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jueves, 5 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Todo pasará



Campamento de refugiados en la frontera turca. Getty Images


"Aparece la primera noticia sobre un nuevo virus -afirma el escritor Enric González ("La muerte, modo de empleo". El País, 1/3/2020) en el A vuelapluma de hoy-. La noticia causa alarma. La alarma agranda los titulares, lo cual agudiza la alarma. Caen las Bolsas. La actividad internacional se altera. El virus monopoliza los medios. Se difunden crónicas y artículos que relativizan el peligro. Otras piezas rebaten la relativización. Las redes, donde conviven las basurillas irrelevantes y la basurilla más influyente del planeta (la cuenta en Twitter de Donald Trump, por ejemplo), se inflaman. Se actualiza minuto a minuto el número de infecciones y de víctimas mortales. Se multiplican los errores, las cuarentenas, las precauciones útiles y las absurdas. Se suspenden algunos grandes acontecimientos y se mantienen otros. La humanidad permanece en vilo.

Aún no sabemos cómo terminará el asunto. Tal vez se consiga erradicar el virus. O tal vez no, y tendremos que convivir con un nuevo tipo de gripe. Quizá un poco más dañina que la tradicional, con seguridad mucho menos letal que la llamada “gripe española”, un virus que irrumpió en 1918, mató a unos 40 millones de personas y desapareció (por causas inciertas) en 1920.

Sí sabemos algo con absoluta certeza: la alarma pasará. Ocurra lo que ocurra. No hay noticias ni tragedias que soporten el paso del tiempo. Incluso lo más atroz se olvida o se asimila. Una tragedia como el sida, en su momento muchísimo más peligrosa que el coronavirus, no comportó cierre de fronteras ni precauciones públicas. Al principio era denominado “cáncer gay”, y recuerdo muy bien que en las redacciones de la época se ironizaba sobre el asunto. Era un problema de “ellos”. Un repaso de las hemerotecas resulta a la vez deprimente y estimulante: parece que ya no somos tan idiotas como antes, al menos en cuestiones sexuales.

Pero hay cosas inmutables. Como la esencia perecedera de las alarmas, las reservas limitadas de compasión y la facilidad con que minimizamos una tragedia cuando afecta a “ellos”, no a “nosotros”. En lo que atañe a la información y al estado de ánimo de esa cosa abstracta que denominamos “opinión pública”, la muerte tiene un modo de empleo muy concreto.

No creo que hayamos olvidado la guerra de Siria, que dura ya nueve años. Hacia 2012 había titulares sobre el riesgo de una extensión del conflicto o, ya puestos, sobre su transformación en una guerra mundial. Hablábamos mucho del tema. El fervor que le dedicábamos decayó hasta que nos llegó la ola expansiva, en forma de refugiados e inmigrantes. Salvo por eso, lo que ocurre en Siria ha dejado de interesarnos.

Sin embargo, la guerra no ha terminado. Y mantiene su dimensión internacional. La aviación rusa destruye estos días Idlib, el último gran reducto de la oposición a Bachar el Asad, y las fuerzas del dictador preparan el último asalto. Casi un millón de personas, según la ONU, buscan refugio. De un lado les cierran el camino las tropas del régimen; del otro lado tienen el muro de las tropas turcas, que, entre otros objetivos estratégicos relacionados con los kurdos, tienen orden de impedirles el paso: Turquía ha recibido ya casi cuatro millones de refugiados por el conflicto.

Aquello es el horror. Pero ya no nos interesa. Como siempre, hay muertos que cuentan y muertos que no. De hecho, a esa gente la dimos por amortizada hace tiempo. ¿Qué hacen sufriendo todavía?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 27 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Introspección



Adolfo Suárez y Felipe González, en 1977. Foto de Getty Images


Cuanto más pienso en lo que vivimos hoy, más valoro lo que se logró durante la transición: Fuimos capaces de hablar, comenta en el A vuelapluma de hoy el escritor periodista Enric González. 

