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sábado, 29 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Teólogos. (Publicada el 21 de agosto de 2009)






En mi penúltima entrada del blog prometí comentar "Verdad controvertida. Memorias" (Editorial Trotta, Madrid, 2009), del teólogo suizo Hans Küng, cuya lectura de 764 páginas acababa de concluir, y que abarcan el período 1968-2008. Al final de su libro anuncia el deseo de afrontar una tercera y definitiva entrega de las mismas, si Dios quiere, que espero poder disfrutar.

No es, evidentemente, un libro de Teología (la ciencia que trata de Dios, sus atributos y perfecciones), pero son las memorias de un teólogo, y la teología surge a cada paso de las mismas. Ya comenté en la entrada citada como llegué a sentir la profunda admiración que tengo por Hans Küng por su forma de entender el mensaje cristiano y presentarlo al hombre de hoy, su honestidad y su valentía. No voy a reiterarme en ello.

Este segundo tomo de las Memorias que comento ahora abarca un período de cuarenta años de la vida de su autor, y en él pueden rastrearse los hitos que le llevaron a la publicación de obras tan fundamentales de la teología cristiana como "Ser cristiano" (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974), "¿Existe Dios?" (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1978), o "¿Infalible? Una pregunta" (Editorial Herder, Buenos Aires, 1971), pero asimismo los avatares de su larguísimo período de docencia, que aún continúa, en la Universidad alemana de Tubinga y una exposición detallada de sus estudios, conferencias y viajes por todo el mundo.

Pero es también el relato pormenorizado de un enfrentamiento con la jerarquía romana, que se inicia con el papa Pablo VI una vez finalizado el concilio Vaticano II, a cuenta de la prohibición de los anticonceptivos, la oposición al celibato opcional de los clérigos, o la reiteración de la infalibilidad pontificia como dogma. Esos serán sus tres grandes caballos de batalla con la Congregación para la Doctrina de la Fe (la Inquisición contemporánea) romana, y los que acabarán por acarrearle la prohibición de enseñar Teología católica en el seno de la iglesia, en sentencia dictada contra él en plena Semana Santa de 1980 por el papa Juan Pablo II.

Contra lo que pueda parecer, este segundo libro de sus Memorias no es un ajuste de cuentas especialmente centrado con quien fuera compañero suyo en las tareas docentes de la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger (el hoy papa Benedicto XVI), aunque las críticas al mismo y sus posicionamientos teológicos sean constantes, sino más bien y sobre todo, contra la Curia romana, el gobierno de la Iglesia, a los que acusa sin ambages de tener secuestrados a los papas.

De éstos, de los obispos y cardenales de la Curia, llega a decir que Dios les trae absolutamente sin cuidado pues lo único que les importa es "su" Iglesia; o que la obediencia que se predica en su seno (el de la Iglesia) no es a Dios o la propia conciencia sino al del señor Obispo. Sobre el trato dado a los teólogos potencialmente disidentes, añade una observación crucial: dice que a la Curia romana le trae absolutamente sin cuidado lo que éstos personalmente crean siempre que, al menos, estén callados (en "silentium obsequio-sum": en obediente silencio) especialmente si se refieren al Sumo Pontífice.

Muy crítico con los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II, por motivos muy distintos, el uno del otro (del segundo viene a decir que sus gestos de humildad eran puro teatro de cara a la galería mediática, y del primero, que se dejó manipular por la Curia), con el Opus Dei es de una dureza inusitada. Llega a calificarlo de organización secreta católico-fascista, deseosa de hacer olvidar el concilio Vaticano II, de reclutar a sus miembros con dudosos procedimientos, de exhortarlos a desdeñar la sexualidad, mortificarse y menospreciar a las mujeres, y sobre todo, de perseguir el poder absoluto en el seno de la Iglesia. No mejor parado sale su fundador, monseñor Escrivá de Balaguer, canonizado por Juan Pablo II en un tiempo récord haciendo caso omiso, añade, de los testimonios críticos y saltándose las normas eclesiásticas, a quien califica de hombre despótico.

