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viernes, 17 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Cabezas de turco



Dibujo de Raquel Marín para El País


Ante los rebrotes conviene vigilar al explotador canalla y a quienes le consienten sus ilegalidades; pero preferimos lanzar sermones a los currantes que se han ido a la playa y echar pestes de los inmigrantes, que bastante tienen com sobrevivir, afirma en el A vuelapluma de hoy viernes [Bastante tiene con sobrevivir. El País, 7/7/2020] el periodista José María Izquierdo.

"Mascarillas (elijan ustedes el tipo), máscaras, caretas y tapabocas ya las ha probado todas José K., al que la camisa no le llega al cuerpo, aterrorizado como está ante el maldito bicho. Ha pensado en la escafandra del Museo Naval y la máscara de gas que un día probó. Nada le gusta, nada le sirve, nada le protege como él quisiera, viejo, viejo y viejo, que lo mismo te ve Isabel Díaz Ayuso en la calle Colegiata, un suponer, y te manda a una residencia madrileña. Y no es el momento. “Tengo miedo de cerrar los ojos, tengo miedo de abrirlos”, que decían en El proyecto de la bruja de Blair. ¿Cómo podría hacer, se pregunta despavorido nuestro hombre, para cambiar mi modesto sotabanco por un refugio antinuclear?

Hacemos bien en extremar cuidados, que la alimaña es mala, mala. Surgen rebrotes aquí y allá de muy distinta procedencia, que los hay de afamados tenistas con un coeficiente intelectual tendente a cero, jóvenes estultos que a su edad ven esto de la muerte —ese pequeño problema que tienen los viejos— como un asunto de ciencia ficción o importantes centros de tratamiento de alimentos de todo tipo, sanísimos como frutas o cancerígenos como la carne muy roja, donde malviven y trabajan como esclavos miles de inmigrantes.

Hay, por supuesto, oficinistas inconscientes que llevan la mascarilla en el codo, paseantes que se abalanzan sobre ti en el parque, deportistas de tres al cuarto que salen a correr solo para estrenar sus deportivas carísimas y que ventilan justo a un metro de tu cara en la estrecha acera del casco antiguo, además de señoras y señores que llevan el rostro al descubierto porque los tapabocas afean su agraciado rostro. Hay, en fin, todo género de estúpidos que pululan por las calles y a los que dan ganas de azotar por eso, por estúpidos. A todos ellos les regañamos desde el balcón por su frivolidad y nula solidaridad con los demás, pero ojo, que no nos ciegue la crítica de lo fácil, que los tenemos ahí al lado y describirlos es tarea sencilla. Deberíamos hacer un mayor esfuerzo en afinar las admoniciones y seleccionar mejor a qué dianas disparamos.

Fijémonos, por ejemplo, en las grandes organizaciones mundiales, o los gigantescos complejos industriales, que acuciaban a los Gobiernos para reiniciar la economía lo antes posible, que nos quedamos sin miles de millones en la buchaca o en la cuenta corriente. O en las grandes corporaciones aéreas o de hoteles, que lloraban a gritos para que los turistas pudieran viajar como ponedoras en gallineros, que han presionado hasta el borde del chantaje delictivo para que los Gobiernos aliviaran las alarmas y permitieran, qué ilusión nos hace, esas aglomeraciones en los aeropuertos, esas piscinas de hotel a reventar o esas playas donde no cabe una toalla más.

Y no perdamos de vista, advierte José K., dedo acusador, a todos esos políticos de la derecha y periodistas de la caverna que se quejaban a gritos de que España se quedaba a la cola de la recuperación porque tardábamos en ponernos en marcha, basta ya de esta dictadura del estado de alarma. ¡Hale, hale, abran las puertas de nuestras cárceles! ¡Necesitamos airear los centros comerciales, los grandes almacenes, las ferias y los congresos! Tenemos, también, a los dueños de bares y restaurantes, con los calamares rebozados o los petisús a punto de echarse a perder.

Pero José K., encendido por aterrorizado, fija también la vista en la cosa pública. ¿Qué tal si nos quejamos de los responsables de los sistemas de sanidad que todavía, y ya han corrido meses, no tienen un plan B serio y consensuado para acabar con los rebrotes? No sé si el Gobierno socialista lo ha hecho, pero sería conveniente mirar cómo lo llevan los consejeros de Sanidad de las 17 autonomías, incluidos los nacionalistas, las gentes del PP y todos los independientes que gusten. ¿Tenemos ya organizado el sistema de sanidad primario? ¿Las UCI? ¿Contamos ya con los respiradores y otros adminículos que hemos sabido ayer que existían y que eran vitales para evitar que se nos muriera la madre o el primo?

Y salgamos de esta pequeñísima piel de toro para preguntarnos por las medidas que están tomando esos personajes, tan atrabiliarios como nefastos, que podemos resumir en Johnson, Trump o Bolsonaro, con un número de muertos e infectados propios de una película de zombis. Los suecos, tan listos, ya se han caído del guindo. Hasta los alemanes, crisol de perfecciones, han visto cómo sus mataderos son a la hora de la verdad una cloaca inmunda, más propia de un país del Cuarto Mundo que de la respetadísima República, alma y motor de la vieja y rica Europa.