"Las sociedades, -comienza diciendo González- a veces, se ven obligadas a reflexionar sobre sí mismas. Se trata de momentos excepcionales. Esos momentos suelen producirse tras alguna revolución trascendental, como en Francia después de 1789 o en Rusia después de 1917. En Estados Unidos la reflexión llegó al cabo de la guerra civil (1861-1865). En Alemania, más que un momento, hubo un proceso de asimilación que duró décadas: no fue fácil, aún no lo es, encajar la terrible responsabilidad del nazismo. Fue hermoso y angustioso a la vez escuchar a Angela Merkel en Auschwitz, este mismo mes, decir que la memoria de aquel delirio asesino era “inseparable” de la identidad alemana. 

Yo no fui nunca un entusiasta de la transición que llevó a España desde el franquismo a la monarquía parlamentaria. En la época era joven y todo me parecía insuficiente. Bajo el fragor de la actualidad (terrorismo, amenaza militar, crisis económica) costaba bastante ser ecuánime. Hoy me doy cuenta de que nadie era capaz de serlo. Y, sin embargo, con la perspectiva de casi medio siglo, resulta evidente que de forma colectiva lo fuimos. Con todo lo que ello supuso de renuncia y frustración.

La transición fue el momento en que España tuvo que pensar qué era. Desde luego, no era ni una, ni grande, ni libre, como había pregonado la dictadura. ¿Qué era? Cualquier respuesta lúcida conducía a la desolación. España había sido un imperio desangrado, una monarquía corrupta, un mosaico de lenguas e historias en el que solo una institución multinacional, meritocrática y capaz de elevar la ambigüedad y el cinismo a la categoría de arte, la iglesia católica, había funcionado como tejido conjuntivo. España había desperdiciado el siglo XIX, crucial en el resto de Europa. En España había habido buenas intenciones, ocasionalmente, pero, al menos desde el siglo XVIII, nunca buenos resultados. Y nos habíamos matado unos a otros con una fruición enfermiza.

¿Qué hacer? Para empezar, asumir el fracaso y renunciar a los grandes objetivos. Por debajo de la espuma de las proclamas de los grupos de poder, políticos y económicos, en la calle se respiraba un ansia muy prosaica de paz y tranquilidad. En el acuerdo constitucional hubo alguna imposición y muchas claudicaciones. El resultado, sin embargo, fue más o menos el necesario. Queríamos, fundamentalmente, dejar de matarnos unos a otros, dejar de almacenar rencor, ser como creíamos que eran nuestros vecinos europeos: normales.

Cuanto más pienso en lo que vivimos hoy, más valoro lo que se logró entonces. Fuimos capaces de hablar. Yerra quien piense que lo de hoy es puro encabronamiento: nada comparado con aquello. Probablemente el miedo fue superior al odio; el caso es que logramos articular un mecanismo para dejar de matarnos, dejar de encarcelarnos, dejar de exiliarnos. Los políticos (con la excepción de la ultraderecha, la ultraizquierda y Alianza Popular, por entonces un simple residuo del franquismo) acordaron una Constitución más o menos aceptable y acordaron un programa de estabilización económica, los Pactos de la Moncloa, que permitió evitar un desastre. Visto desde la distancia, no fue poco.

Entonces no logramos saber qué era España. No creo que lo sepamos hoy. Sí fuimos conscientes de que propendíamos al fratricidio. Y optamos por un equilibrio de poderes, institucionales y culturales (lenguas, nacionalidades, tradiciones), que iba a permitirnos seguir con vida, aunque nos la complicara. Algo se ha hecho evidente con el tiempo: la lucidez dura poco".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







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lunes, 25 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La piel blanca


Simpatizantes de Evo Morales en La Paz, Bolivia

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, del periodista español Enric González, corresponsal de El País, en Buenos Aires, en el que cuestiona el mito de que en la América Latina la cuestión racial  es menos sangrante que en la parte anglosajona del continente.

