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jueves, 28 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Bienvenidos al mundo real. Publicada el 22 de diciembre de 2009



Conferencia de Copenhague, Diciembre, 2009


¡Señoras y señores!..., ¡bienvenidos al mundo real!... La Conferencia sobre Cambio Climático de Copenhague, auspiciada y celebrada bajo el manto de Naciones Unidas, ha dejado entre otras muchas, dos lecciones reales: 1) El mundo es como es, y no como nos gustaría que fuera; y 2) En este mundo real sólo hay dos que corten "el bacalo", China y USA, y todos los demás vamos de comparsas. Y el que sean dos, se lo debemos a Obama, porque si no es por él, sólo hay "UNO": China.

No soy abogado, pero me muevo con bastante comodidad en el mundo del derecho y las leyes, y se por experiencia que cualquier mal acuerdo es preferible a un buen juicio. El que nadie haya salido contento de Copenhague es una buena señal, lo crean o no. Porque en Copenhague podía haber habido ganadores "absolutos: por poner un solo ejemplo, los que querían que fracasara la Conferencia; entre ellos, el "Quinteto de la Dignidad": Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Sudán, y por supuesto, China, y los "negacionistas" del occidente capitalista.

Como buen escéptico que soy, es decir, un optimista chamuscado por la realidad, también me parece positivo, y si lo calibran y piensan, creo que a ustedes también, el "papelón" que han hecho, individualmente, Merkel, Sarkozy y Brown: ninguno. Y eso es bueno, porque les obliga a replantearse que en este mundo "a dos", los 27 gobiernos de la Unión Europea, individualmente, no son nada, pero juntos, pueden, sólo pueden, quizá, ser los "terceros"... Ellos verán. Supongo que siempre quedarán estúpidos dispuestos a seguir siendo cabeza de ratón en su ratonera en lugar de cola de león al aire libre. Ese es su problema. No dejen que sea el nuestro.

Sobre la Conferencia en sí, y sobre la nueva gobernanza mundial "a dos" que se nos viene encima, comienzan a conocerse algunos entresijos que las apresuradas crónicas televisivas o periodísticas, algunas interesadas en un sentido o en otro, no han trasladado al público. Les sugiero la lectura de las entradas de ayer y hoy del Blog Del alfiler al elefante, que escribe el periodista Lluís Bassets: "Así se gobierna el planeta" (El País, 21/12/2009), y "Modestas victorias" (El País, 21/12/2009). Por supuesto, es sólo una opinión, pero resulta interesante... Bienvenidos al mundo real, señoras y señores. ¡Ah!, y felicidades a los que les haya tocado el Gordo de Navidad. A los demás, nos toca seguir barajando... Harendt




El periodista Lluís Bassets



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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jueves, 28 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Abrir en casa de hecatombe



Universidad de Oxford, Gran Bretaña


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, de la escritora Isabel Gómez Melenchón, que ante la indiferencia que la humanidad parece prestar a sus posibilidades de supervivencia, se pregunta, con sorna, si en caso de hecatombe prefiríamos la seguridad de palmarla todos a la de que pueda sobrevivir nuestro vecino.

