisco Pomares ("Paulino metepatas") publicado en el diario La Provincia-Diario de Las Palmas del pasado día 13, y de José María Izquierdo ("¿Desparpajo?; quia, desvergüenza"), publicado en el diario El País de hoy, que reproduzco más adelante. Disfrútenlos. HArendt


http://www.elconfidencial.com/fotos/noticias/2008082278riverodentro.jpg
Paulino Rivero, presidente de la Comunidad Autónoma de Canarias


"PAULINO METEPATAS", por Francisco Pomares
(Diario La Provincia-Diario de Las Palmas, 13-03-2009)

La verdad es que cada vez que abre el pico, el hombre la lía. No recuerdo en la historia de Canarias, ni probablemente en la de toda la Democracia española, un caso similar de meteduras de pata en un presidente del Gobierno. Lo más parecido que encuentro es Gil y Gil, pero el hombre buscaba la provocación con sus disparates. Rivero no. Rivero está absolutamente convencido de que realiza un trabajo ejemplar y muy bien valorado: se basa para ese juicio acrítico sobre su Presidencia en la opinión de la cuadra de tiralevitas en nómina, y en "la gente", categoría en la que Rivero coloca a quienes se encuentran con él en actos públicos, recepciones y carnestolendas varias.

Pero la historia no será tan indulgente con su Presidencia -dure lo que dure- como lo es él mismo. Recopilo desde el inicio de esta legislatura todas las rectificaciones del Gobierno ante declaraciones de Rivero. Es un catálogo amplísimo, que se extiende por todos los departamentos de la Administración regional y todos los campos de la actuación del ejecutivo: emigración, empleo, subvenciones, agricultura, REF, soberanía, economía, vivienda, educación, política territorial, turismo, relaciones con el Estado, corrupción, cultura, asuntos sociales, Europa, aeropuertos y reparto de comida, además de multitud de peregrinas opiniones sobre suculentos asuntos de debate público, en los que Rivero ha querido legarnos su opinión hasta el mismo fondo.

El problema de Rivero no es que sea un ignorante (que lo es). Su ignorancia no es sustancialmente mayor que la de otros políticos que han logrado hacer carrera en esta región. El problema de Rivero es un supino complejo de inferioridad que le hace rodearse de gente por lo general más ignorante que él, o al menos muy capaces de disimular activamente sus conocimientos para no ofenderle, lo que le impide asesorarse sobre cualquier cosa. Rivero ha montado a su alrededor una banda de aduladores o de silenciosos cobardicas, que lo dejan permanentemente en pelotas ante la realidad. Su corte actúa como la del 'rey desnudo' de Andersen. Daría pena si no diera risa: no es de recibo que nadie advierta al Presidente de la existencia de bancos de alimentos en las islas, y de lo complejo de repartir productos a punto de caducar entre la población más necesitada al margen de las ONG que ya se ocupan de esta cuestión. Por cierto, que ahora pueden cargar contra Inés Rojas, pero la ocurrencia fue de Rivero.

Tampoco es de recibo que se le permita presumir en Madrid -ante una audiencia cautiva, pero en presencia de algún periodista nacional- de que en su Gobierno no hay imputados. ¿Desconoce Rivero que Soria está imputado por el caso salmón? ¿O no se acuerda de que es su vicepresidente? Rivero no puede ir por ahí largando lo que se le antoja y liándola con lo que dice. Tenemos un presidente ignorante y metepatas.



Francisco Camps, presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia


"¿DESPARPAJO? QUIA, DESVERGÜENZA", por José María Izquierdo
(Diario El País, 16/03/09)

Esperanza Aguirre, los espías de la Comunidad de Madrid, El Bigotes, El Albondiguilla o un viaje de novios a la Polinesia no demuestran el gracejo, sino la impudicia política.