Pero no. Preferimos subirnos al púlpito de la dignidad y lanzar grandes sermones a los currantes que se han ido el fin de semana a la playa, a los adolescentes que nada saben ni entienden y, lo que es más doloroso, echar pestes de los inmigrantes, marroquíes, bolivianos, rumanos o búlgaros, sobre los que cargamos todas nuestras miserias y a los que tiramos al cubo de la basura como cáscaras de pistacho cuando por un sueldo de miseria ya les hemos sacado hasta los higadillos. Claro que huyen. Todos lo haríamos, despavoridos, si además de toser, tener fiebre y trabajar como una mula, sin nadie que te haya controlado salud o temperatura, que hay que sacar como sea las fresas o los chuletones, vieras cómo te perseguía la justicia, vete a saber qué nueva vejación se les ha ocurrido ahora.

Bastante tienen esos hombres, mujeres y niños con sobrevivir a la miseria a la que les ha condenado este capitalismo salvaje del que unos cuantos disfrutan, como para preocuparse por las PCR, siglas misteriosas que nada significan para ellos. Los vemos malvivir y maldormir, tirados en bancos de piedra, o en el mismísimo suelo, después de machacarse durante horas en un trabajo que será de todo menos cómodo. ¿Ha ido por allí alguna inspección de trabajo? ¿Interesa su situación deplorable a algún partido, a algún alcalde? ¿Y queremos acusarles por infectarnos? Mejor vigílese de cerca al explotador que les chupa la sangre y, ya puestos, a quienes se lo consienten.

Así que José K., a la vista de lo visto, insiste en uno de sus mantras conocidos: exijamos lo máximo solo a quienes tienen lo máximo, de poder o de bienes. Y acabemos ya con este deplorable espectáculo al que hemos asistido estos últimos meses, en los que importantísimos científicos, virólogos de renombre, epidemiólogos de pro, economistas de Premio Nobel y políticos de toda laya, se reconocían abiertamente en las bobas ocurrencias del pazguato Forrest Gump: “Yo no sé mucho de casi nada”. Y sonreían".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 18 de julio de 2019

[ARCHIVO - 2008] Ad nauseam





"Ad náuseam" es una locución adverbial latina que significa, literalmente, "hasta la náusea", y que se utiliza para dejar constancia de algo cuyo exceso resulta molesto o produce profundo desagrado... Nada que ver con la gran novela del creador del existencialismo, el filósofo francés Jean-Paul Sartre ("La náusea", 1938) . A mi comienza a pasarme con el lenguaje que utilizan los políticos, todos, aunque haya gradaciones entre unos y otros... Por citar sólo a mis paisanos, me pasó, con Julio Anguita y con José María Aznar; luego con Juan José Ibarretxe, Paulino Rivero y Josep-Lluís Carod-Rovira. Y ahora comienza a pasarme con José Luis Rodríguez Zapatero y con Mariano Rajoy... Dice la escritora y novelista Almudena Grandes ("Equivocaciones", El País, 21/07/08) que hemos convertido la política en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y que ésa es la mayor de las equivocaciones. Pienso que tiene toda la razón. En tiempos más oscuros, y no me refiero a los que relató John Ronald Reuel Tolkien ("El Señor de los Anillos", 1955), los procuradores en Cortes de las ciudades castellanas que volvían de las mismas sin conseguir la aprobación real a las propuestas emanadas de ellas, solían ser colgados sin más trámites de las almenas. No propongo yo que se llegue a tanto con todos los políticos, pero sí es cierto que deberíamos comenzar a exigir a nuestros representantes con un poco más de rigor que respondan de lo que dicen, y sobre todo de lo que hacen. Y más, cuando pretenden hacernos creer que lo que dicen y hacen lo dicen y hacen en nuestro nombre...




Romeu (El País, 21/07/08)


"Equivocaciones", por Almudena Grandes

Me he preguntado muchas veces por qué los políticos nunca reconocen sus errores. Por qué, si la capacidad de equivocarse es una condición universal de los seres humanos, ningún político de ningún partido se sienta nunca ante un micrófono para pronunciar unas palabras que todos decimos todos los días, y casi siempre más de una vez: lo siento, me he equivocado, he cometido un error, perdóname. Se diría que pretenden situarse al margen de las debilidades propias de su especie, pero al hacerlo, se excluyen también de su grandeza. Sólo aprendemos de los errores que hemos cometido, y reconocerlos es una prueba de honestidad intelectual y de integridad moral que, en teoría, debería mejorar las expectativas electorales.

Las de Zapatero han empeorado en el malabarismo verbal de los sinónimos que se dedica a espolvorear, como si fueran polvos mágicos, sobre una crisis que devora sustantivos, adjetivos y adverbios con idéntico apetito. Solbes, más sintético, porque es de ciencias, comenta las peores cifras económicas diciendo que no son datos positivos. Yo miro a mi alrededor, descubro que en otras crisis, las que sacuden a los partidos de la oposición, tampoco nadie ha roto nunca un plato, y concluyo que no se trata de un vicio del poder, sino de la política. Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Qué ventajas extraen de su insistencia en perseverar en un error que crece en la misma proporción en que lo niegan?

Ellos saben que la teoría no es la práctica, y que su oficio jamás ha sido tan fácil como ahora, cuando los errores se pagan sólo cada cuatro años porque los ciudadanos creen que la política no va con ellos, que no tiene nada que ver con su vida cotidiana. Así, entre todos, la hemos convertido en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado. Y ésa es la mayor de las equivocaciones. (El País, 21/07/08).



http://www.elpais.com/recorte/20080106elpepicul_6/LCO340/Ies/Almudena_Grandes.jpg
La escritora Almudena Grandes



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Entrada núm. 5070
Publicada originariamente el 22/7/2008
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