jueves, 21 de agosto de 2008

*Justicia en entredicho




Los amables lectores que sigan este blog con asiduidad saben ya de mi escasa consideración por la justicia española en general, nuestro sistema judicial en concreto, y la mayoría de los jueces y magistrados en particular. No es nada personal... La cosa viene de antiguo, y tal y como funciona la justicia en España, ya he dicho en alguna ocasión anterior que sería mucho más eficiente, rápido y económico sustituir todos los procedimientos judiciales por un cara-o-cruz con garantías de imparcialidad por parte del lanzador de la moneda al aire. Sólo el Tribunal Constitucional (un órgano que, por cierto, nada tiene que ver con el sistema judicial), se escapaba a tan severo jucio por mi parte. Y no porque dos de sus ilustres miembros hayan sido profesores mios: Francisco Tomás y Valiente y Elisa Pérez Vera, sino por una magnífica ejecutoria de procedimientos y sentencias interpretativas de la Constitución con los que se ganó un merecido prestigio. Hasta el momento en que los políticos, o lo que más de innoble tienen los políticos, metieron a saco sus manazas en él y lo ensuciaron de arriba a abajo.

Creo que fue Winston Churchill, pero no me hagan mucho caso, el que dijo que en política uno tiene (de menor a mayor grado de confrontación): rivales, adversarios, enemigos, y compañeros de partido... La amistad en política no solo es mala consejera, es, siempre, fuente de conflictos, una vez veces íntimos, otras internos y casi siempre, públicos. Y cuando esa amistad o afinidad política interfiere en los nombramientos judiciales..., "¡la jodimos, macarrón!", que decían en mi pueblo.

El martes pasado el catedrático de Derecho Civil, Pablo Salvador Coderch, publicó en El País un artículo titulado "Amigos, jueces y escorpiones", en el que contraponía el sistema de nombramiento de los jueces del Tribunal Supremo de los Estados Unidos al de nuestro Tribunal Constitucional, conformado por miembros designados por el Congreso de los Diputados, el Senado, el Gobierno y el Consejo General del Poder Judicial, que se renuevan periódicamente. En los Estados Unidos, el presidente propone al candidato a juez del Tribunal Supremo, que debe obtener la aprobación del Senado; su mandato es vitalicio, y colegiadamente con los restantes miebros del Tribunal, se convierte en máximo intérprete de la Constitución norteamericana, la más antigua del mundo. Este Tribunal es también el primer órgano judicial en la historia que asumió la decisión de someter las leyes a la Constitución y arrogarse la interpretación de la misma en exclusiva.

¿Es mejor el sistema norteamericano de jueces vitalicios que el español? Méritos y abusos se pueden dar en ambos, pero desde luego lo que no se puede tolerar por más tiempo es que los partidos políticos jueguen con sus nombramientos como crios chicos, intercambiándose cromos con las fotos de sus candidatos, según su grado de amistad y de compromiso o afinidad política. No se lo merecen, ni ellos (los magistrados) ni nosotros. HArendt




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Peridis (El País, 19/08/08)





"Amigos, jueces y escorpiones", por Pablo Salvador Coderch

La independencia judicial funciona mejor en Estados Unidos que en España. Allí las instituciones son más fuertes, el cargo de magistrado del Supremo es vitalicio y no hay amiguismo que valga.

El mejor de mis amigos" puede ser una máxima tolerable para la formación de un gobierno o de un tribunal. "Mi mejor amigo" jamás lo es. Uno concibe que quien manda y ejerce consecuentemente su poder designando jueces o magistrados no vaya a buscar candidatos entre los amigos de sus adversarios, pero es insufrible limitar la búsqueda a un círculo tan estrecho como el trazado únicamente por la intensidad de la amistad, sin parar mientes en ninguna otra cualidad.

Pero estas cosas ocurren: en Estados Unidos de América, la Administración Bush intentó, en 2005, nombrar a una abogada, muy amiga y leal servidora del propio presidente, Harriet Miers, como magistrada del Tribunal Supremo federal; pero el Senado, que debía confirmar el nombramiento, dejó muy claro que no lo iba a hacer y Miers se retiró.

En la actualidad, siete de los nueve miembros de aquel Tribunal fueron nombrados por presidentes republicanos, lo cual haría de esperar una línea de decisiones muy escorada del lado conservador. Pero la magia del buen diseño institucional ha impedido que la Administración Bush cuente con mayorías garantizadas en el máximo órgano judicial del país. Y es que la gente es más o menos amiga, pero sobre todo, no suele ser tonta ni indecente y como allí el cargo es vitalicio, una vez alguien medianamente dotado lo ocupa, vuela por su cuenta y puede alcanzar una cabal independencia de juicio. Así, un magistrado como David H. Souter (1939), nombrado en 1990 por Bush padre y confirmado en el Senado contra el voto de senadores de rancio liberalismo, como Ted Kennedy y John Kerry, decepcionó a sus padrinos y se convirtió en el adalid de las causas más genuinamente progresistas. La independencia existe. Otro caso similar de nuestros días es el del magistrado Anthony Kennedy (1936), nombrado en 1988 por Reagan y que suele emitir el voto decisivo (swing vote), moderado y sensato, en un Tribunal, dividido formalmente entre cuatro conservadores y cuatro liberales.

Kennedy ha sido ponente de uno de los casos de este año judicial, Boumedienne contra Bush, decidido en junio, una sentencia que ha devuelto la fe en la independencia de la Justicia, la única cualidad que me interesa resaltar hoy en un juez. Este pleito es el cuarto que ha resuelto el Tribunal sobre los "combatientes enemigos", prisioneros en la Base Naval de la Bahía de Guantánamo -territorio cubano cedido a perpetuidad a los Estados Unidos tras la Guerra con España-. La cuestión planteada ante el Tribunal era "si unos extranjeros aprehendidos y detenidos en países lejanos durante un tiempo de amenazas serias para la seguridad de la Nación, tenían derecho al privilegio constitucional del Hábeas corpus, es decir, el derecho a ser puestos a disposición de la autoridad judicial y bajo su tutela".

