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sábado, 9 de mayo de 2015

"Juego de Tronos": Una parábola de la política española



Los Inmaculados




Permítanme, por favor, antes de entrar en materia, una pequeña fabulación basada muy libremente en la afamada serie televisiva "Juego de Tronos", basada a su vez, ignoro si libremente o no porque no la he leído, en la novela "Canción de Hielo y Fuego" del escritor estadounidense George R.R. Martin. He visto de un tirón las tres primeras temporadas, así que lamento profundamente estar un poco retrasado en el desarrollo de la trama y que mi fabulación política al respecto se vaya a quedar un poco corta. En todo caso, para lo que pretendo, creo que voy sobrado de inspiración. Y lamento también no compartir el juicio del señor Monedero de que prefiere Galeano a "Juego de Tronos". Pienso, sinceramente, que el señor Monedero, en su purismo ideológico, se equivoca. Como casi todos los puristas, en todo. Dicho sea de paso... 

Al final de la tercera temporada de "Juego de Tronos", los Inmaculados, al mando de la indomable Daenerys Targaryen, y los Pueblos Libres, dirigidos a su vez por Mance Ryder, se aprestan a dar batalla a dos de los más poderosos señores de los Siete Reinos: los Lannister y los Stark. 

Simplificando mucho, y que Dios me perdone el atrevimiento, yo diría que los Inmaculados y los Pueblos Libres son respectivamente, en la política española de este agitado año electoral de 2015, Ciudadanos y Podemos. Los dos, es decir, Inmaculados y Pueblos Libres, están y se creen libres de polvo y paja en la corrupta y convulsa situación de guerra civil entre las familias que cortan el bacalao en los Siete Reinos. Simplificando de nuevo, porque la verdad es que hay más familias en juego, podemos poner de teloneros a los Baratheon (IU), los Tyrell (UPyD) y los Greyjoy (nacionalistas varios), así que, sigo simplificando, los que cortan el bacalao de verdad de la buena, son los Stark (PSOE) y los Lannister (PP), estos últimos bajo el mando, teórico, del simplón y cruel  rey Joffrey Baratheon (Mariano Rajoy) que en realidad es un incestuoso Lannister por parte de mamá y papá, aunque el que manda de verdad es su abuelo Tywyn Lannister (los Poderes Fácticos).

Los Inmaculados de Daenerys Targaryen (Albert Rivera) y los Pueblos Libres de Mance Ryder (Pablo Iglesias), se enfrentan a los Stark (descabezados en la serie al final de la tercera temporada, así que tendremos que encarnar a su único vástago varón vivo, Jon Nieve -ilegítimo, dicho sea de paso- en Pedro Sánchez) y los Lannister, los auténticos malos de la peli (encarnados, de momento, y por necesidades del guión, en Mariano Rajoy).

Inmaculados y Pueblos Libres (Ciudadanos y Podemos) han ganado prestigio en sus primeras escaramuzas (elecciones al parlamento europeo y al andaluz), pero a la hora de enfrentarse a decisiones estratégicas (derrocar a los Lannister) prefieren hacer tactismo puro y duro, jodiendo a los únicos que podrían ser sus aliados naturales, los Stark (PSOE), en lugar de enfrentarse unidos a los Lannister (PP). ¿Por qué? Pues no lo sé, la verdad, yo solo soy un aprendiz de fabulador y no un teórico político, aunque en la intimidad, y sin mayor fundamento, presuma de ello. 

Y ahora vamos con un poco de digresión teórico-política, de la mano de un gran estudioso de las ciencias sociales.  No es obligatorio leerla porque es un poco extensa, pero les aseguro que merece la pena y les ayudará a comprender la fábula anterior en todas sus complejidades.

¿Puede y debe hablarse hoy de izquierdas y derechas en el seno de la política democrática? Y en caso de que fuera así ¿cómo definir en la época actual esos términos? Esas fueron las preguntas que hace veinte años le hicieron al filósofo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), profesor de filosofía en la universidad de Turín y senador vitalicio de la república italiana, a la par que uno de los más grandes pensadores políticos contemporáneos, a las que él respondió con la nitidez y pedagogía de un gran maestro y gran ciudadano en su libro "Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política" (Taurus, Madrid, 1995). 