Al paso coqueto de la presidenta madrileña por los alrededores de la Puerta del Sol, las comadres que han salido al fresco la saludan muy sonrientes -"¡guapa, más que guapa!", "¡resalada, más que resalada!", la piropean- para luego cruzarse entre ellas animados calificativos con los que definir a Esperanza Aguirre. "Es tan sencilla", dice una; "sincera, sobre todo es muy sincera", dice otra. Y así siguen: espontánea, natural, directa... Correligionarios, atentos sirvientes y periodistas palmeros también coinciden: "¡Qué desparpajo el de nuestra Esperancita!".
José K., doblemente ceñudo esta mañana -hecatombes ideológicas, como siempre, y una acidez de estómago épica-, se ha armado para la ocasión con sus manoseados Casares y Corripios. Le encocora tratamiento tan generoso a alguien que él cree más digno de la censura enérgica que de la condescendencia habitual con la que acogen sus múltiples desmanes hasta sus enemigos políticos. Pero nuestro amigo no comparte visión tan meliflua; cree firmemente que la presidenta madrileña no es osada, ni desenvuelta, ni dicharachera, ni ocurrente; es, simplemente, una desvergonzada política. Adicta a la desfachatez, sus muchos propagandistas y deudores de sus favores quieren hacer de ella una protagonista de zarzuela graciosa, reidora, jacarandosa y sandunguera. José K. se revuelve y se niega a pasar por el aro. Está convencido de que el jaleado desparpajo de nuestra dama -"facilidad y desenvoltura, especialmente en el hablar", dice el Casares- no define con justeza al personaje. Él opta por la desvergüenza política -"falta de vergüenza, insolencia, impudicia", según el mismo don Julio-.

Todo lo referente a la actitud de la presidenta ante la trama de espionaje, por un lado, y del caso Gürtel, por otro, le parece a nuestro dispéptico amigo un ejemplo perfecto, brillante, esplendoroso, de sus insolentes maneras. Nada pasa, dice ella, son los otros quienes mienten. Sus monaguillos podrán aplaudir su forma de degollar, sin el menor escrúpulo político, la comisión de investigación sobre el más que probado espionaje, pero no pasará mucho tiempo sin que ella misma vea cómo le estalla el conflicto en los entresijos de sus dominios, con las navajas de unos consejeros buscando la femoral de otros consejeros o, quizá, de algún vicepresidente apuntando a los higadillos de algún vicealcalde. Recuerden, por si alguien se ha olvidado, que el caso sigue en los juzgados y la fiscalía está dispuesta a continuar investigando. Así que fea, por desvergonzada, y tonta, por torpe, la maniobra del aborto -por Dios, Esperanza- de la grotesca comisión.

Y ahora, léanse los autos de Garzón, vemos a la pizpireta rodeada de sus imitadores y aún, de algunos tan aplicados que la superan. ¿Notan ustedes el desparpajo en la voz del inefable Correa cuando habla de maletines llenos de billetes? ¿Es desparpajo, también, guardarse los sobres con esos mismos billetes para el sano disfrute familiar? No, responde terne José K.: unos y otros son sólo la patética representación de la desvergüenza. Gentes aparentes, de mucha corbata Hermès y cartera Louis Vuitton, visitadores frecuentes de saraos de postín, fórmulas uno y oficinas de altos dirigentes del PP desde hace ya muchos años. Una fauna biempensante y sobrecogedora -por cogedora de sobres- entreverada de conseguidores, émulos de Clou-seau y figurantes de una irreal corte de los milagros.

Pero tan acostumbrado está nuestro José K. a sufrir y penar, que es capaz de arrancar de cualquier rescoldo un punto de alegría, y una lucecita de moderado regocijo se abre paso allá, al final de un larguísimo túnel. Ha descolgado provisionalmente el póster de Aidez l'Espagne y ha clavado con chinchetas las fotos de todos los implicados -y sus adláteres- en ambas tramas, aparecidas en su periódico de siempre, que, por cierto, como a los hijos, uno les puede insultar pero le arranca los ojos a quien les roce. Así que toma otros dos almax, respira hondo y con mirada beatífica, cabeza inclinada, ojos semicerrados, sonrisilla asomando tímidamente, fantasea ante tan cautivadora galería, memorable en su esperpento. Desliza la vista José K. por esta fabulosa colección, se dice a sí mismo que aquí hay mucha tela que cortar, se sonroja por el chiste tan burdo, e inicia el paseo.