Kennedy respondió afirmativamente y dio el voto de la mayoría a sus cuatro colegas, quienes pensaban que, hasta los talibanes de Al Qaeda, si están retenidos en territorio sobre el cual Estados Unidos ejerce soberanía de hecho, tienen derecho a ver revisada su situación por un juez independiente. Guantánamo, escribió, no es ningún limbo jurídico, ningún territorio ajeno a toda legalidad: Cuba retiene una soberanía puramente simbólica sobre la Bahía de Guantánamo y si allí rige algún derecho, éste ha de ser el norteamericano. Pero entonces, la Constitución, que atribuye al presidente y al Congreso el poder de ocupar un territorio o el de abandonarlo, no les otorga el decidir qué parte de la Constitución misma es aplicable allí y cuál no lo es, a gusto del ocupante.

En respuesta a un caso anterior, el Congreso, en 2005, había establecido unos "Tribunales de revisión del estatus de combatiente" (Combattant Status Review Tribunals, CSRT) para los detenidos en Guantánamo, pero Kennedy sostiene que estos tribunales no tienen de tales mucho más que el nombre: no permiten al acusado elegir su propio abogado -de hecho ni siquiera tiene abogado, sino un "representante personal" nombrado por sus acusadores-; no le autorizan tampoco a presentar ni a rebatir testimonios, pues la acusación puede sustanciarse con testimonios de segunda mano -pseudotestigos que no vieron u oyeron los hechos que basan la imputación, sino que sólo oyeron decir a alguien que el acusado es enemigo-; en apelación, no se le permite revisar pruebas distintas de las presentadas en la primera instancia; no se da acceso al acusado a información clasificada. No hay, en suma, revisión judicial independiente, sino simple certificación de lo ya resuelto. Pero un juez no es ningún funcionario; ni una actuación judicial, un procedimiento administrativo sumario.

El riesgo de error es, vistos su probabilidad y el daño resultante, demasiado grande: en algunos casos, los detenidos han estado presos durante seis años sin supervisión judicial y el gobierno no ha presentado pruebas suficientes que justifiquen la exclusión del Hábeas corpus. Si el Congreso, es decir, el legislador quiere suspender, por razones de seguridad nacional, el privilegio de la puesta a disposición judicial de una clase de detenidos deberá, concluye Kennedy, debatirlo expresamente y aprobarlo así en una ley formal.

Los cuatro magistrados discrepantes pusieron el dedo en la llaga del liberalismo legalista de Kennedy: "la muy peligrosa misión asignada a nuestras tropas [en Irak y Afganistán] es combatir a los terroristas, no entregar citaciones judiciales", escribió, punzante, John Roberts, presidente del Tribunal, añadiendo: "No sé de ni un solo caso en el cual a ningún detenido en la situación de los recurrentes le haya sido suministrada información clasificada de ningún tipo".

Un poco más abajo, tronaba su disenso enojado el juez Scalia, el magistrado más sólidamente conservador y epigramático del Tribunal: "hoy, por primera vez en nuestra historia, este tribunal confiere un derecho constitucional a enemigos extranjeros, detenidos en el extranjero por nuestras fuerzas armadas durante una guerra. (...) Al menos 30 de los prisioneros de Guantánamo luego liberados han vuelto al campo de batalla y algunos de ellos han conseguido continuar con sus atrocidades contra civiles inocentes. (...) De entre los más de 400.000 prisioneros internados en suelo americano durante la Segunda Guerra Mundial, ni uno solo vio su detención validada por un juez federal. (...) Esta nación vivirá para arrepentirse de lo que el Tribunal ha hecho hoy", concluye Scalia, para cerrar con un seco "Disiento" -sin añadir el adverbio al uso, "respetuosamente"-. Deja así muy claro que, en este caso, la colegialidad histórica entre magistrados vivos y muertos se ha roto. El clima recuerda la descripción vívida del Tribunal que diera uno de sus miembros más conspicuos, Oliver Wendell Holmes, Jr. (1841-1935): "Nueve escorpiones en una botella". Lamentable.

En nuestro país, sus instituciones son mucho menos fuertes que en Estados Unidos: aquí, suele bastar con ganar las elecciones generales con cierta holgura para asegurarse, además del control del gobierno, el del Parlamento, mucha mano en el poder judicial y bastante en el Tribunal Constitucional. Sin embargo, el zarandeo de que ha sido objeto el Tribunal Constitucional español durante los últimos años, la parálisis de un organismo institucionalmente mediocre, como es el Consejo General del Poder Judicial, el abuso de la legislación simbólica y la crispación verbal de la vida política sugieren que debemos prestar casi todo el apoyo del mundo al consenso en pro de la regeneración de la independencia judicial. En esto, como en casi todo en política, hay dos posiciones extremas: los mejores de entre los conservadores piensan con razones de peso que los jueces deben ser algo así como árbitros, ciegos a los colores de los jugadores, ajenos a sus intenciones y atentos únicamente a su juego. Los mejores de entre los progresistas suelen sostener que la judicatura no es más que otra arena en la cual se dirimen los valores y cuestiones de la Justicia y que el juez es una especie de adelantado, de emprendedor legal. En medio, acaso, nos situamos la mayoría de los ciudadanos, quienes caemos en la simpleza de ansiar que los jueces apliquen la ley si es clara, decidan con humanidad y sentido común si no lo es y que, al hacerlo, se olviden de su mejor amigo. (El País, 19/08/08)



miércoles, 20 de agosto de 2008

*Accidente aéreo en Barajas




La isla de Gran Canaria se encuentra consternada por el terrible accidente aéreo sufrido esta tarde en el aeorpuerto de Madrid, Barajas, por un avión de Spanair que se dirigía al aeropuerto de Gando, al sur de la isla. Incapaz de escribir algo coherente al respecto, me uno al dolor de todos los isleños y de los familiares de las víctimas. Descansen en paz. HArendt



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Heridos en el accidente de Barajas





domingo, 17 de agosto de 2008

*Tópico y metáfora del Sur





El poeta granadino Luis García Montero recrea hoy magistralmente en El País ("Teoría del Sur"), una bellísima metáfora de cuanto significa el Sur en el imaginario colectivo de los humanos.

