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miércoles, 4 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Intolerancia





"En la Eneida -escribe en el A vuelapluma de hoy la psicóloga Remei Margarit ("El caballo de Troya". La Vanguardia, 29/2/2020)-, Virgilio explica que los griegos asediaban la ciudad de Troya, pero como la ciudad tenía unas murallas muy altas no podían entrar; entonces construyeron un caballo enorme de madera, lo dejaron en la puerta de la ciudad y se marcharon del asedio. Los troyanos creyeron que aquel caballo era un regalo de los dioses y lo metieron en la ciudad. Por la noche, los guerreros griegos escondidos dentro del caballo salieron y tomaron la ciudad.

Desde entonces, el caballo de Troya es un símil del enemigo infiltrado. Pues en este nuestro país, la entrada de Vox en las instituciones es el caballo de Troya de la ultraderecha. Se presentan como demócratas porque han tenido votantes, pero el voto no lo es todo en una democracia, las bases de la democracia son la libertad de expresión y el respeto para toda clase de pensamiento. Ello no quiere decir que sea preciso tolerar el pensamiento que la quiere destruir, que es lo que quiere la ultraderecha de este país y del mundo entero. He vivido bajo el franquismo y reconozco los gestos, el tono y las palabras de la ultraderecha cuando los oigo. Ya sé que entre sus votantes pocos quieren una dic­tadura, otros muestran su enojo porque las cosas no les van bien y otros se han dejado engañar por las mentiras de las soluciones fáciles para resolver problemas complejos, como propone la ultraderecha. El pin parental ya es un primer paso para empobrecer la educación.

En la anterior legislatura, el PP ya arrinconó la educación para la ciudadanía, una buena asignatura para educar buenos ciudadanos; y ahora, la ultraderecha quiere vetar el respeto para toda clase de afectos humanos, y si se la deja hacer, vetará la libertad de expresión y todo lo que haga falta. Son viejos conocidos aunque sean jóvenes y sonrientes; eso sí, sonríen mucho, aunque a mí me parece que lo que hacen es enseñar los dientes.

El caballo de Troya existe siempre. Los intolerantes aprovechan las facilidades democráticas para introducirse en las instituciones y desde allí desmontar las democracias, conseguidas con el esfuerzo de todos. No hay que descuidarse ni un día si queremos vivir en paz. La into­lerancia no puede estar en las institu­ciones".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 28 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] ¡Paciencia y barajar!



Dibujo de Francesco Novelli (1767-1836)


"En la segunda parte del Quijote , -comenta en el A vuelapluma de hoy viernes el escritor Daniel Fernández-, en el capítulo XXIII, se nos da razón de lo que vio o soñó Don Quijote en la cueva de Montesinos. Y es el propio Montesinos quien nos presenta a su primo, Durandarte, mientras espera y confía en que el Caballero de la Triste Figura los libre del encantamiento que hace quinientos años cumplidos que los retiene en la malhadada cueva por culpa del mago Merlín. Sale así por un momento de su sopor de siglos Durandarte y se dirige a su primo de esta guisa, agotado sin duda por la visita de Don Quijote y la esperanza del desencantamiento: “Y cuando así no sea –respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja–, cuando así no sea, ¡oh, primo!, digo: ¡paciencia y barajar!”. Y tras esa breve línea, Cervantes nos cuenta cómo Durandarte volvió a su acostumbrado silencio de centenares de años y no dijo nada más. Pobre paladín, que había dejado encargado a su primo Montesinos que le arrancase el corazón para ofrecérselo a su dama. Y el primo cumplió el encargo y lo llevó amojamado, para que no resultase maloliente.

¡Qué bueno es Cervantes! ¡Y qué divertido! Y en ese inagotable filón que es El Quijote hay bastantes referencias, como en otros escritos y creaciones cervantinos, a los juegos de cartas, que eran propios de villanos, pero a los que es probable que Don Miguel tuviese afición, pues maneja con soltura expresiones y dichos del juego. En cualquier caso, baste la evidencia de que aparezca en El Quijote , como también en el Guzmán de Alfarache , para entender que lo de paciencia y barajar es frase hecha que viene de antiguo, tal vez de tanto tiempo atrás como el propio Durandarte.

Nota al margen que prueba las muchas peculiaridades de este país nuestro: la cueva de Montesinos se puede visitar físicamente en Ossa de Montiel, en Albacete, aunque no hallarán ni encantados ni caballeros ni damas, pues no deja de ser una de esas peculiaridades hispanas que revuelven la tradición con una escenografía, como mínimo, peculiar.

