viernes, 15 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los libros del Circulo



Libros del Círculo de Lectores


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, escrito por el profesor y ensayista Francesc-Mark Álvaro, sobre la hermosa historia de los libros del Círculo de Lectores, que acaba de anunciar su cierre. Para mí, el Círculo de Lectores, fue también una hermosa historia de amor a la buena literatura que sigue formando parte de la biblioteca familiar. 

"En la mayoría de hogares, no había libros -comienza diciendo Álvaro. Porque las clases populares que se convirtieron en clases (casi) medias durante los años sesenta y setenta provenían “d’un silenci antic i molt llarg”, para decirlo como Raimon. Ni libros ni vacaciones ni segunda residencia. Esta es la pura verdad de mucha gente que –como mis padres– salieron adelante sin que nadie les regalara nada. Hablo de gente que consiguió que alguno de sus hijos acudiera a la universidad, un hito que, antaño, estaba reservado exclusivamente a las familias acomodadas. En ese mundo, donde empezaba a haber alguna peseta que podía dedicarse a lo que no era la simple supervivencia, surgió Círculo de Lectores, y mi padre se hizo socio, como tantos ciudadanos. Vacaciones y segunda residencia, no, pero libros, sí. Parece ser que ahora Círculo de Lectores cierra.

La escena. Recuerdo al hombre de Círculo que llevaba los libros a casa, unos volúmenes que iban llenando los estantes del mueble del comedor, al lado del gallo de Portugal que nos había regalado la tía Marina. Entre esas obras estaba A sangre fría , de Truman Capote. Y ahora es cuando debo decir: “Gracias, papa, porque no sabías lo que comprabas pero comprabas cosa buena y eso fue de gran ayuda”. Ca­pote, y Pearl S. Buck, y Maxence van der Meersch y, sobre todo, José María Gironella, con Los cipreses creen en Dios , y unos libros editados por Caralt sobre socialismo, comunismo y fascismo, repletos de fotos. Y vinieron otros hombres simpáticos y habladores, que nos vendieron enciclopedias, y los estantes fueron ya insuficientes. Y después llegaron los libros que regalaba cada Sant Jordi La Caixa de Pensions (un año nos obsequiaron con la Rodoreda) y otras cajas de ahorros, como ese de cocina española que estaba en todos los hogares, escrito por Néstor Luján y Joan Perucho. La escena describe un cambio fundamental: en pocos años, los libros dejaron de ser un objeto exótico para mucha gente, fue una verdadera revolución en silencio.

¿Qué compraba, en realidad, mi padre cuando se hizo socio de Círculo de Lectores? No eran sólo los libros, claro. No se lo he preguntado nunca, no me atrevo. Me parece que, de manera puramente intuitiva, mi padre sabía que adquiría todo lo que su generación no había tenido y algo más: libertad, imaginación y futuro. Los libros en casa, como un seguro de vida contra la estupidez, la guerra y la miseria mental. Detrás de Círculo de Lectores, muchos padres encontraron una manera de ser mejores y de hacernos (a los hijos) menos tontos".







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[TEORÍA POLÍTICA] Actuar como si...



Protesta estudiantil en México


El escritor y periodista mexicano Pablo Majluf escribe en Letras Libres sobre el autoritarismo y la demagogia populista, y recuerda, que ya en su momento, y haciendo cara al autoritarismo de su época, Václav Havel decidió actuar "como si" fuera ciudadano de una sociedad libre, en un ejercicio de libertad con el que logró salirse con la suya, en una fórmula que se puede rescatar de cara a otro régimen mentiroso y potencialmente destructivo.

