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sábado, 1 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] El dinero y la Ley de la Gravedad





Los de abajo ven que su escaso dinero asciende a un empíreo del que ignoran casi todo. Allí se queda. Pero… ¿qué hace allí?, comenta la filósofa Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y miembro del Consejo de Estado.

El dinero es, dicen, un invento relativamente reciente, comienza diciendo en su artículo la profesora Valcárcel. El dinero, eso que representa la riqueza y aquello por lo cual cambiamos todo o casi todo. La mercancía universal. Esa escueta manera de nombrarlo proviene de Marx: el dinero es aquello que, en el intercambio, permite hacer conmensurables mercancías heterogéneas. Cualquier cosa a la que demos valor la cambiaremos por dinero, la mercancía universal que no se come ni se bebe, lo que nos permitirá a nuestra vez cambiar ese dinero por aquello que deseemos o necesitemos. El dinero será el fluido que permite el paso. Un lenguaje aceptado que va desde los dientes de lobo hasta los cauríes, el papel o los metales. Es sumamente imaginativo. La mediación por excelencia. Ahora el dinero es mera corriente eléctrica. Ya no necesita ser concha, diente, metal ni tampoco papel.

De Diógenes, fundador de la escuela cínica (sí, exactamente, el del tonel), se cuenta que tanto él como su padre se dedicaban a partirlo. A partir en pedazos las monedas. Era su oficio y empleo: rompían la moneda falsa. Porque falsificar dinero se volvió una actividad asombrosamente productiva, pero que ponía en peligro el invento. Atención: el dinero tiene que valer. El dinero es aquello en lo que traducimos la riqueza, digamos que le ponemos monto y cantidad. No sólo la riqueza, dinero es poder. La modernidad se interesó rápidamente por el funcionamiento del poder, lo hizo Maquiavelo, y poco después por el del dinero. Eso lo hizo un español, Joseph de la Vega, menos conocido, en su maravilloso Confusión de confusiones. Descubrió las habilidades del dinero para hacer más dinero sin mediar más riqueza presente. El dinero, si se le deja, es como la espuma. Porque tendencia tiene a fabricar pirámides.

Otra de las extrañas habilidades del dinero, quizá la mayor, es que es antigravitatorio: nunca se queda abajo. De los fondos sociales el dinero tiende a desaparecer a gran velocidad, por los muchos sistemas extractivos de que los individuos y los Estados disponen. Pero es que hay más, el dinero parece que siempre busca la cima. Una de las formas de alcanzar el poder político en las sociedades no estatales es devenir Muni (M. Harris así denominó a la forma más primitiva de poder político). Mediante trabajo arduo, alguno se hace con más que los demás; si sabe repartirlo, se hará también con la autoridad suficiente. Los otros le respetarán y a menudo seguirán sus indicaciones. No es así entre nosotros. Cuando vemos a un pobrete esforzándose sabemos que, de tener éxito, su dinero ascenderá; será cooptado por el dinero de arriba. “Dinero llama a dinero”, en el comportamiento de las clases sociales, es casi una relación personal. El de arriba vigila constantemente la producción y no lo deja nunca tirado. Lo conoce. Fraternalmente lo atrae a su círculo. Lo hace subir.

Por lo general este movimiento no se ha observado bien nunca. Por un fallo de perspectiva se ha visto mejor su contrario: la gente decae. No se ha cazado el preciso movimiento por el que, en exacto e igual momento, el dinero asciende. La gente pierde el dinero, pero el dinero no se pierde nunca. Igual que no es cierto que odiemos a los pobres. Es mucha más verdad que amamos a los ricos. “Hace hermoso aunque sea fiero”, dijo de él Quevedo. Don dinero exhibe todos los brillos y cualidades. Todo lo exalta. Como el sol. “Con el dinero en el bolsillo somos libres”, escribió Simmel. Pero apuremos el fondo de esa su característica ingrávida.

