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lunes, 25 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La piel blanca


Simpatizantes de Evo Morales en La Paz, Bolivia

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, del periodista español Enric González, corresponsal de El País, en Buenos Aires, en el que cuestiona el mito de que en la América Latina la cuestión racial  es menos sangrante que en la parte anglosajona del continente.

"En una imagen, como en un texto, es casi tan importante lo que aparece como lo que no aparece -comienza diciendo González-. ¿Un ejemplo? Cualquier imagen de Argentina. Mirémosla. Y formulemos una pregunta elemental: ¿dónde están los negros? Porque en Argentina hubo muchos esclavos de procedencia africana. Según el censo de 1778, de 24.363 habitantes (no se contaba a los indígenas), un tercio eran negros o mulatos. En el Ejército del Norte que comandó el general José de San Martín, el 60% de la tropa era negra. A mediados de siglo XIX, sobre unos 800.000 habitantes, algo más de 100.000 eran mulatos y solo 20.000 eran negros. Posteriormente fueron desapareciendo, sin que se conozcan bien las causas, aunque se intuyan: se les empleó sistemáticamente como carne de cañón en primera línea de batalla, se les mantuvo en la pobreza y la insalubridad, se les empujó a blanquear la piel por la vía del mestizaje.

En cuanto a las poblaciones nativas, sufrieron el exterminio en la llamada Conquista del Desierto y sucesivas campañas militares, como las del general Roca, y fueron luego consumidas por la marginación. Hoy, apenas el 2% de los argentinos se consideran miembros de las etnias originarias.

Argentina, decíamos, es un simple ejemplo de una realidad continental. Sobre algunos elementos, como las denuncias de fray Bartolomé de las Casas contra la crueldad ejercida sobre los nativos a principios del siglo XVI, o el hecho de que no pocos colonizadores españoles tuvieran descendencia con nativas, se ha construido un peculiar mito según el cual en América Latina la cuestión racial sería menos sangrante que en la América de colonización anglosajona. Se trata, en efecto, de un mito.

La cuestión racial sigue siendo una de las claves de los conflictos políticos, en especial allí donde son más numerosos los miembros de poblaciones nativas y los descendientes de esclavos. Jair Bolsonaro sabía que estaba ganando votos cuando, tras visitar una comunidad quilombola (negra) en 2017, comentó jocoso que “el afrodescendiente más delgado allí pesaba siete arrobas” y que no servía “para nada”. “Ni para procrear sirven ya”, comentó, riendo.

Bolivia es el único país latinoamericano donde los pueblos nativos son mayoría: el 62% de los habitantes, según datos de Naciones Unidas. Quien quiera captar la esencia del conflicto político y social que amenaza con desgarrar el país ha de tener muy en cuenta ese hecho. Resultaría bastante cómico escuchar los argumentos del nuevo y asombrosamente ilegítimo Gobierno (ilegitimidad que no justifica los desmanes cometidos por Evo Morales) sobre lo paganos y salvajes y despreciables que son los indios con sus polleras y su Pachamama, si no fuera porque estos tipos que han asaltado el poder Biblia en mano encarnan el horror del supremacismo más estúpido.

Cuesta entender, a estas alturas, el prestigio de una piel blanca. El caso es que ese prestigio se mantiene. El caso es que todas las oligarquías de esta parte del mundo (sean terratenientes o burócratas de la revolución) veneran la piel blanca y el origen europeo de unos antepasados tan famélicos y desesperados como cualquier inmigrante. El caso es que las cosas tienen mala solución si no se supera previamente el delirio de la raza".







La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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jueves, 24 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Maduro: ¿aprendiz de Castro y discípulo de Pinochet?





Venezuela era uno de los países más prósperos de Latinoamérica. Se encontraba, según las cifras de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), entre las mayores reservas petrolíferas del mundo. Aunque nunca haya sido, ni mucho menos, un ejemplo de democracia, sí se estaba dotando de instituciones sólidas. Pero Llega la elección del excomandante de paracaidistas Chávez. Y luego la nominación, seguida de una elección fraudulenta, de Maduro, su triste y sangriento clon. Y el sueño se convierte en pesadilla; una mezcla de incompetencia y estupidez, la sumisión del país a una “burguesía” bolivariana, codiciosa y a sueldo una de Cuba desangrada y que ya no cree en su propio modelo, lo echa todo por tierra; y un nuevo liberador de pacotilla, agotando la bomba de dinero de la empresa petrolera nacional para nutrir su clientelismo y alimentar los fondos opacos gestionados sin supervisión por los sátrapas de su régimen, mete al país en el pelotón de cola de los países que se dirigen a la pobreza masiva (a título indicativo, una inflación equivalente a la de Zimbaue o a la de la Alemania de la década de 1920). 