¡El Sur, que bella palabra!... Y aunque él lo hace para reivindicar el deleite de contemplar la morosa puesta de sol de una tarde de verano en la bahía de Cádiz, sus palabras tienen valor y alcance universales.

Yo vivo en el sur, en el extremo sur de una isla situada al sur de España en medio del Atlántico. En mi isla, en Gran Canaria, mil quinientos kilómetros cuadrados que dan para mucho, no hay nada más que dos puntos cardinales: Norte y Sur. El este y oeste no existen en la práctica. Y todo lo que queda por "debajo" del paralelo de la capital, ya es el Sur..., ahora con mayúsculas. Cuando salimos de Las Palmas por la GC-1, la autopista que une la capital con las playas de la zona turística, "bajamos"; cuando volvemos a Las Palmas, "subimos". Sí, en Gran Canaria se "sube" al norte y se "baja" al sur; o "se va" al Centro (al interior de la isla, por, la "carretera del Centro", como no podía ser menos...)

Pero el imaginario es el Sur... Y Serrat lo elevó a categoría de metáfora universal cuando le puso música a los versos de Benedetti y cantó su inolvidable "El sur también existe". Por eso a los sureños nos duelen los tópicos sobre nosotros: indolencia, ensimismamiento, dejadez, aplatanamiento, ensoñación... En realidad, pienso que tenemos un mejor sentido de "la vida" que los demás, pero eso no deja de ser otro tópico.

Hace años, mi mujer y yo, muchas tardes de verano, cuando vivía nuestro perro "Parchís", nos sentábamos con él sobre una de las innumerables dunas que enmarcan la playa de Maspalomas, extendíamos un mantel blanco en la arena y nos bebíamos una botella de cava, en copas de cristal, mientras contemplábamos ponerse el sol en el horizonte... Quizá deberíamos volver a hacerlo ella y yo, aunque él ya no esté... HArendt




"Teoría del Sur"

Qué mejor estación que el verano para reivindicar el Sur: la lentitud, la sensualidad, la belleza, el cuidado de los otros, la alegría. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos.

Los atardeceres en la playa de Punta Candor, situada en un extremo de la Bahía de Cádiz, son lentos y no tienen prejuicios. Familias de aire tradicional pasean entre mujeres y hombres desnudos sin que nadie pierda el tiempo en indignarse con la piel, el deseo y las costumbres de los demás. Las dunas asaltadas por los pinos son una lección de bienestar y de paciencia. Perder el tiempo está bien, pero conviene elegir los motivos. No es lo mismo un ataque de cólera que un cielo desteñido en rojo, deshilvanado en matices, con la complicidad de alguna nube lejana. La tarde cae como una herencia, igual que un esplendor fatigado, mientras el horizonte parece dispuesto a demostrar la existencia de Dios. El pasado domingo vi a mucha gente cuidar en silencio el espectáculo natural de la luz, el cielo y el mar. Cuando el sol se hundió por fin en el agua, los bañistas rezagados y los paseantes empezaron a aplaudir.

Merece la pena tomar en serio ese aplauso. Como carezco de extremidades religiosas, la plenitud no supone para mí un testimonio de la divinidad. Pero los atardeceres de Punta Candor me han ayudado a recordar que el sol no es una institución con ánimo de lucro y que el derecho a la belleza debería ser el resumen último de los demás derechos humanos. No conviene confundir a Andalucía con el Sur. Andalucía es una realidad geográfica y política, y el Sur es una metáfora. Cuando Luis Cernuda se atrevió a elegir las características de un territorio ideal, escribió una evocación romántica de Andalucía. Pero tuvo el cuidado de advertir que su Andalucía no estaba en ningún sitio concreto, porque sólo existía en las ilusiones y los sueños de algunos de sus amigos poetas. Andalucía era una metáfora que Cernuda identificaba, por agradecimiento personal, y porque siempre conviene darle a las metáforas una indicación geográfica, con las playas de la costa malagueña. Claro que el poeta celebraba recuerdos de los años veinte y treinta. Por eso digo que, en estos tiempos, conviene no confundir a Andalucía con el Sur.

Andalucía es una realidad que puede llenarse de edificios sórdidos, alcaldes corruptos y especuladores decididos a devorar cualquier resto de belleza. Antonio Machado, otro poeta andaluz que buscaba realidades y metáforas, ya nos avisó de que sólo el necio confunde valor y precio. A eso se ha dedicado con una disciplina sombría la Costa del Sol durante los últimos 40 años, a confundir el progreso con la especulación y los puestos de trabajo con las concejalías de Urbanismo. La corrupción costera ha llegado a tales extremos de notoriedad que las causas penales no suponen sólo un problema para los delincuentes sorprendidos con las manos en el ladrillo, sino también para la economía turística andaluza, que paga la factura de su mala fama. Dentro de los cambios estructurales que debemos asumir los poderes públicos y los ciudadanos, quizá no esté de más volver a tomarse en serio la metáfora del Sur. Una metáfora resulta a veces una buena infraestructura, y en Andalucía quedan, más allá de los escándalos urbanísticos, valores reales que considero imprescindibles en la metáfora política del Sur. Me lo han recordado los atardeceres y los aplausos de Punta Candor.

