jueves, 11 de julio de 2019

[ARCHIVO - 2008] Adolfo Suárez. Un reconocimiento merecido



Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos


Es noticia destacada en la prensa la visita que ayer realizaron los reyes al expresidente Adolfo Suárez en su casa para entregarle personalmente el Gran Collar de la Orden del Toisón de Oro, la condecoración nobiliaria más importante del mundo, de la que el rey de España es su Gran Maestre, y que le había sido otorgado por el Gobierno el pasado año.

Es un reconocimiento absolutamente merecido para quien fuera presidente del gobierno entre 1976 y 1981, impulsor de la Ley de Reforma Política que puso fin al régimen franquista, y del proceso constituyente posterior que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978.

Hablé con Adolfo Suárez personalmente en una sola ocasión, poco después de ser designado presidente del gobierno por el rey, en mi condición de secretario general en Las Palmas de la Unión del Pueblo Español (UDPE), una de las "asociaciones políticas" que él impulsaba desde la secretaría general del Movimiento. Me pareció, como han dicho de él otras personas con mucho más conocimiento de causa que yo, un auténtico animal político, un encantador de serpientes, al que no se le puede escatimar elogio alguno por lo que consiguió y por como lo consiguió... No le seguí en su creación de la UCD, tras el reconocimiento legal de los partidos políticos, y volví a la vida universitaria, porque nunca no me he sentido a gusto del todo como hombre de partido aunque siga militando en ellos, pero jamás ha dejado de interesarme la política, como ciencia y como instancia teórica.

Pienso que se merece, aunque resulte tardío, ese reconocimiento que el pueblo, el gobierno y el rey le otorgan con esta distinción. Y reconozco no haber podido dominar del todo la emoción que me ha embargado al ver la entrañable foto de un Adolfo Suárez incapaz de recordar quién es, quién fue y qué hizo, paseando junto al rey de los españoles...





Los Reyes visitaron ayer al mediodía al ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez (de 75 años, nacido en la localidad abulense de Cebreros). Don Juan Carlos quería desde hace tiempo entregar personalmente al político, aquejado de Alzheimer, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, en reconocimiento al trabajo del primer presidente de la democracia. Fue un acto sencillo, familiar. Así lo ha contado a EL PAÍS su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana. "Mi padre ha estado en los últimos meses con cosas propias de su enfermedad y el Rey de España tiene una agenda muy apretada. Pero nos dijo a la familia que antes de marcharse de vacaciones quería venir a casa". "Cuando se despidió de nosotros, el Rey nos preguntó que cuándo podía venir".

Todos los hijos de Suárez, a excepción de Sonsoles, estaban en el domicilio familiar cuando llegaron los Reyes. "Estuvieron muy cariñosos, como son ellos. Mi padre no conoció al Rey. No conoce a nadie, pero sí agradece el cariño y don Juan Carlos fue muy cariñoso con mi padre y estaba encantado con la visita", ha contado Suárez Illiana.

El Rey y el hijo mayor del ex presidente prepararon una foto para mostrar públicamente el encuentro. "La hice yo mismo en el jardín de la casa. Es una foto de dos personas que han vivido muchas cosas juntas y han llegado al final de camino. Es también una foto en la que se ve el cariño del Rey hacia mi padre, un cariño y una lealtad que mi padre durante muchos años le demostró a Su Majestad."

La última vez que el Rey visitó a Suárez fue con motivo de la muerte de la hija mayor del ex presidente, Marian. En la foto difundida hoy se muestra al Rey con el brazo sobre el hombro de Suárez paseando por los jardines del domicilio del ex presidente.

El Gobierno español aprobó en junio de 2007 el real decreto por el que el Rey le otorgaba el Collar, días antes de cumplirse el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas, que ganó la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido político que entonces encabezaba Suárez.

El día en que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la distinción, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, explicó que la decisión de "rendir homenaje" al primer jefe del Ejecutivo tras la dictadura se tomó "con ilusión". "El tiempo siempre hace justicia, especialmente con los líderes que lucharon para cambiar el ritmo de la sociedad", declaró entonces De la Vega.

"Suárez actuó como un político de palabra y como un ciudadano lleno de esperanza" en años "cruciales" para la historia española, dijo De la Vega, quien añadió: "Si el rumbo no se desvió, si conseguimos avanzar a un sistema democrático fue gracias a personas como Adolfo Suárez que pudieron personificar todo el coraje y toda la valentía con que los españoles estaban empujando la transición de la dictadura a la democracia".

La Orden del Toisón de Oro se fundó en Brujas (Bélgica) en 1429 por Felipe el Bueno, duque de Borgoña, y es la más alta distinción que concede la Casa del Rey. Sólo otras diecisiete personalidades, entre ellas el Príncipe de Asturias, la han recibido en los últimos treinta años.