Frente al fascismo y al nazismo, dice en su libro citado, hubo que comportarse como extremistas, escogiendo entre resignarse y resistir. Y no dudo que fueron los extremistas entonces los que llevaron la razón. Pero en una sociedad democrática -añade- y pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, con reglas de juego que deben ser respetadas, mi convicción es que tienen mayor posibilidades de éxito los moderados. Guste o no guste -continúa más adelante- las democracias suelen favorecer a los moderados y castigar a los extremistas. Se podría también sostener que es un mal que así ocurra. Pero si queremos hacer política, y estamos obligados a hacerla según las reglas de la democracia, debemos tener en cuenta los resultados que este juego favorece. Quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia: la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactar con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando sea el único medio de obtener algunos resultados. 

Siempre he dado al término izquierda -dice Bobbio- una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término derecha una connotación negativa, a pesar de estar hoy revalorizada". Para Bobbio -dice el profesor Joaquín Estefanía en la introducción del libro- la parte central de su pensamiento político fue la distinción esencial entre derecha e izquierda, que no es otra que la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad. 

Si para la izquierda la igualdad es el fin de toda política, la libertad es el medio de toda política de izquierdas. De la conjunción entre libertad e igualdad extrae el filósofo italiano un espectro político de cuatro categorías: a) La extrema izquierda jacobinista de los movimientos y doctrinas a la vez igualitarios y autoritarios. b) El centro-izquierda del socialismo liberal y la socialdemocracia, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez igualitarios. c) El centro-derecha de los partidos conservadores, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez desigualitarios. d) La extrema derecha: fascismo y nazismo, de movimientos y doctrinas a la vez antiliberales y antigualitarios.

La distinción entre izquierda y derecha sigue siendo válida hoy día. Y no solo ha existido una izquierda comunista -dice Bobbio-, ha existido también una izquierda, y todavía existe, dentro del horizonte capitalista. La distinción tiene una larga historia que va más allá de la contraposición entre capitalismo y comunismo. Existe todavía y no solo, como ha dicho alguien en broma, en las señales de tráfico, concluye Bobbio. 

¿Es verdad o no es verdad -se pregunta- que lo primero que nos planteamos cuando intercambiamos opinión sobre un político es si es de derechas o de izquierdas? La pregunta tiene sentido, dice, y desde luego entre las posibles respuestas está también la de que el personaje en cuestión no sea ni de derechas ni de izquierdas. ¿Pero como es posible -añade- no darse cuenta de que la respuesta "ni sí ni no" solo es posible si los términos "izquierda" y "derecha" tienen un sentido y quien plantea la pregunta y quien la contesta saben, aunque sea vagamente, cuál es? ¿Cómo se puede opinar sobre si un objeto es blanco o negro si no tenemos la menor idea sobre la diferencia entre los dos colores?


Mientras existan hombres cuyo empeño político sea movido por un profundo sentido de insatisfacción y de sufrimiento frente a las iniquidades de las sociedades contemporáneas -afirma Bobbio-, hoy quizá de una manera menos combativa que en épocas pasadas, se mantendrán vivos los ideales que han marcado desde hace más de un siglo todas las izquierdas de la historia. 


Hay quien ha sostenido -dice más adelante- que el rasgo característico de la izquierda es la no violencia; que la renuncia a utilizar la violencia para conquistar y ejercer el poder es lo que caracteriza al método democrático en política. Por eso, y para justificar el lugar que los valores supremos de la igualdad y la libertad han jugado en la historia política de Europa en el siglo XX, valores que siguen más vigentes que nunca, dice Bobbio, se animó a escribir el libro. 


Derecha e izquierda, dice, son términos antitéticos, recíprocamente exclusivos y conjuntamente exhaustivos: exclusivos, añade, en el sentido de que ninguna doctrina ni ningún movimiento pueden ser al mismo tiempo de derechas o de izquierdas; exhaustivos, porque una doctrina o movimiento únicamente puede ser de derechas o de izquierdas. 