¿Ha cambiado mucho la posición de la Iglesia en tan controvertidas cuestiones como las reseñadas con el papa Benedicto XVI? No puedo opinar con veracidad porque este mundo de la iglesia me resulta bastante ajeno, pero por lo que observo, leo y escucho, tengo la impresión de que no. Esa es la impresión de muchos teólogos, y en concreto, entre otros, la del periodista y teólogo español Juan Arias, de quien reproduzco más adelante su artículo "¿Por qué la Iglesia teme a los diferentes?" publicado en El País el pasado 8 de agosto. Espero que les resulte interesante. HArendt



El papa Benedicto XVI



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





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sábado, 19 de septiembre de 2015

[Reedición] Juan XXIII, mi último papa




El Papa Juan XIII



Mi relación relación afectiva con la Iglesia Católica permanece intacta; mi fe en ella, y en cualquier otra creencia religiosa, comenzó a debilitarse el 3 de junio de 1963 y se rompió abruptamente en una fecha indeterminada de 1969, por razones que no voy a revelar. Ese 3 de junio de 1963, el mismo día que moría en Roma Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII, emprendía yo en tren, con 17 años, mi primer viaje en solitario rumbo a la Academia General Militar en Zaragoza (Aragón). No aprobé el examen de ingreso en la misma, y aquel hecho, bastante pueril en realidad, cambió el rumbo hacia el que yo había planteado mi vida. Creo que para bien.

Cinco años antes, justo el mes que viene hace cincuenta y siete, su elección como papa cambió el rumbo, también, de la Iglesia Católica. No sólo por la convocatoria del Concilio Vaticano II, cuya apertura llegó a presidir, sino por hechos tan significativos como el de ser el primer papa en salir de los muros de San Pedro desde 1870, donde sus antecesores se habían encerrado como protesta por la designación de Roma como capital del Reino de Italia. También fue el primer papa en visitar una por una las parroquias de su diócesis, como obispo de Roma. Y su primera visita fuera del Estado Vaticano fue a una cárcel, la famosa prisión romana "Regina Coeli"... También fue el primero, en 400 años, en reunirse con el arzobispo anglicano de Canterbury... Son solo gestos, pero significativos... Y luego, su inmensa sonrisa, siempre franca y abierta... Fue mi último papa...

En mis 69 años de vida he conocido siete papas en el trono del Estado de la Ciudad del Vaticano. Del antecesor de Juan XXIII, Pio XII, guardo la imagen de un hombre de perfil pétreo, siempre adusto y serio en sus fotos, del que más tarde se supieron hechos que ponían en entredicho su pontificado. De su sucesor, Pablo VI, tengo mejor recuerdo. Sobre todo de su trascendental discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, que dijo en francés, y que seguí con gran interés por televisión; de su impulso al Concilio Vaticano II, que culminó; de su enfrentamiento público con el régimen franquista, que yo no entendí bien hasta más tarde. Le sucedió en el trono Juan Pablo I, de cuyo efímero reinado algunos han querido hacer una novela de misterio, y del que pienso que pudo ser, si la Fortuna le hubiera dejado vivir, un gran bien para la Iglesia y el mundo. Con Juan Pablo II, su sucesor, reconozco que nado contra corriente: todo su reinado me parece negativo para la Iglesia; derribó con alevosía y premeditación todo lo proyectado por el Concilio; cerró las puertas de la iglesia a cal y canto a cualquier posibilidad de reforma; se obsesionó con el sexo como si la virginidad fuera la virtud más excelsa del cristiano; pero fue también un gran comunicador y un excelente actor, que supo convertir su muerte en el mayor espectáculo de masas de la historia. De su sucesor, Benedicto XVI no tengo mucho que decir, y aunque esperaba poco de él dada su condición anterior de Inquisidor General durante el mandato de su antecesor, reconozco que tuvo gestos dignos de respeto; sobre todo el último, su abdicación y su silencio posterior, que le honran y enaltecen. Y del actual, el papa Francisco, no sé que decir. Me desconcertó su elección, aunque al parecer era uno de los candidatos predilectos del Espíritu Santo, y me alegré de la misma al ver sus primeros gestos, y los que le siguieron. Se sabe que la Curia romana (el gobierno de la Iglesia Católica) es un monstruo de mil cabezas difícil de controlar y menos aun de dominar, y que los tiempos en esta santa institución se miden por siglos y no por años. Pero quizá un poco más de decisión, a fin de cuentas el papado es el paradigma de la monarquía absoluta, en pasar de las palabras y los gestos a las normas legales concretas, no vendría mal. Por ejemplo, convocando un nuevo Concilio, que no solo democratizara a la Iglesia Católica definitivamente, sino que pusiera muchos de sus dogmas a la altura de los tiempos, y a sus agentes, al servicio indeclinable de los fieles y de todos los hombres, sobre todo de los más humildes y necesitados.

