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sábado, 29 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Teólogos. (Publicada el 21 de agosto de 2009)






En mi penúltima entrada del blog prometí comentar "Verdad controvertida. Memorias" (Editorial Trotta, Madrid, 2009), del teólogo suizo Hans Küng, cuya lectura de 764 páginas acababa de concluir, y que abarcan el período 1968-2008. Al final de su libro anuncia el deseo de afrontar una tercera y definitiva entrega de las mismas, si Dios quiere, que espero poder disfrutar.

No es, evidentemente, un libro de Teología (la ciencia que trata de Dios, sus atributos y perfecciones), pero son las memorias de un teólogo, y la teología surge a cada paso de las mismas. Ya comenté en la entrada citada como llegué a sentir la profunda admiración que tengo por Hans Küng por su forma de entender el mensaje cristiano y presentarlo al hombre de hoy, su honestidad y su valentía. No voy a reiterarme en ello.

Este segundo tomo de las Memorias que comento ahora abarca un período de cuarenta años de la vida de su autor, y en él pueden rastrearse los hitos que le llevaron a la publicación de obras tan fundamentales de la teología cristiana como "Ser cristiano" (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974), "¿Existe Dios?" (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1978), o "¿Infalible? Una pregunta" (Editorial Herder, Buenos Aires, 1971), pero asimismo los avatares de su larguísimo período de docencia, que aún continúa, en la Universidad alemana de Tubinga y una exposición detallada de sus estudios, conferencias y viajes por todo el mundo.

Pero es también el relato pormenorizado de un enfrentamiento con la jerarquía romana, que se inicia con el papa Pablo VI una vez finalizado el concilio Vaticano II, a cuenta de la prohibición de los anticonceptivos, la oposición al celibato opcional de los clérigos, o la reiteración de la infalibilidad pontificia como dogma. Esos serán sus tres grandes caballos de batalla con la Congregación para la Doctrina de la Fe (la Inquisición contemporánea) romana, y los que acabarán por acarrearle la prohibición de enseñar Teología católica en el seno de la iglesia, en sentencia dictada contra él en plena Semana Santa de 1980 por el papa Juan Pablo II.

Contra lo que pueda parecer, este segundo libro de sus Memorias no es un ajuste de cuentas especialmente centrado con quien fuera compañero suyo en las tareas docentes de la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger (el hoy papa Benedicto XVI), aunque las críticas al mismo y sus posicionamientos teológicos sean constantes, sino más bien y sobre todo, contra la Curia romana, el gobierno de la Iglesia, a los que acusa sin ambages de tener secuestrados a los papas.

De éstos, de los obispos y cardenales de la Curia, llega a decir que Dios les trae absolutamente sin cuidado pues lo único que les importa es "su" Iglesia; o que la obediencia que se predica en su seno (el de la Iglesia) no es a Dios o la propia conciencia sino al del señor Obispo. Sobre el trato dado a los teólogos potencialmente disidentes, añade una observación crucial: dice que a la Curia romana le trae absolutamente sin cuidado lo que éstos personalmente crean siempre que, al menos, estén callados (en "silentium obsequio-sum": en obediente silencio) especialmente si se refieren al Sumo Pontífice.

Muy crítico con los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II, por motivos muy distintos, el uno del otro (del segundo viene a decir que sus gestos de humildad eran puro teatro de cara a la galería mediática, y del primero, que se dejó manipular por la Curia), con el Opus Dei es de una dureza inusitada. Llega a calificarlo de organización secreta católico-fascista, deseosa de hacer olvidar el concilio Vaticano II, de reclutar a sus miembros con dudosos procedimientos, de exhortarlos a desdeñar la sexualidad, mortificarse y menospreciar a las mujeres, y sobre todo, de perseguir el poder absoluto en el seno de la Iglesia. No mejor parado sale su fundador, monseñor Escrivá de Balaguer, canonizado por Juan Pablo II en un tiempo récord haciendo caso omiso, añade, de los testimonios críticos y saltándose las normas eclesiásticas, a quien califica de hombre despótico.

