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sábado, 28 de diciembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Miedo a la libertad. (Publicada el 1 de junio de 2009)



La escritora Erica Jong


En 1973 la escritora norteamericana Erica Jong escribió una novela que es ya un clásico de la literatura erótica feminista. Se titulaba "Miedo a volar" (Plaza & Janés, Barcelona, 1992). Y es evidente que no se refería con ese título a lo denominado por los psicólogos como aerofobia, sino que constituía una metáfora sobre el miedo de muchas mujeres a vivir en libertad, sin dependencia psicológica, emocional, física o material del hombre-macho. Pero no voy a hablar de ese miedo ancestral, sino de libertades generales, colectivas, de todos, que nos afectan individualmente.

¿Le tenemos miedo los españoles a la libertad? A pesar de las aparentes pruebas históricas en contrario, yo diría que sí. Y me atrevería a más, no sólo le tenemos miedo: le tenemos pavor. El "¡Vivan las caenas!" de nuestros absolutistas de principios del siglo XIX sigue omnipresente en nuestra vida cotidiana. Y eso en la patria del anarco-sindicalismo ácrata. O quizá precisamente por eso: porque a los españoles se nos cae la boca reclamando a voz en grito "nuestro derecho a" o el "yo tengo derecho de"... El individualismo tiene carácter hispano. Pero el reconocimiento de ese mismo derecho a "los otros", es ya otro cantar.

Todo esto viene a cuento de la polémica suscitada por el proyecto de ley enviado por el gobierno a las Cortes sobre la modificación de la Ley del Aborto, en línea con los países de nuestro entorno. Que se oponga la jerarquía católica, me parece normal e inobjetable, siempre que no pretenda imponer su opción al resto de los ciudadanos que ni son ni se sienten católicos, o que simplemente mantienen una posición contraria a la de la jerarquía en ese asunto. Que las secunde el cabeza de lista del partido popular español al Parlamento europeo, me parece reaccionario, pero es lo que hay.

La oposición del partido popular al proyecto de ley, se centra mucho más en el derecho que se reconoce a las españolas mayores de 16 años, pero menores de edad legal, a abortar sin consentimiento paterno, que en el asunto específico de los plazos. Y según las encuestas, la mayoría de los españoles tampoco están por la labor de reconocer a las jóvenes mujeres españolas ese derecho.

Precisamente hoy leo en el blog del cronista parlamentario Fernando Garea, "El Patio del Congreso", el último de sus comentarios, titulado "Aído y el Tribunal Supremo británico", que hace referencia a un caso muy similar al del controvertido supuesto impugnado por el partido popular, y resuelto por el Tribunal Supremo en favor del derecho de las jóvenes británicas para abortar sin permiso ni conocimiento paterno. 

Respecto a las también polémicas declaraciones de monseñor Cañizares de hace unos días, afirmando que el reconocimiento del derecho al aborto es mucho más condenable y execrable que los cientos de casos de corrupción de menores por parte de religiosos, sacerdotes y jerarcas de la iglesia católica que salen a cada día a la luz pública en todo el mundo, no acabo de entender las razones del asombro. Por simple cuestión fisiológica, los sacerdotes, religiosos y jerarcas de la iglesia católica no pueden abortar, así que no es su problema, y por eso hablan de él desde la altura, presunta, de su posición ética. El abuso y corrupción de menores, la sodomización de niños y jóvenes seminaristas por parte de sus miembros, y el silencio y amparo de los culpables por parte de la cúpula eclesial, sí que lo es, así que, mejor no menearlo, dice monseñor. Yo lo llamaría cinismo e hipocresía, pero en fin, allá ellos. HArendt



Bibiana Aido, ministra de Igualdad



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




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martes, 18 de agosto de 2015

[A vuelapluma] ¿La jerarquía católica española es de este mundo?




El papa Francisco



Desde que Agustín de Hipona (354-430 d.C.) escribiera "La Ciudad de Dios", los cristianos saben que en la lucha secular que se dirime en el mundo entre la Ciudad Celestial (la Iglesia) y la Ciudad Pagana (el Estado o la Sociedad), solo habrá un ganador final, y ese ganador es la Iglesia. Lógicamente eso da una enorme fuerza y esperanza a los creyentes en que todas las penalidades de esta vida tendrán una feliz recompensa eterna. Es la misma esperanza y fuerza que el marxismo, una religión secular, dio a los parias del mundo a la espera de esa sociedad sin clases y sin Estado cuya consecución se emplaza para un momento sine díe que no sabemos si llegará.

Aunque los tiempos en la iglesia católica se miden por siglos y no por años, la llegada al trono pontificio de Jorge María Bergoglio, el 265 sucesor de Pedro al frente de la iglesia bajo el nombre de Francisco haya levantado una enorme expectación por su acercamiento y sensibilidad a los problemas reales y no solo espirituales del mundo, las soluciones se vislumbran lejanas y las esperanzas de cambio remotas. Y en defensa de la la ortodoxia más estricta se destaca, como no, una buena parte de la jerarquía católica española, tan anclada en su pasado de privilegios, que más que de este mundo, parecen extraterrestres. Las zancadillas, discretas como no (peligra el puesto y eso sí que sería malo para ellos, aunque siempre tengan asegurado su rinconcito en el cielo) al papa Francisco, son continuas. Eso sí, esas críticas se hacen siempre a-o-por persona interpuesta pues ninguno se atrevería a enfrentarse directamente al jefe, más o menos como ocurre en la sociedad civil, es decir, en la Ciudad Pagana que tan bien describió Agustín de Hipona.

En una crónica que hoy escribe en El País el periodista Juan G. Bedoya, se da cuenta de la andanada que dos obispos españoles, en concreto los de San Sebastián, José Ignacio Munilla, y de Getafe, José Rico Pavés, le sueltan estos días al sacerdote Pablo D'Ors, nombrado por el papa Francisco consejero del Pontificio Consejo de la Cultura, al que acusan lisa y llanamente de hereje.

D'Ors, madrileño, de 52 años, es nieto del ensayista Eugenio D’Ors y estudió teología y filosofía en Nueva York, Praga, Viena y Roma. Sacerdote desde 1991, ejerció en una misión claretiana de Honduras y ahora está incardinado en el arzobispado de Madrid. Quienes jalean en medios religiosos muy conservadores las tesis de Rico Pavés y Munilla están reclamando que intervenga en contra del sacerdote su arzobispo, Carlos Osoro, y, sobre todo, la Conferencia Episcopal, de la que Osoro es vicepresidente. Las voces que reclaman un castigo, dice el autor de la crónica, están condenadas al fracaso si la Conferencia Episcopal se atiene a lo indicado por Francisco para estos casos, aconsejando prudencia y comprensión. 

Y todo eso, porque hablando de los sacramentos, Pablo d’Ors sostiene que para que puedan significar algo, los sacramentos han de entenderse, al menos en alguna medida. De lo contrario, añade, no sacramentalizan nada, que es lo que sucede hoy en nuestros templos. Nadie entiende nada, concluye. A lo que más me recuerdan nuestras misas es al teatro del absurdo de Beckett.

Suena fuerte, desde luego, pero no está nada mal que la Santa Madre Iglesia Católica comience a asumir que la "iglesia" no es una finca privada de la jerarquía sino que está al servicio de los fieles, al igual que el Estado no es propiedad de los gobiernos sino de los ciudadanos. Y sobre el triunfo final en la lucha entre la Ciudad Celestial y la Ciudad Pagana, pues la verdad es que queda tan lejos que no merece la pena preocuparse por ello.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Pablo D'Ors





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