Aplaudir una puesta de sol implica comprender el valor ético de la lentitud. La caricatura social de los andaluces se cebó durante años en su propensión a la pereza. La ilusión paradisíaca de que, al juntarse demasiado, la esencia y la existencia emiten una invitación a la quietud, se transformó en chiste barato sobre la vagancia de unos jornaleros que, sin embargo, demostraban su capacidad de trabajo si emigraban a las ciudades del Norte. El chiste no sólo aludía a la situación histórica de una tierra limitada por la falta de iniciativas económicas, sino a una idea de la existencia marcada por el desarrollismo, la moral productiva, el vértigo triunfalista del dinero y las prisas. Y con tantas prisas en la existencia, no hay esencia que resista.

Vivir con prisa es una peligrosa costumbre, porque nos hace dogmáticos al mismo tiempo que nos impide ser dueños de nuestras opiniones. El dogmatismo es la prisa de las ideas, el acomodo a discursos establecidos por encima de nuestra conciencia, el sacrificio de la responsabilidad propia en el altar de una verdad nacionalista, religiosa, partidista o mediática. Quien vive con prisa dice lo primero que se le ocurre, lo que corre al lado de él. Así que anda de cabeza y piensa con los pies. Si tuviéramos tiempo de pensar dos veces lo que decimos y, sobre todo, lo que nos dicen, otro gallo cantaría en el mundo. Sin caer en la caricatura de la pereza, por supuesto, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de responsabilidad propia, el único ámbito que permite los paseos largos y las buenas decisiones. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos. La sensualidad y la belleza requieren su tiempo.

La falta de prisas resulta imprescindible también para el cuidado de los otros. Cuidar, cuidarse, recibir cuidados, elegir con cuidado, son actos de una vida incompatible con la velocidad. La prisa no hace bien sus tareas, sale del paso por culpa de los acelerones de la ética productiva y del individualismo exacerbado. Quien no quiere deberle nada a los demás, como si los demás fuesen entidades financieras, no puede ser una buena persona. Hay que cuidarse de él. Es verdad que en Andalucía el cuidado del otro nos lleva a las barras de los bares, a los corros en la puerta de la calle, a lo que podemos escuchar en la mesa de al lado, a lo que se ve detrás de los pinos y las dunas. Pero del mismo modo que entre las prisas y la vagancia queda un punto intermedio llamado lentitud, entre la curiosidad desmedida y la soledad calvinista hay un valor importante para el Sur: el cuidado de los otros. Evitar la chismosería no debe confundirse con el aislamiento. Pedir tiempo para pensar en uno mismo, significa aprender a cuidar a los demás.

El buen humor es otro requisito imprescindible del Sur que puede encontrarse también en Andalucía. En este caso, la caricatura ha desquiciado el humor, presentándolo como gracia, salero o alegría costumbrista. Pero la irritación que provocan los chistosos profesionales no debe hacernos comulgar con obsesiones corrosivas, que no permiten ni una sonrisa. Hay territorios que, por su historia, facilitan la conversión de los conflictos en obsesiones, hasta el punto de que hacen perder la cabeza a los que llevan razón en las discusiones. No quisieron caer en la mentira, pero son injustos desde su verdad. En vez de cambiar de aires, los obsesionados cambian de condición, y siempre para peor. El quiebro a tiempo, como una salida ingeniosa o un golpe elegante de humor, ayuda a huir de los dogmas y de las identidades en favor de un pensamiento mesurado. Entre la solemnidad de los sermones y la gracia irritante, cabe una negociación discreta con la alegría.

La metáfora del Sur no es útil sólo en las habitaciones oscuras del invierno, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de responsabilidad propia. Al narcisismo del conflicto se le puede oponer la sabiduría de vivir la vida. Las metáforas ayudan a buscar un futuro más habitable, son una obra pública. Cuando Luis Cernuda llegó por primera vez a México, después de muchos años de exilio en potentes ciudades anglosajonas, escribió el libro Variaciones sobre tema mexicano, para dar testimonio de una experiencia en la que se mezclaban las sorpresas y el recuerdo. Le dedicó un poema al español, porque para un escritor es importante oír su idioma en la calle. Dedicó otro poema a la pobreza, vivida de niño en Andalucía y reencontrada en México. Se preguntó el poeta si alguna vez sería posible escapar de la miseria sin caer en la prepotencia del lujo. Quizá la respuesta dependa de las metáforas que busquemos. Conviene, en cualquier caso, saber aplaudir una puesta de sol. Luis García Montero (El País, 17/08/08)




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Dunas de Maspalomas









sábado, 16 de agosto de 2008

*Filosofía vital (versión familia Simpson)




Puede parecer pueril que inmersos en una crisis económica que afecta a más de la mitad (precisamente la más rica..., hasta ahora) del planeta, de una disputa territorial (Rusia-Georgia) que tiene todos los visos de irse calentando gradualmente, de unas olimpiadas perfectas en lo material pero que están dejando mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos... Sí, absolutamente pueril, que alguien, aunque ese "alguien" sea tan representativo del mundo de la inteligencia como la Universidad de Berkeley, en la ciudad de San Francisco de California, se ocupe de estudiar y organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados como la de la familia Simpson. Pero al parecer la serie da para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explican hoy con todo lujo de detalles en El País. Espero que no se lo tomen a broma, porque no lo es. Y merece la pena leer lo que nos dicen... Personalmente, voy a retomar la serie y mirarla con otros ojos. Y aprender... Sean felices a pesar de todo. HArendt





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Los filósofos simpsonianos... ¿Los reconocen?...




"Pienso, luego... ¡mosquis!", por Jordi Soler

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares. La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".




Una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson:

- Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...

- Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida.

- Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso.

- Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles.

- ¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!.

- Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda.

- Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena.

- Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, cúbreme; dos, jefe, qué gran idea; tres, ¿así estaba cuando llegué?

- Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer.




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Homer Simpson




"Esta niña está en mi cabeza", por Eloy Fernández Porta

El único personaje indispensable de Los Simpson es Lisa. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. La niña modélica como imagen del futuro nacional: esta idea ha sido elaborada en el marco de la teoría política queer y desarrollada por comentaristas como Laurent Berlant o Mariano Rajoy. Sin embargo, Lisa es una "primera de la clase" más europea que norteamericana. En la escuela de Estados Unidos no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental".

Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. En cada episodio nos reímos 10 veces de asuntos anecdóticos y sólo una o dos de cosas trascendentales. Por eso Los Simpson es crítica cultural punk en estado puro: no porque haga mofa de lo más sagrado, sino porque nos dice que el fin de la civilización es menos grave que la suspensión del programa de Krusty.



jueves, 14 de agosto de 2008

*Las guerras del Cáucaso





¿La Historia es siempre cómo nos la cuentan? Un mínimo de escepticismo al respecto nunca viene de más... Me ha resultado muy interesante el artículo de hoy en El País, del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, Francisco Veiga, sobre las causas profundas del conflicto, guerra abierta, o como queramos llamarlo, que enfrenta estos días a la Federación Rusa y su ex-satélite, la república de Georgia. Lo comento, porque el punto de vista que como historiador aporta el profesor Veiga -culpa de la agresión a Georgia, y muestra un tablero "geoestratégico" de intereses políticos, militares y económicos muy complejo, en el que Rusia no parece ser la única mala de la película- no es el dominante al respecto en la opinión pública occidental.

A mi, personalmente, el proceso de desintegración de la Unión Soviética con toda su secuela de conflictos fronterizos -con enclaves territoriales de unas naciones en otras-, étnicos, religiosos y de intereses económicos, me recuerda enormemente al que asoló a la América española en el primer tercio del siglo XIX, primero con las simultáneas -o sucesivas- guerras de independencia nacionales, y luego, de conflictos territoriales entre unas y otras repúblicas americanas. Es muy posible que esto resulte una herejía para otros historiadores, pero a mi, me resulta "Déjà vu"... Y es que todos los procesos de desintegración imperiales tienen el mismo tufillo... HArendt






"Una rosa con demasiadas espinas", por Francisco Veiga

Los acontecimientos de días pasados en Georgia y Osetia del Sur han sorprendido, por varias razones. Pero sobresale una en particular: ¿dónde está el sentido real de un conflicto tan explosivo? Por mucho que se haya intentado echar tierra sobre el asunto, todo empezó cuando tropas georgianas, equipadas y entrenadas en parte por norteamericanos, europeos e israelíes, se lanzaron a invadir o castigar al territorio de Osetia del Sur, que desde hace tiempo se autoproclamó independiente de Georgia y cuenta con el apoyo de Rusia. El ataque comenzó por sorpresa y en fuerza el mismo día de la inauguración de los Juegos Olímpicos, cuando los principales mandatarios mundiales estaban en Pekín.

A priori, la operación militar georgiana no tenía sentido, porque hubiera implicado limpieza étnica de población osetia y era de esperar una contundente respuesta militar rusa. Y Moscú lo hizo, con ganas. Desde su misma llegada al poder en virtud de la denominada Revolución de la Rosa, en noviembre de 2003, el presidente Saakashvili fue un peón de la Administración de Bush. Por su parte, los norteamericanos respaldaron la candidatura de Georgia a la OTAN y con pasión.

La iniciativa formaba parte de la reactivación de un viejo proyecto diseñado por el presidente y caudillo polaco Józef Pilsudski en los años veinte del pasado siglo: un cinturón de estados antirrusos de Europa oriental, con centro en Polonia y compuesto además por los países bálticos, Ucrania y Georgia; la nueva versión siglo XXI parece tener la marca del muy influyente analista norteamericano, de origen polaco: Zbigniew Brzezinski

Y sin embargo, los mismos norteamericanos, comenzando por su presidente, quedaron descolocados ante lo sucedido estos días en Osetia del Sur. Es dudoso que esperaran una acción como la desencadenada por Saakashvili y mucho menos, que la alentaran. Llegados a este punto, y ante lo sucedido en Osetia del Sur y Georgia, cabe hacerse la obligada pregunta clarificadora: ¿qui prodest? ¿a quién beneficia?

Aparentemente, a los rusos, quienes se han sacado una espina que llevaban clavada desde 1991: han dado una respuesta simbólica bien contundente al asunto de Kosovo y en los mismos términos en que lo planteó Washington en su día. Y de paso han dejado malparados los planes para la ampliación de la OTAN por las repúblicas ex soviéticas, que iniciaron las denominadas revoluciones de colores entre 2003 y 2005. Por otra parte, Moscú ha cedido un protagonismo diplomático a Bruselas que le ha negado a Washington, lo que consolida una tendencia en el acercamiento Europa-Rusia ya anticipada por el analista francés Emmanuel Todd hace más de un lustro.

Pero la partida también se ha jugado desde otras mesas. Aunque la prensa occidental pasó de puntillas sobre el asunto y las instituciones diplomáticas mucho más que eso, Turquía y Armenia buscan desde hace meses un acercamiento que llevaría a la reconciliación entre ambos países, arreglaría el contencioso de Nagorno-Karabaj con Azerbaiyán y de paso estabilizaría el Cáucaso en su función de corredor energético entre el mar Caspio y Europa.

Esos tanteos se llevan en el mayor de los secretos, aunque es sabido que se han producido reuniones importantes, entre representantes armenios, georgianos, azeríes y turcos. Uno de los asuntos más delicados de esas negociaciones son los acuerdos sobre los corredores energéticos que unirán al Caspio con Europa.

De momento, el oleoducto BTC es la pieza más importante de ese dispositivo que debería ser una alternativa al suministro de energía desde y en manos rusas, dado que su recorrido transcurre por Azerbaiyán, Georgia y Turquía. Sin embargo, se ha podido comprobar que desde 1991, fecha de su independencia, Georgia ha sido un compendio de problemas más que de soluciones: inestabilidad política, guerra civil, separatismos. Además, tiene frontera con Chechenia y una tortuosa conexión con su conflicto a través del Valle del Pankisi. Pero sobre todo, el BTC hace un largo recorrido extra por el hecho de pasar por Georgia... evitando Armenia. Lo cual, además, lo deja muy expuesto a conflictos.