La miríada génica baja; el dinero sube. Los genetistas, gente reciente, afirman que todos somos hijos e hijas de monarcas. Se reproducen más. Dejan caer la simiente con voluntad y sin ella. Sus genes egoístas, más rápidamente repartidos, inundan la escala social. Los de abajo ven que su escaso dinero asciende a un empíreo del que ignoran casi todo. Lo ven volar mucho más a menudo de lo que lo ven llover, que es nunca. Allí se queda. Pero… ¿qué hace?

Arriba, con ese poder y últimamente sólo se hace tiempo. Porque el barco de la humanidad, en el que navegamos, es único. Si esto va mal, nadie se salvará. Pero, al igual que en tiempos pasados algunos enterraron tesoros en épocas atroces, imaginando poder con ellos salvarse cuando escampara, hay quien sueña con que la mercancía universal le sirva de muralla. Se están parapetando en pirámides de aire.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 8 de septiembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Orgullo de especie





Tú eres una de las personas -se cuentan por millones- que no han leído ni leerán En defensa de la ilustración, el último libro de Steven Pinker, que acaba de traducirse al español, escribe en El Mundo Arcadi Espada a su amada liberada en una de sus últimas "Cartas a K". Como explica cualquiera de sus reseñas, comienza diciendo Espada, el libro detalla las razones de que el mundo vaya a mejor y se inscribe en el movimiento anticenizos que fundó Matt Ridley hace ocho años al publicar El optimista racional. La tesis de Pinker sobre la buena marcha de las cosas tiene, sin embargo, un punto débil: ¡no irán tan bien las cosas cuando habrá menos lectores de este libro que no lectores! Más seriamente dicho: si este libro, o al menos la información que contiene, fuera de dominio público y se expusiera desde la más tierna escuela, la mejora del mundo sería espectacular. Estas palabras del autor lo concretan: "El problema de la retórica distópica estriba en que si la gente cree que el país es un basurero en llamas, será receptiva a la eterna llamada de los demagogos: '¿Qué tienes que perder?'". Hay, ciertamente, mucho que perder.

Pero la discusión sobre si hay más o menos razones para el optimismo empequeñece este libro y su propuesta de una nueva educación general básica. Pinker ha escrito una conmovedora historia de la humanidad racional que liquida o deja en puramente marginal cualquier objeción que pueda hacerse a su uso de algunas estadísticas. Entre ellas, por cierto, la muy divulgada del progresófobo John Gray, a propósito del descenso de la violencia. El optimismo implica siempre una voluntad prospectiva, a la que solo tenuemente Pinker se adhiere. Su prudencia es lógica: según la experiencia y el conocimiento acumulados, el cuento de la vida acaba mal y casi siempre en contra de los deseos de sus protagonistas. Así lo sustancial y lo más hermoso de este libro es el detalle de la rebelión del hombre contra el destino y sus esfuerzos titánicos para mejorar su condición animal. Este detalle: "Un milenio después del año 1 d. C. el mundo era apenas más rico que en tiempos de Jesús. Se tardó otro medio milenio en duplicar la renta. Entre 1820 y 1900 se triplicaron los ingresos mundiales. Volvieron a triplicarse en poco más de cincuenta años. Solo hicieron falta otros veinticinco años para que se triplicasen de nuevo y otros treinta y tres para que se volviesen a triplicar. El producto bruto mundial ha crecido casi cien veces desde que la Revolución Industrial estaba en plena vigencia en 1820, y casi doscientas veces desde el comienzo de la Ilustración en el siglo XVIII". Ahí está la nuez del libro, de la rebeldía humana y de nuestro mundo. Los números de un progreso económico e, inexorablemente, también moral. La época va saciada de orgullos. Mujer. Gay. Negro. Catalán. La intención de Pinker, aunque no la formule, es bastante perceptible. Un orgullo de especie. La enmienda de la vieja profecía enunciada por Julian Simon: las cosas irán cada vez mejor aunque la mayoría de las personas seguirán diciendo que van peor. Pero este orgullo de especie ha de afrontar un problema irresoluble: ¿contra quién se dirige? Las mujeres tienen a los hombres. Los gays, a los heteros. Los negros, a los blancos. Los catalanes, a los españoles. Hasta los animalistas -en Orgullo Animal milita nuestro ministro de Cultura y Tauromaquia- tienen a las personas. No hay orgullo sin la humillación más o menos explícita del otro. Verdaderamente yo propondría a dios, pero dudo si una ficción resistiría como antagonista.