Quien así se expresaes el controvertido y polémico filósofo francés Bernard-Henri Lévy (1948), discípulo de Jacques Derrida y Louis Althusser, y fundador junto a André Glucksmann y Alain Finkielkrautde la corriente de los llamados "nuevos filósofos (nouveaux philosophes) franceses, críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68 y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento.

Recordamos a Cándido, a la vuelta de su país de Cucaña, comenta, en el que el oro —el petróleo amarillo— ya fluía a raudales, sigue diciendo. Recordamos, en Luis Sepúlveda, Alejo Carpentier y otros, el mito de El Dorado, que nunca acabó bien. Un El Dorado desinflado que se paga allí a un alto precio. Y el saqueo del país se duplica con el desencadenamiento de violencia que la sitúa al borde de la guerra civil: 120 muertos en unas semanas. Las figuras destacadas de la oposición perseguidas, cesadas en sus cargos, secuestradas, encarceladas. Torturas en comisarías. Y para empeorar las cosas, la farsa electoral que acaba de permitir a una asamblea deconstituyente acaparar todos los poderes y desmantelar, si quiere, el frágil equilibrio institucional del país.

Ante este desastre, deseo plantear dos preguntas, sigue diciendo. Una pregunta franco-francesa, para empezar: ¿Hasta cuándo Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, seguirá encontrando virtudes en este régimen asesino? ¿Cuántos muertos necesitará para llamar a las cosas por su nombre y reconocer en los policías de Maduro a los gemelos de los que, en otra época, sembraron el terror en Chile y Argentina? ¿Y a qué espera para pronunciar las palabras que son el privilegio de un hombre libre de sus alianzas y de su palabra: sí, me he equivocado; no, este régimen brutal no es una “fuente de inspiración”; y esta historia de la “alianza bolivariana”, inscrita en el artículo 62 de mi programa y que debía acercarme a los herederos de los caudillos (Castro, Chávez…) cuya muerte tanto lloré, era una idea verdaderamente mala? De momento, nada.

Como los españoles de Podemos o los griegos de Syriza, como Jeremy Corbyn en Reino Unido, los melenchonistas creen que sus héroes con las manos teñidas de sangre tienen la excusa de la lucha contra el “imperialismo”. Y, cuando despiertan, es para invertir los papeles y, como hizo un siniestro portavoz del partido, Djordje Kuzmanovic, comparar a los pacíficos manifestantes que luchan por la democracia y el derecho con los golpistas de Pinochet en el Chile de la década de 1970; o, como Alexis Corbière, para denunciar la “desinformación” y, añadiendo el oprobio a la cobardía, insultar la memoria de los muertos (jóvenes de los “barrios ricos” que solo han recibido su merecido), alimentar el conflicto racial (“a menudo la gente de color está en los barrios bajos”), y criminalizar a la oposición, expuesta los salvajes ataques de las milicias paramilitares del Gobierno “"a menudo la gente se quema”). ¿Estos “insumisos” son insumisos o rehenes? De cualquier modo, esas palabras no son dignas de un partido que aspira a encarnar la oposición en Francia.

Y después, la segunda pregunta se dirige a la comunidad internacional, a la que afecta por dos razones. En lo que se refiere a la “responsabilidad de proteger”, como establece la Carta de Naciones Unidas, y que exige aquí palabras duras: una condena firme por parte de un Consejo de Seguridad valiente; gestos de apoyo simbólicos como la recepción en París, Madrid o Washington de los últimos representantes de la oposición que aún tienen libertad de movimientos; una demostración de solidaridad de la representación nacional francesa, española, estadounidense u otra, con el Parlamento venezolano que el golpe de Estado constituyente de Maduro amenaza con disolver; y después, naturalmente, sanciones económicas y financieras que vayan más allá de las tímidas fanfarronadas de Donald Trump.

