miércoles, 23 de septiembre de 2015

[A vuela pluma] Fernando Trueba o el seudoprogresismo de salón y papel cuché



Fernando Trueba


"Ni cinco minutos de mi vida me he sentido español", ha dicho nuestro afamado cineasta, Fernando Trueba, justo en el momento de recibir el Premio Nacional de Cinematografía de manos del ministro de Educación, Cultura y Deportes del gobierno de España. Nada que objetar, por supuesto, a sus declaraciones. Está claro que nadie puede obligar a una persona a sentirse cómoda con su nacionalidad ni con su vida. Sean cuales sean sus razones. Quizá podrían calificarse, en el mejor de los casos, como inoportunas por el momento y lugar elegidos para pronunciarlas. En el peor, como cínicas, por recoger un premio, y su compensación económica, que le otorgan los ciudadanos de un país que él, presume de ello, desprecia.

No tengo más remedio que reconocer que me resulto concernido por la respuesta que su actitud y su discurso ha recibido de otro cineasta español, menos conocido, menos premiado, y como dice el propio autor de la "Carta abierta al director de cine Fernando Trueba", Fernando López-Mirones, menos bueno (cinematográficamente) que él. Me sumo a ella.

Con todo respeto hacia su persona, eso siempre por delante, sus declaraciones me parecen absolutamente desafortunadas; más propias de ese seudoprogresismo de salón y papel cuché tan al uso en ese mundillo artístico en el que el señor Trueba se mueve. Y hablando de artistas, me gustaría suponer que los huesos de Picasso y Buñuel se estarán revolviendo en sus tumbas ante tamaño dislate, ellos, que ni en las peores circunstancias personales, jamás se plantearon renunciar a su condición de españoles. Y eso que Francia les abría sus puertas y su corazón sin pensárselo un momento.

¡Con lo sencillo, honesto y pundonoroso que le hubiera resultado al señor Trueba renunciar al premio (y a su compensación económica), si tan incómoda le resulta su condición de español! Otros muchos españoles, tan significativos o más que el señor Trueba lo han hecho antes, como Javier Marías, al negarse a recibir el Premio Nacional de Literatura, disconforme este no con su nacionalidad, sino con el gobierno que se lo otorgaba.

Lo hecho por Fernando Trueba me lleva a recordar a tres insignes figuras de la cultura europea, sin desdoro alguno para Trueba, mucho más importantes y famosos que él, y presumiblemente en sus antípodas ideológicas: Louis-Ferdinand Céline, Martin Heidegger y Knut Hamsun, en los que cabría ejemplificar eso que se dice sobre el "que puedes ser un genio, un intelectual de prestigio, un gran artista, un escritor excelso, un cualificado puntal en tu profesión, y... un absoluto gilipollas como persona".

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




P.Picasso, L.Buñuel, J.Marías, L.F.Céline, M.Heidegger y K.Hamsun





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lunes, 21 de septiembre de 2015

[Literatura] Un clásico de vez en cuando. Hoy, "Medea", de Eurípides




La historia de Medea en una antigua vasija griega



Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Hoy traigo hasta el blog la obra "Medea", título de una tragedia de Eurípides representada en el año 431 a. C., considerada por muchos como su mejor obra. A pesar de ello solo consiguió el tercer puesto en el concurso de aquel año. El argumento de "Medea" es conocido sobradamente, pero me tomo el atrevimiento de exponerlo de nuevo.

La obra transcurre en la ciudad de Corinto, en la que reina Creonte,  a la que llegan Jasón con su esposa Medea y su hijos huyendo de Yolcos. La trama de la obra se inserta en el ciclo mítico de los Argonautas, quienes comandados por Jasón, parten hasta los confines del mar Negro en busca del vellocino de oro. Medea, hija del rey de la Cólquide, se enamora locamente de él y contribuye decisivamente al éxito de su empresa, actuando sin vacilar en favor de los intereses de Jasón, llegando a asesinar a su propio hermano. De vuelta con Jasón a Yolcos, asesina con artes mágicas al tío de Jasón, Pelias, que le había usurpado el trono en su ausencia, pero tienen que partir al exilio.