La reedición de esta entrada, publicada originariamente hace ya siete años, lo ha propiciado la relectura de un artículo publicado en su día en el diario El País, titulado "El día que Juan XXIII cenó aparte", escrito por Hilari Raguer, historiador y monje benedictino en Montserrat, con motivo del cincuentenario de la elección como papa de Juan XXIII. Espero que me perdonen la digresión de hoy, por lo personal de ella y de los juicios emitidos, y que la disfruten.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



Basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano)




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martes, 18 de agosto de 2015

[A vuelapluma] ¿La jerarquía católica española es de este mundo?




El papa Francisco



Desde que Agustín de Hipona (354-430 d.C.) escribiera "La Ciudad de Dios", los cristianos saben que en la lucha secular que se dirime en el mundo entre la Ciudad Celestial (la Iglesia) y la Ciudad Pagana (el Estado o la Sociedad), solo habrá un ganador final, y ese ganador es la Iglesia. Lógicamente eso da una enorme fuerza y esperanza a los creyentes en que todas las penalidades de esta vida tendrán una feliz recompensa eterna. Es la misma esperanza y fuerza que el marxismo, una religión secular, dio a los parias del mundo a la espera de esa sociedad sin clases y sin Estado cuya consecución se emplaza para un momento sine díe que no sabemos si llegará.

Aunque los tiempos en la iglesia católica se miden por siglos y no por años, la llegada al trono pontificio de Jorge María Bergoglio, el 265 sucesor de Pedro al frente de la iglesia bajo el nombre de Francisco haya levantado una enorme expectación por su acercamiento y sensibilidad a los problemas reales y no solo espirituales del mundo, las soluciones se vislumbran lejanas y las esperanzas de cambio remotas. Y en defensa de la la ortodoxia más estricta se destaca, como no, una buena parte de la jerarquía católica española, tan anclada en su pasado de privilegios, que más que de este mundo, parecen extraterrestres. Las zancadillas, discretas como no (peligra el puesto y eso sí que sería malo para ellos, aunque siempre tengan asegurado su rinconcito en el cielo) al papa Francisco, son continuas. Eso sí, esas críticas se hacen siempre a-o-por persona interpuesta pues ninguno se atrevería a enfrentarse directamente al jefe, más o menos como ocurre en la sociedad civil, es decir, en la Ciudad Pagana que tan bien describió Agustín de Hipona.

En una crónica que hoy escribe en El País el periodista Juan G. Bedoya, se da cuenta de la andanada que dos obispos españoles, en concreto los de San Sebastián, José Ignacio Munilla, y de Getafe, José Rico Pavés, le sueltan estos días al sacerdote Pablo D'Ors, nombrado por el papa Francisco consejero del Pontificio Consejo de la Cultura, al que acusan lisa y llanamente de hereje.

D'Ors, madrileño, de 52 años, es nieto del ensayista Eugenio D’Ors y estudió teología y filosofía en Nueva York, Praga, Viena y Roma. Sacerdote desde 1991, ejerció en una misión claretiana de Honduras y ahora está incardinado en el arzobispado de Madrid. Quienes jalean en medios religiosos muy conservadores las tesis de Rico Pavés y Munilla están reclamando que intervenga en contra del sacerdote su arzobispo, Carlos Osoro, y, sobre todo, la Conferencia Episcopal, de la que Osoro es vicepresidente. Las voces que reclaman un castigo, dice el autor de la crónica, están condenadas al fracaso si la Conferencia Episcopal se atiene a lo indicado por Francisco para estos casos, aconsejando prudencia y comprensión. 