Y además, lo que ha pasado en Caracas nos afecta —de esto no estamos tan enterados— en el campo de la lucha contra el terrorismo y contra las redes de blanqueo de capitales que lo financian: ¿qué sentido tiene la alianza, “bolivariana” como tiene que ser, entre el difunto Chávez y Mahmud Ahmadineyad, expresidente de la República de Irán? ¿Qué ha sido de los miembros de las FARC colombianas que, según me confesó uno de sus jefes, Iván Ríos, poco antes de morir, en 2007, fueron enviados “en misión” al país del “socialismo del siglo XXI”? ¿Y qué crédito debemos conceder a algunos líderes de la oposición antichavista que gritan, de momento en el desierto, que no se conocen todos los lazos de Maduro con Corea del Norte, la Siria de Bachar el Asad en Siria o cierto activista de Hezbolá desterrado o en tránsito?

No son más que preguntas. Pero preguntas que hay que plantearse. Un régimen desesperado es capaz de cualquier vileza, y la situación en Venezuela merece comisiones de investigación, un Tribunal Russell, un mayor interés por parte de la prensa occidental; todo menos el silencio incómodo que, de momento, acoge a este pronunciamiento prolongado, concluye diciendo Lévy.




Dibujo de Enrique Flores para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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domingo, 27 de noviembre de 2016

[A vuelapluma] Fidel





Los medios de prensa y televisión andan atareados a estas horas con la noticia del fallecimiento de Fidel Castro, a los 90 años de edad. Guste o no guste, es un nombre sin el que no puede entenderse la historia del mundo actual, y sobre todo la de la América Latina de la segunda mitad del pasado siglo. 

Desde niño me interesó la política internacional. Más que la española, que no dejaba muchas opciones en los años de mi infancia. Mis primeros recuerdos se enmarcan en el apasionado interés que despertaron en mí las guerras de esa época: Indochina (1945-1954), Corea (1951-1953), y Argelia (1954-1962). Mi idealismo se puso de manifiesto con la Revolución cubana (1953-1959) y la guerra de los "Seis días" árabe-israelí (Junio, 1967), y cayó por los suelos con la guerra de Vietnam (1958-1973), ya superada con creces la adolescencia. Tardé en caerme del guindo, pero me caí con estrépito.

Sobre Cuba recuerdo haber vivido apasionadamente la entrada de Castro en La Habana. Sí, fue el primero de enero de 1959 y lo vimos por televisión en nuestra casa de Madrid, toda la familia, reunida para celebrar la comida de Año Nuevo. Recuerdo perfectamente que mis hermanos y yo, que solo tenía 13 años en esos momentos, hicimos apuestas sobre si aquella explosión de felicidad iba a durar o no. Yo apostaba por el sí y el resto de mi familia por el no. Para mí, la felicidad duró muy poco, justo el tiempo de saber que la revolución imponía sus criterios a sangre y fuego, con fusilamientos masivos de los disconformes. El segundo acontecimiento relacionado con la revolución cubana que me impactó fue el de la denominada "Crisis de los misiles" (octubre, 1962), provocando uno de los momentos más álgidos de la "guerra fría" soviético-americana. El último hecho, revelador del auténtico rostro de la dictadura castrista, fue justamente hace veintisiete años, el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el militar más prestigioso del ejército cubano, tras una farsa de juicio sumarísimo, orquestada como respuesta a su "traición" a la revolución y el pueblo cubano.

Nunca he entendido muy bien la fervorosa y acrítica adhesión de buena parte de la intelectualidad de izquierdas española y europea a la revolución cubana. Lo curioso del caso es que todavía hay multitud de ingenuos que creen en el mito de la misma, cuyos desmanes justifican, aún hoy, con el recurrente discurso al intolerable bloqueo de la isla mártir por parte de los Estados Unidos.

Un profesor-tutor de la Facultad de Geografía e Historia en el centro asociado de la UNED en Las Palmas, un excelente profesor de Historia por otra parte, desbarraba a finales de los 80 ante nosotros, sus alumnos, en elogios a la "revolución" con lucubraciones tales como que Cuba era una auténtica democracia, donde el pueblo intervenía y decidía en los todos los aspectos de la vida política, y su Constitución, un ejemplo de libertades y democracia para todo Occidente...

No ha habido "isla mártir", nunca. Los únicos responsables de la situación de Cuba han sido los hermanos Castro y su régimen. Quien desee conocer la realidad del día a día de los cubanos solo tiene que darse una vuelta a diario por blogs como el de Yoani Sánchez, "Generación Y", o el de Claudia Cadelo, "Octavo Cerco", (ya desaparecido), ambos escritos desde Cuba, por dos jóvenes que no hablan de política más que indirectamente, ¿podía ser de otra manera?, pero con valor y deseos de libertad. Por cierto, el Blog de Yoani Sánchez ha recibido en varias ocasiones el premio al mejor blog de habla española. 