Naipe , por cierto, es voz de muy probable origen catalán. Y baraja como conjunto de naipes se establece al mismo tiempo que su significado de riña, disputa o tumulto. Pe- ro no me enredo más por ese camino, aunque no me resisto a dejar un detalle último, y es que Alfonso XI de Castilla prohibió expresamente a los caballeros los juegos de naipes, el ludus chartarum, que de ahí la confusión entre naipes y cartas de baraja.

Sea como fuere, y al margen de su antigüedad, lo de paciencia y barajar es frase que me digo a mí mismo a menudo, especialmente en tiempos de confusión o tras algún fracaso de distinta índole que exige volver a intentarlo. Si quieren más chascarrillos consoladores de la vida y sus trajines, también tengo en mucha estima lo de parar y templar –que viene del toreo, pero es útil ante cualquier problema– y lo de mejor ocuparse que preocuparse, para rematar esta pirámide de tópicos con un “casi nunca pasa nada” que flamea en la cúspide justo al lado de un bloque suelto en el que está labrado “¡qué se le va a hacer!”.

Hoy, desde luego, estoy en modo de paciencia y barajar. Tal vez porque escribo esto en un día invernal después de muchos primaverales, con la niebla borrándome el paisaje. O puede ser porque me haya resfriado –creo que no es el coronavirus de Wuhan, pero...– y ande más embotado y torpe que de normal. O también, y me parece más probable, porque estamos en un tiempo lento y aletargado a la espera de que las prometidas nuevas elecciones autonómicas catalanas repartan de nuevo las ­cartas.

¡Paciencia y barajar, pues! Mientras la niebla se levanta y ojalá que nos deje ver algún horizonte. Piénsenlo y verán que es la receta para seguir con nuestras vidas pese a todos los vaivenes de la política. Y sirve de consolación tanto ante la suspensión del Mobile, patada en la espinilla de China que nos han dado en toda nuestra cara, como frente a la enésima confusión entre catalán y catalanohablante, con voluntad clara de muerte y extinción del bilingüismo... En realidad, lo mismo vale para atascos de tráfico que para entender la incipiente rebelión del campo y sus reivindicativas tractoradas. Y no pierde brillo ni utilidad tanto si paramos atención en la abulia de nuestro Govern como si nos da por lamentar alguna iniciativa legislativa o fiscal.

Estamos, además, en ese tiempo del año con la vida sepultada en la tierra a la espera de unos brotes que, pese a que cada año se adelanten más, hoy yo no contemplo. Esa es otra, claro. Porque hace ya unos quince días que he visto florecer almendros que puede que hayan soportado luego una helada. Pero ante el cambio climático, ya saben: paciencia y barajar, y tal vez algo de reciclaje activo y militante, no vaya a ser que perdamos toda la fuerza en mover y remover cartas. Y que, como Montesinos y Durandarte, nos quedemos encantados y en la cueva, en nuestra siesta inmemorial".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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martes, 4 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Cataluña y España. (Publicada el 16 de julio de 2009)



Monasterio de Montserrat, Cataluña


Un excelente artículo del escritor y periodista Xavier Vidal-Foch, titulado "Si Cataluña no existiese", en El País de hoy, me ha hecho reflexionar sobre la propensión que tenemos los españoles a mezclar churras con merinas. Por ejemplo, asimilando pueblos y naciones con partidos o gobiernos. Ni todos los israelíes son antipalestinos, ni todos los gallegos, vascos, catalanes y canarios son nacionalistas y antiespañoles.

A mí, personalmente, no me molestan lo más mínimo los españoles que dicen no sentirse españoles. Faltaría más que alguien estuviera obligado a "sentirse" español, canario, sueco o neozelandés. Uno "es" español, canario, sueco o neozelandés, y si no le gusta y puede, pues se cambia de nacionalidad. La nacionalidad de origen, por derecho territorial o de sangre, es algo que nos suele venir dado y no algo que podamos elegir, al menos en primera instancia.

Yo no me siento especialmente orgulloso de ser español, pero tampoco me ofende, me molesta o me avergüenza. Como todos los pueblos, los españoles, en conjunto, tenemos cosas malas, buenas y "mediopensionistas". Y lo mismo supongo, individualmente, pasa con los gallegos, los vascos, los catalanes, los madrileños, andaluces, extremeños, murcianos, canarios y demás gentes que conforman esto se que se llama España.

Tampoco me parece que debamos dar el mismo valor a las opiniones de un ciudadano particular que a las de un responsable político, social, económico o cultural, aunque todas sean igual de respetables o detestables según el caso.