"Ya muchos nos preguntamos qué hacer frente al autoritarismo y la demagogia -comienza diciendo Majluf-. Cómo resistir el avance de un régimen mentiroso y potencialmente destructivo. Cómo actuar mientras los nuevos embaucadores –con la venia de mayorías adormecidas o manipuladas– destruyen las instituciones y cambian la constitución para entronizar a un señor: ¿Nos plantamos en Reforma hasta que se atiendan nuestras plegarias? ¿Organizamos una marcha? ¿Nos afiliamos a un partido político de oposición, aunque sean PRI o PAN, aquellos ladrones? ¿Le escribimos a nuestros legisladores, aunque sean del partido gobernante? ¿Visitamos cada pueblito para conocer mejor al México “verdadero”, emulando al populismo de abrazos con la esperanza de descarrilarlo desde adentro? ¿Revisamos nuestro privilegio, como solicita una de las alas académicas al servicio del resentimiento, acaso para que las partes agraviadas nos consideren interlocutores válidos?

El periodismo prescriptivo no es el mejor –no creo que dar recetas sea función de la prensa, como sí lo es hacer diagnósticos y exhibir problemas, ni tampoco creo que esté equipada para ello y la mayor de las veces adquiere así su forma más fea–, pero ya demasiadas, y cada vez más, personas manifiestan confusión y desasosiego, tanto personal como colectivo, frente a una era oscura e incierta. Y en efecto, ¿qué puede hacer el ciudadano común ante semejante monolito? Alguna o varias de las anteriores, sí, además de las de cajón: votar cuidadosamente de ahora en adelante (el encargo se explica solo), donar –o mejor aún, sumarse– a la sociedad civil opositora, mantenerse informado, persuadir a los demás, señalar estupideces e injusticias, criticar y ridiculizar al régimen, leer a los comentócratas oligárquicos más hostigados.

Pero, aunque todo suma, es posible que no alcance. La demagogia es infatigable en un país adolescente. Y si bien la historia nos enseña que nada permanece, tampoco sabemos cuánto.

De tal suerte que sí hay algo que cada pequeño opositor puede hacer por sí mismo. Acaso algún día el agregado cambie los vientos, pero si no, no importa, pues de todas formas es esta la forma más digna de sobrellevar el ciclón. Václav Havel la llamaba “el poder de los impotentes” o “actuar como si…”. Y quién mejor para explicarlo que el venerable Christopher Hitchens en sus Cartas a un joven disidente:  

Václav Havel, que trabajaba como dramaturgo y poeta marginal en una sociedad y un Estado que de veras merecían el título de absurdos, se dio cuenta de que la ‘resistencia’ en su acepción original de insurgencia y militancia era imposible en la Europa central de la época. Por lo tanto, propuso vivir como si fuera ciudadano de una sociedad libre, como si la mentira y la cobardía no fueran obligaciones patrióticas, como si su gobierno hubiera firmado los diversos tratados y acuerdos para consagrar los derechos humanos universales. Llamó a esta táctica el "poder de los impotentes" porque, incluso cuando el desacuerdo está casi prohibido, es relativamente fácil hacer parecer estúpido a un régimen que insiste en el asentimiento.

Así fue como Rosa Parks se sentó en un asiento reservado para blancos aquella tarde de 1960, evoca Hitchens confirmando a Havel: “actuó como si una mujer trabajadora negra pudiera ocupar el lugar de un blanco en el sur segregacionista”. Así también Oscar Wilde ridiculizó a la sociedad victoriana que lo condenó: “decidió vivir y actuar como si la hipocresía moral no fuera dominante.” Aleksandr Solzhenitsyn también se dispuso a “escribir como si un erudito individual pudiera investigar la historia de su propio país y publicar sus hallazgos” en el Moscú de los setenta. “Todos, al comportarse literalmente, actuaron irónicamente. Y en cada caso, como sabemos ahora, las autoridades se vieron obligadas primero a actuar con vileza y luego a parecer viles, para finalmente ser víctimas de severos veredictos de la posteridad.”

En nuestra propia historia pienso en Francisco Zarco, el Nigromante, Rodolfo Usigli, Julio Scherer, Luis González de Alba, Javier Sicilia y Lydia Cacho, quienes actuaron como si jamás los fuesen a censurar, como si no los acechara el autoritarismo. Es eso lo que desnuda al poder al tiempo que reivindica al individuo: define por contraste el acto rebelde frente a la proscripción. Y aunque ni aquellos ni estos fueron ciudadanos comunes, fue precisamente por haber actuado como si gozaran de libertad, que son referente. Desde luego que el resultado, advirtió Hitchens, “no está nunca garantizado…y debe haber días en que el talante del como si sea extremadamente difícil de mantener.” Pero eso jamás es contratiempo: es un ejercicio de libertad per se con el que el disidente se sale con la suya.  