¿Qué se puede decir del Bigotes, planta de banderillero retirado, portando airoso pedazo puro, en el paseíllo de cuando Aznar enloqueció y casó a su hija como si fuera la reina de Inglaterra? ¿Y de esos rizos del retrechero Correa en el mismo y singular evento escurialense? ¿Y cómo no imaginarse a los consejeros de doña Esperanza con mirada admirativa frente a las potentes motos en las que iban a espiar su aguerrida banda de ineptos ojeadores? Pero la relación es larga y extrañamente mestiza de caballeros enjundiosos y bufones grotescos. A José K. le gusta mucho, por ejemplo, el nene con altas probabilidades de ligarse a Angelina Jolie, aprendiendo muchas cositas de oírselas a sus mayores en casa. Porque "papá" Fabra, ese gran ejemplo de desvergüenza colocadora, ya le habrá enseñado a su yernísimo algunos epítetos cariñosos contra EL PAÍS que ya los tendrá muy oídos en el trabajo, de boca de su vicepresidente y su presidenta, siempre tan afectuosos con este medio. Y él, tan tierno y tan rico, va y los repite. ¿No es una monada, chico tan vacuo y lenguaraz diciendo tonterías con ese aire de solemnidad?

Antes de seguir con el onírico desfile, y por si acaso los abogados, José K. recuerda que todos los que allí, y aquí, aparecen son presuntos. Como es palabra excesivamente sonora, propone llamarles p. y así los lectores ya saben qué se quiere decir. Continuemos, pues, el repaso con el p. Camps, por ejemplo. Uno cierra los ojos y se imagina a ese sastre tan requerido, tomando medidas en la habitación del Ritz de la esbelta figura del presidente de la Generalitat valenciana para el traje de raya diplomática o, quizá, para la chaqueta austriaca. ¿Le tira de la sisa, don Francisco? ¿Le he dicho que están a punto de llegar las trabillas de Italia? Y qué decir del mismo y esforzado operario visitando, en su despacho, con su cinta métrica, sus tijeras dentadas y sus pizarrines al p. secretario general del PP valenciano para ajustarle unos cuantos trajes... ¿Para dónde carga usted, don Ricardo? ¿Le gustaría una lana australiana fresquita?

Pero también aquí en Madrid, entre tanto y tanto p., José K. tiene a sus preferidos. El p. Albondiguilla es tentador, al igual que el p. alcalde que canjeaba Jaguares, pero él se inclina por el p. Benjamín Martín Vasco, prohombre de Arganda del Rey. Administrador cabal, se ve designado presidente de la Comisión de Investigación del espionaje; ufano, seguro de sí mismo, acepta. Pocos días después, el p. Martín Vasco debe dimitir porque según el auto del juez Garzón, recibió, en mano, varios sobres con cantidades que llegaron a los 230.000 euros donados por el p. Correa, que, generoso, también se hizo cargo, p. de la boda, p. de algunas chucherías de una famosa joyería, y p. del viaje de novios. Aparece apuntado "Polinesia". ¿Acaso no llama a la ternura este p. prohombre, quien en compañía de su reciente esposa, responde alegre al aloha de las sugerentes bailarinas indígenas con una cadeneta de billetes entregados en mano por cualquiera de los p. golfos apandadores que pueblan el sumario garzonesco? Pero José K. no quiere ser injusto y guarda un parrafito para el gran y genuino desvergonzado: el periodista felón de los agujeros negros, que sin estar en el cartel, salta a la plaza, como el bombero torero, para defender a su heroína de los malandrines que la acechan. Armado de pandereta, inundado de cintas multicolores, se sitúa delante de la tuna, y con artísticas cabriolas y graciosas piruetas, pretende dirigir el colosal desfile de los tunantes. Lástima que, como siempre, se le adivinen por las costuras las mentiras habituales y las sacas llenas de basura.

José K., sonrisa más larga, se regodea en el paisaje y añade una pequeña broma: allá, en lontananza, se divisa cabalgando, cual Séptimo de Caballería, a Mariano Rajoy, a Dolores de Cospedal y demás heroicos dirigentes del PP, prestos a sacar a su formación de esta apestosa merienda de p. sinvergüenzas, acorralados por el vibrante y enérgico ataque del joven presidente y su aguerrido partido. ¿Verdad que es para partirse de la risa?




Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5422
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 8 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Honi soit qui mal y pense (Publicada el 25/1/2009)



Eduardo III de Inglaterra


"Que se avergüenze el que haya pensado mal". Doña Esperanza Aguirre, condesa de Murillo, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, es, sin duda, una mujer culta. Así que es más que probable que conozca la frase que da título a esta entrada, pronunciada por el rey Eduardo III de Inglaterra a mediados del siglo XIV con ocasión de un lance cortesano que se hizo célebre. Y que haya pensado en ella (a mi, infinitamente menos culto que la señora condesa, me ha venido enseguida a la cabeza) a raíz de la que le está cayendo encima por causa de la trama de espionaje interno en el seno del PP madrileño puesta en público por el diario El País. Sinceramente, los problemas internos de los partidos, y los del PP en particular (perdónenme lo soez de la expresión) me la traen floja, así que mencionado el asunto, voy a referirme a la destacada influencia francesa (o más específicamente normanda; pues fueron normandos, no los autóctonos sajones, los fundadores del Reino de Inglaterra) en la tradición británica.

Dos ejemplos. El lema de la monarquía británica: "Dieu et mon droit": Dios y mi derecho, así escrito, en francés. Y también, en francés, la fórmula mediante la cual la reina de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, sanciona y promulga las leyes del reino: "La Reine le veult": La Reina lo quiere. Por último, la historia del lance que dio origen a la frase "Honi soit qui mal y pense" y con ella al nacimiento de la Orden de la Jarretera, una de las más preciadas condecoraciones de la monarquía británica.

Cuenta la leyenda que una noche en que el rey Eduardo III de Inglaterra estaba bailando con la condesa de Salisbury en una gran fiesta de la corte, hacia el año 1344, la dama perdió su jarretera (liga). Después de recogerla, cuando el rey estaba devolviéndosela, se dio cuenta de que la gente de su alrededor estaba sonriendo y murmurando. Airado, exclamó "honi soit qui mal y pense" (que se avergüence el que mal haya pensado), y colocándose la media sobre su propio muslo, añadió que haría la pequeña jarretera azul tan gloriosa que todos querrían poseerla. Con tal fin creó el rey la Orden de la Jarretera, cuyo símbolo es una jarretera azul oscuro, de borde dorado en la que aparecen en francés las palabras dichas por el rey. HArendt



Emblema de la Orden de la Jarretera



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5328
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 26 de abril de 2017

[A vuelapluma] Corromper/Dimitir: en España, verbos impersonales e intransitivos





En gramática se denomina verbos intransitivos a aquellos que no exigen complemento, y verbos impersonales a aquellos que solo admiten su conjugación en la tercera personal del singular: él, ella... Seguro que van captando por donde van los tiros... Sí, por los verbos dimitir y corromper, que como ustedes saben no son impersonales ni intransitivos, pero que en España, a efectos teóricos y prácticos de su clase política,  sí lo son, tajantemente, sin la menor duda ni vacilación. 

Aquí no dimite ni Dios... Está pegado a la silla con poxipol... Son frases oídas una y otra vez que expresan con ironía la perspicacia de los españoles de a pie sobre la condición moral, mayoritaria, de su clase política. Pero aunque los individuos tengan responsabilidades morales exigibles, y de de vez en cuando, las asuman de grado o por fuerza, los partidos políticos no responden a ese criterio. Se escudan en el clásico "y tú, más" para eludir sus responsabilidades colectivas, y resulta claro que para combatir la corrupción es necesario que las organizaciones políticas tengan que rendir cuentas a controles externos ajenos a sus propias estructuras políticas. 

Peter Mair (1951-2011) famoso politólogo irlandés fallecido prematuramente, escribió al inicio de su libro Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental (Alianza, Madrid, 2015), que la era de las democracias de partido había pasado, pero que las democracias modernas eran impensable sin la existencia de los partidos, motivo por lo cual, al fallar estos -que es el caso, y no solo en España y Europa, sino en todas las democracias liberales- las democracias fallaban por su base y se resentían todas las estructuras de las mismas. Y hace unos días el profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra, Jorge Urdánoz, publicaba un artículo sobre este mismo asunto titulado El silencio de los partidos, que comenzaba aludiendo a la querencia irrefrenable de nuestro ministro de Justicia, Rafael Catalá, por la conocida cantinela según la cual “la responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas”. Una tonadilla, continuaba diciendo, que atrapa a las mil maravillas nuestra tortuosa relación con la corrupción y que resulta, por lo demás, particularmente pegadiza: tampoco sus críticos parecen poder quitársela de la cabeza. Muchas muestras de indignación e innumerables aspavientos, sí… pero razones, entre pocas y ninguna.