"En una imagen, como en un texto, es casi tan importante lo que aparece como lo que no aparece -comienza diciendo González-. ¿Un ejemplo? Cualquier imagen de Argentina. Mirémosla. Y formulemos una pregunta elemental: ¿dónde están los negros? Porque en Argentina hubo muchos esclavos de procedencia africana. Según el censo de 1778, de 24.363 habitantes (no se contaba a los indígenas), un tercio eran negros o mulatos. En el Ejército del Norte que comandó el general José de San Martín, el 60% de la tropa era negra. A mediados de siglo XIX, sobre unos 800.000 habitantes, algo más de 100.000 eran mulatos y solo 20.000 eran negros. Posteriormente fueron desapareciendo, sin que se conozcan bien las causas, aunque se intuyan: se les empleó sistemáticamente como carne de cañón en primera línea de batalla, se les mantuvo en la pobreza y la insalubridad, se les empujó a blanquear la piel por la vía del mestizaje.

En cuanto a las poblaciones nativas, sufrieron el exterminio en la llamada Conquista del Desierto y sucesivas campañas militares, como las del general Roca, y fueron luego consumidas por la marginación. Hoy, apenas el 2% de los argentinos se consideran miembros de las etnias originarias.

Argentina, decíamos, es un simple ejemplo de una realidad continental. Sobre algunos elementos, como las denuncias de fray Bartolomé de las Casas contra la crueldad ejercida sobre los nativos a principios del siglo XVI, o el hecho de que no pocos colonizadores españoles tuvieran descendencia con nativas, se ha construido un peculiar mito según el cual en América Latina la cuestión racial sería menos sangrante que en la América de colonización anglosajona. Se trata, en efecto, de un mito.

La cuestión racial sigue siendo una de las claves de los conflictos políticos, en especial allí donde son más numerosos los miembros de poblaciones nativas y los descendientes de esclavos. Jair Bolsonaro sabía que estaba ganando votos cuando, tras visitar una comunidad quilombola (negra) en 2017, comentó jocoso que “el afrodescendiente más delgado allí pesaba siete arrobas” y que no servía “para nada”. “Ni para procrear sirven ya”, comentó, riendo.

Bolivia es el único país latinoamericano donde los pueblos nativos son mayoría: el 62% de los habitantes, según datos de Naciones Unidas. Quien quiera captar la esencia del conflicto político y social que amenaza con desgarrar el país ha de tener muy en cuenta ese hecho. Resultaría bastante cómico escuchar los argumentos del nuevo y asombrosamente ilegítimo Gobierno (ilegitimidad que no justifica los desmanes cometidos por Evo Morales) sobre lo paganos y salvajes y despreciables que son los indios con sus polleras y su Pachamama, si no fuera porque estos tipos que han asaltado el poder Biblia en mano encarnan el horror del supremacismo más estúpido.

Cuesta entender, a estas alturas, el prestigio de una piel blanca. El caso es que ese prestigio se mantiene. El caso es que todas las oligarquías de esta parte del mundo (sean terratenientes o burócratas de la revolución) veneran la piel blanca y el origen europeo de unos antepasados tan famélicos y desesperados como cualquier inmigrante. El caso es que las cosas tienen mala solución si no se supera previamente el delirio de la raza".







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martes, 15 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los universos paralelos



Jean-Louis Tixier-Vignancour, en 1976 (Getty Images)


Las sociedades libres deben aceptar todas las opiniones, incluyendo las contrarias a la libertad, escribe el periodista y corresponsal de El País en Buenos Aires, Enric González.