Guardo toda proporción con el obradorismo –mas no descarto ningún devenir ominoso– y pienso que hoy uno debe actuar como si el líder no condenara opositores desde el estrado presidencial; como si los propagandistas del régimen no lincharan críticos; como si reprobar el populismo no fuese considerado traición; como si la violencia criminal que vive al amparo del Estado no estuviese desbordada; como si sobraran los eufemismos y perífrasis; como si no se hubieran promulgado la extinción de dominio y la prisión preventiva oficiosa, leyes que fortalecen al gobierno y debilitan al ciudadano; como si no existiese el miedo. Eso, el miedo. Es eso al final: los autoritarismos viven del miedo. Y lo mejor que puede hacer uno es actuar como si no lo tuviera".



La muerte de Sócrates, por Jacques-Louis David, 1787


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 15 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





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jueves, 14 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Yo también soy UNED. (Publicada el 22 de marzo de 2009)





Yo también soy UNED... El próximo jueves, día 26, es el día de la UNED, la Universidad Nacional de Educación a Distancia. La única universidad pública española de ámbito estatal, bajo la dependencia directa del Ministerio de Ciencia e Innovación y la tutela de las Cortes Generales. Creada en el año 1972, tiene en la actualidad más 180.000 alumnos (la más numerosa de España), repartidos en 11 Facultades y 2 Escuelas Técnicas Superiores), imparte 33 titulaciones oficiales y cuenta con 1400 profesores universitarios y 6900 profesores-tutores que ejercen sus funciones en la sede central de la universidad, en Madrid, y en 61 Centros Asociados, 80 extensiones y una decena de países.

Mi vinculación con la UNED abarca un período de más de 30 años. Entre 1973 y 1984, en la Facultad de Derecho; entre 1978 y 1989 en la Facultad de Geografía e Historia; y entre 1994 y 2005, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. A comienzo de los años 80 participé como representante de los alumnos en el Claustro Constituyente de la UNED, que elaboró y aprobó sus primeros Estatutos, y formé parte de su Junta de Gobierno y de su Consejo Social en calidad de Delegado Nacional y presidente del Consejo General de Alumnos de la Universidad. Durante 8 años fui también Delegado Nacional y presidente del Consejo de Alumnos de la Facultad de Geografía e Historia y miembro de su Junta de Facultad, así como representante de los alumnos en varios Consejos de Departamento de las Facultades de Geografía e Historia y de Ciencias Políticas y Sociología. Podría decirse sin faltar a la verdad que en ella (en la UNED) he sido pinche, cocinero y fraile.

¿Qué puedo decir yo de la UNED que no sea elogioso? La UNED es mi "alma mater". Mi madre nutricia cultural, académica y personal. De ella, de sus profesores y mis compañeros de estudio y de la delegación de alumnos, guardo los mejores y más imborrables recuerdos de mi vida. No quiero parecer descortés por omisión con ninguno de ellos así que los personalizo a todos en los nombres de "mi" rectora, Elisa Pérez Vera, catedrática de Derecho Internacional Privado y rectora de la UNED, magistrada del Tribunal Constitucional; de Emilio Lledó Íñigo, catedrático de Historia de la Filosofía, miembro de la Real Academia Española; de Antonio de Bethencourt Massieu, catedrático de Historia Moderna de España y Decano de la Facultad de Geografía e Historia; de Antonio Antelo Iglesias, profesor de Historia Medieval de España; y por último, de Faustino Fernández-Miranda y María Luz Gutiérrez Araus, vicerrectores durante el Claustro Constituyente, y profesores de las Facultades de Ciencias Políticas y Sociología y Filología, respectivamente.