Y todo eso, porque hablando de los sacramentos, Pablo d’Ors sostiene que para que puedan significar algo, los sacramentos han de entenderse, al menos en alguna medida. De lo contrario, añade, no sacramentalizan nada, que es lo que sucede hoy en nuestros templos. Nadie entiende nada, concluye. A lo que más me recuerdan nuestras misas es al teatro del absurdo de Beckett.

Suena fuerte, desde luego, pero no está nada mal que la Santa Madre Iglesia Católica comience a asumir que la "iglesia" no es una finca privada de la jerarquía sino que está al servicio de los fieles, al igual que el Estado no es propiedad de los gobiernos sino de los ciudadanos. Y sobre el triunfo final en la lucha entre la Ciudad Celestial y la Ciudad Pagana, pues la verdad es que queda tan lejos que no merece la pena preocuparse por ello.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Pablo D'Ors





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Todo poder corrompe y el poder absoluto, de forma absoluta (Lord Acton)

lunes, 7 de octubre de 2013

Un evidente desasosiego y cansancio....


Los lectores asiduos de este blog me han oido hablar otras veces de un evidente desasosiego y cansancio que me invade y se repite cíclicamente y que se manifiesta en un agostamiento de ideas, reiteración de temas y repeticiones voluntarias. Estoy cansado... Son siete años seguidos rellenando líneas en el procesador de textos, apostillando con mejor o peor arte y fortuna comentarios y visiones del mundo y de su acontecer desde la atalaya de esta pequeña islita en medio del Atlántico, a cuatro grados del trópico de Cáncer.

Pero de vez en cuando se produce una convergencia de noticias y sucesos que me animan a ponerme ante la pantalla de mi portátil dejando de lado ese hastío del que hablaba al comienzo. Hace unos instantes he firmado una petición que está circulando hoy por las redes sociales solicitando a la conferencia episcopal, a través del papa Francisco, que la iglesia española pida perdón públicamente por el apoyo dado al régimen franquista y a la represión que siguió a la guerra civil. La he firmado porque me parece un acto de justicia.

Sobre la curia episcopal española habría que hablar largo y tendido. Desde luego, la palabra perdón no la pronuncian con excesiva frecuencia. Más bien todo lo contrario: se pasan el día largando andanadas y condenando al fuego eterno a quienes no comulgan con sus doctrinas. Afortunadamente, ese fuego ya no quema, pero no deja de ser molesta tanta desfachatez. No es extraño que de vez en cuando salga alguien con autoridad moral suficiente que les responde con claridad y pone las cosas en su sitio. Fue el caso del editor romano y profesor de filosofía Paolo Flores D'Arcais que en un artículo titulado "A Su Eminencia el cardenal Rouco Varela", en octubre de 2008, rebatía a monseñor unas declaraciones suyas ante el Sínodo de los Obispos reunido en Roma, en las que volvía a acusar al laicismo de querer hacer realidad la dictadura del relativismo ético a cuenta de propuestas como la regulación de la eutanasia. Lo irónico de todo este asunto, decía Flores D'Arcais, es que se hable de un Dios que es amor para obligar a los condenados a muerte por una enfermedad terminal a sufrir horas, días, semanas e incluso meses una tortura a la que su libertad desearía poner fin. Es un amor verdaderamente extraño éste que se atribuye a Dios, concluye, si no fuera porque al atribuir a Dios una crueldad semejante, demuestran ser los herederos -claramente no arrepentidos-, no de Francisco de Asís, sino del inquisidor Torquemada. ¿Pedirá alguna vez la Iglesia paz, piedad y perdón, como Manuel Azaña, por los sufrimientos que ha infligido a tantos inocentes durante dos mil años de existencia? Tengo mis dudas... 