La paradoja de Simon y su arraigo en la conciencia contemporánea puede tener laboriosas causas múltiples. Pero el vector principal, que Pinker subraya, es el periodismo. Ya en las primeras páginas le pide al lector que no olvide el gráfico que resulta de la técnica llamada minería de opiniones (data mining) que aplicó el científico de datos Kalev Leetaru a todos los artículos publicados en el Times entre 1945 y 2005: según el Times, el mundo va cuesta abajo. Una explicación la da el propio Pinker, páginas atrás: "Dado que nos preocupamos más por la humanidad, propendemos a confundir los daños que nos rodean con signos de lo bajo que ha caído el mundo, en lugar de en lo alto que se han situado nuestros estándares". El ejemplo clásico es el crimen de pareja: mientras en la realidad no deja de bajar, en los periódicos no deja de subir. En su mirada severa sobre los periódicos Pinker no hace suficiente hincapié en su influencia sobre la ampliación del círculo de compasión. Gracias a ellos el hombre ha extendido su solidaridad de especie más allá de los vínculos familiares y tribales. Y es probable que la reducción global de los crímenes esté vinculada con su presencia en los medios, por encima de otros efectos colaterales como el discutido efecto de imitación. Sería interesante que alguien merodeara por la hipotética relación entre la estabilidad de las cifras de suicidio y su casi total ausencia en los periódicos, una ausencia que tiene su origen en el presunto efecto imitativo. Pero con independencia del beneficio que pueda causar el pesimismo periodístico hay otras cuestiones importantes vinculadas con las malas noticias que Pinker no aborda. La materia prima del periodismo son las noticias y la noticia en un edificio de vecinos no es que X e Y sigan con su feliz monotonía conyugal, sino que la rompan. Por eso el invariable primer titular del periódico no es Hoy también amaneció. El periodismo es, y debe ser, poca cosa más que lo que las gentes comentan. Los contextos en que las noticias se insertan deberían darse por sabidos, como el amanecer, y la responsabilidad de ello parece más de la Academia que de los medios. Más inquietante que la descontextualización de la noticia me parece que Harvard, en alguno de sus programas, presente "la enseñanza de la ciencia sin mención alguna de su lugar en el conocimiento humano", según escribe el propio Pinker, profesor en esa Universidad. El recordatorio del rol exacto del periodismo no disculpa, por supuesto, sus frecuentes aberraciones. Una de ellas, y respecto a la importancia del contexto, es la utilización de estadísticas espurias que pretenden cumplir con el mandato contextual. Y otra, tal vez la más importante, es su natural -¡casi biológica!- alianza con la política de oposición. El periódico da malas noticias, pero es la política la que las convierte en falso contexto, pervirtiendo la aprehensión de la realidad y facilitando el triunfo de la demagogia. Hay algo más, cuyo impacto aún está lejos de medirse adecuadamente: cada vez hay más noticias. La irrupción digital las ha multiplicado, de modo que la exposición de una persona al pesimismo ha crecido de manera brutal en la última década. La dificultad del asunto se comprenderá si se piensa que las noticias son el principal negocio de nuestra época -aunque ahora el beneficio sea para Google y no para el Times- y una de sus principales adicciones. De ahí que para rehacer el seminal vínculo entre Ilustración y Prensa, y en defensa de las dos, la primera obligación de un periódico sea la de reducir drásticamente el número de noticiosas estupideces. Y hacer hueco, por ejemplo, a este libro básico, vigoroso y rebelde, que al final y al cabo también está lleno de malas noticias. Sobre los periódicos, naturalmente, esa Biblia del cenizo.Y tú sigue ciega tu camino.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






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"Atrévete a saber" (Kant); "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire); "Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme de una vez para siempre a realizarlos" (Hegel)