De mis compañeros de fatigas académicas sólo puedo decir que fueron y siguen siendo mis mejores amigos a pesar del tiempo y la distancia que nos separa: Lourdes Pulet y Lino Chaparro (Las Palmas), María Luisa Martínez (Cartagena), Araceli Olmedo (Ciudad Real) y Andrés Vázquez (La Coruña) en la Facultad de Derecho; Luisa María Martínez (La Coruña), Inmaculada Recio (Mérida), Isabel García, Encarna Galván, Esther Suárez, Carmen Llopis, Germana Roy y Nani Morán (Las Palmas), Rosa Casanovas (Barcelona) María Francesca Fernández (Reus), Ana María Olivo (Lanzarote), Carmen Rojas (Elche), Agustina Peralta (Zamora), María Dolores Ferrete (Sevilla), Gabriel Bassa (Palma de Mallorca), Antonio García (Algeciras), Juan Carlos Morate (Palencia), Mercedes Rodríguez (La Palma) y Bernabé Borja (Ceuta), en la Facultad de Geografía e Historia; Teresa Barreda (Benalmádena), María Jesús Hierro (Bilbao), Salma Tabraue (Las Palmas), Raquel Martí (Denia), Ana Castelo (Ámsterdam), Maribel Amaya (Madrid) y Rafael Rodríguez (Elche), en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología; Nidia Afonso (Las Palmas), en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales; Milagros Ezquerro (La Coruña), en la Facultad de Psicología; y Turía Abdelkader (Melilla) y Antonio Manuel Díaz (La Coruña) en la E.T.S. de Ingeniería Industrial. Espero que me perdonen todos aquellos que se me han quedado en el tintero. Mi cariño y mi recuerdo son para ellos también. Y también para los profesores-tutores de los Centros Asociados de las UNED, que personalizo en Leopoldo Santana (Facultad de Derecho) y Agustín Millares (Facultad de Geografía e Historia), ambos de Las Palmas.

De las carencias y dificultades del aprendizaje universitario a distancia, los alumnos de la UNED lo sabemos casi todo. La más dolorosa, la inexistencia casi hasta ahorita mismo, y no del todo culminada aún, de una metodología específica de enseñanza a distancia, con utilización preferente de Internet. Precisamente en una universidad pionera, junto a la Open University británica, en ese tipo de enseñanza universitaria siempre ha constituido un déficit difícil de soslayar por muy buena voluntad que pusiéramos profesores y alumnos. Y sobre la evaluación final del curso, que aún sigue jugándose a una sola carta, la del examen presencial y único, ¿qué decir? O sobre la deficiente infraestructura de algunos de sus Centros Asociados y las carencias formativas de muchos de sus profesores-tutores, que su buen hacer profesional y mejor voluntad no acaban de soslayar. O la tardanza, inexplicable, en conocer los resultados de los exámenes.... En compensación, sus alumnos son los que obtienen mejor puntuación en todos los procesos de oposiciones a los que se presentan.

Durante algunos años, los delegados de alumnos de las distintas carreras que se impartían en el Centro Asociado de Las Palmas, visitábamos regularmente a los alumnos de C.O.U. de los Institutos de Enseñanza Media de la isla, para explicarles que era la UNED y como funcionaba, que se podía estudiar en ella y como se estudiaba en una universidad a distancia. Siempre fuimos bien recibidos. Y bastantes de ellos acabaron matriculados y licenciados por la UNED. Recuerdo que al final de nuestras charlas siempre les decíamos dos cosas, a modo de colofón: Una, que en la UNED el truco estaba en aguantar el chaparrón del primer año; que si tenían constancia y no abandonaban los estudios a la primera decepción, podían estar seguros de terminar la carrera. La segunda, que la UNED creaba adicción, en este caso positiva, que era como nicotina o cafeína inyectada en vena. En mi caso, y el de muchos de mis compañeros, ha sido una absoluta verdad.