¿Ha cambiado mucho la posición de la Iglesia en tan controvertidas cuestiones como las reseñadas con el papa Benedicto XVI? No puedo opinar con veracidad porque este mundo de la iglesia me resulta bastante ajeno, pero por lo que observo, leo y escucho, tengo la impresión de que no. Esa es la impresión de muchos teólogos, y en concreto, entre otros, la del periodista y teólogo español Juan Arias, de quien reproduzco más adelante su artículo "¿Por qué la Iglesia teme a los diferentes?" publicado en El País el pasado 8 de agosto. Espero que les resulte interesante. HArendt



El papa Benedicto XVI



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 29 de agosto de 2013

Dios, yo y mi circunstancia





Imagen (parcial) de los manuscritos de Qumrán



Recuerdo haber leído una frase -pero no su autor- que decía más o menos: "todo lo que se puede pensar, puede existir". Y otra, antagónica, de un teólogo protestante alemán -del que tampoco recuerdo el nombre- que venía a decir: "Dios es aquello que no podemos pensar ni conocer". Puestas ambas en relación, la conclusión es que la idea de la existencia de Dios "repugna" a mi razón. Sí, ya sé que la razón no es un elemento precisamente de veracidad incontrovertible: "La realidad -dice Ortega y Gasset- como un paisaje, tiene infinitas perspectivas todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde lugar ninguno. El utopista -y esto ha sido en esencia el racionalismo- es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto". Reconozco, pues, que puedo estar equivocado, pero eso es lo que pienso desde mi perspectiva.

No soy, no puedo, ser creyente en un ente, impersonal, preexistente a todo y creador del universo, ni en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro; pero no soy arreligioso, ni amoral. Comparto en gran parte lo dicho por Ortega: "Yo no concibo que ningún hombre que aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso", pero tengo claro que moral y religión no tienen nada que ver; eso ya me lo enseñó en mis años de bachillerato, un excelente profesor de Filosofía, del que ya he hablado en anteriores ocasiones en el blog. De las cinco partes en que se dividía para su estudio la asignatura: Lógica, Psicología, Ética, Metafísica y Moral (sino recuerdo mal, creo que eran esas) las que más gustaban eran, por ese orden, la Lógica y la Moral. Al final, en el corte del bachillerato elemental al superior, opté por Ciencias. Y creo que me equivoqué, pero a estas alturas ya no tiene remedio.

Desde esa perspectiva, o circunstancia, si lo prefieren, no tengo empacho alguno en declararme como cristiano-agnóstico (o agnóstico-cristiano), si por cristiano se entiende a aquel que entiende y comparte gran parte de las enseñanzas del personaje histórico Jesús de Nazareth. Pero de ahí, es difícil que pase. Mi problema, como el de la filósofa y mística francesa de origen judío, Simone Weil ("Carta a un religioso": Trotta, Madrid, 1998), tantas veces citada por mí en el blog, es que comparto plenamente su criterio de que "la Iglesia ha sido un gran animal totalitario [...] iniciadora de la manipulación de toda la historia de la humanidad con fines apologéticos [...] Mi vocación es ser cristiana fuera de la Iglesia", dice. La mía, también.

La entrada de hoy es producto de varias circunstancias: Mi interés, proclamado y explícito, por el fenómeno religioso; la lectura, por fin concluida después de varios intentos que se han extendido durante años de "La esencia del cristianismo" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996), de Ludwig Feurbach; del "Así habló Zaratustra" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1970), de Friedrich Nietzsche; y  de la relectura, en curso, del tomo octavo y último de la impresionante "Historia crítica del pensamiento español" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993), de José Luis Abellán, que abarca el período comprendido entre 1914 y 1939.

También ha supuesto una circunstancia añadida la emitisión ayer miércoles por la 2 de TVE de un documental sobre "Los manuscritos del Mar Muerto", muy interesante, centrado en la suposición -un tanto aventurada e imposible hasta ahora de confirmación- sobre la cuestión de si el Jesús histórico fue miembro de la secta judía, anti-Templo, de los "esenios", que fueron los que escribieron dichos manuscritos y los enterraron para salvarlos de la ira romana ante la rebelión judía de los años 70 d.C. Mi hija Ruth ha sido capaz de encontrarme el citado vídeo, algo que yo no supe hacer en la página electrónica de RTVE, y pueden verlo en el enlace de más arriba. Yo he encontrado este otro, realizado por el canal de televisión Historia y Ciencia, que no desmerece en absoluto del anterior.