"Ahora lo entiendo todo -comienza diciendo Gómez Melenchon-. Déjense de sesudas reflexiones y de buscar tres pies al gato: a la humanidad le tiene sin cuidado su propia extinción. Esta evidencia, que aclara por fin por qué hacemos lo que hacemos y votamos lo que votamos, no hemos sido capaces de intuirla hasta que desde Oxford nos han abierto los ojos. Dos equipos diferentes de aquella universidad estudiaron la posibilidad de que los seres humanos desaparezcan y hasta qué punto nos preocupa. Esclarecedor. Vayamos por partes: dejando de lado hipotéticas guerras mundiales, armas biológicas o cambios climáticos, el algoritmo indica que existe una posibilidad entre 87.000 de que en algún momento nos vayamos a tomar por... polvo estelar, por una erupción volcánica, un asteroide o un terremoto. O por un tsunami, no lo descarten. Tampoco des­carten hacer testamento, porque los científicos sólo garantizan que la eventualidad de esta destrucción no es inferior a una entre 14.000, lo que significa, teniendo en cuenta que la eventualidad de que nos toque el gordo es del 0,001 por ciento, es decir, 1 entre 100.000, y cada año le toca a alguien, que estamos en el bombo. Entonces nos encontramos con el otro estudio: preguntados los participantes por cuál sería la peor hipótesis, que se produjera una catástrofe absoluta que eliminara la especie humana del planeta, que la catástrofe matara al 80 por ciento de la población, o que no hubiera ninguna catástrofe, la respuesta fue la obvia: virgencita, que nos quedemos como estamos. Pero la segunda opción es la que da la sorpresa: la gran mayoría de los encuestados preferiría que toda la humanidad se volatilizara antes de que quedara alguien para contarlo. Vamos, que mejor palmarla todos a que sobreviva alguien. Los autores del estudio se limitan a dejar constancia de su desconcierto, porque también se preguntaba qué sería peor, que desapareciera toda una especie animal, por ejemplo las cebras, o que quedaran algunas. Y se votó por que quedara ni que fuera un par.

Me he dedicado a dar vueltas a esta radicalidad respecto a nosotros y he encontrado algunas respuestas, ninguna de las cuales nos deja bien. Por ejemplo, pensar que entre los vivos puede que no nos encontremos nosotros, sino el vecino del tercero segunda que deja caer las colillas por el patio interior, o que el meteorito no respete a una parte de los del Clásico y ya para siempre gane la otra. O que sólo queden los que votan lo contrario. O que pensemos que no valemos la pena ni en particular ni en general. En todo caso, lo que da pena es el resultado".







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martes, 24 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La peste



Manifestación contra el cambio climático en Zagreb


Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia, a veces, con argumentos bastante pedestres, escribe el periodista Enric González. La Pequeña Edad de Hielo comenzó con el siglo XIV. Ese fue un mal siglo, comienza diciendo González. La peste bubónica, entonces llamada peste negra, exterminó a uno de cada cinco habitantes del planeta. Murieron la mitad de la población europea y un tercio de la población china. Florencia, uno de los principales centros tecnológicos del momento, se convirtió en una ciudad de cadáveres. De forma muy aproximada, se estima que la peste acabó con cien millones de vidas. Tantas como las guerras mundiales del siglo XX. Pero en 1350 había 370 millones de humanos, y en 1950 había 2.600 millones. Puestos a amargarnos el día, hagamos un cálculo sencillo: manteniendo las proporciones, lo que ocurrió durante el siglo XIV supondría ahora, con una población mundial de 7.000 millones de personas, 1.400 millones de muertos. Amontonados, esos cuerpos llegarían hasta la Luna.

Por supuesto, incluso a las peores catástrofes se les puede ver un ángulo positivo. Tras el siglo XIV llegó el XV: con menos gente, un poco mejor alimentada y un poco menos sucia, aparecieron lo que hoy llamamos Renacimiento (Leonardo, Miguel Ángel y demás), las grandes exploraciones (Colón, Vespucio), la imprenta, las armas de fuego y los primeros rasgos de la modernidad. Después de las grandes guerras del siglo XX, parte del mundo vivió unas décadas de extraordinaria prosperidad económica. Pero hay que alcanzar un grado superlativo de cinismo para concluir que la mortandad a escala industrial vale la pena.

Volvamos al clima. La pequeña glaciación duró más o menos hasta mediado el siglo XIX. Desde entonces, el planeta se calienta. Eso queda fuera de discusión. La casi totalidad de los científicos considera que la actividad humana está acelerando el proceso y que las consecuencias (elevación del nivel del mar, fenómenos climatológicos extremos, desertificación) pueden ser gravísimas. Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia. A veces, con argumentos bastante pedestres: el frío que hace hoy y hablan de calentamiento, je je. Los máximos representantes de esa corriente de pensamiento no destacan por su lucidez. Donald Trump, por ejemplo.