Por esas mismas fechas publicaba el escritor y diplomático José María Ridao un brillante artículo, "El silencio de Azaña", glosando las emotivas palabras que el presidente de la República española, Manuel Azaña, pronunciara en Barcelona en plena guerra civil pidiendo a los españoles "paz, piedad, perdón". Pero no pudo ser: fue su último mensaje a un pueblo en plena vorágine fratricida. Y se preguntaba Ridao, con cierta angustia, que fue lo que el presidente de la República quiso decir a los españoles con su invocación, y si la invocación al "perdón" no pretendía hacer justicia a las víctimas inocentes de los desmanes de los tribunales populares republicanos. Ahora que unos hablan de "revancha" y otros de "procesos inquisitoriales" a cuenta de la Memoria Histórica, pienso que conviene mirar lo que está ocurriendo como simple afán de hacer justicia y no venganza. Y el emotivo artículo de Ridao creo que pone perspectiva y mesura en su tratamiento. Es lo que personalmente vengo defendiendo desde siempre: todos fueron víctimas y todos fueron responsables, aunque cueste admitirlo.

Y unos días antes el filósofo y profesor de la Universidad de Zaragoza Daniel Innerarity, había escrito también un artículo titulado "El retorno de la incertidumbre", en el que desde un punto de vista más filosófico que político o económico, examinaba la crisis financiera internacional que nos asola. ¡Y ya va para cinco años!... Decía Innerarity que mientras estuvo vigente el modelo de la certeza, el mundo estaba configurado por decisiones soberanas que se adoptaban sobre la base de un saber asegurado. Que ahora tocaba acostumbrarnos a la inestabilidad y la incertidumbre, tanto en lo que hace referencia a las predicciones de los economistas, el comportamiento del mercado o el ejercicio de los liderazgos políticos. Nuestro principal desafío, decía, es la gobernanza del riesgo, que no es la renuncia a regularlo ni la ilusión de que pudiéramos eliminarlo completamente, y se preguntaba si los gobiernos del mundo podrían decidir bajo condiciones de incertidumbre, incertidumbre que había venido para quedarse y para convertirse en regla y no excepción... ¿Sabrían hacerlo? Esperábamos que sí pero da la impresión de que no. Y a mí, de momento, y siento confesarlo, me pueden el cansancio y el desasosiego.

Sean felices, por favor, y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt


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viernes, 18 de mayo de 2012

La iglesia y sus demonios: Post scriptum





El teólogo Roger Haight





"¿Puede conseguirse la salvación sólo por medio de un contacto histórico explícito con Jesucristo y con la fe en él? ¿Es Jesucristo la causa de la salvación incluso para aquellos «cristianos anónimos» que no saben que son salvados por él? ¿Es la salvación por medio de Jesucristo la norma, pero no la única vía de salvación? ¿O están todas las religiones al mismo nivel? Haight mantiene que es urgente pasar «de un cristomonismo a un teocentrismo», ya que el Dios de los cristianos no puede concebirse como un Dios únicamente para los cristianos y la trascendencia de Dios descarta el exclusivismo de la experiencia religiosa cristiana. El Santo Oficio replica enérgicamente que cualquier reconocimiento de otras religiones como mediadoras de la salvación de Dios «al mismo nivel que el cristianismo» niega la misión salvífica universal de Cristo y la Iglesia."

Las palabras anteriores contienen en esencia la tesis central del artículo "Cristología posmoderna", artículo del teólogo Henry Wansbrough en el número de Revista de Libros de octubre de 2009. comentando el libro "Jesús, símbolo de Dios" (Trotta, Madrid, 2009), del también teólogo Roger Haight, expresidente de la Sociedad Teológica Católica de los Estados Unidos, apartado por el Santo Oficio de su cátedra de teología en la Western School of Theology, regentada por los jesuitas en la prestigiosa ciudad universitaria de Cambridge, en el estado de Massachusetts.   