"Casi nadie recuerda ya a Jean-Louis Tixier-Vignancour (1907-1989), -comienza diciendo Enric González- ni siquiera en Francia. Fue un excelente abogado. También fue, antes de la II Guerra Mundial, el líder político de los monárquicos. Tras la invasión alemana se sumó al Gobierno colaboracionista de Vichy, pero su nacionalismo fue más fuerte que su ultraderechismo y en 1941 huyó a Túnez, donde fue detenido por los nazis. Después de la guerra sufrió 10 años de inhabilitación por “indignidad nacional” y en 1956 volvió a ser dipu­tado por el partido que acababa de fundar, el Rassemblement National. En 1958 votó a favor de la concesión de plenos poderes a Charles de Gaulle, al que odiaba. En 1965, siempre monárquico, siempre en la extrema derecha, concurrió a las elecciones presidenciales con Jean-Marie Le Pen como jefe de campaña. En 1968, espantado por la revuelta, volvió a respaldar a su odiado De Gaulle. Le Pen fundó en 1972 el Front National y asumió la jefatura de la Francia contrarrevolucionaria y filonazi; ese partido es dirigido ahora por su hija, Marine Le Pen, y ha recuperado el nombre de Rassemblement National. Casi como posdata, digamos que Tixier-Vignancour acabó pidiendo el voto para el socialista Mitterrand: al fin y al cabo, ambos habían militado en la ultraderecha tradicionalista en los años treinta.

La peripecia de Tixier-Vignancour sirve para recordar que 230 años después de la Revolución no existe en Francia unanimidad sobre ella: para una parte de la sociedad fue un cúmulo de errores y horrores cuyas consecuencias aún se pagan. Y solo en 1995 un presidente francés, Jacques Chirac, osó reconocer que Francia cooperó con los nazis en la deportación de judíos. Tampoco se ha digerido aún en Estados Unidos la guerra civil (1861-1865) que ganó el norte unitarista e industrialista: sobrevive la tradición caballeresca del sur y sobrevive, sobre todo, la cuestión racial. Los británicos discuten sobre su lugar en el mundo, un número elevado de italianos añora a Mussolini, en Argentina aún se discutía entre unitarios y federalistas cuando el país se dividió, hasta hoy, en peronchos y gorilas, y dejemos ya la enumeración porque no acabaríamos nunca.

No debería causar extrañeza el hecho de que en España haya franquistas. Los hubo siempre y seguirá habiéndolos. Muchos. Igual que numerosos españoles idealizan la segunda experiencia republicana, o hacen alardes de maniqueísmo para convertir la última guerra civil en una lucha entre buenísimos y malísimos. La historia no es una ciencia exacta; si a eso se le añade la distorsión que le aplican las naciones (el Estado-nación puede describirse como el fruto de la ficción histórica) y el sesgo ideológico que le aplica cada ciudadano, obtenemos una multitud de universos paralelos aparentemente incompatibles.

Pero la convivencia obliga a compatibilizar. Y a mantener eternamente la pelea cultural sobre el campo de batalla de la historia. Las sociedades libres deben aceptar todas las opiniones, incluyendo las contrarias a la libertad, y por eso se convierten en un lío desagradable, un cambalache en el que la verdad y la mentira se venden al mismo precio. Cabe recordar que la alternativa al cambalache es la tiranía, que impone una sola verdad. Siempre falsa".





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martes, 24 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La peste



Manifestación contra el cambio climático en Zagreb


Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia, a veces, con argumentos bastante pedestres, escribe el periodista Enric González. La Pequeña Edad de Hielo comenzó con el siglo XIV. Ese fue un mal siglo, comienza diciendo González. La peste bubónica, entonces llamada peste negra, exterminó a uno de cada cinco habitantes del planeta. Murieron la mitad de la población europea y un tercio de la población china. Florencia, uno de los principales centros tecnológicos del momento, se convirtió en una ciudad de cadáveres. De forma muy aproximada, se estima que la peste acabó con cien millones de vidas. Tantas como las guerras mundiales del siglo XX. Pero en 1350 había 370 millones de humanos, y en 1950 había 2.600 millones. Puestos a amargarnos el día, hagamos un cálculo sencillo: manteniendo las proporciones, lo que ocurrió durante el siglo XIV supondría ahora, con una población mundial de 7.000 millones de personas, 1.400 millones de muertos. Amontonados, esos cuerpos llegarían hasta la Luna.