Si el problema fueran los tipos como Trump, por mucho poder que acumulen, no habría problema. Ni siquiera constituyen un gran problema las sumas ingentes que algunos poderes económicos destinan a difundir estudios climáticos negacionistas. El principal obstáculo para la acción radica, obviamente, en la inercia. En la dificultad de adoptar decisiones colectivas con consecuencias traumáticas a corto plazo. En la pereza de hacer hoy lo que podemos dejar para mañana. En las rivalidades internacionales, en las necesidades electorales, en los intereses económicos (grandes o pequeños: ocupan la misma posición moral el rico propietario del pozo de petróleo y el pobre minero de carbón), en esa idea tan engranada en el cerebro humano según la cual ya nos arreglaremos cuando llegue el momento.

Quizá sea significativa la popularidad de Greta Thunberg como emblema de la batalla climática. Una muchacha de rostro severo y sin sentido del humor (le diagnosticaron Asperger) encarna perfectamente este tiempo de preludio. La gente del siglo XIV no vio venir la peste negra, no sabía en qué consistía y no tenía muy claro cómo combatirla. Esperemos que el cambio climático resulte más benigno que la peste, porque nosotros no tendremos tantas excusas.





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martes, 17 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Tsunami



Fotografía de Sonny Tumbelaka, AFP. Indonesia, Diciembre, 2018


La educación no sirve para identificarnos narcisistamente con nuestra casa, sino para volver a ella sanos y salvos, afirma el filósofo Fernando Savater. Llevo tanto tiempo escribiendo sobre y, en general, contra las mismas cosas (infructuosamente) que a veces me tienta acudir al archivo y reestrenar un artículo de hace meses o años que conviene impecablemente a la actualidad. Algo por ejemplo sobre la manía autonómica de excluir del currículo escolar cuanto no tiene label de autenticidad local. O sea, no enseñar en Aragón más que los afluentes del Ebro que recorren tierra aragonesa y cosas parecidas. O el problema que tuvieron hace tiempo unos editores amigos con el manual de historia: ilustraron la lección sobre el románico con una foto de San Martín de Frómista, lo que suscitó una reconvención de la consejería andaluza porque esa bella iglesia no está en Andalucía. Ellos arguyeron que no había fotos equivalentes de románico andaluz (?) y no sé cómo acabó la cosa. Yo les aconsejé que pusieran el patio de los Leones de la Alhambra con un pie explicando que precisamente eso no era románico pero ayudaba a hacerse una idea a sensu contrario.O algo así...

Mi heroína escolar predilecta, que quisiera ver convertida en santa patrona de la escuela moderna, es una chica de Liverpool de 12 o 13 años, que pasaba sus vacaciones en una playa de Indonesia con sus padres. Leyó en el mar burbujeos, en el aire ráfagas inquietantes y les dijo: “¡Tsunami! Mejor nos vamos”. Los papás la sabían aplicada e hicieron caso. Y el resto de los bañistas de la playa también. Fue de los pocos lugares donde no hubo víctimas durante la terrible catástrofe.

En Liverpool no hay tsunamis, claro, pero conviene saber reconocerlos por si uno viaja. Porque la educación no sirve para identificarnos narcisistamente con nuestra casa, sino para volver a ella sanos y salvos.





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lunes, 2 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Greta Thunberg. La estrella del cambio climático



Greta Thunberg


Dos visiones contrapuestas sobre la joven activista medioambiental Greta Thunberg. La primera, muy crítica, de la periodista de El Mundo Emilia Landaluce. La segunda, más elogiosa, de la periodista de El País Rosario G. Gómez.  ¿Con cuál de ambas opiniones se quedan ustedes? Yo, lo confieso con cierto pudor, me quedo con la de Landaluce, me parece más cercana a la realidad.
Esperamos (cuántos suspiros malgastados en caso contrario) que Pierre Casiraghi haya acabado hasta el gorro de Greta, comienza diciendo la columnista de El Mundo. La niña apocalíptica ha insistido en cruzar el Atlántico sin emisiones. Eso solo se lo ha podido permitir el Malizia II, el barco en el que compite el hijo de Carolina de Mónaco y que algunos valoran en tres millones. [Por cierto, su anterior dueño, un Rothschild, lo había llamado Gitana 16]. Es difícil calcular cuánto ha costado la travesía de los Thunberg. No habrán contado el viaje de vuelta de Pierre y su tripulación en avión privado. Por otro lado: ¿Acaso la Société des Bains de Mer de Monaco, la compañía de los Grimaldi, no está participada por el gobierno de Qatar, un país ¡oh! productor de petróleo?