Ya en Corinto, Jasón, por razones estrictamente políticas, a pesar de estar casado con Medea, se promete en matrimonio a Glauce, hija del rey Creonte, ante el espanto de Medea, que ve su lecho deshonrado. Creonte, que había planeado el matrimonio, ante el temor de que Medea, sabia y hábil, se vengue, ordena su destierro inmediato. Medea, fingiéndose sumisa, pide un solo día de plazo para salir al destierro. Ese plazo lo aprovecha para realizar unos presentes a Glauce: una corona de oro y un peplo que causan la muerte por el simple contacto. Glauce muere de forma horrible. Tras perpetrar ese horrible crimen, Medea mata a sus propios hijos. Termina la obra con Medea subida en el carro del dios Helios, con quien ya tenía pactada su huida a Atenas, para evitar las iras de la familia de Creonte y de su propio marido Jasón. 

Merece la pena resaltar que a pesar de la terrible venganza de Medea, el personaje sale indemne. Y no solo eso, sino que conforme a la leyenda sobre ella, acaba casada con Egeo, rey de Atenas. Los personajes tratados por Eurípides en Medea ya se mencionan en Homero y Hesíodo, para plasmar el conflicto entre el impulso irracional y el compromiso social, que en ocasiones impone la renuncia a los deseos individuales para adecuarse a las exigencias políticas. Medea, sin embargo, se aferra al amor y los viejos valores de fidelidad sin fisuras. La ciega pasión de Medea le impide asumir la traición de su amado y la empuja a privar a este de su descendencia, fundamento de la integración social en el mundo griego, aun a cambio de perder a sus seres más queridos. La tortura de la duda, previa a la venganza, y el desgarro ante el dolor inminente quedan expresados magistralmente en los monólgos de Medea que salpican la obra. Claro preludio de lo que será el monólogo interior en la literatura del siglo XX. 

El autor de "Medea", Eurípides (480-406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, en Pela, donde murió dos años después. Se cree que escribió 92 tragedias, conocidas por los títulos o por fragmentos, pero se conservan sólo 19 de ellas. Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo a las crueldades de la guerra. Sus obras parecen modernas en comparación con los de sus contemporáneos, centrándose en la vida interna y las motivaciones de sus personajes de una forma antes desconocida para el público griego. 

Su Medea es, junto a su Ifigenia y a la Antígona de Sófocles, una de mis heroínas trágicas favoritas. Cada una por una razón distinta. Ifigenia, por su inocencia y su valor a la hora de afrontar el sacrificio de su propia vida ante la superior causa de los griegos frente a la "bárbara" Troya. La de Medea por su amor apasionado y su sed de venganza ante la traición del amado. Y la de Antígona la dejo para cuando traiga hasta el blog su historia. Espero que disfruten de la belleza de "Medea". Veinticinco siglos después de haber sido escrita aún sigue conmoviendo los espíritus y las almas. Pueden verla en este enlace de RTVE.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



"Medea furiosa" (Eugène Delacroix, 1862)




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domingo, 20 de septiembre de 2015