No existe disciplina alguna, continúa, que no esté dominada por alguna diada omnicomprensiva: en sociología, la de sociedad-comunidad; en economía, la de mercado-planificación; en derecho, entre lo privado y lo público; en filosofía entre trascendencia-inmanencia; y en política, entre derecha e izquierda, que si bien no es la única, dice, si es cierto que podemos encontrarla en todas partes.


En estos últimos años, añade, se ha venido diciendo repetidamente, hasta convertirse en un lugar común, que la distinción entre izquierda y derecha ya no tiene razón alguna para seguir utilizándose. En el origen de esos planteamientos se encontraría, dice, la llamada crisis de las ideologías. Pero las ideologías están más vivas que nunca. Las ideologías del pasado han sido sustituidas por otras nuevas, o que pretenden pasar por nuevas. El árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo, y tal y como ha quedado demostrado en muchas ocasiones, continúa, no hay nada más cargado de ideología que afirmar que las ideologías están en crisis. Y quien diga que no es ni de izquierdas ni de derechas es siempre de derechas.


En todo caso, dice, reducir la diferencia entre izquierda y derecha a la pura expresión de pensamiento ideológico sería una simplificación injusta, pues también ambos conceptos implican programas contrapuestos respecto a muchos problemas. Contraste, pues, no solo de ideas, sino también de intereses y valoraciones, concluye. 


Las opiniones políticas no se discuten, dice Bobbio, se aceptan o se niegan, sin más. Conviene tenerlo claro, añade, porque cuando hablamos de contraposición entre extremismo y moderación estamos planteando sobre todo una cuestión de método; pero cuando hablamos de los valores de la derecha o la izquierda estamos planteando sobre todo una cuestión de fines. 

Y cuando lo hacemos de igualitarismo -dice más adelante-, o sea, de la nivelación de toda diferencia, hablamos de un límite extremo de la izquierda que es más ideal que real. La igualdad de la que habla la izquierda es casi siempre una igualdad "secundum quid" (es decir, una igualdad respecto a algo), pero nunca es una igualdad absoluta. 

Los conceptos de "derecha" e "izquierda", continúa diciendo, no son conceptos absolutos. Son conceptos relativos. No son conceptos sustantivos y ontológicos. No son calidades intrínsecas del universo político. Son "lugares" del espacio político que pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y las situaciones. De ahí, añade, que el hecho de que derechas e izquierdas presenten una oposición quiera decir simplemente que no se puede ser al mismo tiempo de derecha y de izquierda. Pero no quiere decir nada sobre el contenido de las dos partes contrapuestas, por lo cual el extremismo de izquierdas traslada la izquierda a la derecha, y el extremismo de derechas traslada la derecha a la izquierda. 

El criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda, sigue diciendo, es de la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad, ideal este que es junto al de la libertad y la paz uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por cuales están dispuestos a luchar. Es por eso que el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo menos en tres variables: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; y c) el criterio por el cual repartirlos. O lo que es lo mismo: igualdad sí, pero ¿entre quién, ¿en qué?, ¿basándose en qué criterio?

Estas premisas son necesarias porque cuando se dice que la izquierda es igualitaria y la derecha no -añade Bobbio-, no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierdas sea preciso proclamar el principio de que todos los hombres deben ser iguales en todo, independientemente de cualquier criterio discriminatorio. En otras palabras, afirmar que la izquierda es igualitaria no quiere decir que sea también igualitarista. Una doctrina o un movimiento igualitarios, tienden a reducir las desigualdades sociales y a convertir en menos penosas las desigualdades naturales. Cosa distinta es el igualitarismo, cuando se entiende como "igualdad de todos en todo". Esa sería no solo una visión utópica -a la cual, hay que reconocerlo, se inclina más la izquierda que la derecha- sino, peor, una mera declaración de intenciones a la cual no parece posible dar un sentido razonable. 

Las desigualdades naturales existen, sigue diciendo Bobbio, y si algunas de ellas se pueden corregir, la mayor parte de esas mismas desigualdades no se pueden eliminar. Y respecto a las desigualdades sociales, añade, si algunas se pueden corregir e incluso eliminar, muchas, especialmente aquellas de las cuales los mismos individuos son responsables, lo único que se puede intentar es no fomentarlas.