Hasta el momento, el hecho de que esta república fuera un satélite de Rusia y estuviera enfrentada a Turquía, la excluyó de los negocios energéticos en la zona. Pero las cosas cambiaron, y quien se convirtió en estorbo para casi todos fue el volátil presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili. La insistencia de Bush en apadrinarlo hasta el final, incluso le estaba creando problemas a algunos países de la UE, cuyas compañías petrolíferas son accionistas importantes en el BTC.

Además deben añadirse los desencuentros entre Bruselas y Washington por los numerosos errores estratégicos de la Administración de Bush, y otros problemas de gran calado, como es el origen de la actual crisis económica internacional. Por lo tanto, si dentro de unos meses el BTC fuera rediseñado, atravesando Armenia, la situación cambiaría radicalmente en la zona: menor recorrido y más seguro, estabilización del Cáucaso contando con Armenia y alejamiento de la presión de Washington en esos muy delicados asuntos europeos. Eso es un qui prodest respondido. Ahora falta saber la verdad de cómo y por qué Mijaíl Saakashvili se metió en la boca del lobo aquel 7 de agosto de 2008. (El País, 14/08/08)





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Vladimir Putin, primer ministro de Rusia





martes, 12 de agosto de 2008

*Víctima, sí; pero no inocente




Comparto la opinión de Enric González en El País de hoy. Lo que le ha pasado a la ciclista Maribel Moreno, sinceramente, me parece de una ingenuidad arrebatadora... En serio, ¿de verdad pensó en algún momento que podría escapar a los controles antidopaje? Todo mi respeto para ella como persona; como deportista, no. Pretendió hacer trampa, y la han pillado. Fin de la historia... ¿Y ya está?... Resulta difícil de creer, por no decir imposible, que ni sus entrenadores, ni los médicos, ni los responsables de la Federación lo supieran. Y si ella va a pagar un precio enorme por su error, por su mentira, también deberían pagarlo los que estaban encargados de velar por Maribel como deportista y no han querido ni sabido hacerlo. El ciclismo español, como deporte federativo, da la impresión de estar corrompido hasta los tuétanos, pero los únicos que pagan, como en las guerras, son los de siempre: los que pelean y sudan la camiseta, no los que las organizan desde los despachos... ¡Y ya está bien!... Aunque solo fuera por la dignidad del deporte del ciclismo y de sus practicantes, habría que hacer una absoluta limpieza ética y estética de sus responsables federativos, médicos y entrenadores. Si se me permite la licencia, salvo la señora de la limpieza, deberían estar todos en la puta calle antes de que terminaran las olimpiadas, y algunos, en la cárcel... HArendt




"Derrota", por Enric González

La derrota es una implosión, un estallido hacia dentro, y posee una extraordinaria calidad estética. También su carga ética resulta considerable: una victoria ofrece una respuesta única y banal; una derrota, en cambio, plantea infinidad de preguntas y, en cierta forma, enriquece a quien la sufre. En el peor de los casos, constituye una distinción honorable: ya saben, la derrota marca la frontera entre el vencido y el cobarde.

La ciclista Maribel Moreno parece haberse situado, según todos los indicios, en el lado incorrecto de la frontera. La "crisis de ansiedad" y la fuga de Pekín antes de que se descubriera su consumo de EPO (esa droga que genera glóbulos rojos) merecen muy mala calificación. En eso, supongo, estamos todos de acuerdo. La misma Maribel Moreno, aislada y en silencio desde la fuga, debe compartir la opinión general. Ha cometido algo vergonzoso, que empaña la reputación de todos sus compañeros y pone en duda la eficacia y la honestidad de sus jefes federativos.

Esta mujer se ha comportado de manera tonta y cobarde. Ha traicionado la confianza de muchos y ha incumplido un reglamento deportivo. Ha hecho trampa en un deporte pobre y durísimo, de cuya inclemencia sabe mucho más que nosotros: ella es quien pedalea, quien sube cuestas y traga kilómetros, quien se llaga el culo, quien cobra cien veces menos que un futbolista mediocre. Pero ahí se acaba la historia. Maribel Moreno no ha escapado tras atropellar a un peatón, ni ha cometido una estafa inmobiliaria, ni ha maltratado a un niño. Maribel Moreno no ha matado a nadie.

Todos hemos cometido alguna vez algún error atroz, de los que dejan un recuerdo punzante. Todos hemos estado alguna vez en el lado de los cobardes. Muy probablemente, lo nuestro no ha aparecido en la prensa. No hemos sido acusados en la pantalla, en las portadas o en los sermones morales de la radio. No hemos sido el villano nacional.


Lo nuestro, muy probablemente, nos ha salido más barato de lo que merecíamos. Como a los dirigentes deportivos, tan honrados y ofendidos, que ayer se lavaban las manos. A ella, en cambio, este error le costará carísimo. Demasiado. (El País, 12/08/08)





viernes, 8 de agosto de 2008

*El honor debido a los muertos


La desilusión y el desencanto pueden llevarme a la abstención, pero me resulta difícil de creer que puede llegar un momento en que la derecha reciba mi voto. Eso si, reconozco que aunque tarden en ganarse mi respeto, al menos, de unos meses a acá, les he perdido el miedo... Por eso me sorprenden y provocan una cierta repulsión las reticencias del PP a reconocer -no los derechos- sino la dignidad de los muertos republicanos durante la guerra civil y la posterior represión franquista. De los pseudo-historiadores patrocinados por la COPE y de la propia jerarquía católica española no cabe esperar gran cosa al respecto, así que tampoco está de más recordar que el 28 de noviembre de 1978, una semana justo antes del referéndum constitucional, el arzobispo de Toledo y cardenal primado, monseñor González Martín, hacía pública una carta pastoral en la que juzgaba muy negativamente el proyecto de Constitución. Está en las hemerotecas. Y no parece que desde esa época los señores obispos hayan progresado mucho en lo que se refiere al respeto debido a los principios democráticos, más bien todo lo contrario...