Sobre los papiros del Mar Muerto, encontrados casualmente a mediados del pasado siglo en varias cuevas de la desértica región israelí de Qumrán, junto al mar Muerto, les recomiendo la lectura del artículo "¿Misterios desvelados?", de Henry Wansbrough, teólogo e investigador bíblico, publicado en el número de diciembre de 2011 de Revista de Libros, reseñando el libro "El significado de los rollos del Mar Muerto" (Trotta, Madrid, 2011), de James Vander Kam y Peter Flint. Los leí -artículo y libro- el pasado año y reconozco que me resultaron fascinantes. Sobre todo el libro: un texto erudito y científico sin la menor concesión a las fantasías al uso sobre este tema plagado de fantasís y lucrubraciones sin fundamento.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Las cuevas de Qumrán (Israel)




Entrada núm. 1952
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Dios, existe?: Un debate inacabable




El filósofo Antony Flew (1923-2010)




Lo primero que uno debería hacer a la hora de plantear un diálogo es esperar que todos los participantes en él compartan, al menos, el significado de los conceptos sobre los que van a hablar. Y después, como Platón pone en boca de Sócrates en la República, debemos seguir la argumentación hasta donde quiera que nos lleve.

En los hispanohablantes una forma de hacerlo es recurrir a las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española. No son infalibles, se modifican a menudo, pero son un punto de partida. Así pues, vamos a revisar algunos de los conceptos claves del asunto que nos ocupa, y luego, puestos de acuerdo, proseguimos.

1. Ateo: El que niega la existencia de Dios; 2. Agnóstico: Actitud filosófica de todo aquel que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende a la experiencia; 3. Teísta: El que cree en un dios personal y providente, creador y conservador del mundo; 4. Fe (en sentido religioso): Conjunto de creencias en una religión; 5. Dios: Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.

Si estamos de acuerdo en el sentido de las palabras citadas, comenzaré por decir que, entonces, yo no soy ateo, ni agnóstico, ni teísta, ni tengo fe, ni creo en Dios. ¿Negatividad absoluta, pues? Pues no, tampoco eso.

La razón de esta entrada tan personal, subjetiva, y probablemente inconveniente, obedece a la lectura de un libro con el que he disfrutado mucho. Me ha gustado por su estilo autobiográfico agil y claro, pero su lectura no ha conseguido provocar cambio alguno en mi opinión sobre el fenómeno religioso, y más concretamente sobre el problema de la existencia o inexistencia de Dios. 


Me refiero al libro Dios existe (Trotta, Madrid, 2012) escrito por el filósofo británico Antony Flew (1923-2010). Considerado como el representante más destacado del ateísmo filósofico anglosajón en la segunda mitad del pasado siglo, el profesor Flew mantuvo al respecto una posición inflexible y crítica durante más de cincuenta años. Hasta mayo de 2004, cuando en el transcurso de un debate público en la New York University, anunció su conversión al teísmo y su aceptación de la existencia de Dios. Y ello, dijo, a consecuencia de los nuevos avances científicos sobre la estructura del ADN, y sul reconocimiento de la racionalidad intrínseca del hecho de la existencia de Dios.

Escrito en 2007 tras su conversión, a modo de justificación racional del cambio radical de su posicionamiento filosófico anterior, el libro está divido en dos partes muy similares en extensión. 

En la primera, "Mi negación de lo divino", de marcado carácter autobiográfico, hace un recorrido expositivo sobre sus primeros años de vida en el seno de una familia de profunda raigambre religiosa metodista, que él -dice- no compartió nunca, su formación académica en la Universidad de Oxford, y su temprana adscripción al ateísmo filosófico. Sus estudios y escritos le llevaron a mantener y defender vigorosamente el ateísmo filosófico durante más de cincuenta años, a lo largo de una dilata vida académica en universidades de Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos. Los títulos de los apartados que componen esta primera parte son significativos por sí mismos: 1. La creación de un ateo; 2. Donde lleve la evidencia; y 3. El ateísmo detenidamente considerado.  