Políticamente, dice, se puede llamar igualitarios a aquellos políticos que, aunque no ignorando que los hombres son tan iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante para una buena convivencia lo que los asemeja que lo que los diferencia. Por el contrario, los no igualitarios serían, en cambio, aquellos que partiendo del mismo jucio de hecho, aprecian y consideran más importante para conseguir una buena convivencia la diversidad que la uniformidad. 

Los igualitarios -añade más adelante- parten de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que los indignan y querrían hacer desaparecer son sociales y, como tales, eliminables; los no igualitarios, por el contrario, parten de la convicción opuesta, que las desigualdades son naturales y, como tales, ineliminables.

Para Bobbio el ideal igualitario y el no igualitario puede personificarse ejemplarmente en el contraste de pensamiento entre Rousseau y Nietzsche, precisamente, por la distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el "Discurso sobre el origen de la desigualdad", dice, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone lentamente al estado de naturaleza, los ha convertido en desiguales. Para Nietzsche, por el contrario, los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo sean porque, además, una sociedad formada sobre la esclavitud como era la griega, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, era una sociedad avanzada para su tiempo) y solo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de la compasión y la resignación, los ha pretendido convertir en iguales. 

La conclusión de esa disputa, continúa, no puede ser más radical: en nombre de la igualdad natural, los igualitarios condenan la desigualdad social; en nombre de la desigualdad natural, los no igualitarios condenan la igualdad social.

La regla de oro de la justicia, sigue diciendo, es tratar a los iguales de una manera igual y a los desiguales de una manera desigual, pero para que eso no resulte una mera fórmula vacía hay que responder previamente a una pregunta: ¿Quiénes son los iguales y quiénes son los desiguales? 

La igualdad como ideal sumo o incluso último de una comunidad ordenada, justa y feliz, añade más adelante, se acopla habitualmente con el ideal de la libertad, considerado este también como supremo o último. Y ninguno de los dos es separable del otro; son las dos caras de una misma moneda: no hay igualdad posible sin libertad; pero la libertad tampoco es realizable sin un cierto grado de igualdad. Pero al mismo tiempo es preciso, sigue diciendo, hacer una observación elemental que habitualmente no se hace: los dos conceptos de libertad y de igualdad no son simétricos: mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación entre dos o más entidades. O como dice George Orwell, citado por Bobbio, "todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros". 

Si uno de los criterios para distinguir la derecha de la izquierda, concluye, es la diferente apreciación con respecto a la idea de igualdad, y el criterio para distinguir a los moderados de los extremista (tanto en  la derecha como en la izquierda) es su diferente actitud con respecto a la libertad, se podría distribuir el espectro en el que se ubican las doctrinas y movimientos políticos en cuatro espacios: a) en la extrema izquierda estarían los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios (como el comunismo histórico); b) en el centro-izquierda, las doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios (como el socialismo liberal y la socialdemocracia); c) en el centro-derecha las doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios (los partidos liberales y conservadores) ; y d) en la extrema derecha, las doctrinas y movimientos antiliberales y antigualitarios (como el fascismo y el nazismo). 

El comunismo fracasó históricamente, dice al final de su libro, pero el desafío que lanzó permanece. Bastaría, continúa diciendo, con desplazar la mirada de la cuestión social del interior de cada Estado (de la que nació la izquierda en el siglo XIX), hacia la cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no solo no ha concluido su propio camino sino que apenas lo ha comenzado. 

Como colofón, cita Bobbio las palabras de uno de sus maestros, el también filósofo Luigi Einaudi, que entiendo me permiten cerrar definitivamente el excurso que he hecho en esta entrada que dice así: "Las dos corrientes (liberalismo y socialismo) son respetables, y aunque adversarias, no son enemigas; porque las dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio. El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales del liberalismo y del socialismo (libertad e igualdad), ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común". 

Concluyo esta fabulación teórico-política tan sui géneris y personal, llamando al diálogo sincero y sin cuestiones previas de todas las fuerzas de izquierda y de centro izquierda para desalojar al PP del poder. Si no lo hacemos, no nos lamentemos luego. Porque lo que voten los ciudadanos va a Misa. En eso consiste la democracia. Y no vale decir que el pueblo no sabe lo que vota porque son los dueños del quiosco y nadie tiene derecho a pedirles cuentas de lo que hacen con sus votos. Y menos que nadie los responsables políticos que con su ineptitud, irresponsabilidad y mendacidad se han ganado a pulso su desprecio. 