Y una anécdota final: cuando comencé a estudiar en la UNED aún eran asignaturas obligatorias Religión y Formación del Espíritu Nacional; yo tuve que cursarlas..., ¡y aprobarlas! HArendt



Los Reyes en la UNED (Octubre, 2013)


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 14 de noviembre




El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















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miércoles, 13 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Elogio de la mala hierba



Dibujo de Ed para La Voz de Galicia


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy: un hermoso y nostálgico relato del escritor Miguel-Anxo Murado sobre la Galicia rural, la fuerza de la naturaleza y  la finitud de la existencia. Les dejo con él.

"Como bisnieto de campesinos -¿y quién en Galicia no lo es?- no debería tener ninguna simpatía por la mala hierba -comienza diciendo Murado-. Y, sin embargo, la admiro, que es uno de los grandes ejemplos de coraje y perseverancia, de tenacidad y adaptación al medio que nos ofrece la naturaleza. La mala hierba es mala para nosotros, pero buena para sí misma. Frente a las herbáceas domesticadas, el dócil trigo o la cebada simplona, que se han rendido a nosotros sin apenas oponer resistencia, la mala hierba continúa siendo el espíritu rebelde de su especie, el desafío a la corrección política del campo sembrado en hileras regulares e incuestionables, un ser que preserva su libertad a base de hacerse indigerible para las demás especies, incluida la nuestra. No soy un botánico ni siquiera aficionado, pero cada vez me fijo más en la naturaleza, quizás por el motivo opuesto al de tanta gente: en mi caso, al menos, es porque me recuerda a la sociedad humana, porque, como esta, es a la vez un mundo de belleza y dolor, un espejo de nuestros dilemas más que una víctima de ellos. Pienso, por ejemplo, en el trébol, esa mala hierba con buena fama; tan buena que hasta es uno de los símbolos oficiales de un país, Irlanda. El trébol es como la sombra de nuestros pasos, crece allí donde los animales y las personas hoyamos el suelo con frecuencia. En un prado, señala el camino invisible que elige el paisano para ir a recoger las vacas; en el parque de una ciudad, el lugar donde los niños suelen jugar al más al fútbol, y más concretamente el punto donde se colocan los porteros. Pienso en la hierba de las cucarachas, que sigue el camino de los caminos areneros que van de las playas a las fábricas, o el de los vehículos de obras públicas que echan sal en la carretera cuando nieva en invierno -siempre hay más hierba en las curvas donde se echa más sal, he observado-. O pienso en la hierba de Santiago, que se encuentra a menudo en las vías del tren, entre el granito gris machacado de Ávila que la Renfe usó como balasto el siglo pasado -tiene a veces las manchas rojizas de la catedral abulense, que está hecha en parte del mismo material-. Me fijo siempre en esta hierba de amarillo intenso cuando voy en tren y mi ventanilla mira al sur, donde es más abundante porque es donde da más el sol. De hecho, la hierba de Santiago se vale de los trenes para propagarse. Desde la construcción del ferrocarril en España en la segunda mitad del siglo XIX ha ido colonizando pacientemente buena parte de la Península, siguiendo el trazado de la red ferroviaria. A veces, mientras espero, las veo incluso en las vías de alguna estación, erguidas y desafiantes, supervivientes del Alvia.

Las malas hierbas, en fin, parecen tener interés por nosotros. Nos señalan con el dedo tumbas, casas en ruinas, fosas comunes, campos de batalla -por estas fechas, en Gran Bretaña conmemoran a una de ellas, la amapola, que crece en los escenarios de la Primera Guerra Mundial-. Algo nos quiere decir la mala hierba. Eso fue lo que se me ocurrió el Día de Difuntos de esta semana, viendo la que crecía en los márgenes de un cementerio parroquial. Primero pensé que quizás se entretiene recordándonos nuestra finitud, como aquel esclavo que llevaban los generales romanos a su lado en la carroza triunfal, para que les repitiese al oído «recuerda que eres mortal». Pero luego pensé que no, que a lo mejor tiene para nosotros un mensaje de esperanza, incluso para los que no creemos. Porque no es cierto que la mal llamada mala hierba nunca muere. Más bien lo que ocurre es que, contra todo pronóstico y a pesar de todo, resucita". 







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