Ahora que la rancia y casposa derecha-derecha española, clama contra Cataluña, confundiendo a Cataluña con el tripartito que la gobierna y que defiende sus intereses, exactamente igual que lo hacen madrileños, valencianos, gallegos y canarios, cada uno con la fuerza y la representación política que los votos les han otorgado, he recordado una de las pocas ocasiones en que me he sentido avergonzado de ser español. Y fue cuando hace más o menos dos años, esa impresentable "Margaret Tatcher" a lo ultra-liberal-carpetovetónico que es doña Esperanza Aguirre, clamó al cielo contra la posibilidad de que una empresa "extranjera", la catalana Gas Natural, se hiciera con el control de la "españolísima" Endesa,.. ¡Antes alemana que catalana!, clamaba... Y a boicotear el cava y la butifarra... En cualquier país normal, la hubiera defenestrado su propio partido; pero ya se sabe, el PP no es un partido normal: es la quintaesencia de la españolidad más acrisolada...

Así pues, aunque Cataluña no necesite de mi concurso, un servidor de ustedes, que es antinacionalista visceral y confeso, se despide en esta ocasión con un ¡Visca Cataluña y Viva España! Y me da igual lo que me llamen.  HArendt




El escritor Xavier Vidal-Folch



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domingo, 1 de diciembre de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] Más que soluciones, tratamientos



Manifestantes catalanes protestan contra la sentencia del Tribunal Supremo


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensado en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura. El Especial de esta semana está escrito por el conocido abogado José María Soroa, y dice en él que el pueblo catalán tiene derecho a la autodeterminación, pero no a la secesión. 

"Los problemas políticos no tienen solución -comienza diciendo-, entendida esta como verdad que convence, por mucho que echemos mano de la ética del discurso. Son insolubles. Como mucho, tienen algún arreglo, siempre inestable e insatisfactorio. Es decir, tienen tratamiento. Por eso, proclamar que “esa no es la solución” es una obviedad pedestre disfrazada de pensamiento, y encima sugiere que sí existe una. Facilón.

Si hay violencia hay conflicto. Y si hay conflicto hay que dialogar. A calzón quitado. No hay que aplicar la ley ni judicializar. Malo. Lógica caprichosa que se aplica cuando conviene al intelectual de turno. Y todavía quedan. Muchos. A pesar de ETA.

Pacta sunt servanda: hay que respetar lo acordado. Se clasifique esta afirmación perentoria como Derecho, como Política o como Ética, la consecuencia es la misma. Sin ese suelo no hay arreglo posible salvo el que proporcionan las vías de hecho. Y por esas vías comparece siempre Carl Schmitt. Mala compañía. Volver a hablar de Weimar. Ominoso. Pero hablamos. Por algo.

Dado que la identidad nacional es una construcción social, las sociedades y los individuos pueden sumar y mezclar identidades en su almario y ser plurinacionales. El nacionalismo lo niega y dice que solo se puede tener una. O que solo se debe, que para él es lo mismo. Confunde su propia prescripción prejuiciosa con una descripción empírica de su sociedad. Por eso es reduccionista y denigratorio, decía Amartya Sen.

Los límites del lenguaje son los límites de la reflexión. Por eso esta no avanza cuando los más se empeñan en hablar de Cataluña o España como sinécdoques de millones de personas diversas. Un razonamiento político con un exceso de metáforas en un mal discurso político salvo que solo se desee confundir, sugestionar y enardecer al respetable. Lo advirtió Locke.

La Constitución vigente arregló de forma razonable para una buena temporada la cuestión de la plurinacionalidad en España. Claro que no pudo contentar a los que nunca querrán ser contentados, pero sí abrió un amplio terreno de libre reconocimiento para la variopinta sociedad que vive en este territorio.

El nacionalismo catalán no encuentra arreglo para la plurinacionalidad de su sociedad porque no la reconoce, o no le gusta, que viene a ser lo mismo. Ese es su conflicto, que pretende transformar en conflicto de todos. Con bastante éxito, por cierto. Ahora tenemos a Vox.

Reducir el conflicto a su ámbito y su límite propios es condición para poder pensar en su arreglo. Transformarlo en un conflicto del resto de la sociedad española es la tentación en que caen una y otra vez unas derechas e izquierdas españolas a la búsqueda de argumentos para desprestigiarse mutuamente. Simplemente bobos. Autodestructivos.

El nacionalismo catalán ha intentado con porfía y durante treinta años homogeneizar culturalmente a su población para crear una pista de despegue a la independencia. Que la mitad de esa sociedad rechace la independencia todavía hoy es una prueba de la fuerza del gusto por la libertad del ser humano. O del capricho. O de la inercia resiliente de lo hispano.

El error del sistema autonómico español en su desarrollo fue el de igualar por el máximo a todos los autogobiernos, cegando la vía más fácil para dar satisfacción parcial a los nacionalismos fuertes, la de reconocerles una diferencia de grado de gobierno. En su descargo puede decirse que cedió a la pasión por la igualdad, un gusto siempre noble. Ahora tiene mal arreglo.

