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martes, 11 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] La infidelidad pide VAR ya





¿Es necesaria la implantación social de un VAR para las infidelidades en las parejas, ironiza el periodista Joaquín Luna en el A vuelapluma de hoy martes? Algunas y algunos dirían que sí y otros que no es para tanto...

"A la espera de que el VAR llegue a la Tercera División –y aun con diez ganó el Europa ayer–, a la intendencia doméstica y al tráfico rodado, yo creo que debería empezar a aplicarse en ámbitos conflictivos de la vida, como el de las infidelidades.

¿En qué consiste una infidelidad? ¿Cuándo concurren atenuantes? ¿Hay infidelidades de tarjeta roja, de amarilla o incluso de una simple amonestación verbal?

Un VAR de género, con criterios objetivos y libre de pasión, libraría a muchas parejas de berrinches y reforzaría la institución matrimonial en días de borrasca.

Yo hago la sugerencia a la vista de que hombres y mujeres discrepan en el meollo del asunto.

El paño masculino tiene un criterio arbitral claro y algo simiesco: la pareja es infiel cuando hay contacto físico con un tercero. Cargas con el hombro incluidas. En cambio, dejan seguir el partido y roncan tan anchos si se trata de un amor platónico, una relación epistolar o un intercambio de fotos eróticas con esquimales y otros indígenas ubicados a 3.000 kilómetros de distancia.

A lo sumo, ningunean: ¡menudo poeta le gusta a mi pareja!

Muchas mujeres, y de ahí la apelación a un sistema de videoarbitraje, consideran que existe infidelidad tan pronto la pareja se cita a tomar el aperitivo o a cenar con mujeres que no conocía previamente o son ajenas al ámbito profesional. Vaya, las típicas citas a las que los hombres acuden a verlas venir, pensando –para calmar la conciencia– que no pasa ni pasará nada.

¿Y si pasa?

En este caso, la naturaleza masculina tiende al juego sucio y a exculparse, razón de más para un VAR. El hombre viene del mono, y los monos, ya se sabe, son dados a tocarse las partes, tal que hacía a todas horas el añorado Copito de Nieve, icono de la virilidad condal del siglo XX.

La intención basta y sobra, opinan muchas amigas, y algo de razón les asiste, aunque yo les invito a la indulgencia porque si van a enfadarse y montar un pollo a su pareja sin que esta haya tenido contacto, cabe la posibilidad de que el infractor se diga: puestos a recibir la roja, que sea por una de esas patadas que fracturan tibia y peroné y no por mirar con ojos de besugo a la juez de línea.

Gracias a las redes y su progreso, todavía veremos la creación de una start-up con su VAR para dirimir sin apasionamiento cuándo hay infidelidad y cuándo tontería".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5725
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 11 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Machirula





¿Qué más se puede decir sobre las relaciones de pareja? Menos mal que somos un matrimonio que se esfuerza en dinamitar las relaciones de poder que nos denigran a las unas y a los otros, escribe la novelista española Marta Sanz.

Hoy he vuelto a casa con un humor de perros, comienza diciendo. Llegaba de viaje en un tren lleno de seres comedores de ganchitos que escuchaban, sin auriculares, sus “dispositivos” móviles. Volvía de dar un curso en no sé dónde, había dormido en una cama que no era la mía y sentía un clavo en la cabeza. Al llegar a Madrid comprobé que mi tarjeta de transporte estaba vacía e intenté recargarla en una máquina del metro. Repetí la operación varias veces quizá por culpa de mi inutilidad, aunque puede que las máquinas nos boicoteen. Sobre todo, cuando captan agotamiento o prisa. Un niño me dio una patada sin querer, pero no pidió perdón, los vagones iban de bote en bote, al salir del metro llovía a cantaros. Una furgoneta municipal, circulando a 70 por una estrecha calle, me salpicó y me empapó los pantalones. Al subir los tres pisos que llevan a mi casa, mi marido, sexagenario parado que reinventa su vida, estaba esperándome con una sonrisa que no supe apreciar. Había hecho la colada y la compra, revisado las facturas, tenía puesta la mesa. Había preparado el aperitivo y una ensalada de pulpo con patatas, cebolla, tomate y pimiento verde. “¿Le habrás echado pimienta de Jamaica, no?”, le interrogué con desconfianza. A mi marido la sonrisa comenzó a desdibujársele, pero se mordió la lengua. A mí se me iba poniendo la misma mala leche que al extraterrestre del chiste que se coloca un tricornio en la cabeza nada más bajar de su nave para echar un vistazo.

El malestar de mi marido y mi airada prepotencia —¿mi feminismo liberal?—, la insatisfacción de ambos, son fruto de nuestras respectivas educaciones machistas. Pero la tensión fue aliviándose poco a poco. Seguramente, la laxitud llegó porque somos una pareja de cierta edad que, con el paso del tiempo, ha aprendido que la expresión “llevar los pantalones” es fea; que ingresar el sueldo en una casa no le da a nadie patente de corso; que trabajo doméstico y cuidados son imprescindibles para que los viejos y nuevos modelos de familia funcionen; que el cuarto propio de las mujeres se relaciona con la posibilidad de disponer de un espacio personal, independencia y sueldo, pero también con ciertas formas amables de convivencia deseada y gregarismo humano; que hay trabajos que deberían pagarse y no se pagan, y que no todo lo que se paga es valioso; que los hombres no deberían sentirse capitidisminuidos si no pueden arrastrar el bisonte dentro de la cueva, ni las mujeres deberían golpearse los pechos con los puños si clavan la lanza en el corazón del jabalí que alguien les asará gratuitamente. Menos mal que somos un matrimonio de mediana edad que sabe esto y se esfuerza en dinamitar las relaciones de poder que nos denigran a las unas y a los otros, porque, si no, aquel día aciago quizá le habría soltado una leche a mi marido por no recibirme con una copita de coñac y las zapatillas en la boca. Yo no me habría dado cuenta de haber sido abducida por un macho prototípico del capitalismo salvaje, y él habría llorado y, sisando dinero de la compra semanal, habría pedido consejo a una pitonisa para resolver sus errores. Pese a que convendría evitar la asunción de modelos “viriles” y competitivos, hay que insistir en que, por regla general y estadística, por costumbre y costra histórica, somos nosotras las que solemos experimentar culpa. Las que nos mordemos la lengua, las pobras y las hostiadas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 4890
Publicada originariamente el 11 de mayo de 2008
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