El problema, añadía más adelante, radica en que seguimos atrapados en una dicotomía —la que distingue entre responsabilidad penal y responsabilidad política, sin admitir otro matiz— que, lejos de iluminarnos, lo que logra es ofuscarnos. En un universo conceptual en el que solo alumbran esos dos soles, la responsabilidad política únicamente puede enfocarse desde un prisma moral, deontológico. Los políticos dimitirían por principios, como movidos por el rechazo ético que en su interior provocarían ciertos proyectos de ley o ciertos comportamientos. El impulso volitivo sería por tanto interno, autónomo, personal. Se dimitiría por coherencia, por integridad, por vergüenza o por cualquier otra categoría eminentemente moral. Es un espejismo.

Esa concepción, dice en él, se forja en el siglo XIX, cuando los protagonistas de la política eran individuos, esto es, parlamentarios de carne y hueso. Pero hace ya mucho que la política no la protagonizan las personas —susceptibles de principios, de moral y de integridad—, sino los partidos. Y a los partidos el sol de la moral no parece iluminarles ni mucho ni poco. Ellos responden a otro tipo de luz.

Para percibir esa luz hemos de mirar fuera, señala. En inglés “responsabilidad” se dice de dos maneras: “Responsability” y “accountability”. El primer vocablo equivale a nuestra “responsabilidad moral”, y se aplica por tanto a los individuos. El segundo no tiene en castellano un equivalente exacto… ese es nuestro problema, y por eso solo nos es dado entender la responsabilidad política como responsabilidad personal. Nos falta un término para la accountability.

¿Y quién es esa señora?, se pregunta. Pues es ese tipo de responsabilidad que, siendo política, no es sin embargo personal. “Accountability” suele traducirse como “rendición de cuentas”, un rodeo terminológico a mi juicio poco eficaz porque rechaza la subjetivación: no podemos decir que los partidos son “rindables de cuentas” o algo así. O podemos, claro, pero el resultado es espantoso.

Yo propongo “controlabilidad”, dice. Al contrario que la responsabilidad moral —interna, autónoma, personal— la controlabilidad sería externa, heterónoma e institucional. Los individuos tienen responsabilidad moral, esto es, responden ante sus principios (por definición, internos). Los partidos no pueden responder ante algo así, por lo que responden ante controles (externos). No son responsables, son controlables. O, más bien, resultarán responsables solo en la medida en que se sometan a ciertos controles. Y tanto la responsabilidad moral de los políticos como la controlabilidad de los partidos son responsabilidad política.

Así que, continúa diciendo, en cierto sentido, la tonadilla del ministro no anda del todo desafinada. Todo lo que no es responsabilidad penal es responsabilidad política y esta “se salda en las urnas”. De acuerdo, pero… ¿en qué urnas? Porque a lo mejor no se trata de cambiar de canción, sino de añadir versos al estribillo.

El problema aquí, afirma, es que en España solo existe un tipo de control externo y político para los partidos: las elecciones. Constituyen la única ocasión en que los partidos se someten a una evaluación política independiente de ellos mismos. Se trata de una insuficiencia democrática en la que radica el origen de muchos de nuestros males.

¿Queremos luchar contra la corrupción?, nos pregunta. Hay muchos frentes, pero el primero es el político, porque sin él los demás no se activarán. Necesitamos que la política responda más y mejor a la voluntad de la gente, esto es, que la política sea más responsable. Así que necesitamos más “urnas”, en efecto: primarias, censos de militantes con derecho a voto, congresos partidistas bianuales y controlados por el poder judicial, etcétera. Nuestra Ley de Partidos es un chiste. No incluye ni un solo control democrático entre elección y elección. No hay urnas entre las urnas.

¿Por qué en otros países, dice más adelante, los políticos dimiten más a menudo? No es porque sus políticos atesoren una integridad moral superior, o algo así. Es porque su sistema político incorpora más controles, muchos más. Su musiquilla política incluye esos estribillos por ley. Y la melodía resultante es otra. Política, sí, pero otra.