Me provoca esta reflexión la lectura del artículo de Manuel Rivas titulado "Garzón, Antígona y la memoria histórica" (El País, 07/08/08), sobre la decisión judicial de solicitar información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica, de los datos que tengan sobre los asesinados durante y después de la guerra civil por los franquistas. Y sobre el respeto debido a los muertos -a todos los muertos- Rivas saca a colación la "Antígona" de Sófocles (ca. 442 a.C.) y la versión mucho más moderna del autor francés Jean Anouilh (1942). No es la primera vez que Manuel Rivas escribe sobre este asunto. Y yo también lo he mencionado anteriormente en el blog comentando otro artículo suyo. 

Esta tarde he vuelto a releer la "Antígona" de Sófocles (Obras Completas: Esquilo, Sófocles, Eurípides. Cátedra, Madrid, 2004). Y sigue impresionándome, como impresionó a los atenientes hace dos mil quinientos años. He anotado los versos 1029-1030 de la edición citada, en los que el anciano adivino ciego, Tiresias, le reprocha al rey de Tebas, Creonte, su inflexibilidad en la orden de no dar sepultura a su sobrino Poliníces y la condena a muerte de la hermana de éste, Antígona, que ha rendido honores fúnebres a su hermano desobedeciendo la orden real, Y lo hago porque me parece que viene absolutamente a cuento en esta cuestión: "¿Qué heroicidad hay en volver a matar al que ya está muerto?", le espeta Tiresias a Creonte con toda la razón...

Supe por vez primera vez de la "Antígona" de Sófocles cuando tenía once años. Fue gracias a mi profesor de Literatura en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Se llamaba don Mariano Abánades, y ya he hablado de él en alguna otra ocasión. Era pequeñito de estatura (conducía un "600" en el que apenas era perceptible el sombrero que siempre portaba), pero tenía una enorme sensibilidad, erudición y paciencia para recrearnos todas las grandes obras de la literatura universal. Mucho más tarde (creo que hacia 1979) vi por TVE la "Antígona" del dramaturgo francés Jean Anouilh, interpretada por Nuria Torray. Una obra inmensa, y una actriz espléndida, que han quedado grabadas en mi mente para siempre.

Soy de los que piensan que después de los clásicos griegos todo lo demás son paráfrasis, así que vuelvo a ellos con frecuencia cuando flaquea mi fe en la racionalidad de los humanos. En esta ocasión lo he hecho por el honor debido a los muertos, a todos los muertos, y no sólo a los de un bando. ¡Ójala puedan descansar un día no lejano en paz!... HArendt



"Antígona y la memoria histórica", por Manuel Rivas

La beligerancia contra el recuerdo de los horrores del franquismo no es sólo de la derecha política; es compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia y del estamento judicial.

Pisábamos la escarcha, los campos helados, la grafía fosilizada de la hierba. Camino de la escuela. Aquella noche, la brigada político-social se había llevado detenido a un joven cristalero, Manuel Bermúdez, alias Chao. Estamos en 1964. Bombardeados por la campaña de 25 años de paz. "¿Por qué se lo llevaron?", pregunté a Domingo, que vivía en la casa más próxima. Miró hacia los lados, dudó y me dijo en voz baja: "No se puede decir".

"No se puede decir". Para mí, esa frase es un documento fundamental sobre la Justicia de esa época. Contiene tanta información como los preámbulos de las leyes del franquismo. Por cierto, esos preámbulos son el mejor relato del régimen totalitario hecho por sí mismo, la plasmación de esa misión histórica definida por el dictador, el 20 de mayo de 1939, una vez alcanzada la victoria militar: "Desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Enciclopedia". El "no se puede decir" de mi amigo, aquella mañana en que pisábamos la escarcha camino de la escuela, lo he ido asociando al título del grabado de Goya: No se puede mirar. La memoria activa, libre, es imprescindible para superar esa dramática escisión que marca nuestra historia, entre la grandilocuencia lesiva de "lo que se debe decir", "lo que se debe ver", y la dolorosa amputación de "lo que no se puede decir" y "no se puede mirar".

¿Por qué despierta tanta hostilidad la memoria histórica en la derecha española? Creo que es una pregunta que concierne a todos, pero especialmente a quienes se sitúan en esa órbita ideológica y política. Esa derecha que gira al centro, que no quiere que ningún votante la vuelva a rechazar por miedo (Mariano Rajoy dixit), que se pretende homologable con los gobernantes franceses y alemanes, que sí asumen la memoria de la resistencia antifascista, esa derecha tan justamente comprometida con la memoria de las víctimas del terrorismo político en el País Vasco, ¿por qué hace una excepción con la dictadura franquista, una de las más crueles y prolongadas de la historia?

En Compostela todavía se conserva alguna imagen del Santiago guerrero, espada en ristre. Allí recibió Franco de la jerarquía católica una espada para la "santa cruzada". Pero hay también en la catedral compostelana una espléndida imagen en granito policromado de San Miguel con su balanza para pesar las almas. La manera de pesar la historia, esa historia tan reciente, no puede ser tan arbitraria que pretenda equilibrar la espada con un fardo de olvido. ¿Cuánto pesa ese pasado, la substracción colectiva de la libertad durante casi medio siglo? ¿Nada? ¿Ni un escrúpulo?

Reconocer el dolor, desde siempre, es una exigencia para curar las dolencias. De hecho, la insensibilidad al dolor es un aviso o manifestación de corrupción en el cuerpo humano. Para Hipócrates y Galeno, la capacidad de enfrentarse al dolor era también una medida de inteligencia.