Mientras Greta navegaba, cientos de miles de viajeros llegaban a NY. Por 1500 euros, muchos españoles se pasan una semana en Nueva York (vuelos incluidos y en régimen de alojamiento y desayuno). Y comen, beben, van a Broadway y descubren en la medida de sus posibilidades la ciudad. Es el milagro de nuestro tiempo. Cada vez más personas tienen acceso a una vida mejor. Think pink, think Pinker.

Una de las cosas que más simpáticas de la recuperación del Rey Juan Carlos fue la Princesa de Asturias diciendo que su abuelo ya estaba bien porque había pedido un filete. Es de extrañar que nadie se le haya lanzado al cuello. 

Hace dos semanas, Alemania supo que los verdes planeaban subir el IVA de la carne del 7% al 19% para luchar contra las emisiones. Al poco, The Independent publicaba un artículo titulado: «Cada comedor de carne es cómplice del incendio del Amazonas» y abogaban por gravar las importaciones de carne de Brasil.

Al final es todo es un tropo retorcido de aquella frase apócrifa de María Antonieta: Pues que no coman filetes. Y va a más: Y que el pan se haga en horno de piedra. Y que las verduras sean solo orgánic. Que se prohíban los transgénicos en la agricultura. 

Que solo las élites como Greta y su papá puedan viajar, comer, vivir, beber.

Soy de esas optimistas que piensa que ya se están inventando nuevos mecanismos para absorber los gases contaminantes; también que desalaremos más y que ya haremos que llueva. También viviremos mucho más y mejor. Y envidio ese futuro que quizás no veré.

El otro día en la playa de la Puntilla una familia de las 3000 se tomaba la tortilla y sus filetes empanados. Además de la gasolina habían gastando en la carne, los huevos, las patatas... Imaginen cuando los pesimistas les suban la felicidad un 19%.

Después de dos semanas de agitada travesía, dice por su parte Rosario G. Gómez, la activista medioambiental sueca Greta Thunberg ha llegado a Nueva York para participar en la Cumbre de Acción Climática organizada por Naciones Unidas. Hace tres años convenció a su madre, una famosa cantante de ópera, para no utilizar el avión en sus viajes profesionales y, fiel a esa petición, llegó a la costa Este de EE UU a bordo del velero Malizia 11, propiedad de Pierre Casiraghi. La embarcación está acondicionada para cruzar el Atlántico por sus propios medios. Va equipada con tecnología punta: paneles solares, turbinas hidrogeneradoras y una desalinizadora con la que obtener agua potable. Cero carbono. El sueño de todo ecologista.

Más de un millón de personas han seguido a través de las redes sociales la travesía, lo que demuestra la enorme capacidad de Thunberg para movilizar a la gente. Con solo 16 años se ha convertido en un símbolo de la salvaguarda del planeta y su mensaje ha calado hondo entre los adolescentes de todo el mundo. Los líderes políticos la escuchan, aunque algunos (Trump entre ellos) parecen duros de oído.

No cabe duda de que será una de las protagonistas de la cumbre. La ONU la ha recibido con un entusiasmo y un frenesí similar al que sus admiradores han profesado a Juliette Binoche y Catherine Deneuve a su llegada al Festival de Venecia. Thunberg es una estrella en su terreno: la lucha contra el cambio climático. Tras su estancia en EE UU tiene previsto —sin utilizar tampoco el avión— emprender rumbo a Chile para participar en la Conferencia de las Partes (COP), un foro que se reúne cada año para revisar los avances de las obligaciones básicas firmadas por las 196 Partes (Estados) más la Unión Europea. La última cita (en Katowice, Polonia) no fue demasiado fructífera ni mostró la ambición suficiente para llevar a cabo una acción global eficaz.