El caso del alemán Von Guttemberg —que dimitió de la vicepresidencia del país al descubrirse que había copiado su tesis doctoral—, comenta, se cita con fruición y envidia entre nosotros. Lo que no se cita es que su mayor inquisidora fue la ministra de Educación de su propio Gobierno. ¿Se imaginan, en España, a un ministro criticando a otro abiertamente? Aquí y ahora es política ficción, pero esa es la música a la que nos acostumbraríamos si la corrupción no fuera, como es entre nosotros, tan solo un arma para atizar al partido rival sino, además, una lacra a denunciar también en el compañero de partido contra el que compito por un puesto en la organización.

En España, afirma, están cambiando muchas cosas. Una de las que debería cambiar en primer lugar es el abrumador silencio que reina en el interior de los partidos. Un silencio que, si se piensa bien, es antipolítica pura. Si en Alemania es normal que un ministro critique a otro por copiar en la universidad… ¿qué no hubieran oído en aquel país los electores de centroderecha decir a sus representantes si hubiera aparecido algo así como un Bárcenas teutón?

Mirémonos al espejo. concluye diciendo. Aquí, casi sin excepción, en cada caso de corrupción los representados no oyen a sus representantes, sino solo a los de la oposición. El “y tú más” debería empezar a tornarse en “qué vergüenza que envilezcas nuestros principios con tu actitud”. Introducir controles es el primer paso para que esa música comience a cambiar. Y así, quizás, podremos empezar a olvidar de una vez la vieja tonadilla que tanto encandila al ministro, a su partido y a ese ensordecedor silencio ante la corrupción de los suyos que los caracteriza.



Esperanza Aguirre, expresidenta de la C.A. de Madrid 



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3452
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

  • jueves, 10 de diciembre de 2015

    [A vuelapluma] La ausencia del presidente: "Honi soit qui mal y pense"




    Caricatura de Mariano Rajoy


    Que se avergüence quien haya pensado mal... La frase que da título a esta entrada de hoy fue pronunciada por el rey Eduardo III de Inglaterra a mediados del siglo XIV con ocasión de un lance cortesano que se hizo célebre. Y no creo que nuestro ínclito presidente del gobierno, don Mariano Rajoy, tenga la menor idea de su origen; o quizá sí, pero tengo dudas razonables sobre ello. 

    La verdad es que por esas asociaciones de ideas de las que escribo a menudo, pensé en ella a raíz de la clamorosa y vergonzante estampida de nuestro presidente en todos los debates electorales a cuatro que se están dando en esta campaña electoral y de los sesudos análisis que, unos y otros, están haciendo sobre las razones profundas de su inexplicable y antidemocrática actitud. En todo caso, y perdónenme lo soez de la expresión, me la trae floja lo que haga o deje de hacer en la campaña electoral don Mariano Rajoy, así que aclarado el asunto, y ya que la frase original fue pronunciada en el antiguo dialecto normando-francés, voy a referirme a la destacada influencia francesa (pues fueron normandos, no los autóctonos sajones, los fundadores del Reino de Inglaterra) en algunas tradiciones británicas.

    Tres ejemplos. ¿Sabían ustedes que el lema del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que figura en su escudo de armas nacional dice Dieu et mon droit (Dios y mi derecho), así, escrito en francés? El nuestro, el de España, está en latín, y ya saben, dice eso de: Plus Ultra, es decir, Más allá, que fue el lema personal del rey Carlos I. 

    ¿Sabían ustedes que también se escribe en francés la fórmula mediante la cual los reyes de Gran Bretaña e Irlanda del Norte sancionan y promulgan las leyes: La Reine le veult, la Reina lo quiere? En nuestro país la fórmula de sanción legal es un poco más larga y formal: Yo, Felipe VI, Rey de España, a todos los que la presente vieren y entendieren. Sabed: que las Cortes Generales han aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente Ley. 

    Y tercero, ¿sabían ustedes que el panteón real inglés en el que descansan Enrique II, Ricardo Corazón de León o Leonor de Aquitania, y algunos otros reyes ingleses está en suelo francés; concretamente en la Abadía de Fontevrault, cerca de Chinon, en Anjou?, ¿no?, bueno, pues ya saben otra cosa más.