[Humor & Poesía] Hoy, "Soneto de la granada", de Xavier Villaurrutia




Xavier Villaurrutia



Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "Soneto de la granada", de Xavier Villaurrutia González (1903-1950). Escritor mexicano que cultivó los géneros de poesía, crítica literaria y dramaturgia. Inició sus estudios en el Colegio Francés de la Ciudad de México y en la Escuela Nacional Preparatoria y más tarde en la Facultad de Derecho, que abandonó para dedicarse por completo a las letras. Hizo estudios de teatro en el Departamento de Bellas Artes. Becado en 1935 por la Fundación Rockefeller, estudió arte dramático durante un año en la Universidad de Yale de New Haven, Connecticut, Estados Unidos. Formó parte del grupo llamado Los contemporáneos, que se definían a sí mismos como "grupo sin grupo" y miembro fundador de la revista Contemporáneos. Dirigió, junto con Salvador Novo, la revista Ulises y junto con Rafael López Pérez, Barandal. Inspirado en la obra de López Velarde, pero influido definitivamente por el surrealismo, su obra poética se distinguió por su oscuridad y sus referencias a imágenes de abandono, de desolación, y de una presencia y relación constante con la muerte. En 1928 Villaurrutia publica Dama de Corazones su única novela conocida. Apareció en la revista Ulises dirigida por él mismo y por Salvador Novo. Esta obra es de una extraordinaria lírica, mediante ella Xavier logra transmitir sensiblemente la vida interna de sus personajes. Está influenciada por las lecturas que tenía tanto él cómo sus contemporáneos, siendo referentes entre ellos: Valery, Proust, Apollinaire, Cocteau, Baudelaire, Ramón Jiménez, Machado, Eliot y más destacado André Gide con Viaje Inmóvil y el Hijo Pródigo. Es un contrapunto de lo que se estaba escribiendo en ese entonces en el México sumido en la postrevolución mexicana. A Villaurrutia se le reconoce también por su amplia labor como crítico literario, lo que se refleja en la edición de dos revistas, fundadas junto con Salvador Novo: Ulises (1927-1928) y Contemporáneos (1928-1931). De igual forma, se desempeñó en la traducción de autores al español, entre los que encontramos la obra de Anton Chéjov, William Blake y André Gide.

En cuanto a las viñetas que acompañan al poema, traigo hoy hasta el blog las más recientes y ácidas del dibujante Montecruz, publicadas en el diario La Provincia, de Las Palmas de Gran Canaria. Ácidas viñetas  de acerada crítica política y social sobre la situación del archipiélago, y por ello, universales.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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SONETO DE LA GRANADA

A Alfonso Reyes

Es mi amor como es oscuro
panal de sombra encarnada,
que la hermética granada
labra en su cóncavo muro.

Silenciosamente apuro
mi sed, mi sed no saciada,
y la guardo congelada
para un alivio futuro.

Acaso una boca ajena
a mi secreto dolor
encuentre mi sangre, plena,

y mi carne, dura y fría,
y en mi acre y dulce sabor
sacie su sed con la mía.

Xavier Villaurrutia



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VIÑETAS





























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sábado, 19 de septiembre de 2015

[Reedición] Juan XXIII, mi último papa




El Papa Juan XIII



Mi relación relación afectiva con la Iglesia Católica permanece intacta; mi fe en ella, y en cualquier otra creencia religiosa, comenzó a debilitarse el 3 de junio de 1963 y se rompió abruptamente en una fecha indeterminada de 1969, por razones que no voy a revelar. Ese 3 de junio de 1963, el mismo día que moría en Roma Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII, emprendía yo en tren, con 17 años, mi primer viaje en solitario rumbo a la Academia General Militar en Zaragoza (Aragón). No aprobé el examen de ingreso en la misma, y aquel hecho, bastante pueril en realidad, cambió el rumbo hacia el que yo había planteado mi vida. Creo que para bien.

Cinco años antes, justo el mes que viene hace cincuenta y siete, su elección como papa cambió el rumbo, también, de la Iglesia Católica. No sólo por la convocatoria del Concilio Vaticano II, cuya apertura llegó a presidir, sino por hechos tan significativos como el de ser el primer papa en salir de los muros de San Pedro desde 1870, donde sus antecesores se habían encerrado como protesta por la designación de Roma como capital del Reino de Italia. También fue el primer papa en visitar una por una las parroquias de su diócesis, como obispo de Roma. Y su primera visita fuera del Estado Vaticano fue a una cárcel, la famosa prisión romana "Regina Coeli"... También fue el primero, en 400 años, en reunirse con el arzobispo anglicano de Canterbury... Son solo gestos, pero significativos... Y luego, su inmensa sonrisa, siempre franca y abierta... Fue mi último papa...

