A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy sobre la virtud de la mesura, escrito por la psicóloga Remei Margarit.
"Los niños pequeños dicen de verdad lo que sienten -afirma Margarit-. Una educadora de una escuela infantil me explicó que en su clase había un niño de dos años que hablaba con un tono de voz muy alto, tanto, que ella le dijo: “Habla más bajo” y él le contestó: “Es que si hablo más bajo me acabo”: es decir, que asociaba al volumen de su voz el hecho de existir. Quizás, pues, ya en la vida adulta, cuando nos encontramos con personas que hablan en un tono de voz cercano al grito, tal vez les pasa como a ese niño, que si hablan bajo sienten que se acaban . Es decir, el casi grito asociado a la supervivencia. En la adolescencia también se da ese fenómeno, algunos chicos y chicas añaden decibelios a su voz, quizás para hacerse oír, para no acabarse . También es sorprendente cómo se alza la voz en los mítines de una campaña electoral, aun disponiendo de un micrófono y altavoces, es como si no se alzara fuertemente la voz, se les fuera la vida política. Siempre me ha sorprendido el hecho de que cuando una persona quiere convencer a otras, lo hace gritando, porque convencer es seducir y no se seduce nunca a gritos, al revés, a no ser que lo que se quiera es atizar, cosa en las antípodas de la seducción. Quizás los que gritan tanto forman parte de aquel grupo del niño que sentía que se acababa hablando bajo; aunque ello quiere decir algo un poco más grave, que no han madurado lo suficiente como para modular el tono de sus palabras; dicho de otra manera, en eso hay aspectos de su infancia todavía no resueltos.
La comunicación tiene que ver con la conversación pausada, con un hablar calmado y sin prisas, de escuchar al otro, con un tono de voz que llegue al otro, pero que no lo supere, con pausas y silencios incluidos. Todo ello es porque la comunicación verbal implica el respeto hacia uno mismo y hacia el otro. Cuando se es adulto, el grito tiene que ver con la ira y con la invasión del espacio del otro, el grito no es una conversación ni quiere serlo. Y tanto en el mundo civil como en el político, el grito es un atizar a los otros, no tiene nada que ver con la comprensión que se quiere en la conversación. La buena convivencia no se hace gritando, sino con las conversaciones y con la seducción de la comprensión".
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