Ceder, ceder algo. Pero el privilegio entendido en su etimología primera (ley particular) termina por producir privilegio en su sentido más moderno (ventaja arbitraria); de ahí el peligro de adentrarse por esa vía de arreglo, la de los derechos históricos y las mutaciones constitucionales. Véase Euskal Herria.

La tentación de los bellos diseños. Pero es que construir modelos normativos de federalismo simétrico, asimétrico, o mediopensionista es muy fácil. Como de segundo de Políticas. Lo difícil es compatibilizar el federalismo con el soberanismo y con la deslealtad. La veritá effettuale della cosa, ese es el reto. Siempre lo ha sido.

El pueblo catalán tiene derecho a la autodeterminación, cómo no. Todos los pueblos lo tienen. Lo dicen los textos internacionales básicos. Pero también dicen que ese derecho no incluye el de secesión. Lo sabe ya hasta el más tonto. Hacer desde un Gobierno en ejercicio como que no es así es una noble mentira de las de Platón. Aunque no tan bien intencionada.

Que la secesión no sea un derecho no implica necesariamente que no deban explorarse sus condiciones de posibilidad en una sociedad abierta. Pero esto no sucederá nunca bajo amenaza y mientras no se generen islas de confianza, como decía Hannah Arendt que necesitaba el futuro de cualquier sociedad. Y la promesa convertida en ley es la mayor isla de confianza que la humanidad ha inventado para sobrevivir en libertad. Así que… de vuelta al Derecho". 



Bosque de laurisilva en La Gomera. Islas Canarias, España



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viernes, 1 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Cuesta creerlo



Los independentistas condenados por el Tribunal Supremo


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

En mi balcón, -comienza diciendo la psicóloga y escritora catalana Remei Margarit-, los crisantemos florecen con colores blancos y lilas; podé el rosal de pitiminí y, agradecido, en pocos días han crecido brotes; el hibisco sigue abriendo flores cada día; el granado ha dado una granada como una pelota de ping-pong y la poinsetia tiene hojas esplendorosas. En los árboles de enfrente anidan muchos pájaros distintos que vuelan de rama en rama. Eso es la naturaleza y ya que formamos parte de ella también tendría que ser la naturaleza humana. En cambio, los humanos, que nos creemos los amos de todo lo que hay, no hacemos caso de lo que nos enseña cada día el universo con el paso del tiempo, las estaciones, las luces y las sombras, el frío y el calor del sol, y todo lo que hay en esta tierra, que es la casa donde todos vivimos.
Y ahora, en este privilegiado país donde nos ha tocado vivir, en vez de agradecerlo cada día del mundo, nos empecinamos en crear bregas, confrontaciones, iras descontroladas, gritos masificados y destrozos. Existe, desde la Constitución, el derecho de manifestarse y de huelga, claro, lo que pasa es que una manifestación se hace de manera ocasional, en manera alguna cada día, porque si pasa esto, los atascos de calles y el corte de carreteras y la ocupación de las vías de los trenes impiden al resto de las personas que no quieren ir –porque tienen otros criterios– ejercer también sus derechos constitucionales de ir a trabajar o pasear o lo que sea. Con eso quiero decir que todo tiene un límite y el derecho de manifestación también. Como todas las cosas humanas. Y los límites los hemos puesto nosotros mismos con el consenso de todos, de manera que creer en el libre albedrío es ilusorio por falso.

Hay una sentencia judicial que no ha agradado a mucha gente, pero los que se la jugaron ya sabían dónde se metían y además estaban bien advertidos; hicieron la jugada y perdieron frente a un gobierno del que ya sabían cómo las gastaba. Cuesta creer que tanta gente que se manifiesta sea tan crédula como para creer que eso sea un agravio al país. ¿ Servidumbre voluntaria ?, como dijo en el siglo XVI Étienne de La Boétie, o desconocimiento de quién mueve los hilos. Desde siempre hay desacuerdos en los gobiernos de todo el mundo y para eso está la diplomacia".





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martes, 29 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Única patria



El escritor José Agustín Goytisolo


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

La semana pasada, -afirma la escritora Carme Riera-, inolvidable, por tantos motivos tristes, en especial para los catalanes, celebramos en la Universitat Autònoma de Barcelona, los días 14, 15 y 16, esto es, lunes, martes y miércoles, el VII Congreso Internacional José Agustín Goytisolo y Su Generación: Música y Poesía. Las fechas, coincidentes con la sentencia del procés , propiciaron que la sala en la que tuvieron lugar las sesiones, que ni quisimos ni pudimos suspender o aplazar –ya que los billetes de los ponentes no admitían cambios ni devoluciones–, estuviera vacía de estudiantes.