En mis 69 años de vida he conocido siete papas en el trono del Estado de la Ciudad del Vaticano. Del antecesor de Juan XXIII, Pio XII, guardo la imagen de un hombre de perfil pétreo, siempre adusto y serio en sus fotos, del que más tarde se supieron hechos que ponían en entredicho su pontificado. De su sucesor, Pablo VI, tengo mejor recuerdo. Sobre todo de su trascendental discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, que dijo en francés, y que seguí con gran interés por televisión; de su impulso al Concilio Vaticano II, que culminó; de su enfrentamiento público con el régimen franquista, que yo no entendí bien hasta más tarde. Le sucedió en el trono Juan Pablo I, de cuyo efímero reinado algunos han querido hacer una novela de misterio, y del que pienso que pudo ser, si la Fortuna le hubiera dejado vivir, un gran bien para la Iglesia y el mundo. Con Juan Pablo II, su sucesor, reconozco que nado contra corriente: todo su reinado me parece negativo para la Iglesia; derribó con alevosía y premeditación todo lo proyectado por el Concilio; cerró las puertas de la iglesia a cal y canto a cualquier posibilidad de reforma; se obsesionó con el sexo como si la virginidad fuera la virtud más excelsa del cristiano; pero fue también un gran comunicador y un excelente actor, que supo convertir su muerte en el mayor espectáculo de masas de la historia. De su sucesor, Benedicto XVI no tengo mucho que decir, y aunque esperaba poco de él dada su condición anterior de Inquisidor General durante el mandato de su antecesor, reconozco que tuvo gestos dignos de respeto; sobre todo el último, su abdicación y su silencio posterior, que le honran y enaltecen. Y del actual, el papa Francisco, no sé que decir. Me desconcertó su elección, aunque al parecer era uno de los candidatos predilectos del Espíritu Santo, y me alegré de la misma al ver sus primeros gestos, y los que le siguieron. Se sabe que la Curia romana (el gobierno de la Iglesia Católica) es un monstruo de mil cabezas difícil de controlar y menos aun de dominar, y que los tiempos en esta santa institución se miden por siglos y no por años. Pero quizá un poco más de decisión, a fin de cuentas el papado es el paradigma de la monarquía absoluta, en pasar de las palabras y los gestos a las normas legales concretas, no vendría mal. Por ejemplo, convocando un nuevo Concilio, que no solo democratizara a la Iglesia Católica definitivamente, sino que pusiera muchos de sus dogmas a la altura de los tiempos, y a sus agentes, al servicio indeclinable de los fieles y de todos los hombres, sobre todo de los más humildes y necesitados.

La reedición de esta entrada, publicada originariamente hace ya siete años, lo ha propiciado la relectura de un artículo publicado en su día en el diario El País, titulado "El día que Juan XXIII cenó aparte", escrito por Hilari Raguer, historiador y monje benedictino en Montserrat, con motivo del cincuentenario de la elección como papa de Juan XXIII. Espero que me perdonen la digresión de hoy, por lo personal de ella y de los juicios emitidos, y que la disfruten.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



Basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano)




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[Humor & Poesía] Hoy, "La durmiente", de José Somoza




Palacio de los Duques de Alba (Piedrahita, Ávila, Castilla y León)



Es muy posible que a algún purista le parezca una blasfemia lo que pretendo hacer durante unas semanas: unir en la misma entrada algunos de los más bellos sonetos de amor y a mis viñetistas cotidianos preferidos. Bien, pues lo siento por los puristas, pero un servidor piensa que hay pocas cosas en la vida más serias que el amor y el humor, así pues, ¿por qué no juntarlos?  Todo ello sin mayores pretensiones, aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio un soneto de amor y unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social y realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. En cualquier caso, espero que sean de su agrado. 

El soneto es una composición poética compuesta por catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica, que se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos y dos tercetos. En el primer cuarteto suele presentarse el tema de la composición, tema que el segundo cuarteto amplifica. El primer terceto reflexiona sobre la idea central expresada en los cuartetos. El terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo desatado por los versos anteriores. De Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue también cultivado por los poetas del "dolce stil nuovo" (siglo XIII). A través de la influencia de Petrarca, el soneto se extiende al resto de literaturas europeas.