Hasta ahora, la exploración del mapa del dolor, los trabajos de exhumación de desaparecidos, las movilizaciones para retirar la simbología ominosa de los amigos de Hitler y Mussolini, las iniciativas para alumbrar zonas ocultas del thriller franquista, las investigaciones para aclarar expolios o apropiaciones de dudosa legalidad que se mantienen vigentes, como es el caso del Pazo de Meirás, no han sido obra de la Justicia, sino el fruto de un trabajo ímprobo, tenaz, a contracorriente muchas veces, de un concierto cívico de conciencias que han dado forma en España a lo que podríamos llamar "la voz de Antígona". La Antígona de Sófocles que desobedece la imposición injusta de Creonte, y la Antígona resistente de Jean Anouilh, en la que Creonte era un trasunto de Petain.

Creonte: Tienes que saber que jamás el enemigo, ni aún muerto, es amigo.

Antígona: Tienes que saber que nací no para compartir con otros odio, sino para compartir amor.

Creonte: Entonces ve allá abajo y, si tienes que amar, ámalos a ellos (a los muertos), que, mientras viva, en mí no ha de mandar una mujer.

¿En qué consiste hoy la herencia de Creonte? Es esa voz, también concertada, que ante la Antígona española, un día le dice displicente: "¿Para qué andas removiendo los huesos?". Otro día: "¿A quién le importa esa zarandaja de la memoria histórica?". Y al siguiente, aunque estemos hablando de asesinados y de familias que quieren darles sepultura honorable: "Para eso, ni un duro".

Somos lo que recordamos. El olvido que seremos. Por un lado, la potencia genésica de la memoria, de Mnemósine, la madre de las nueve musas. Por otro, la constatación de que la historia de la humanidad es una dramática historia del olvido. Y Clío, la pobre, la más indolente.

¿Por qué es, o puede ser, tan importante la literatura para la historia? La mirada del relato histórico, en sus versiones dominantes, es depredadora, carnívora. Quiere conquistar, imponerse. Por el contrario, la memoria literaria es la de un ser rumiante, donde fermenta lo interno y lo externo, lo vivido y lo imaginado, la razón y la emoción. Es una mirada que nos permite ver la historia humana desde un "presente recordado". La memoria de Antígona se desplaza hacia delante. El olvido intencionado de Creonte a la larga se convierte en una tara colectiva. De todos los detectives, el mejor de la historia es Freud: "Censurar un texto no es difícil, lo difícil es borrar sus rastros". En Las huellas de la memoria, Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, expertos en el campo de la salud mental, utilizan dos expresiones complementarias para explicar la necesidad social de la lucha contra el olvido. Se trata, a la vez, de "construir el pasado" y "abrir el porvenir".

Hay un concepto en neurología que se utiliza para definir la pérdida de recuerdos anteriores al momento en que se produce un daño en el hipocampo. Es lo que se denomina amnesia retrógrada. La asunción militante de una amnesia retrógrada por parte del gran espacio conservador ha tenido, por desgracia, un relativo éxito. La amnesia retrógrada no ha sido sólo una posición de líderes políticos derechistas, sino que ha sido compartida por un sector importante de la opinión, de parte de la Iglesia e incluso del estamento judicial.

Hago esta última afirmación porque resulta muy llamativa, y creo que históricamente dolorosa y escandalosa, la "suspensión de las conciencias" que prevaleció muchos años en la Justicia hacia la represión y los horrores del franquismo. Una cosa son las amnistías y otra las absolutas amnesias históricas. Creo que esa posición de amnesia retrógrada, la beligerancia contra el proceso de memoria histórica, la oposición tan grosera a la exhumación de los restos de los desaparecidos en la guerra y la posguerra, el desinterés hacia los exilados o la indiferencia en la honra a los luchadores de la resistencia o a los muertos en los campos de exterminio nazis, todo esto no ha aportado desde luego nada positivo al país, pero tampoco al campo político e intelectual que ha mantenido esa mentalidad de "amnesia retrógrada". La derecha renovada debería dar ese paso moral de despegarse definitivamente del complejo de Creonte.

Los que militan en la amnesia retrógrada limitan su campo de olvido a la zona de sombra o área de ceguera del franquismo. Paradójicamente, muchos de esos activistas de la amnesia en lo que afecta al período dictatorial, remueven con entusiasmo el pasado para reivindicar, por poner algunos ejemplos, las esencias del nacional-catolicismo en el campo educativo, la vigencia de un rancio discurso tutelar respecto de América Latina, un permanente estado de sospecha hacia el sistema autonómico y la riqueza plurilingüe, por no hablar de la añoranza de los Reyes Católicos o del reino visigodo anterior al 711. ¡Eso sí que es saudade!

La democracia tiene que asentarse en una memoria democrática. El paso dado por el juez Baltasar Garzón, un referente internacional de integridad, con su solicitud de información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajan por la reparación histórica puede significar un giro decisivo. Después de la contienda, miles de personas fueron asesinadas y sus cuerpos hechos desaparecer sin que esos crímenes se investigaran jamás. La dictadura llevó adelante una "Causa General" cruel e implacable, castigando incluso conductas legales anteriores a la guerra. Fue, esa dictadura, un prolongadísimo estado de excepción. Negando esa evidencia, presuntos historiadores, que violan a Clío en cada página, convierten en propaganda odiosa la herencia de Creonte. Por eso, para construir el porvenir, es tan importante que la Justicia en España escuche al fin la voz de Antígona. (El País, 07/08/08)



martes, 5 de agosto de 2008

*Los clásicos










¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad".Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: El libro de Job, el Eclesiastés, el Fedón y el Banquete de Platón, el Quijote de Cervantes, Hamlet y El rey Lear, de Shakespeare, los Pensamientos de Pascal, y los Ensayos respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom ("¿Dónde se encuentra...?"): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorver la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su completa interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de este versión simplificada de la realidad que (.../...




"Guadianas literarios", por Rafael Argullol


Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros.

En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". (El País, 03/08/08)





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El profesor y escritor Rafael Argullol