Los estudiantes abandonaron las clases a partir de las diez. Muchos se dirigieron a la plaza Cívica, desde donde se marcharon a Barcelona y luego al aeropuerto. Hacia el aeropuerto se dirigió también, a primera hora de la tarde, la profesora que dio la ponencia inaugural y que debía poner rumbo a Oxford. Iba tranquila, reconfortada por otro colega de ideología independentista, participante igualmente en el congreso, que le aseguró que no le ocurriría nada, que no se inquietara por su integridad física, porque los del Tsunami Democràtic eran gente absolutamente pacífica, que protestaban por la sentencia injusta del tribunal que condenaba con desmesura a los políticos independentistas.

El taxi que llevaba a la profesora la dejó a dos kilómetros del aeropuerto, ya abarrotado por los manifestantes. Como tantos otros pasajeros, realizó el trayecto a pie. Consiguió entrar en la terminal, saltando obstáculos, con riesgo de romperse una pierna, evitando las porras de los policías y los empujones de los del Tsunami . Pero tuvo suerte. Mucha más que la del pasajero francés que murió de un infarto, privado, al parecer, de una atención inmediata. Ella, tras mostrar su tarjeta de embarque y hacer una larga cola, pudo pasar a la zona de salidas. Siete horas después, su avión despegó. A muchos otros les fue mucho peor.

Las historias de los viajeros que ese día pasaron por El Prat se nos han transmitido con el ruido y la furia que suele producir la impotencia. A los que llegaban a Barcelona se les impedía salir del aeropuerto, tomado por los asaltantes y, en cierto modo, convertidos en sus rehenes, hasta que, por la noche, quienes movilizaban y desmovilizaban a los manifestantes consideraron que debían ir abandonando el lugar. Ocupar las pistas, como en Hong Kong, algo que se había planteado en un principio, fue desestimado por las penas de cárcel que podía ocasionar.

El congreso Goytisolo continuó al día siguiente también sin estudiantes. Por la Autònoma sólo se veía a algunos chinos, los benditos chinos que inyectan yuanes en las depauperadas economías universitarias, y veinte o treinta erasmus despistados. Algunos congresistas llegaron la mañana del martes tarde a causa de los retrasos de trenes y aviones, y otros no llegaron como consecuencia de las carreteras cortadas.

Los organizadores continuábamos pidiendo excusas a los invitados por la falta de público y nos preguntábamos qué habrían dicho José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral o su antólogo, Josep Maria Castellet, de la situación que estábamos viviendo. Abominarían, sin ­duda, de la violencia. No en vano habían sido niños durante la Guerra Civil. ¿Qué pen­sarían del procés ? ¿Y de la sentencia? ¿De qué lado estarían? ¿Qué opinarían de Puigdemont? ¿De Torra, de su famoso y nefasto apreteu ?

Cerramos el congreso la mañana del día 17 sin público, pese a la actuación del gran Paco Ibáñez. Diversos ponentes se habían paseado la noche anterior por una Barcelona en llamas. Les sorprendió en plena calle la facilidad con la que los violentos levantaban barricadas, les prendían fuego y huían cuando la policía aparecía. Atacaban a las fuerzas del orden con cuanto encontraban a su paso. Volaba el material urbano, llovían piedras y adoquines contra los escudos de los Mossos, cuyas actuaciones, según los CDR, habían sido desmesuradas desde el mismo momento en que empezó el Tsunami. Los del apreteu se consideraban apretados por los Mossos, como si el president Torra jugara a aquello que dicen que es tan catalán de la puta i la Ramoneta o, lo que es lo mismo, mostrando por un lado su cara de activista, no de político, y por otro, tratando de ofrecer la del político que debe velar, en primer lugar, por que la calle no se vea amenazada por los violentos, porque, en democracia, la calle es de todos.

El VII Congreso Internacional José Agustín Goytisolo fue el más triste y ensimismado de cuantos hemos dedicado al poeta desde que en el 2002 la Universitat Autònoma de Barcelona se hizo cargo de su legado. Este 2019 se cumplen veinte años de la muerte del autor de Palabras para Julia . No obstante, sus versos nos siguen haciendo compañía e incluso nos sirven de consuelo: “En tiempos de ignominia como ahora / a escala planetaria y cuando la crueldad / se extiende por doquier fría y robotizada / aún queda buena gente en este mundo / que escucha una canción o lee un poema: es el canto, la voz y la palabra: única patria”.