Por supuesto, incluso a las peores catástrofes se les puede ver un ángulo positivo. Tras el siglo XIV llegó el XV: con menos gente, un poco mejor alimentada y un poco menos sucia, aparecieron lo que hoy llamamos Renacimiento (Leonardo, Miguel Ángel y demás), las grandes exploraciones (Colón, Vespucio), la imprenta, las armas de fuego y los primeros rasgos de la modernidad. Después de las grandes guerras del siglo XX, parte del mundo vivió unas décadas de extraordinaria prosperidad económica. Pero hay que alcanzar un grado superlativo de cinismo para concluir que la mortandad a escala industrial vale la pena.

Volvamos al clima. La pequeña glaciación duró más o menos hasta mediado el siglo XIX. Desde entonces, el planeta se calienta. Eso queda fuera de discusión. La casi totalidad de los científicos considera que la actividad humana está acelerando el proceso y que las consecuencias (elevación del nivel del mar, fenómenos climatológicos extremos, desertificación) pueden ser gravísimas. Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia. A veces, con argumentos bastante pedestres: el frío que hace hoy y hablan de calentamiento, je je. Los máximos representantes de esa corriente de pensamiento no destacan por su lucidez. Donald Trump, por ejemplo.

Si el problema fueran los tipos como Trump, por mucho poder que acumulen, no habría problema. Ni siquiera constituyen un gran problema las sumas ingentes que algunos poderes económicos destinan a difundir estudios climáticos negacionistas. El principal obstáculo para la acción radica, obviamente, en la inercia. En la dificultad de adoptar decisiones colectivas con consecuencias traumáticas a corto plazo. En la pereza de hacer hoy lo que podemos dejar para mañana. En las rivalidades internacionales, en las necesidades electorales, en los intereses económicos (grandes o pequeños: ocupan la misma posición moral el rico propietario del pozo de petróleo y el pobre minero de carbón), en esa idea tan engranada en el cerebro humano según la cual ya nos arreglaremos cuando llegue el momento.

Quizá sea significativa la popularidad de Greta Thunberg como emblema de la batalla climática. Una muchacha de rostro severo y sin sentido del humor (le diagnosticaron Asperger) encarna perfectamente este tiempo de preludio. La gente del siglo XIV no vio venir la peste negra, no sabía en qué consistía y no tenía muy claro cómo combatirla. Esperemos que el cambio climático resulte más benigno que la peste, porque nosotros no tendremos tantas excusas.





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domingo, 17 de mayo de 2015

Equilibrios dialécticos y decepciones



A la espera de entrar en Europa


Hace cinco años por estas fechas, la entonces viicepresidenta del gobierno de España, María Teresa Fernández de la Vega, se declara orgullosa y satisfecha del voto expresado unos días atrás por los diputados socialistas españoles en el Parlamento europeo en favor de la Directiva de Retorno. Lo hicieron en el mismo sentido que el Partido Popular y los fascistas de la Liga Norte. Y en contra de sus correligionarios europeos, que mayoritariamente optaron por el no o la abstención. 

Supongo que ese orgullo y satisfacción de la vicepresidenta no fue extensivo al voto emitido por los también diputados socialistas españoles Josep Borrell y Raimón Obiols, que lo hicieron en contra de la Directiva, y de Martí Graus, que optó por la abstención.

Dicen que la política es el arte de lo posible, y por tanto es posible que la decisión adoptada ayer por la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo haya sido la correcta, pero no deja de producirme un enorme desasosiego e incomodidad. 

Tanta renuncia a la utopía y tanto canto al realismo acabaron por desencantar a un gran número de votantes. A mi entre ellos... Y al columnista Enric González que en El País de aquellos días escribía una escueta y dolorida reseña, titulada "Europa", que comparto plenamente. Cinco años después seguimos igual, tirando a peor.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt



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El Parlamento europeo vota la Directiva de Retorno



Voto del Parlamento europeo sobre la Directiva de Retorno:

A favor: 369 votos
Partido Popular: 217 votos
Liberales: 57 votos
Europa de las Naciones: 40
Partido Socialista: 34 votos
No inscritos: 15 votos
Independientes: 6 votos

En contra: 197 votos
Partido Socialista: 100 votos
Izquierda Unida: 37 votos
Verdes: 36 votos
Independientes: 11 votos
Liberales: 7 votos
No inscritos: 5 votos
Partido Popular: 1 voto