Chile, que alberga en su territorio el desierto más árido del mundo y también colosales glaciares, cumple con siete de las nueve condiciones de vulnerabilidad establecidas por la ONU. A finales de año ofrecerá una nueva oportunidad para avanzar en la búsqueda de compromisos capaces de revertir el deterioro del planeta. Thunberg y su extraordinario tirón mediático estarán ahí.





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miércoles, 2 de enero de 2019

[A VUELAPLUMA] Sonámbulos





Este verano pasado no fue un verano cualquiera, afirma Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Politica en la Universidad de Málaga. En julio, una ola de calor azotó Europa desde el Mediterráneo hasta Siberia, comienza diciendo, que provocó incendios forestales en Suecia y una pavorosa desgracia en la costa griega, mientras el fuego consumía en California un territorio tan grande como el municipio de Los Ángeles. Según los expertos, este julio ha sido el tercero más caluroso desde que existen registros, sólo por detrás de los de 2016 y 2015. Y no sabemos qué deparará la nueva temporada de huracanes, pero acaba de saberse que el paso del huracán María por Puerto Rico el año pasado acabó con la vida de 3.000 personas. Para rematar dramáticamente la temporada, el ministro de Transición Ecológica del Gobierno galo, Nicolas Hulot, acaba de dimitir acusando a Macron de no otorgar la importancia prometida a las políticas del cambio climático.

Tras décadas de teorizaciones abstractas sobre el riesgo de colapso ecológico, pues, la acumulación de episodios meteorológicos extremos sugiere que algo está cambiando en el plano de lo real. Parece que nos encontramos ante eso que Zizek llama "acontecimiento", un desbordamiento de lo sensible que puede modificar nuestra percepción del mundo. Pero ¿están los ciudadanos tomando nota? Es difícil saberlo. Es de esperar que las primeras brisas del invierno atenúen la sensación de emergencia climática experimentada durante el verano, pero al menos las grandes cabeceras europeas se han percatado de que hay algo nuevo en el aire: The Economist ha subrayado que la guerra contra el cambio climático se está perdiendo, Die Zeit anota que la alteración del clima está reflejándose ya en el tiempo que experimentamos cotidianamente y The Guardian anticipa un cambio histórico en la percepción ciudadana del cambio climático. 

A medida que la predicción del futuro se convierte en observación del presente, el negacionismo climático se vuelve más insostenible. No por casualidad, el Pew Research Center reportaba el pasado mes de enero un aumento sin precedentes del número de norteamericanos que abogan por dar prioridad a las políticas climáticas: se entiende que los huracanes estivales han dejado su huella en el ánimo nacional. Así que la pura facticidad está haciendo valer sus derechos. Y si Meursault mataba al árabe cegado por el sol, ese mismo sol puede ahora abrirnos los ojos.

Este desplazamiento del orden del discurso al orden de lo real nos recuerda cuán necesario es abordar una reorganización eficaz de las relaciones socionaturales. Incluso un optimista racional como Steven Pinker identifica sin ambages el calentamiento global como el mayor riesgo para las sociedades humanas. Esa urgencia ha sido subrayada por Will Steffen, Johan Röckstrom y otros destacados científicos del sistema terrestre en un artículo que, por coincidir con la reciente ola de calor, ha sido descargado ya más de 270.000 veces. Los autores exponen las trayectorias alternativas que podría seguir el planeta en función de lo que la humanidad haga o deje de hacer. Su conclusión es inquietante: "Las decisiones y las tendencias sociales y tecnológicas de la próxima década podrían influir de manera significativa en la trayectoria del sistema terrestre por cientos de miles de años y conducir, potencialmente, a condiciones propias de unos estados planetarios inéditos desde hace millones; unas condiciones que serían inhóspitas para las sociedades actuales y para muchas otras especies contemporáneas".