La insignia del Toisón consiste en un gran collar de oro, con las armas del duque de Borgoña, compuesto de eslabones dobles en forma de B, entrelazados con pedernales echando llamas.

Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez, aquejado de álzheimer, declaró el 31 de mayo de 2005 que su padre no recordaba "que fue presidente del Gobierno" y que no conocía "a nadie". Suárez Illana lo dijo en un programa de TVE en el que contó que el ex presidente supo, "hasta la pérdida casi completa de sus facultades mentales", dos años atrás, "de la enfermedad que padecía, y que trató siempre de disimularla" para evitarles sufrimiento. (Mábel Galaz. El País, 18/07/08) 




El Gran Collar del Toison de Oro


"¿Quién es?", preguntó. "El Rey", le contestó su hijo Adolfo. "Ah", añadió él por todo comentario, y miró a Su Majestad sin añadir palabra. Adolfo Suárez se ha olvidado de casi todo, pero no de ser cortés y educado. Y amable. Y cariñoso. Sigue observando a los pocos que acuden a verle con esa mirada profunda, directamente a los ojos, diciendo infinidad de cosas con los suyos, cosas que ni él mismo es capaz ya de relatar en palabras comprensibles, pero que hacen que los pocos que tienen el privilegio de estar a su lado sientan por él un cariño especial y mucha nostalgia. El Rey no podía ser menos y se fundió en un abrazo y esta crónica no puede confirmarlo pero, seguramente, más de una lágrima se asomaría a sus pupilas... A ciertas edades es fácil emocionarse con cualquier cosa, pero más todavía ante alguien a quien el propio Monarca le debe tanto. Los dos siguen formando parte de la Historia viva de España, con la diferencia de que uno tiene memoria para saberlo, y el otro guarda en su memoria recuerdos que ya nunca saldrán de ella.

El encuentro era todo emoción. A Adolfo lo acompañaban sus hijos y su cuidador. El Rey y la Reina querían demostrarle un cariño que en sus manos y en sus palabras representaba el cariño de toda España hacia el hombre que hizo posible el sueño de un país libre y pacífico. Cuando Suárez dudó de Su Majestad sin saber identificarle, Don Juan Carlos le regaló una sonrisa y con los ojos venció su resistencia. Y Suárez se dejó. Confió. Hacía casi dos años que no se veían, pero tampoco en esa ocasión el presidente había reconocido al Monarca. El encuentro del jueves, sin embargo, tuvo una magia especial. El Rey echó su brazo al hombro de Suárez, ambos se dieron la vuelta, y dando la espalda a todos salieron al jardín. Suárez Illana, consciente de la transcendencia del momento, buscó una cámara de fotos y salió detrás de ellos. La instantánea forma parte ya, desde ayer, del templo de recuerdos de una época que nunca debe olvidarse. Estuvieron casi una hora. Nunca se sabrá de qué hablaron, ni si hablaron, pero las palabras sobraban porque el gesto encerraba toda una lección para las generaciones presentes y futuras.

Don Juan Carlos y Doña Sofía se habían acercado hasta el domicilio particular de Adolfo Suárez en La Florida para llevarle la máxima distinción que el Rey puede otorgar, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. Don Juan Carlos llevaba tiempo queriendo hacerlo, y el jueves, por fin, pudo poner su mano sobre el hombro del hombre a quien él mismo encargó que llevara a cabo la Transición de la dictadura a la democracia, del hombre que trajo a España la libertad y que dio al mundo un ejemplo de fe en la democracia liberal, en la capacidad de diálogo y de consenso, en el respeto a la pluralidad... Ambos habían recorrido un largo camino juntos, y casi treinta años después de que los españoles ratificaran aquel enorme esfuerzo de generosidad, volvían a encontrarse en circunstancias muy especiales, y muy diferentes a aquellas. A la memoria del Rey vendría el día aquel en que Suárez, siendo príncipe Don Juan Carlos y en vida de Franco, le escribió en un papel como creía que debía ser la Transición. Y aquel otro, unos años después, en junio de 1976 cuando lo llamó a La Zarzuela y entregándole ese mismo pedazo de papel le dijo: "Es el momento de llevarlo a cabo".

La sintonía entre ambos, la amistad entre el Rey y aquel al que la Historia confirmará como el más fiel de sus vasallos, había surgido mucho antes. Siempre se entendieron y entre ellos hubo palabras que nunca nadie le hubiera dicho al Monarca y que nunca nadie escucharía de los labios de Don Juan Carlos. A esa amistad se unió el cariño y la admiración que por Suárez y por su mujer, Amparo Illana, sintió, desde el primer momento, la Reina Sofía. No podía ser de otra manera, y por eso el jueves, cuando le cogió entre sus manos, la Reina solo pudo decirle una palabra: "Guapo". Suárez sonrió. Había entendido el piropo y aunque no conocía el rostro ni el linaje de quien se lo acababa de decir, si fue capaz de percibir la trascendencia. El Rey y la Reina sintieron que ofrecían a Suárez el abrazo de todos los españoles, por eso Don Juan Carlos, antes de irse, pidió volver: "Me voy muy contento porque veo a tu padre feliz", le dijo antes de despedirse a Adolfo hijo. Se había hecho, una vez más, justicia con la memoria de nuestra reciente historia, y con un alcance en el gesto que todavía habrá tiempo para valorar. Suárez es hoy el resumen de una pasión colectiva por la libertad, y más que nunca este es el tiempo en el que conviene traerlo a la memoria. ("Que nunca caiga en el olvido", Federico Quevedo. El Confidencial, 19/07/08)