Continúo hoy la serie de sonetos de amor con el titulado "La durmiente", de José Somoza y Muñoz (1781-1852). Poeta, escritor y político liberal español. De familia burguesa acomodada, estudió en Ávila y Salamanca. Soltero, vivió casi siempre aislado, en la localidad castellano-leonesa de Piedrahita, con esporádicos viajes a Madrid, donde se relacionó con amigos de su padre como Juan Meléndez Valdés, Manuel José Quintana, Melchor Gaspar de Jovellanos, y Francisco de Goya. Volteriano, aunque virtuoso, y liberal, tomó las armas en 1808 contra los franceses, pero se quedó en su pueblo para no abandonar a su hermano enfermo cuando estos lo invadieron. No fue afrancesado ni acepto el cargo de prefecto que por influencia de Meléndez Valdés y de Cabarrús le fue nombrado ofrecido, pero tampoco se marchó a Cádiz ante el avance francés, sino que siguió en Piedrahita cuidando de su hermano enfermo. Finalizada la Guerra de la Independencia fue detenido y llevado a Madrid aunque se sobreseyó la causa. Fue jefe político de Ávila (gobernador de la provincia) durante el Trienio Liberal (1820-1823), cargo al que renunció. Al final del trienio liberal fue encarcelado junto a su hermano en Ávila. En la Década Ominosa (1823-1833) fue de nuevo perseguido por sus ideas liberales y encarcelado durante siete años. Fue procurador en Cortes por Ávila (1834-1836) y diputado a las Constituyentes de 1836-1837 y 1839, y presidente de la diputación provincial de Ávila entre 1834 y 1836.  En 1850 sostuvo una polémica con el arcipreste de Piedrahíta y el obispo de Ávila sobre sus escritos, por lo que, a su muerte, dos años después, no recibió los sacramentos y se le quiso negar la sepultura eclesiástica. Sus Poesías pueden considerarse pertenecientes a la escuela neoclásica salmantina. Destacan sus cuadros costumbristas, que preceden cronológicamente incluso a los de Ramón Mesonero Romanos; pero solo se publicaron con posterioridad a instancias de éste en el Semanario Pintoresco Español. Fue un hábil narrador de anécdotas y un gran evocador de costumbres pasadas, en los que revela un agudo sentido social. Dejó también dos importantes novelas históricas, "El bautismo de Mudarra y El capón (1842), y compuso una serie de libros de contenido vario, interesantes para reconstruir la vida de un librepensador aislado y perseguido.

En cuanto a las viñetas, hoy traigo de nuevo hasta el blog el humor suave del dibujante Ros. Todas ellas han sido publicadas recientemente en el diario El País.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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LA DURMIENTE

La luna mientras duermes te acompaña,
tiende su luz por tu cabello y frente,
va del semblante al cuello, y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.

Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña
hoy velo, lloro, y ruego inútilmente,
el curso de la luna refulgente,
dichoso he de seguir o amor me engaña.

He de entrar cual la luna en tu aposento,
cual ella al lienzo que en tu faz reposa,
y cual ella a tus labios acercarme;

cual ella respirar tu dulce aliento,
y cual el disco de la casta diosa,
puro, trémulo, mudo, retirarme.

José Somoza



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VIÑETAS DE ROS





















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viernes, 18 de septiembre de 2015

[De libros y lecturas] "Inquisidores 2.0", de Plácido Fernández-Viagas








No suelo comentar libros que no he leído salvo casos excepcionales. Este es uno de ellos. Me refiero al titulado "Inquisidores 2.0. El sueño del robot o el fraude de la libertad de información" (Ed. Almuzara, Córdoba, 2015), escrito por el magistrado, jurista y profesor universitario Plácido Fernández-Viagas, y reseñado magníficamente por el arquitecto y crítico cultural Pedro Torrijos en Revista de Libros en un artículo titulado "El espejismo individual, o el monstruo borroso de la Inquisición contemporánea", que pueden leer íntegramente en el enlace anterior. Esta entrada no es continuación intencionada de la publicada en el blog hace unos días con el título "La envidia", pero ambas ganan en claridad si se las pone en relación. 

La novia de América, dice Pedro Torrijos al inicio de su reseña ya no habla con nadie. Jennifer Lawrence aún no ha cumplido veinticuatro años y ya ha sido distinguida con un Óscar de Hollywood. Es universalmente famosa, pero su actitud es la misma que la de cualquier otro joven. La del cualquier persona normal. Pero desde hace unos meses apenas aparece en público ni concede entrevistas ni habla con la prensa, lo cual, en la sociedad contemporánea, significa poco menos que renunciar a la existencia. Y todo porque en septiembre de 2014 un hacker robó una serie de fotografías en las que la actriz aparecía desnuda. Eran imágenes privadas, pero al poco tiempo aparecieron públicamente por todos los confines de la Red. Por todos los confines del mundo. La reacción de la sociedad consistió en algo frecuente: la culpabilización de la víctima. Si no hubiese subido las imágenes a la Nube, nadie las habría encontrado. Si no se hubiese hecho las fotografías, no existirían. Lo cual, paradójicamente, se enfrenta de manera frontal a la cultura de la total transparencia en que vivimos. 