Escrita y publicada en el  blog mi anterior entrada, "La iglesia española y sus demonios", me quedó una especie de amargor profundo de que "aquello" se me había quedado cojo. Mi intención primaria no era la que al final quedaba reflejada en ella, bastante superficial y como anecdótica. Quizá debería haber escrito algo sobre las motivaciones que despiertan mi interés por las religiones, especialmente por la cristiana, en alguien que no tiene pudor en confesarse como "no creyente". Si por "creyente" entendemos la afirmación de una entidad superior y pre-existente desde el principio de los tiempos, la vida eterna, la resurrección de los muertos, o la existencia del cielo o del infierno, aunque este último término ya esté tan matizado por la propia jerarquía eclesiástica que resulte de imposible calificación, desde luego no soy creyente. Y ha sido esta tarde que recordé haber leído el artículo de Wansbrough que cité anteriormente y lo que la  condena de Roger Haight por el Santo Oficio tenía de similitud con la del teólogo suizo Hans Kung bastantes años antes.

Todo nació en un verano de mediados de principios de los 70, que me resulta imposible determinar con precisión, durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Me había traído desde Gran Canaria un libro de Hans Küng, "Ser cristiano" (Cristiandad, Madrid, 1977) en aquel momento el más prestigioso teólogo católico del mundo, que había participado en el Concilio Vaticano II como asesor a propuesta del papa Juan XXIII. 

No tengo intención de profundizar en lo que ese libro supuso para mí porque eso es algo estrictamente personal. Como el reseñado de Roger Haight, no pretende otra cosa que hacer inteligible al hombre de hoy el mensaje del Cristo histórico y real, pero en todo caso me reveló que religión e iglesia no son lo mismo. Y cuando las sanciones vaticanas comenzaron a llover sobre Küng, especialmente con Juan Pablo II, mi apartamiento de la iglesia fue deslizándose por una pendiente que acabó por ser insalvable y que he asumido con indiferencia y sin preocupación o sentimiento de culpa alguno. 

Yo les recomiendo encarecidamente su lectura si es que tienen interés en profundizar en la fe que dicen profesar o al menos en comprenderla mejor. Quizá así acabarán entendiendo el por qué no fue expulsado de su cátedra de teología en la Universidad de Tubinga por lo que dice en este o en sus otros libros, sino por poner en duda el dogma de la infalibilidad del papado y su supremacía absoluta sobre el Concilio, una controversia que viene de antiguo en el seno de la iglesia y en la que no tengo interés alguno salvo el estrictamente académico sobre Historia de las Ideas o de las Religiones. El por qué lo fue también Roger Haight queda bastante claro en el artículo citado que me ha dado pie a este casi obligado "post scriptum", que pueden leer en el enlace de más arriba, y que complementa mi entrada anterior sobre esos demonios, tan familiares, que atenazan y coartan la libertad de expresión y de pensamiento en el seno de la iglesia católica.


Como complemento de la entrada he puesto un vídeo bajado de YouTube donde se expone el pensamiento de Hans Küng en pro de una teología de carácter universal y ecuménica.


Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 






El teólogo Hans Küng











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Entrada núm. 1468
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)

domingo, 28 de septiembre de 2008

*Mi último Papa

Para mi, la historia de la Iglesia Católica, y mi relación afectiva con ella, terminó el 3 de junio de 1963 con la muerte de Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII. Ese mismo día, con 17 años, salía por vez primera yo solo de viaje, rumbo a la Academia General Militar, en Zaragoza. No aprobé la prueba de ingreso en la misma y aquel hecho cambió el rumbo de mi vida para siempre.

Cinco años antes, justo el mes que viene hace 50, su elección como papa cambió el rumbo de la Iglesia Católica; creo que para bien... Y no sólo por la convocatoria del Concilio Vaticano II, cuya apertura llegó a presidir. También por hechos tan significativos como el de ser el primer papa en salir de los muros de San Pedro desde 1870, donde sus antecesores se habían encerrado como protesta por la designación de Roma como capital del Reino de Italia. También fue el primer papa en visitar una por una las parroquias de su diocesis, como obispo de Roma. Y su primera visita fuera del Estado Vaticano fue a una cárcel, la famosa prisión romana "Regina Coeli"... También fue el primero, en 400 años, en reunirse con el arzobispo anglicano de Canterbury... Son solo gestos, pero significativos... Y luego, su inmensa sonrisa, siempre franca y abierta... Fue mi último papa...