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sábado, 9 de marzo de 2019

[A VUELAPLUMA] El ejemplo de Canadá







Estas dos últimas semanas, escribe el periodista Arcadi Espada, y en la sala más noble del Tribunal Supremo, los presos nacionalistas han pronunciado fluidos, repetitivos y prolijos mítines que la democracia española ha puesto a disposición de cualquiera mediante la retransmisión del juicio. La autoridad judicial no los ha interrumpido, en aplicación de un criterio ultragarantista influido por la seguridad de que el Tribunal de Estrasburgo habrá de pronunciarse sobre este juicio. Y ninguna autoridad política ha denunciado de forma tajante la propaganda. Solo uno ha roto la pasividad democrática. Este miércoles, en Madrid, en la sesión inaugural del XXVI Congreso Mundial del Derecho, el Rey de España dijo: "No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho". Cabe vincular la frase a estas declaraciones recientes del Valido: "La voluntad del pueblo y la democracia de la gente están por encima de cualquier ley". Y, sobre todo, al argumento, repetido en el Supremo, de que la manifiesta desobediencia del nacionalismo a la ley se habría visto compensada por el ejercicio del "principio democrático".

La alusión concreta a dicho principio que manejan los nacionalistas procede de la "Decisión del Tribunal Supremo de Canadá, en respuesta a una remisión del Gobierno Federal sobre algunas cuestiones relacionadas con la secesión de Quebec", de 20 de agosto de 1998. Antes de proseguir, quiero puntualizar que tomarse como dogma de fe la jurisprudencia canadiense, tal como hacen los nacionalistas, es lo mismo que recordar que en Estados Unidos los chistes de Lepe los hacen con los canadienses. Y ahora prosigamos. El objetivo fundamental de la resolución es negar al Quebec la posibilidad de una secesión unilateral. Pero la resolución contiene una zona erógena de la pasión nacionalista a la que aludieron las alegaciones de la Generalidad ante el Tribunal Constitucional con motivo de un recurso del Gobierno contra la habilitación de presupuesto para el referéndum ilegal, varios de los escritos de la defensa de los hoy procesados y sus propias manifestaciones en el juicio. Estas son las líneas calientes: "Es igualmente cierto que un sistema de gobierno no podrá sobrevivir con el único respeto a la ley. Un sistema político debe, asimismo, dotarse de legitimidad, lo cual exige, en nuestra cultura política, una interacción entre la primacía del Derecho y el principio democrático". 

Conviene, sin embargo, reproducir lo que viene antes: "El asentimiento de los gobernados constituye una función fundamental en nuestra concepción de una sociedad libre y democrática. Sin embargo, la democracia, en el sentido verdadero del término, no puede darse sin el principio de la primacía de la Ley. Es la Ley la que crea el marco en el cual debe determinarse y aplicarse la 'voluntad popular'. Para ser legítimas, las instituciones democráticas han de reposar, en definitiva, en unos fundamentos jurídicos. Esto significa que deben permitir la participación del pueblo y responder ante él mediante instituciones públicas creadas con arreglo a la Constitución". 

Y reproducir también lo que viene después: "El sistema debe poder reflejar las aspiraciones de la población. Pero hay algo más. La legitimidad de nuestras leyes reposa también en un llamamiento a valores morales, muchos de los cuales están incardinados en nuestra estructura constitucional. Sería un error grave reducir la legitimidad a la única 'voluntad soberana' o a la única regla de la mayoría, excluyendo otros valores constitucionales". 

Sería interesante que sobre la incardinación constitucional de determinados valores morales el legislador o el poder judicial respondieran algún día a la cuestión de si la xenofobia -fuerza motriz de la reivindicación secesionista- entra en contradicción con la moralidad constitucional. 

Toda la fuerza del argumento nacionalista del Proceso ha cargado siempre en el principio democrático. El nacionalismo concede que la Ley no está de su parte, pero no admite discutir la legitimidad democrática que lo ampara: "Solo queremos votar". Nadie puede negar el éxito que ha alcanzado en la opinión pública global. La democracia es siempre más sexy que la Ley. Entre otros muchos factores porque la democracia expresa y la Ley obliga. A la gente le gusta mucho expresarse. 

Quiero que se fijen en el adjetivo supuesta, referido a la democracia, que el Rey usaba. Es probable que su intención fuera la de subrayar la imposibilidad de la democracia al margen de la Ley. Pero lo cierto es que el adjetivo mantiene un inesperado vínculo con lo que realmente expone el Supremo canadiense sobre el principio democrático. El tribunal jamás da a entender que la democracia, y por lo tanto la legitimidad, estén en manos de las provincias y la Ley en manos del Estado, como aspiran a que creamos, tan toscamente, nuestros nacionalistas. Tanto la democracia como la Ley son partes indisolubles de la organización política del Estado y las provincias, como no podía ser de otro modo. Taxativamente la resolución declara: "Una mayoría política en cualquier nivel que no actuase de acuerdo con los principios constitucionales mencionados pondría en riesgo la legitimidad del ejercicio de sus derechos y, en definitiva, la aceptación del resultado por parte de la comunidad internacional". Y añade: "El ordenamiento constitucional canadiense existente no podría permanecer indiferente ante la expresión clara, por parte de una mayoría clara de quebequeses, de su voluntad de dejar de formar parte de Canadá". 