A menudo se ha escrito, continúa diciendo el articulista, sobre la dicotomía entre las dos grandes novelas distópicas del siglo XX: "1984" y "Un mundo feliz", entre el Estado fascista de George Orwell, que uniformiza a sus súbditos en un sistema vertical clásico, y la civilización que describía Aldous Huxley, una masa autoanestesiada a través del ocio, la química y, en esencia, la búsqueda de una felicidad sin propósito, de un bienestar adormecido. El libro de Plácido Fernández-Viagas, añade, no apuesta por ninguno de los dos planteamientos, sino que los encaja y los enlaza y los amalgama en una suerte de pacto flotante como manera de definir la realidad del siglo XXI, porque "Inquisidores 2.0" es un ensayo exhaustivo y muscular, pero también es conscientemente nebuloso en respuesta a la nebulosa conformación de la sociedad contemporánea.

En menos de ciento setenta páginas de robusta erudición, añade Torrijos, el libro de Fernández-Viagas nos bombardea con conceptos y explicaciones, con más de ciento cincuenta citas y referencias que se agregan y se yuxtaponen y se fragmentan, y a veces se apoyan y otras se contradicen para, finalmente, generar una tesis que no se afirma con rotundidad lineal. Según el autor, el pilar de la realidad occidental contemporánea es la libertad de información. Lógicamente, la libertad de pensar como uno quiere y de expresarse como se piensa sólo tiene cabida dentro de la democracia, el sistema que posibilita que, en efecto, las ideas puedan competir en igualdad y ser sustituidas unas por otras. De hecho, como garante democrático, la libertad de información pronto se convierte en mecanismo de control inverso: en herramienta de crítica a los poderes públicos y que desemboca en la igualdad. «Tous les Hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits», que decía la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1798. Pero, ¿somos todos en verdad iguales? Pues en realidad sí, pero probablemente no tal y como lo concibieron los diputados de la Asamblea Nacional Constituyente.

La transparencia, raíz de la libertad de información, sigue dicienco, es muy anterior a la Revolución Francesa. De hecho, tiene que ver con la consciencia medieval de la muerte. La muerte en la Edad Media, especialmente la venida a través de pestes y plagas, no se contempla como una situación natural o un accidente extraño, sino como un castigo divino a los pecados. Había que estar vigilante contra los enviados del Diablo. Y la Inquisición y el reformismo puritano lo supieron estar. Así, los calvinistas abrazaron con vigor el concepto de transparencia, lo que explicaría la obsesión de los ciudadanos de Ginebra, que descolgaron sus cortinas haciendo ostentación de que todo lo que ocurría en sus casas podía contemplarse sin cortapisas. Si el alma es pura, nada tiene que esconder. Pero ningún alma es lo suficientemente pura: todas albergan algún secreto, algún pudor o alguna vergüenza. Y cuanto más enseñaban, más fomentaban la penetración del ojo inquisidor, que tomaba mil formas, desde el mismo estamento oficial o eclesiástico hasta la pura ciudadanía.