Dicho más concretamente: si no se revierte el calentamiento global mediante una gestión climática a escala global, el planeta puede pasar a un estado irreversible que los autores denominan "hothouse Earth" o "Tierra-invernadero". Debido al efecto acumulado del C02 en la atmósfera y al modo en que funcionan los feedbacks, efectos cascada y puntos de inflexión (tipping points) en el clima del planeta, esa trayectoria fatal podría darse incluso con un aumento de temperaturas moderado de entre dos y cuatro grados, sin descartar que algunos de estos efectos puedan aparecer por debajo de ese rango.

No se trata con esto de infundir miedo, ni de incurrir en ese catastrofismo que tanto daño ha hecho al debate sobre las relaciones socionaturales. Pero, como puede comprobar cualquiera que se entretenga en leer algo sobre el funcionamiento del clima terrestre, el futuro apocalíptico descrito por la ciencia-ficción no es ya inimaginable. Tiene su ironía: los mismos recursos energéticos que nos han hecho ricos amenazan ahora nuestra supervivencia. Esta intrusión del futuro en el presente exige, si queremos evitar una desestabilización telúrica contra la que no podamos defendernos, toda la atención democrática. Más que una sociedad sostenible, hemos de asegurar cuando menos el mantenimiento de un planeta habitable. O sea, uno donde incluso los supervivientes de una sociedad que colapsara ecológicamente pudieran comenzar de nuevo.

De alguna manera, también, el futuro se ha simplificado. Tal como exponen Simon Lewis y Mark Maslin en su libro reciente sobre el Antropoceno, sólo hay tres posibilidades: un desarrollo continuado del modo liberal-capitalista que conduzca a una mayor complejidad social; el desastre; o una nueva forma de vida. Es patente que las complicaciones geopolíticas y el factor temporal parecen dificultar una salida no traumática al atolladero planetario; no es fácil ponernos de acuerdo. Pero también lo es que desconocemos cuáles podrían ser los avances que trajera consigo una más decidida aplicación del ingenio humano a la cuestión climática. El problema es que no podremos emprender ninguna política eficaz sin persuadir a los ciudadanos de la necesidad de hacerlo. Y esto, a su vez, requiere que dejemos de ser una comunidad distraída -por emplear la denominación que el semiólogo Massimo Leone aplica a la cuestión animal- para ser una comunidad despierta, formada por sujetos que no ignoran su terrenalidad y se muestran activos en la búsqueda de soluciones sostenibles.

¿Cómo despertar? ¿De qué manera producir esas subjetividades planetarias? El filósofo Hans Blumenberg dedicó un majestuoso volumen a analizar la disyunción entre el tiempo de la vida y el tiempo del mundo: entre nuestra limitada experiencia biográfica y la más vasta historia colectiva. Pero si la subjetividad individual tiene que aprehender no ya el tiempo del mundo sino el tiempo de la Tierra, las dificultades se multiplican. Pero ese tiempo profundo es una magnífica escuela: como ha advertido Joanna Zylinska, no vivimos antes de la extinción sino después de la misma. ¿O acaso el planeta no ha vivido cinco extinciones masivas que atestiguan su potencial peligrosidad? Bajo la luz que proyecta el saber geológico, la posibilidad de un planeta transformado se convierte en verosímil. Todo aquello que aprendíamos en el colegio sobre glaciaciones y placas tectónicas puede de pronto servirnos para algo.

Es imprescindible que las democracias afronten este problema. No es fácil; se trata de una forma de gobierno que presenta a este respecto deficiencias estructurales. Las democracias tienden al cortoplacismo electoralista, otorgan un poder considerable a los actores de veto y la voluntad popular puede chocar con el saber experto. Pero si las democracias no reaccionan, pueden ser las primeras víctimas del cambio climático: los colapsos sociales no conducen a la asamblea deliberativa, sino al excepcionalismo hobbesiano. Se lo dice a Robert Redford el agente cuyo complot ha descubierto en el interior de la CIA: cuando llegue el caos, los ciudadanos exigirán soluciones sin reparar en los medios. Así que va siendo hora de que despertemos del sopor antropocéntrico, asumamos nuestra condición terrenal y empecemos a preocuparnos seriamente por la habitabilidad de la Tierra. Y que lo hagamos todos: sería un error dejar que este debate lo protagonizasen en exclusiva radicales anticapitalistas y negacionistas climáticos. La cuestión planetaria es una cuestión meta-ideológica, a la que cada ideología pueda contribuir como considere oportuno. Y que puede, incluso, proporcionar a nuestras fracturadas comunidades políticas un motivo común capaz de cohesionarlas: en defensa del hábitat que todos compartimos. Aunque sólo sea para poder seguir peleándonos.Manuel 