Pero este ordenamiento constitucional reposa igualmente en el principio democrático. Así, cuando el Supremo llama a la negociación política entre el Estado Federal y las provincias no está llamando a una negociación entre la Ley y la legitimidad, sino a una negociación entre legitimidades. Y fundamenta la negociación en razón de la naturaleza de la democracia canadiense, que define como «una democracia en evolución» en oposición implícita a una democracia militante, cuya capacidad de reforma está sometida a ciertos límites. La invocación del principio democrático por parte del tribunal solo trata de justificar la legitimidad de la Constitución canadiense para reformarse a sí misma.

La imaginaria aplicación de esta decisión jurídica, en la que se ampara de manera ignorante o malintencionada la propaganda nacionalista, impugnaría de arriba abajo el Proceso. Según la instrucción canadiense los nacionalistas deberían actuar no solo respetando la ley ¡sino el principio democrático! del que se llenan la boca. Para empezar en el interior de su propia comunidad política. Entre los variadísimos mantras que rigen la propaganda y que han sido expuestos abundantemente en el juicio está el de la supuesta mayoría favorable al derecho de autodeterminación, que se cifra en el 80% de los catalanes. Un absurdo porcentaje. La suma de los partidos autodeterministas no supera el 55%, tomando como referencia las últimas elecciones autonómicas. Si la suma se proyecta no sobre los votos emitidos, sino sobre la totalidad del censo electoral, alcanza el 43%. Y si, como hizo el viernes Tadeu, se incluye, como quisieron los nacionalistas el 1 de octubre, a los extranjeros, el porcentaje baja hasta el 37%. 

El principio democrático interno queda lejos de esa mayoría vigorosa favorable a la autodeterminación que el Supremo canadiense ve imprescindible para el inicio de cualquier proceso. Pero si algún día los nacionalistas la alcanzasen, la instrucción canadiense tampoco deja dudas: forzados por el principio democrático, habrían de negociar con el resto de españoles los cambios constitucionales imprescindibles que permitieran el derecho a la autodeterminación. Naturalmente es una vía difícil. Así debe ser, porque la secesión en un Estado democrático es un objetivo costoso, destructivo e inmoral. La vía elegida por los catalanes es, como su objetivo: costosa, destructiva e inmoral. Y, además, imposible.



Dibujo de Sequeiros



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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domingo, 3 de marzo de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] Nosotros somos los patriotas



Dibujo de Enrique Flores


Cataluña es mestiza y reivindicamos también la España mestiza; estamos hartos de exaltaciones como las de la plaza de Colón. No queremos más redentores ni destructores de la patria o “salteadores de la nación”, escribe el profesor español Víctor Lapuente, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, Suecia.

Los que no acudimos a la concentración de Colón queremos manifestarnos. Hablo en mi nombre, pero creo que comparto la opinión de cientos de miles de catalanes, y de otros muchos españoles, que no nos sentimos identificados ni con la deriva soberanista ni con el nacionalismo de golpes en el pecho que vimos el domingo en Madrid. Se nos acusa de permanecer silenciosos, pero nos sentimos silenciados. Si vives en Sevilla, Burgos o la Huesca de mi infancia, sacar la rojigualda al balcón no tiene costes. Si eres un empresario de Vic, un funcionario de Barcelona o un empleado de Tarragona, te juegas el negocio, las posibilidades de promoción o la estima de tus colegas y amigos. Unas perspectivas de vida amenazadas por la posibilidad, pequeña y lejana en el tiempo, de secesión de Cataluña, y por la probabilidad, grande y cercana, de conflicto social en esta hermosa tierra.

Nuestra voz no está representada por ningún partido político. Y está manipulada por casi todos. No, no somos equidistantes entre los dos nacionalismos. Somos españoles, porque lo dicen el DNI y todos los ordenamientos jurídicos, nacionales e internacionales, habidos y por haber. Y nos sentimos españoles, porque compartimos lazos afectivos y de sangre con el resto de españoles. Y no es porque los apellidos más frecuentes en Cataluña sean todos de origen español —a diferencia de lo que ocurre en Noruega, cuya independencia de Suecia es un ejemplo para los independentistas catalanes, y donde los apellidos eran y son… noruegos—, sino porque compartimos la misma cotidianidad y maneras de vivir. Nos compungimos con las mismas tragedias, como el accidente de Utrera, y nos elevamos con las mismas heroicidades, como tener el sistema de donación de órganos más alabado del mundo. O el gol de Iniesta, que culés y periquitos celebramos con idéntica pasión.