En julio de 2009 el que fuera corresponsal de televisión española y escritor Vicente Botín, publicaba un artículo sobre la ejecución del general Ochoa, veinte años antes, y la situación en Cuba en aquel momento. El artículo se titulaba "Cuba: el sable del general Ochoa"Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, decía al inicio del mismo, nunca han utilizado sus fusiles para reprimir a la población. El eficaz aparato policial de la dictadura ha hecho hasta ahora innecesaria su intervención. Pero el grado de insatisfacción de los cubanos es cada vez mayor. El Gobierno teme que se produzca una revuelta popular como el maleconazo de 1994, sólo que esta vez no sería para pedir democracia y libertad, sino el final del permanente periodo especial en que vive la isla desde el hundimiento de la Unión Soviética, y que se ha agravado en los últimos meses por la escasez de alimentos y los cortes de luz. En las calles de La Habana han comenzado a aparecer carteles con la leyenda "Abajo Raúl".

El dilema es cómo van a responder las FAR en el caso de que miles de personas se lancen a la calle para pedir alimentos, añadía. Salvo la cúpula militar que goza de las mismas prebendas que la nomenclatura, los oficiales del Ejército cubano y sus familias sufren las mismas penalidades de la población civil. Por si fuera poco, no se han recuperado todavía del malestar que les produjo el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el militar más popular, el más condecorado, el vencedor de la guerra de Angola, distinguido con el galardón de Héroe de la República de Cuba, que fue ejecutado como un delincuente hace 20 años, el 13 de julio de 1989.

El general Ochoa y tres altos oficiales, seguía diciendo Botín, continuaba, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez Valdés, fueron procesados en un juicio sumarísimo por el delito de alta traición a la patria y a la revolución y ajusticiados. La conmoción que produjeron aquellas ejecuciones y las subsiguientes purgas que se llevaron por delante, entre otros, al poderoso ministro del Interior, el general José Abrantes, permanece en el inconsciente colectivo. Con aquellas muertes, los hermanos Castro reforzaron su poder al matar dos pájaros de un tiro: por un lado, borraron las huellas que implicaban al Gobierno cubano en el narcotráfico; y por otro, se deshicieron de un rival en un momento muy peligroso para la revolución, tres meses después de la visita a la isla de Mijaíl Gorbachov, cuando la perestroika se discutía abiertamente en los cuarteles.

En 1975, Cuba desplegó el primer contingente de los más de 40.000 soldados que fueron enviados a luchar a la lejana Angola, añadía más adelante. La muerte del Che Guevara en Bolivia y el fracaso de la insurgencia apoyada por Cuba en América Latina llevaron a Fidel Castro a dirigir a otras tierras el concurso de sus "modestos esfuerzos". Las legiones cubanas se desplegaron en el Congo, Eritrea y sobre todo en Angola. Pero el Gobierno cubano, a pesar de la ayuda soviética, no contaba con los recursos necesarios para financiar esas guerras. El coronel Antonio de la Guardia dirigía entonces el Departamento MC (Moneda Convertible) del Ministerio del Interior. Desde Panamá, donde operaba, había tejido una compleja trama de sociedades comerciales para aprovisionar a Cuba de equipos y tecnología, difíciles de conseguir debido al bloqueo estadounidense. Todo ese entramado sirvió de sostén a las tropas expedicionarias en Angola, que se autofinanciaron con el contrabando de oro, diamantes, marfil y también con droga, algo común en las guerrillas de América Latina.

En su libro Dulces guerreros cubanos, sigue contando Botín, Norberto Fuentes asegura que Fidel Castro estaba al tanto de las operaciones de narcotráfico y pone en boca de su hermano Raúl estas palabras: "Fidel dice que en definitiva todas las guerras coloniales en Asia se hicieron con opio. Entonces nada más justo que los pueblos devolvamos la acción, como venganza histórica".

En 1983, continuaba más adelante, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan afirmó que funcionarios cubanos de alto rango estaban involucrados en el narcotráfico. Fidel Castro dio la callada por respuesta. Pero seis años después, a comienzos de 1989, la DEA, la agencia antidroga del Gobierno estadounidense, descubrió que el departamento MC del Ministerio del Interior cubano estaba implicado en una operación del cartel colombiano de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, para enviar un cargamento de cocaína a Estados Unidos. La bomba tanto tiempo oculta podía estallar de un momento a otro. Fidel Castro podía ser acusado de complicidad en el tráfico de drogas. El comandante tenía que hacer algo sonado para despejar cualquier duda sobre su honorabilidad.