Y es que resulta, como dice con mucha más elegancia y precisión filosófica Javier Gomá en su libro "Ejemplaridad Pública" (Taurus, Madrid, 2009): "en virtud de la dignidad democrática, a cada ciudadano se le reconoce autonomía moral y competencia cívica para buscar la felicidad a su manera y elegir, según su criterio, lo que más le conviene en los asuntos públicos y privados, sin que ningún otro ciudadano pueda pretender, en consideración a sus dones naturales, su posición social, sus méritos o sus conocimientos superiores a los del resto, el ejercicio de una tutela sobre los demás y sobre las decisiones relevantes atinentes a su vida". Y votar a quién considere más conveniente es una de ellas.

La cuestión es así de simple: La Moncloa no va a caer como Jericó por muchas vueltas que demos a su alrededor. O vamos todos juntos: Inmaculados, Pueblos Libres y Starks, y el que quiera añadirse, o tenemos Lannisters para rato en Desembarco del Rey.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Los Pueblos Libres





Entrada núm. 2231
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

domingo, 2 de noviembre de 2014

Corrupción, nacionalismo, populismo




Karl Marx (1818-1883)


Creo que fue en el prólogo de su "Crítica a la Filosofía del Derecho" de G.W.F. Hegel donde Karl Marx deslizó una frase que hizo fortuna en la que acusaba a la religión de ser "el opio del pueblo". Descreído total, no tengo nada en contra de las religiones mientras no se entrometan en la sociedad política, es decir, el Estado, ni en sus funciones. Pero a estas alturas del siglo XXI no creo que entre los peligros que acechan a la democracia española haya que contabilizar a las religiones ni las iglesias, para algunos, opiáceos que entontecen y manipulan a los pueblos. Pienso que el peligro más grave que nos acecha, los cánceres que corroen esta época convulsa de la historia de España que nos ha tocado vivir son la corrupción político-empresarial generalizada, los nacionalismos identitarios y el populismo. 

Si me permiten un símil, yo diría sobre el primero de esos cánceres, la corrupción político-empresarial, que es el más grave ahora mismo, ya en plena metástasis. Mi amiga Elvira Lindo, escritora con la que converso todos los domingos a través de su blog del diario El País, escribe hoy en el mismo un durísimo alegato contra la corrupción, que presta voz a lo que muchos miles de españoles a los que nadie escucha piensan sobre ello. Se titula "Los verdaderos antisistema" y comienza con un párrafo que deja poco lugar para la esperanza y sí para el cabreo. No aprenden nada, dice al comienzo de su artículo, y de ese su no aprender vamos a salir perdiendo todos. [...] No aprenden, continúa diciendo, piden perdón y pretenden que eso toque alguna fibra sensible, pero el corazón de quienes les escuchan ya está completamente endurecido. Perdón ¿y qué, ¿tres padrenuestros? Esto no es una escuela, ni un confesionario, dice, esto es un país de ciudadanos que de la indignación pasaron esta semana al temor, al temor al futuro, que pinta negro. No dejen de leerlo, por favor. 