En mis 62 años de vida he conocido seis papas en el trono del Estado de la Ciudad del Vaticano: Del antecesor de Juan XXIII, Pio XII, guardo la imagen de un hombre de perfil pétreo, siempre adusto y serio en sus fotos, del que más tarde se supieron hechos que ponían en entredicho su pontificado. De su sucesor, Pablo VI, tengo mejor recuerdo. Sobre todo de su trascendental discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, que dijo en francés, y que seguí con gran interés por televisión; de su impulso al Concilio Vaticano II, que culminó; de su enfrentamiento público con el régimen franquista, que yo no entendí bien hasta más tarde. Le sucedió en el trono Juan Pablo I, de cuyo efímero reinado algunos han querido hacer una novela de misterio, y del que pienso que pudo ser, si la Fortuna le hubiera dejado vivir, un gran bien para la Iglesia y el mundo. Con Juan Pablo II, su sucesor, reconozco que nado contra corriente: todo su reinado me parece negativo para la Iglesia; derribó con alevosía y premeditación todo lo proyectado por el Concilio; cerró las puertas de la iglesia a cal y canto a cualquier posibilidad de reforma; se obsesionó con el sexo como si la virginidad fuera la virtud más excelsa del cristiano; pero fue también un gran comunicador y un excelente actor, que supo convertir su muerte en el mayor espectáculo de masas de la historia. Del actual papa reinante, Benedicto XVI no cabe decir mucho, y esperar, menos aún: su puesto de Inquisidor General durante el mandato de su antecesor, y su vinculación profunda con éste, lo definen bien.

Todo lo anterior me ha venido a la memoria al leer el artículo que en El País de ayer, sábado, titulado "El día que Juan XXIII cenó aparte", escribía Hilari Raguer, historiador y monje benedictino en Montserrat, sobre el cincuenta aniversario de la elección como papa de Juan XXIII. Espero que lo disfruten. Sean felices. (HArendt)





http://www.ciberiglesia.net/discipulos/02/juanxiiifoto.jpg
El papa Juan XXIII




"El día que Juan XXIII cenó aparte", por Hilari Raguer

Contra lo que suele decirse, la elección de Juan XXIII, el 28 de octubre de 1958, hace 50 años, no fue una sorpresa para el interesado. Lo revela la documentación que en estos años se ha ido conociendo, y en primer lugar la del propio electo.

El 24 de octubre, víspera de la apertura del cónclave, el cardenal Roncalli escribió a su íntimo amigo monseñor Battaglia, obispo de Faenza, para dejar arreglada una cuestión familiar, que no quería tener que afrontar siendo ya Papa. Un sobrino de Roncalli, Battista, estudiaba en el seminario de Faenza, en situación delicada porque provenía de la diócesis de Bérgamo, cuyo clero, desde la muerte del gran obispo Radini-Tedeschi, de quien Roncalli había sido secretario y gran admirador, estaba dividido entre los partidarios del nuevo obispo y los que echaban de menos la línea del difunto. De estos últimos era Battista, y el futuro Papa, que lo había colocado en Faenza, dice ahora al obispo que no le permita ir a Roma los días del cónclave, para no dar pábulo a rumores.

Estaba en la mente de muchos la polémica suscitada, a comienzos de aquel mismo año, por las revelaciones de la revista L'Espresso sobre las facilidades fiscales y otros privilegios de que habían gozado los parientes de Pacelli [el anterior papa, Pío XII].

En un ambiente como el romano, "tan viciado", escribe Roncalli, "por la maledicencia oral y de la prensa", le resultaría enojoso el rumor: "He aquí al sobrino, he aquí los parientes. Ocurriría lo mismo, y no quiero permitirlo. Yo sigo las huellas de Pío X y basta. Cuando oiga usted decir que he tenido que ceder al vuelo del Espíritu Santo, expresado por las voluntades reunidas, , deje venir a don Battista a Roma, acompañado con su bendición (...). En cuanto a mí, ¡ojalá quisiera el cielo ut transeat cálix iste! Por esto tenga la caridad de orar por mí y conmigo. Yo estoy en un estado que si se tuviera que decir de mí: Has sido pesado y no has dado el peso [alusión al festín de Baltasar, Daniel 5,27], me alegraría íntimamente y bendeciría por ello al Señor. De todo esto, naturalmente, acqua in bocca (punto en boca)".