El concepto de transparencia, continúa, bucea durante la historia como elemento catalizador de la comprensión del mundo y, tras la llegada de la Ilustración, se transforma para seguir resistiendo en el corazón del nuevo modelo. Una vez sustituida la imposición divina por el imperio del Hombre, centro de la sociedad posmedieval y revolucionaria, han pasado los siglos y la idea de transparencia ha sobrevivido hasta nuestros días. Modificada pero con el mismo o mayor poder que hubiere tenido. La libertad de información se presenta como una máxima de la civilización democrática contemporánea, pero no nos hemos dado cuenta de que se ha convertido en ese fraude que Fernández-Viagas sitúa como uno de los subtítulos de su ensayo. «Uno de los grandes instrumentos históricos en la lucha contra el Antiguo Régimen está siendo utilizado ahora como medio para destruir las reputaciones ajenas», afirma. En efecto, los medios de comunicación, aun conservando parte de su necesaria actividad como crítica del poder, con frecuencia están movidos por la envidia o el revanchismo interesado, cuando no por el puro chisme y el cotilleo. Sabemos que las personas distinguidas y sobresalientes son, en el fondo, iguales que nosotros. Igual de vulgares y corrientes. Igual de sucias. Pero queremos que nos lo digan. Queremos verlo. Queremos que todos lo vean. Y disfrutamos con ello. No en vano, las noticias más leídas y con mayor número de clics en los periódicos digitales –esto es, las que más beneficio económico reportan– a menudo son las relacionadas con el chismorreo.

Haciendo gala de la libertad de información, añade, el ojo de los medios es implacable, incontenible y no rinde cuentas. Si escarbando en lo más profundo de nuestra intimidad no consiguieran encontrar nada, buscarán en la de nuestra pareja, y después en la de nuestra familia, amigos, allegados y conocidos. Además, la injuria aparece a cinco columnas en la primera plana, pero la rectificación apenas ocupa la esquina de una página par, con las consecuencias que ello comporta para los afectados. Bill Clinton fue un buen presidente de Estados Unidos, o quizá fue un mal presidente de Estados Unidos, pero siempre estará asociado al caso Monica Lewinsky. Albert Einstein era un genio, sí, pero abandonó a su familia. En una reciente entrevista, Jennifer Lawrence, cuya única culpa es la de existir, afirmaba sentir miedo por el futuro de su carrera como actriz.

Se diría entonces, dice más adelante, que los diferentes, los famosos y los notables tienen menos derecho a la intimidad que el resto de los ciudadanos. Que los medios de comunicación, con nuestra propia connivencia, se lo han –se lo hemos– arrebatado. Pero Fernández-Viagas opina que no. Que todos hemos perdido el derecho a la intimidad porque todos hemos perdido la propia intimidad. Y con ella, la individualidad. En el siglo XXI, la aparición de la Red 2.0 y su camino bidireccional de la información está acabando con la individualidad. 

Ya no se trata de, añade, que por envidia, necesitemos saber que los brillantes y los más dotados son tan vulgares como nosotros: es que todos somos exactamente iguales a todos. El problema es que esta vigilancia perenne destruye el comportamiento individual. Como somos animales sociales, nadie quiere destacar por arriba ni por abajo por miedo a ser repudiado y, al final, ni siquiera actuamos de acuerdo con nuestros propios deseos o motivaciones íntimas. Actuamos como los demás esperan que actuemos. Como nosotros esperamos que actúen los demás. Todos nos hacemos selfies con palos para selfies y sonreímos en todas nuestras fotografías que ven todos los demás. No hay motivaciones íntimas porque la intimidad ha desaparecido. El puritanismo ha vencido gracias a las redes sociales y la nueva Inquisición es una máquina global y multicéfala de la que todos somos cómplices y partícipes. No hay más que atender a las últimas informaciones vertidas en prensa para darnos cuenta.

Según la hipótesis –y no olvidemos que sólo es una hipótesis– de Fernández-Viagas, continúa diciendo, el proceso de sustitución del Hombre por una entidad social superior está viviéndose en este preciso momento. Para justificarlo, alude a la pérdida de la individualidad y la dignidad como herramienta evolutiva de la sociedad. Además, como la Red 2.0 genera un flujo bidireccional de la información y también de la vigilancia, todos los seres humanos, también los anónimos, acabamos siendo instrumentos de ese proceso pretendidamente evolutivo de la desindividualización.