El 12 de junio de 1989, sigue diciendo, el general Arnaldo Ochoa y sus más próximos colaboradores fueron detenidos y acusados de narcotráfico. La sorpresa, sobre todo en los cuarteles, fue general. Sólo unos pocos enterados estaban al tanto de los hechos y se imaginaron que era una maniobra de distracción. Dariel Alarcón Ramírez, alias Benigno, superviviente de la guerrilla del Che en Bolivia, entonces muy cercano al poder, escribió en su libro Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la Revolución que "corría el rumor por todo el Palacio de que iban a juzgar a Arnaldo (Ochoa), Tony (Antonio de la Guardia) y los demás para aplacar a los norteamericanos y, sobre todo, para sacar a Fidel del atolladero. Después los escondería en algún sitio, bien protegidos. Se habló mucho de Cayo Largo para Ochoa. La verdad es que no estábamos preocupados".

Durante el juicio, añade, retransmitido por televisión, el propio Ochoa se mostró despreocupado al principio y luego arrepentido. "Creo que traicioné a la patria y, se lo digo con toda honradez, la traición se paga con la vida", le dijo a su conmilitón, el general Juan Escalona Reguera, fiscal de la causa.

La autoconfesión del general Ochoa, señala, algo común en todos los procesos estalinistas, como ha ocurrido recientemente con Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, formaba parte de la farsa. Pero contra todo pronóstico, Arnaldo Ochoa y sus compañeros de armas fueron condenados a muerte y fusilados. La sorpresa fue mayúscula. Brian Latell, analista de la CIA en temas cubanos, escribió en su libro Después de Fidel. La historia secreta del régimen cubano y quién lo sucederá que Fidel Castro urdió la crisis. "El único crimen de Ochoa -escribe Latell- fue cuestionar la autoridad de Castro (...) Fidel pensó que Ochoa debía ser condenado por crímenes realmente horribles (...) para así excluir toda posibilidad de alguna reacción violenta de los militares (...). Los cargos de narcotráfico eran una cortina de humo".

Durante los 20 años que han transcurrido desde aquellas ejecuciones, añade, los oficiales del Ejército cubano, principalmente los capitanes y comandantes educados en los ideales que encarnó el general Ochoa, han visto cómo los hermanos Castro y los altos oficiales de las FAR han seguido celebrando el banquete de la victoria, mientras el pueblo cubano iba de peor en peor. Ahora que la fiesta toca a su fin, los oficiales jóvenes temen perder su derecho de primogenitura sin la esperanza de poder ocupar las vacantes que inexorablemente van a dejar los viejos generales. Asisten, como el resto de la población, a los funerales de una revolución que les ha condenado a vivir miserablemente en casas ruinosas, castigados por los apagones y la falta de agua; padecen las deficiencias de un sistema de salud seriamente enfermo, y hacen largas colas en las bodegas para comprar los productos cada vez más escasos de la libreta de racionamiento. Y tienen también que resolver, es decir tienen que robar como los civiles para poder sobrevivir. En medio de esa debacle crece cada vez más la posibilidad de un estallido social o de un nuevo éxodo hacia Estados Unidos, y con ello la probabilidad de que les ordenen salir a la calle para "defender" a la revolución de las víctimas que ha creado la propia revolución.

El general Arnaldo Ochoa, concluía diciendo, murió fusilado hace 20 años, sin que su sable hubiera sido utilizado nunca contra la población civil. Los que llegado el caso se vean obligados a empuñarlo tendrán que decidir en qué dirección van a dirigir el mandoble.

Sobre el mismo asunto, y citando el artículo de Botín, escribía también ese día en su blog "Mira que te lo tengo dicho" el escritor y periodista canario Juan Cruz un post titulado "Cubana", en el que se mencionaba al también periodista y escritor canario Diego Talavera. 