Abstenciones: 106 votos
Partido Socialista: 49 votos
Partido Popular: 27 votos
Liberales: 20 votos
No inscritos: 5 votos
Independientes: 3 votos
Verdes: 2 votos




Romeu (El País, 20/06/08)




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martes, 12 de agosto de 2008

*Víctima, sí; pero no inocente




Comparto la opinión de Enric González en El País de hoy. Lo que le ha pasado a la ciclista Maribel Moreno, sinceramente, me parece de una ingenuidad arrebatadora... En serio, ¿de verdad pensó en algún momento que podría escapar a los controles antidopaje? Todo mi respeto para ella como persona; como deportista, no. Pretendió hacer trampa, y la han pillado. Fin de la historia... ¿Y ya está?... Resulta difícil de creer, por no decir imposible, que ni sus entrenadores, ni los médicos, ni los responsables de la Federación lo supieran. Y si ella va a pagar un precio enorme por su error, por su mentira, también deberían pagarlo los que estaban encargados de velar por Maribel como deportista y no han querido ni sabido hacerlo. El ciclismo español, como deporte federativo, da la impresión de estar corrompido hasta los tuétanos, pero los únicos que pagan, como en las guerras, son los de siempre: los que pelean y sudan la camiseta, no los que las organizan desde los despachos... ¡Y ya está bien!... Aunque solo fuera por la dignidad del deporte del ciclismo y de sus practicantes, habría que hacer una absoluta limpieza ética y estética de sus responsables federativos, médicos y entrenadores. Si se me permite la licencia, salvo la señora de la limpieza, deberían estar todos en la puta calle antes de que terminaran las olimpiadas, y algunos, en la cárcel... HArendt




"Derrota", por Enric González

La derrota es una implosión, un estallido hacia dentro, y posee una extraordinaria calidad estética. También su carga ética resulta considerable: una victoria ofrece una respuesta única y banal; una derrota, en cambio, plantea infinidad de preguntas y, en cierta forma, enriquece a quien la sufre. En el peor de los casos, constituye una distinción honorable: ya saben, la derrota marca la frontera entre el vencido y el cobarde.

La ciclista Maribel Moreno parece haberse situado, según todos los indicios, en el lado incorrecto de la frontera. La "crisis de ansiedad" y la fuga de Pekín antes de que se descubriera su consumo de EPO (esa droga que genera glóbulos rojos) merecen muy mala calificación. En eso, supongo, estamos todos de acuerdo. La misma Maribel Moreno, aislada y en silencio desde la fuga, debe compartir la opinión general. Ha cometido algo vergonzoso, que empaña la reputación de todos sus compañeros y pone en duda la eficacia y la honestidad de sus jefes federativos.

Esta mujer se ha comportado de manera tonta y cobarde. Ha traicionado la confianza de muchos y ha incumplido un reglamento deportivo. Ha hecho trampa en un deporte pobre y durísimo, de cuya inclemencia sabe mucho más que nosotros: ella es quien pedalea, quien sube cuestas y traga kilómetros, quien se llaga el culo, quien cobra cien veces menos que un futbolista mediocre. Pero ahí se acaba la historia. Maribel Moreno no ha escapado tras atropellar a un peatón, ni ha cometido una estafa inmobiliaria, ni ha maltratado a un niño. Maribel Moreno no ha matado a nadie.

Todos hemos cometido alguna vez algún error atroz, de los que dejan un recuerdo punzante. Todos hemos estado alguna vez en el lado de los cobardes. Muy probablemente, lo nuestro no ha aparecido en la prensa. No hemos sido acusados en la pantalla, en las portadas o en los sermones morales de la radio. No hemos sido el villano nacional.


Lo nuestro, muy probablemente, nos ha salido más barato de lo que merecíamos. Como a los dirigentes deportivos, tan honrados y ofendidos, que ayer se lavaban las manos. A ella, en cambio, este error le costará carísimo. Demasiado. (El País, 12/08/08)