La segunda parte, "Mi descubrimiento de lo divino", la dedica a explicar su cambio de posición, las razones que le llevaron hasta él, y los fallos que, ahora, reconocía en sus obras anteriores más significativas, como Teología y falsificación, Dios y filosofía, o La presunción de ateísmo. De nuevo los diferentes apartados que conforman esta segunda parte de su libro dan una idea bastante clara de los argumentos que la sostienen: 1. Una peregrinación de la razón; 2. ¿Quién escribió las leyes de la naturaleza?; 3. ¿Sabía el universo que nosotros veníamos?; 4. ¿Cómo llegó a existir la vida?, 5. ¿Salió algo de la nada?; 6. Buscando un lugar para Dios; y 7. Abierto a la omnipotencia.

Muy interesante también, y oportuno, el prólogo a la edición española del libro, escrito por Francisco José Soler Gil. En él se destaca, con sumo acierto a mi juicio, el escaso interés que las cuestiones teológicas han suscitado siempre en España entre el público culto y los ambientes académicos, contrariamente a lo que ocurre en el mundo anglosajón, en el que gozan de una enorme relevancia e interés. Falta de interés que, personalmente, yo achaco a la precaria, por no decir nula, formación religiosa y no digamos teológica, de la mayoría de los españoles. 

Lo mismo me cabe decir del apéndice "B" del libro, escrito por N.T. Wrigth y el propio Flew, que lleva el sugestivo título de "La autorrevelación de Dios en la historia humana: Un diálogo sobre Jesús", centrado en la problemática de la demostración de la existencia real e histórica del mismo, de su carácter de personificación de la divinidad, o sobre la cuestión de su resurrección física y real después de su muerte.

Por el contrario, poco o nada, me ha gustado el prefacio del libro y el apéndice "A" del mismo: "El nuevo ateísmo: Una aproximación crítica a Dawkins, Dennet, Wolpert, Harris y Stenger", escrito por Roy Abraham Varghese, y dedicado en un tono bastante vulgar, provocador y a menudo insultante, a desacreditar las posiciones de los más significados defensores del ateísmo filósofico.

Pienso que va siendo hora ya de volver al planteamiento que formulaba al inicio de esta entrada: ¿Si no soy ateo, ni agnóstico, ni teísta, ni tengo fe, ni creo en Dios, que soy o en qué creo? No se si acertaré a explicarlo pero voy a intentarlo de la forma más clara posible.

Una de las entradas más visitadas del blog es la titulada "Dios somos nosotros", que escribí en abril de 2009, y en la que dejaba constancia de mi interés, desde siempre, sobre el fenómeno religioso, y en concreto por el cristianismo. Y es que, a pesar de mi convicción de la inexistencia de Dios, la vida después de la muerte, o la resurrección de Cristo, creo firmemente en el mensaje de alcance universal que los Evangelios transmiten sobre la persona real y humana del Jesús de Nazareth histórico. 

En ese sentido, hago mia la afirmación del teólogo español Juan José Castillo, en su obra La humanidad de Dios (Trotta, Madrid, 2012), cuando afirma que la esencia del cristianismo no es Dios sino Cristo. Y asumo por igual, y con el mismo énfasis que ella, la dolorosa declaración de la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943), cuando en su obra Carta a un religioso (Trotta, Madrid, 1998) afirma que si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe le sería más fácil, pues la Cruz sola le bastaba. A mí me pasa lo mismo.

El vídeo que acompaña la entrada recoge el debate sobre la existencia o inexistencia de Dios celebrado en 1998 en la Universidad de Wisconsin, en Madison, ante más de cuatro mil personas, entre el filósofo teísta William Lane Craig y el propio Antony Flew, entonces ateo. Un debate llevado a cabo con ocasión del cincuentenario de la también famosa controversia sobre este mismo asunto entre los también filósofos Frederick Copleston, a favor de la existencia de Dios, y Bertrand Russell, en contra de la misma. Está en inglés y puede leerse subtitulado en ese mismo idioma. Espero que les resulte interesante.

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 1759
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)