Dibujo de Javier Olivares



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 15 de febrero de 2018

[A VUELAPLUMA] Posverdad, relativismo y ciencia





Estamos en plena era de la posverdad, escribe en El Mundo Rafael Bachiller, astrónomo y director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN). Nos alertó hace ya 14 años el escritor estadounidense Ralph Keyes en un libro de mucho impacto (The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life), comienza diciendo. Desde entonces, el concepto ha ido ganando popularidad hasta que el Diccionario Oxford designó el término «posverdad» como palabra del año en 2016. A los científicos este término nos llena de perplejidad y asombro. Por lo que yo humildemente comprendo, la posverdad designa la distorsión de manera emocional de un hecho o de una prueba objetiva. Se trata pues de verdades a medias, falsas ideas o incluso puras mentiras que circulan de manera impune por nuestra sociedad. En términos políticos, la posverdad se refiere a ciertas interpretaciones emocionales de hechos que son proporcionadas por los políticos sin que sean contrastadas por nadie, ni denunciadas por parte del medio social que las tolera. Por ejemplo, la negación del cambio climático por parte de algunos políticos (Trump), se realiza a pesar de la abrumadora evidencia científica que corrobora la realidad del cambio y su origen en la actividad humana. Y este negacionismo es seguido emocionalmente, de manera irreflexiva, por un sector de la sociedad con ideología afín a la del político en cuestión. 

Es muy tentador justificar la posverdad en términos del relativismo filosófico. Desde Aristóteles, muchas generaciones de filósofos se han preguntado si la verdad absoluta existe y si el hombre puede llegar a conocerla. En el siglo XVII, Locke ya distinguía entre la realidad objetiva y la percepción subjetiva de la mente humana. En su célebre experimento de los cubos de agua, Locke pedía a un sujeto que introdujese su mano izquierda en un cubo de agua helada y su mano derecha en otro cubo con agua muy caliente. A continuación, Locke pedía al mismo sujeto que introdujese sus dos manos en un cubo de agua templada. Naturalmente, la mano izquierda sentía que el agua de este tercer cubo estaba muy caliente, mientras la mano derecha sentía que estaba muy fría. Locke concluía así que una misma mente podía percibir la misma realidad objetiva de formas muy diferentes. Por tanto, y con mayor razón, las mentes de diferentes sujetos podrán experimentar la misma realidad de manera completamente distinta. Según Locke, el conocimiento es siempre subjetivo pues se alcanza gracias a las sensaciones y a la reflexión. La sensación está determinada por la percepción a través de nuestros cinco sentidos, mientras que la reflexión viene de nuestras asociaciones de ideas, memoria y capacidad de raciocinio. 

También Kant admitía que no podemos conocer la realidad de manera completamente objetiva, pues nuestro conocimiento siempre estará determinado por cómo nuestra mente percibe las cosas y por cómo las formula. El filósofo de Königsberg consagró gran parte de su vida a estudiar la naturaleza de la realidad y creó toda una teoría deontológica basada en la capacidad humana para razonar, es esta capacidad única la que nos lleva a obrar bien o mal de acuerdo con un código moral. Para Kant, ni los deseos ni las emociones proporcionan una base racional para tomar decisiones acertadas. 

Nietzche se preocupó por estudiar la relación entre la verdad objetiva y el lenguaje, en el contexto de cómo el hombre origina y desarrolla los conceptos. Tales conceptos son la herramienta para lograr una uniformidad en la descripción de la naturaleza, lo que facilita la comunicación. 