¿Y por qué haríamos tal cosa?, concluye por preguntarse y preguntarnos el comentarista. ¿Cuál es el mecanismo que nos convierte en enemigos de nuestra propia naturaleza individual como seres humanos? Según el autor, vivimos presos de la búsqueda de la felicidad. Desde que la ciencia abole la superstición e introduce el concepto de progreso, aceptamos que los cambios son consecuencia del avance hacia un objetivo último y mejor. La misma ciencia ha eliminado casi por completo la antigua visión de la enfermedad y la muerte. Sin estas amenazas, el ser humano tendría que preocuparse únicamente de la felicidad. De su felicidad. Y un hombre es más feliz cuando ha eliminado las preocupaciones. Ya ni siquiera tenemos miedo a que descubran nuestros secretos ocultos, porque no los tenemos. Porque «Ser como todo el mundo nos libera del trabajo de pensar». Al diferente no se le ve como un enemigo, sino como un enfermo; como alguien que ha renunciado al bienestar y al que, por cierto, puede curársele. Hemos interiorizado psicológicamente la uniformidad como mecanismo de felicidad. El texto afirma que vamos camino de convertirnos en robots felices, si es que no lo somos ya. Si aceptamos que tan solo somos engranajes de una máquina social en evolución, estamos abocados a nuestra desaparición real como individuos independientes. Poco importarán nuestras actuaciones, nuestras reflexiones o, incluso, que nos avisen y tengamos plena consciencia de ello. Estaríamos destinados a desaparecer disueltos en un cerebro colectivo, por mucha resistencia que ofreciésemos. Y, en segundo lugar, porque la hipótesis que plantea el ensayo no tiene verdadera base científica o sociológica más allá de las elucubraciones que, con notable elocuencia, eso sí, plantea el autor. 

Espero leer "Inquisidores 2.0", el inquietante libro de Plácido Fernández-Viagas, en la primera oportunidad que tenga. Lo más pronto posible... De momento ya lo he pedido a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas. Ya les contaré.

P.S.: Ya lo he leído, y confieso que me ha parecido más fascinante, y aterrador, de lo que pensaba. Para nuestra desgracia, creo que su autor tiene toda la razón en su profética denuncia. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 





Plácido Fernández-Viagas




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miércoles, 16 de septiembre de 2015

[Literatura] Cuentos para la edad adulta. Hoy, "Vendrán las lluvias suaves", de Ray Bradbury








El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos.

Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... Espero que los disfruten.

Hoy continúo la serie con "Vendrán las lluvias suaves", de Ray Douglas Bradbury (1920-2012). Escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia ficción. Principalmente conocido por su obra "Crónicas marcianas" (1950) y "Fahrenheit 451" (1953). Ha escrito cuentos y novelas de diversos géneros desde el policial hasta el realista y costumbrista, pero se le conoce como escritor de ciencia ficción. También trabajó como guionista en numerosas películas y series de televisión, entre las que cabe destacar su colaboración con John Huston en la adaptación de Moby Dick. Se consideraba a sí mismo «un narrador de cuentos con propósitos morales». Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica, desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». Un clima poético y un cierto romanticismo son otros rasgos persistentes en la obra de Ray Bradbury, si bien sus temas están inspirados en la vida diaria de las personas. Por sus peculiares características y temáticas, su obra puede considerarse como exponente del realismo épico, aunque nunca la haya definido de este modo. Siempre se declaró como escritor de fantasía, no de ciencia ficción, y que su única novela de ciencia ficción es "Fahrenheit 451". En mis obras -dejó dicho- no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Para él, los intelectuales, ya fueran de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




Ray Bardbury





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martes, 15 de septiembre de 2015

[Pensamiento] La envidia




Dibujo de José Luis Ágreda para El País 



Para los creyentes cristianos la envidia es uno de los siete pecados capitales. Y por supuesto, el pecado nacional por antonomasia de los españoles. Pero también la envidia puede ser el maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. Esa, al menos, es la opinión de Borja Vilaseca, psicólogo, profesor universitario y escritor, en un interesante artículo de hace unos años en El País, titulado "La envidia y el síndrome de Solomon". En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro, decía en él. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.

El artículo del profesor Borja Vilaseca, que pueden leer íntegramente en el enlace de más arriba, recreaba el experimento que, en 1951, el famoso psicólogo estadounidense Solomon Asch realizó en un instituto de secundaria estadounidense. Oficialmente se trataba de una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.

Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.

La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.

Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les pre­­guntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.

En la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría. 

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.

Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. ¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




Borja Vilaseca



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