El 25 por la mañana, Roncalli se entrevistó con Andreotti para tratar de la cesión, por parte del Estado, de cierto edificio público, que se destinaría a seminario menor de Venecia. Pero el astuto político no dejó de referirse al inminente cónclave. Roncalli, según Andreotti, le habría comentado: "He recibido un mensaje de augurio del general De Gaulle, pero esto de hecho no significa que voten en tal sentido los cardenales franceses. Sé que quisieran elegir a Montini, y ciertamente sería óptimo; pero no es posible superar la tradición de escoger entre los cardenales".

Aquella misma tarde, a las cuatro, se abría el cónclave y se procedía a una primera votación. Ya no se tratará de rumores y pronósticos de los vaticanólogos, sino de votos reales, y algunos son para Roncalli. No sabemos cuántos exactamente, pero a juzgar por lo que anotó en su preciosa agenda (que se acaba de publicar) ve confirmarse lo que ya suponía: "Por la tarde he tenido que leer yo mismo mi pobre nombre [luego era escrutador]. Queda aún tiempo para una sorpresa que me pudiera alcanzar. La espero desde ahora para mi humillación y para mi bien mejor". Tanta fuerza tiene su candidatura que, para evitar los comentarios de los demás cardenales, "por la noche", escribe, "me dispensé de bajar a la Sala Borgia para cenar. Comí algo en mi habitación y después me fui a orar".

Siempre según la agenda de Roncalli, el 27 ("el día", anota, "que parecía que sería el conclusivo y no lo fue") bajaron sus votos. Refiriéndose seguramente a alguien que habría hablado mal de él, cita la máxima de la Imitación de Cristo, libro por él tan querido, "olvido y perdono", y añade: "Sí, lo dejo correr y perdono de todo corazón y encuentro gusto en perdonar. Que el Señor me conserve siempre la delicia interior de hacerlo y de hacerlo siempre mientras viva. Éste es el modo más perfecto de vivir y de morir". Y por la noche baja de nuevo a cenar con todos los cardenales, como si el peligro ya hubiera pasado. Pero el 28, en las dos votaciones de la mañana, las aguas vuelven al cauce roncalliano: "En los escrutinios IX y X mi pobre nombre vuelve a subir", escribe en la agenda, y otra vez se retira y come solo. Seguro ya de lo que se le viene encima, piensa en el nombre que adoptará y para ello pide a su secretario el Annuario Pontificio y escribe en una hoja, que los editores de su agenda reproducen en facsímil, la lista de los Papas que se llamaron Juan, y junto a cada nombre apunta los años que reinaron. Tiempo atrás, después de la muerte de León XIII (1903), ya había expresado Roncalli el deseo de que algún Papa quisiera llamarse Juan XXIII, para descartar definitivamente al que aparecía con este nombre y número en las historias y aun en el Annuario Pontificio, a pesar de que el concilio de Constanza lo había declarado ilegítimo.

Seguro de que en el siguiente escrutinio alcanzará los dos tercios requeridos, prepara las palabras de aceptación y la justificación del nombre elegido. Efectivamente: "En el XI escrutinio", leemos en la agenda, "eccomi nominato papa". Lo de explicar la razón del nombre no tiene precedentes ni tendrá seguidores. Los demás Papas decían simplemente cómo querían ser llamados, pero él justificará su opción con un discurso breve pero jugoso, típicamente roncalliano, con una cascada de motivaciones que mezclaba desordenadamente los recuerdos personales y familiares más entrañables con profundos argumentos teológicos y bíblicos: es el nombre de su padre, y el titular de la humilde parroquia donde fue bautizado, así como de innumerables catedrales de todo el mundo, y en primer lugar de la de Letrán, "nuestra catedral", y es el que más Papas han llevado, "pues son veintidós los Sumos Pontífices llamados Juan". Y como si quisiera dejar claro a Sus Eminencias que sabía muy bien por qué lo acababan de elegir, añadió: "Casi todos tuvieron un corto pontificado". (El País, 27/09/08)