Iglesia Mayor de El Puerto de Santa María (Cádiz, Andalucía)
Parece como si una buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierdas estuviésemos un tanto como perdidos en el uso y comprensión de conceptos tales como pueblo, país, patria, gobierno, nación, Estado... Parecen similares pero no lo son. Para la derecha, sí; todo es lo mismo y va en el mismo saco. Quizá convendría buscar un punto de encuentro y despolitizar la cuestión un poco reivindicando para todos el nombre común de España que a todos nos acoge y ampara. Sin vergüenza alguna, sin remordimientos, sin amarguras de ninguna especie. Y para eso puede servirnos la poesía.
De ahí, mi atrevimiento de traer durante unas cuantas semanas, o mientras el cuerpo aguante, lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos, de izquierdas y de derechas, pero españoles todos, han dicho sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España.
Hoy traigo hasta el blog al poeta Rafael Alberti (1902-1999). Nace en El Puerto de Santa María (Cádiz, Andalucía) en el seno de una familia de origen italiano dedicada al comercio de vinos. En 1917 se traslada a Madrid con su familia donde destaca como pintor vanguardista. En 1920 comienza a escribir sus primeros versos. En la Residencia de Estudiantes de Madrid coincide con la mayor parte de los poetas que van a formar parte de la denominada Generación del 27, la Edad de Plata de la literatura española. Tras una profunda crisis religiosa se afilia al partido comunista . En 1930 se casa con la poetisa y escritora María Teresa León. Durante la guerra civil forma parte de la Alianza de Intelecturales Antifascistas, exiliándose con su esposa, al final de la misma, primero a Francia, y más tarde a Argentina, Chile, y finalmente a Italia. En 1983 obtiene el Premio Cervantes. Muere en 1999 en su casa del Puerto de Santa María. Les dejo con su poema: "Retorno de una sombra maldita":
¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces
somos tus hijos. Sabes
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune, nos separa
de tu agobiado corazón, cayendo
atroz, dura, mortal, sobre tus telas,
como un oscuro hachazo.
No, no tenemos manos ¿verdad?, no las tenemos,
que no lo son, ay, ay, porque son garras,
zarpas siempre dispuestas
a romper esas fuentes que coagulan
para ti sola en llanto.
No son dientes tampoco, que son puntas,
fieras crestas limadas incapaces
de comprender tus labios y mejillas-
Han pasado desgracias,
han sucedido, madre, verdaderas
noches sin ojos, albas que no abrían
sino para cegarse en ciega muerte.
Cosas que no acontecen,
que alguien pensó más lejos,
más allá de las lívidas fronteras del espanto,
madre, han acontecido.
Y todavía por si acaso hubieras,
por si tal vez hubieras soñado en un momento
que en el olvido puede calmar el mar sus olas,
un incesante acoso,
un ceñido rodeo
te aprietan hasta hacerte
subir vertida y sin final en sangre.
Júntanos, madre. Acerca
esa preciosa rama
tuya, tan escondidas, que anhelamos
asir, estrechar todos, encendiéndonos
en ella como un único
fruto de sabor dulce, igual. Que en ese día,
desnudos de esa amarga corteza, liberados
de hueso de hiel que nos consume,
alegres, rebosemos
tu ya tranquilo corazón sin sombra.
somos tus hijos. Sabes
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune, nos separa
de tu agobiado corazón, cayendo
atroz, dura, mortal, sobre tus telas,
como un oscuro hachazo.
No, no tenemos manos ¿verdad?, no las tenemos,
que no lo son, ay, ay, porque son garras,
zarpas siempre dispuestas
a romper esas fuentes que coagulan
para ti sola en llanto.
No son dientes tampoco, que son puntas,
fieras crestas limadas incapaces
de comprender tus labios y mejillas-
Han pasado desgracias,
han sucedido, madre, verdaderas
noches sin ojos, albas que no abrían
sino para cegarse en ciega muerte.
Cosas que no acontecen,
que alguien pensó más lejos,
más allá de las lívidas fronteras del espanto,
madre, han acontecido.
Y todavía por si acaso hubieras,
por si tal vez hubieras soñado en un momento
que en el olvido puede calmar el mar sus olas,
un incesante acoso,
un ceñido rodeo
te aprietan hasta hacerte
subir vertida y sin final en sangre.
Júntanos, madre. Acerca
esa preciosa rama
tuya, tan escondidas, que anhelamos
asir, estrechar todos, encendiéndonos
en ella como un único
fruto de sabor dulce, igual. Que en ese día,
desnudos de esa amarga corteza, liberados
de hueso de hiel que nos consume,
alegres, rebosemos
tu ya tranquilo corazón sin sombra.
"Retorno de una sombra maldita"
Rafael Alberti