Con el segundo cáncer de la política española, el nacionalismo identitario, tendremos que aprender, como dijo el filósofo José Ortega Gasset, a convivir. Con voluntad política puede llegar a sanar, pero hacen falta reformas profundas para las que, desgraciadamente, no parece existir aun el acuerdo suficiente. También Elvira Lindo escribió hace un tiempo sobre él en otro artículo titulado "Identidad" en el que acusaba a los furiosos defensores del mismo de sostener que sólo aquellos que aman a su país más que a sí mismos pueden opinar sobre estos asuntos, y que los demás, los que no tenemos esa pulsión romántica por el nacionalismo que confunde la nación con la identidad racial, la lingüística o la patria idealizada, estamos deslegitimados para opinar. ¿No es eso, en esencia, lo que defienden los nacionalismos identitarios? ¿Decidir ellos, su grupo (la parte), por su cuenta como si el resto de los ciudadanos (el todo) no contáramos para nada en un asunto que a todos nos concierne por igual? Su artículo hacía referencia a unas declaraciones del por aquel entonces presidente del gobierno de la comunidad autónoma vasca, Juan José Ibarretxe, que decía lamentarse del terrible daño que hacían los terroristas de ETA con cada acto criminal a aquellos que deseaban profundizar en la identidad vasca. ¿Quería decir Ibarretxe, que para él, el asunto principal era la identidad [vasca, catalana, canaria, andaluza, gallega o española; sí, española también] y el muerto era lo anecdótico...? ¿No eso al fin y al cabo lo que defienden todos los nacionalismos identitarios, dicho sea de paso, con los mismos o similares argumentos?

Otro artículo del profesor e historiador Gabriel Tortellá de por aquellas mismas fechas, titulado "El 2 de mayo y la nación", analizaba el proceso de formación del nacionalismo español a partir de las efemérides de la Guerra de Independencia, cuyo bicentenario se celebraba por entonces. Comparto la opinión del profesor Tortellá de que una nación debería ser algo convencional cuya existencia obedeciera a consideraciones racionales. No sé si con ello estaba aludiendo al famoso "patriotismo constitucional" del que hablaba el también profesor Philip Pettit, tomado en préstamo del concepto de "republicanismo cívico" que este último defiende, pero me gustaría pensar que sí. Decía el profesor Tortellá en el artículo citado que para los revolucionarios americanos de 1776 y los franceses de 1789, el concepto "nación" no tenía connotaciones identitarias y mucho menos territoriales. "Nación", para ellos, significaba lo que hoy identificamos como "democracia, pueblo o ciudadanía". Exactamente igual que norteamericanos y franceses pensaban los españoles que redactaron y aprobaron en 1812 la Constitución de Cádiz al proclamar en su artículo primero que la nación española era "la reunión de los españoles de ambos hemisferios". Con ello, los por vez primera ciudadanos, que no ya súbditos, de la nación española la hacían entrar por la puerta grande en la modernidad y la convertían en sujeto de la Historia. Luego vendrían tiempos peores, pero esa es otra historia. 

El tercer cáncer que nos corroe, el más reciente, el menos extendido aun pero peligroso por la virulencia incontrolable que puede llegar a alcanzar es el populismo. Sobre él escribe también en estos días en Revista de Libros el abogado y escritor José María Ruiz Soroa un extenso y documentado artículo, que lleva el título de "Un panfleto y una sospecha", en el que hace la reseña del libro del profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense de Madrid y principal ideólogo del grupo político Podemos, Juan Carlos Monedero, titulado "Curso urgente de política para gente decente". La reseña de Ruiz Soroa a mí me ha parecido el más lúcido análisis político realizado hasta la fecha sobre el fenómeno de Podemos, sus realidades, sus carencias, sus propuestas y sus incongruencias, que de todo hay en ese auténtico "átrapalotodo" que es Podemos. Como esta entrada me está quedando mucho más extensa de lo previsto inicialmente, háganme excusa de resumírselo y léanlo, por favor. Merece la pena.

Sobre Podemos escribía también hace unos días en su blog el también catedrático de ciencias políticas en la UNED, Ramón Cotarelo, admirador respetuoso y crítico de Podemos, comparando su fórmulas organizativas, al más puro estilo marxista-leninista, sus famosos "círculos", con los soviets rusos de 1917, en los que, al igual que estos, se discute de "todo", pero "todo" se decide en y desde la dirección del movimiento. Por cierto, y concluyo, el mejor estudio de la diferencia entre un "movimiento" político y un "partido" político, lo pueden encontrar en el archifamoso libro de la teórica política estadounidense, de origen judeo-alemán, Hannah Arendt, titulado "Los orígenes del totalitarismo".  ¡Y líbreme Dios de insinuar la más mínima tendencia totalitaria en Podemos! Eso se lo dejo a sus votantes...

Sean felices por favor. Y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





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Monumento a la Constitución de 1812 (Cádiz, Andalucía)



Entrada núm. 2187
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