Mi amigo Diego Talavera, cuenta Juan Cruz, uno de los grandes periodistas que ha dado Canarias, se empeñó en 1990 que fuéramos a Cuba, y fui con él. Era un tiempo complicado, como lo ha sido siempre, de la isla, pero nosotros aún disfrutábamos de ciertos arrestos juveniles y al menos yo quise reconstruir en mi memoria, viéndola, la fascinación que a muchos niños canarios nos había causado la Cuba que nos contaban durante nuestra infancia. Paseamos por la isla, conocimos a mucha gente, vivimos algunos incidentes, muchos parecidos a los que nos hubieran pasado en Canarias, cuya idiosincrasia tanto se parece a la cubana, y nos marchamos. Diego ha vuelto muchas veces, y ya había ido antes, pero yo decidí no volver más, hasta que no se acabara una lacra que a mi me pareció apestosa: que los cubanos no pudieran entrar a los sitios donde entrábamos los turistas. Había muchos más problemas, como todo el mundo sabe, pero ese me pareció simbólico de una discriminación que mucha gente explica pero que yo sigo sintiendo como inexplicable. Pero se quedó en mi memoria, sobre todo, un incidente que ahora nos da risa pero que entonces fue escalofriante, y que me ha venido a la memoria esta mañana cuando he leído en El País el artículo de Vicente Botín (ex corresponsal de TVE en Cuba, y autor de un estupendo libro sobre Castro y su sucesión) acerca del veinte aniversario de la ejecución de Ochoa, en un cuartel cerca de La Habana. La historia es muy conocida, y además Botín la cuenta muy bien, así que déjenme contarles por qué me ha venido a la memoria ahora este otro incidente. Estábamos Diego y yo admirando algunos paisajes cubanos, y concreto quisimos pararnos en un pequeño pueblo con muelle, cerca de la playa del Salado. Nos bajamos del coche, y uno de nosotros tomó fotografías; en seguida nos metimos de nuevo en el coche y uno de los dos comentó que no se percibía tanta seguridad en los sitios como algunos de nuestros amigos nos habían predicho. En ese mismo instante, por la ventanilla del conductor se metió un mosquetón, y la voz de un soldado muy joven nos mandó a salir otra vez del vehículo. Salimos. No se podían tomar fotografías en ese lugar, era un sitio militar, o militarizado. ¿Y dónde dice que está prohibido? La respuesta del soldado fue rápida, y en ese momento movía a risa, aunque luego se nos congeló la mueca. El soldado dijo: "Ahí hay un cartel, pero lo tapó la hierba". De inmediato, el soldado nos condujo, detenidos, a un cuartel, donde hubo todo tipo de escenas: yo traté de rebuscar en mi memoria números de teléfonos de amigos cubanos, Diego quiso que le prendieran si estábamos presos, cosa que no estaba muy clara, y el soldado se paseaba tan nervioso como nosotros, hasta que pasó alguien de una graduación mayor, hizo un gesto con la cabeza y facilitó nuestra marcha. Dos horas duró el cautiverio, pero en la memoria ha vivido mucho más el escalofrío que nos dio cuando supimos que aquel era el cuartel donde habían ajusticiado a Ochoa. Y hoy Botín me ha llevado a ese momento, casi veinte años después.

Querido Juan, respondía Diego Talavera a Juan Cruz: Tu blog de hoy me trae bellos recuerdos y han pasado ya 19 años. Tu no has querido volver a Cuba a pesar de mi insistencia. Yo he vuelto muchas veces y creo que me quedan muchas más en el futuro. Soy consciente de que el pueblo cubano padece una dictadura pura y dura, pero opino que nuestra presencia allí para compartir experiencias con tantos amigos cubanos que han escogido el exilio interior, igual que ocurrió con muchos intelectuales en la España franquista, es una bocanada de aire fresco. Para ellos y para los que seguimos viajando a la Isla. Un ejemplo: acompañé al Aeropuerto José Martí al poeta Manuel Díaz Martínez y a su esposa Ofelia Gronlier cuando abandonaron para siempre Cuba en medio de una situación muy tensa. Lo que para mí era un gesto de cortesía, para él fue algo más y así lo escribió en su excelente libro de memorias Solo un leve rasguño en la solapa. Y te podría contar muchas más anécdotas parecidas a ésta, pero la brevedad del comentario no lo aconseja. Lo hablaremos en tu próximo viaje a la otra Isla. Con el cariño de siempre, Diego. 

En fin, concluyo por hoy. Un tirano más que desaparece muerto por el simple paso de los años. ¿A cuántos más habrá que soportar? En cualquier caso, descanse en paz. Dejemos a los muertos que entierren a sus muertos (Lucas, 9, 60), y a los vivos con la esperanza de una pronta y definitiva libertad para Cuba y los cubanos.




Fidel Castro entra en La Habana (1 de enero de 1959)



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