También en Cataluña vemos Dónde estabas..., el programa de La Sexta. No vemos Où étiez-vous... en la televisión francesa o Where were you... en la inglesa. Nuestro marco de referencia es España. Cada jueves noche, españoles de dentro y fuera de Cataluña compartimos la melancolía de los veranos en los que bailábamos las mismas canciones, el orgullo de los avances en el reconocimiento de las minorías sexuales o la vergüenza por el tratamiento mediático del crimen de Alcàsser. Y recordamos, con estupefacción, cómo, desde la llegada de la democracia, hemos pasado de la retaguardia a la vanguardia del mundo avanzado en casi cualquier indicador de calidad de vida.

Pero también nos sentimos catalanes. De una Cataluña que es parte de España. Una parte mestiza, no pura. Los catalanes queremos que niños y niñas aprendan catalán, la historia de España y la propia de Cataluña, que conozcan las canciones de Serrat, pero también las de Llach. Muchos vivimos en Barcelona, una de las urbes más cosmopolitas, y uno de los destinos turísticos más deseados, del planeta. Pero disfrutamos también de la Cataluña rural, ascendemos sus montañas mágicas y honramos sus tradiciones, de los castellers al derecho matrimonial catalán, nos casemos en Montserrat o en un juzgado de El Prat. Cataluña es mestiza. Y, defendiendo ese mestizaje, reivindicamos también la España mestiza.

No somos equidistantes. Somos patriotas. Y ser patriota no es una aséptica adhesión a la Constitución, sino una emoción. Pero una emoción que busca la unión, no la confrontación. Y, en estos momentos, en el debate público español tenemos demasiados salvadores de la patria y pocos patriotas. Si algo aprendimos en el siglo XX es que los salvadores de la patria son quienes destruyen las patrias. No queremos más redentores ni tampoco destructores de la patria o “salteadores de la nación”, como llamó Alfonso Guerra a los independentistas. Estamos empachados de ambos.

Estamos hartos de que los independentistas hayan utilizado el procés para poner bajo la alfombra los problemas reales de los catalanes, de una sanidad pública que exige reformas inaplazables a una política de movilidad urbana que, de momento, ha dejado la ciudad organizadora del Mobile World Congress sin Uber ni Cabify. Un ejemplo palmario de negligencia es la escasa discusión sobre el modelo educativo, más allá, claro está, de los aspavientos de unos y otros sobre el “adoctrinamiento” o la “nostra llengua”.

En estos momentos se está produciendo un debate académico interesante sobre los efectos de la inmersión lingüística sobre lo que de verdad importa a los padres y madres catalanas: ¿cuánto aprenden sus hijos? Y lo que debería importar a políticos y analistas: ¿tenemos un sistema educativo que garantiza la igualdad de oportunidades de todos los niños, o beneficia a quienes tienen más recursos o hablan un determinado idioma en casa? Empieza a haber estudios empíricos, unos mostrando los efectos negativos, y otros los positivos, de la inmersión lingüística. Son estos datos, y la necesidad de elaborar más, y más rigurosos, estudios, lo que debería hacer pivotar la discusión política.

Y estamos hartos de exaltaciones nacionalistas como las de la plaza de Colón. Quienes, en Girona, Barcelona, Lleida o Tarragona, padecemos el desgobierno en Cataluña, quienes somos acusados de traidores y botiflers, quienes vivimos en una burbuja donde tienes que vigilar tus palabras en cada conversación, trivial o profesional, quienes sufrimos en nuestras carnes lo que otros observan desde fuera con la comodidad de los espectadores de un evento deportivo (y la irresponsabilidad de los hooligans), sabemos que manifestaciones como la del domingo, que inevitablemente desatan las pasiones más rancias, son el mejor combustible para el independentismo.

La evidencia está ahí. Cuando el PP recogía firmas contra el Estatut hubo desaprensivos que, a preguntas de periodistas, contestaban algo del tipo “estoy aquí para firmar contra los catalanes”. Y estas expresiones fueron, y siguen siendo, instrumentalizadas por los independentistas: “¿Veis? No nos quieren en España. Tenemos que irnos”. La base del argumentario independentista reposa, en el fondo, sobre la premisa de que los españoles son catalanófobos.

La intención de quienes convocaron la manifestación, y de muchos de los que, con buen espíritu, acudieron a la llamada, no era desatar la catalanofobia. Pero en política no cuentan las intenciones, sino los resultados, que serán los mismos que los de la infausta recogida de firmas contra el Estatut: azuzar el fuego independentista.

Espero que cuando en 2039 veamos ¿Dónde estabas en 2019? nos avergoncemos de la locura nacionalista de unos y otros. Los patriotas debemos rebelarnos.




El profesor Víctor Lapuente Giné



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




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