El que yo considero mayor filósofo del siglo XX, Bertrand Russell, desarrolló la teoría de la correspondencia epistemológica como el establecimiento de una biyección entre los hechos y los enunciados. Pero el problema, ya expresado por Nietzche, es que la relación de los conceptos y las palabras que designan a los objetos con los objetos en sí no proporciona una descripción perfectamente definida, las palabras pueden ser vistas como metáforas que guardan cierta componente de arbitrariedad. Además la cultura ha ido asociando términos y signos a los objetos y estas asociaciones también pueden afectar a la representación mental de la realidad.

Con todo, yo no creo que pueda utilizarse la filosofía como una justificación de la posverdad. Bien al contrario, la filosofía se ha esforzado a lo largo de los siglos por comprender los sesgos que afectan a nuestra manera de percibir o de razonar, a los obstáculos que pueden interponerse en nuestros intentos por alcanzar la verdad objetiva.También podría argumentarse que, para la ciencia, la verdad parece ser algo siempre provisional. Y es que, efectivamente, la descripción científica del mundo está sometida a un escrutinio permanente y las teorías científicas que describen la realidad son consideradas aproximaciones sucesivas, descripciones progresivamente más precisas. Así la mecánica de Newton puede ser vista como una primera aproximación de la teoría de la gravitación, mientras que la teoría de la relatividad general Einstein tiene una mayor precisión y es capaz de explicar fenómenos físicos sobre un mayor rango de dimensiones físicas. 

A veces la provisionalidad de la verdad científica es criticada duramente. Nos quejamos de que los científicos dicen un día que la mantequilla o los huevos son malos para la salud y al poco tiempo dicen lo contrario. Sin embargo, este escrutinio permanente de la verdad científica solo debería considerarse de manera positiva, pues refleja la dificultad y el esfuerzo del mundo de la ciencia por alcanzar el mayor acercamiento posible a la verdad. El científico no tiene ningún escrúpulo por reconocer que un estudio previo fue insuficiente y que debemos cambiar nuestras conclusiones a la vista de nuevos datos. Todo lo contrario: es su método de trabajo. Es cierto que un estudio pretendidamente científico argumentó un día sobre una supuesta relación entre la vacunación y el autismo. Pero no es menos cierto que ese estudio fue completamente rebatido por muchos otros estudios y los autores del primero fueron separados sin contemplaciones del mundo de la ciencia y de la práctica de la medicina. No hay ningún argumento hoy que justifique la no vacunación. Es sorprendente que esas ideas se extiendan para pasar a formar parte de una absurda posverdad.

Con el método científico, que incluye la experimentación, el hombre es capaz de ofrecer la descripción más objetiva posible de la realidad. En el experimento de los cubos de agua con el que Locke ilustraba el relativismo, un científico introduciría un termómetro en cada uno de los cubos y mediría la temperatura para dar así la descripción más objetiva posible, y por tanto imparcial, de esa realidad física. Aunque su verdad sea siempre provisional, el científico siempre posee la información más fiable posible. Su descripción de la realidad es más objetiva que la que puede ofrecer otros tipos de conocimiento como el arte, las religiones u otros tipos de creencias. la obligación del científico es pues facilitar la información más fiable posible de acuerdo con el estado actual del conocimiento contrastado. El cambio climático, la vacunación, los alimentos transgénicos, la homeopatía, las técnicas de adivinación, los extraterrestres,... 

La ciencia tiene hoy las ideas muy claras sobre estos y muchos otros temas. Vemos pues cómo los científicos nos encontramos en plena época de lucha contra la posverdad. Resulta descorazonador que, en pleno fragor de la batalla, tras escoger "posverdad" como palabra del año 2016, el siempre acertado Diccionario Oxford haya declarado palabra del año 2017 a un término muy relacionado con el primero, fake news o falsas noticias, un fenómeno que dota de nuevas dimensiones a esta plaga de posverdad.

Si la obligación del científico es proporcionar información fiable, la obligación del político es dejarse de mandangas de posverdad para elaborar sus políticas públicas sobre la información proporcionada por la ciencia, ésta es la base más firme y fiable sobre la que fundamentar sus decisiones.



Dibujo de Santiago Siqueiros para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







HArendt



Entrada núm. 4289
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)