    Pero me he ido por las ramas, como siempre, porque lo que yo quería, aprovechando la excusa de la tocata y fuga de nuestro presidente de los debates electorales, era contar la historia del lance que que dio origen a la frase Honi soit qui mal y pense, y con ella al nacimiento de la Orden de la Jarretera, una de las más preciadas condecoraciones de la monarquía británica. Aunque la del Toisón de Oro de la monarquía española la gane por goleada. Dicho sin animus iniuriandi, que conste.

    Cuenta la leyenda que una noche en que el rey Eduardo III de Inglaterra estaba bailando con la condesa de Salisbury en una gran fiesta de la corte, hacia el año 1344, la dama perdió su jarretera (liga), y aunque nunca se ha sabido si la caída de la liga fue voluntaria o accidental, el rey, apercibido del incidente, acudió presuroso y galante a recogerla y devolvérsela a su propietaria. Fue entonces que Eduardo se dio cuenta de que la gente de su alrededor estaba sonriendo y murmurando, así que, con toda la razón del mundo, parece que exclamó airado en normando-francés: Honi soit qui mal y pense, que en román paladino quiere decir: Que se avergüence quien haya pensado mal, y colocándose la media sobre su propio muslo, añadió que haría la pequeña jarretera azul tan gloriosa que todos querrían poseerla. Y con tal fin creó el rey la Orden de la Jarretera, cuyo símbolo es una jarretera azul oscuro, de borde dorado en la que aparecen las palabras pronunciadas por el rey. Hermosa historia, ¿no les parece?

    Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




    El lema de la Orden de la Jarretera en el castillo de Windsor




    Entrada núm. 2533
    elblogdeharendt@gmail.com
    "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

    lunes, 25 de noviembre de 2013

    Una "Esperanza" frustrada


    Lo escribo con mayúscula porque la "Esperanza" a la que me refiero en el epígrafe no es una de las tres virtudes teologales definidas como tales por la iglesia católica. Me refiero, como supongo que habrá adivinado sin excesiva dificultad el lector de esta entrada, a doña Esperanza Aguirre, condesa de Bornos, Grande de España, expresidenta del Senado, exministra de José María Aznar, expresidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, y la gran "esperanza" blanca (ahora sí, con minúscula) del liberalismo español del siglo XXI para liderar en un futuro no por indeterminado, necesariamente lejano, a ese catastrófico ente hacia la deriva autoritaria y reaccionaria en que se ha convertido el partido popular español. 

    Hasta ahora, en que esa esperanzada Esperanza ha demostrado su talante liberal, del que ella siempre ha presumido, espetando al ministro de Justicia una iracunda reprimenda por no haber cesado al magistrado español en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, el juez don Luis López Guerra, que tuvo el indecoroso atrevimiento de votar en contra de la interpretación de la justicia española sobre la denominada "doctrina Parot". 

    Eso es espíritu liberal, doña Esperanza, y lo demás cuento. Locke, Montesquieu, Constant, Stuart Mill, Madison, Jefferson, etc., etc., etc., ellos sí, auténticos liberales, tienen que estar removiéndose inquietos en sus tumbas viendo en lo que se ha convertido la doctrina liberal en España, y en quienes son sus protagonistas, al inicio de la segunda década del siglo XXI.

    Porque digánme ustedes, por favor, que tiene que ver la doctrina clásica del liberalismo político, establecida desde el siglo XVII y definida por características tales como considerar al individuo como persona única, la libertad como un derecho inviolable, la igualdad ante la ley, el derecho a la propiedad como fuente de desarrollo, la división de poderes como garantía de un gobierno democrático, la libre discusión como medio de participación política o la tolerancia religiosa como imperativo de un Estado laico, con lo que hoy está haciendo el partido popular y su gobierno en España. Una esperanza frustrada más: frustrados los españoles, frustrados los liberales, frustrada doña Esperanza, condesa de Bornos. No seré yo quien lamente su frustración, sobre todo la de esta última... 

    Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt


    Entrada núm. 2001
    elblogdeharentd@gmail.com
    http://harendt.blogspot.com
    Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)