Adolfo Suárez se enfrenta a los golpistas. Madrid, 23/2/1981


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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Entrada núm. 5063
Publicada originariamente el 19/7/2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy jueves, 11 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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Entrada núm. 5062
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miércoles, 10 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] La capitana y el ministro





Debemos estar atentos al juicio de Carola Rackete, escribe el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que podría ser condenada a 10 años de cárcel, y exigir que los jueces salven la honra y las buenas tradiciones de Italia, hoy pisoteadas por Salvini y la Liga

Carola Rackete, la capitana del barco Sea Watch 3, que hacía 17 días andaba a la deriva en el Mediterráneo con 40 inmigrantes a bordo rescatados en el mar, atracó en la madrugada del viernes pasado en la isla italiana de Lampedusa, pese a la prohibición de las autoridades de ese país. Hizo bien. Fue de inmediato detenida por la policía italiana, y el ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, se apresuró a advertir a la ONG española Open Arms, que anda por los alrededores con decenas de inmigrantes rescatados en el mar, que “si se atreve a acercarse a Italia, correría la misma suerte que la joven alemana Carola Rackete”, quien podría ser condenada a 10 años de cárcel y a pagar una multa de 50.000 euros. El fundador de Open Arms, Óscar Camps, respondió: “De la cárcel se sale, del fondo del mar, no”.

Cuando las leyes, como las que invoca Matteo Salvini, son irracionales e inhumanas, es un deber moral desacatarlas, como hizo Carola Rackete. ¿Qué debería haber hecho, si no? ¿Dejar que se le murieran esos pobres inmigrantes rescatados en el mar, que, luego de 17 días a la deriva, se hallaban en condiciones físicas muy precarias, y alguno de ellos a punto de morir? La joven alemana ha violado una ley estúpida y cruel, de acuerdo con las mejores tradiciones del Occidente democrático y liberal, una de cuyas antípodas es precisamente lo que la Liga y su líder, Matteo Salvini, representan: no el respeto de la legalidad, sino una caricatura prejuiciada y racista del Estado de derecho. Y son precisamente él y sus seguidores (demasiado numerosos, por cierto, y no sólo en Italia, sino en casi toda Europa) quienes encarnan el salvajismo y la barbarie de que acusan a los inmigrantes. No merecen otros calificativos quienes habían decidido que, antes de pisar el sagrado suelo de Italia, los 40 sobrevivientes del Sea Watch 3 se ahogaran o murieran de enfermedades o de hambre. Gracias a la valentía y decencia de Carola Rackete por lo menos estos 40 desdichados se salvarán, pues ya hay cinco países europeos que se han ofrecido a recibirlos.

Sobre la inmigración hay prejuicios crecientes que van alimentando el peligroso racismo que explica el rebrote nacionalista en casi toda Europa, la amenaza más grave para el más generoso proyecto en marcha de la cultura de la libertad: la construcción de una Unión Europea que el día de mañana pueda competir de igual a igual con los dos gigantes internacionales, Estados Unidos y China. Si el neofascismo de Matteo Salvini y compañía triunfara, habría Brexits por doquier en el Viejo Continente y a sus países, divididos y enemistados, les esperaría un triste porvenir a fin de resistir los abrazos mortales del oso ruso (véase Ucrania).

Pese a que las estadísticas y las voces de economistas y sociólogos son concluyentes, los prejuicios prevalecen: los inmigrantes vienen a quitar trabajo a los europeos, acarrean delitos y violencias múltiples, sobre todo contra las mujeres, sus religiones fanáticas les impiden integrarse, con ellos crece el terrorismo, etcétera. Nada de eso es verdad, o, si lo es, está exagerado y desnaturalizado hasta extremos irreales.

La verdad es que Europa necesita inmigrantes para poder mantener sus altos niveles de vida, pues es un continente en el que, gracias a la modernización y el desarrollo, cada vez un número menor de personas deben mantener a una población jubilada más numerosa y que sigue creciendo sin tregua. No sólo España tiene la más baja tasa de nacimientos en el año; muchos otros países europeos le siguen los pasos de cerca. Los inmigrantes, querámoslo o no, terminarán llenando ese vacío. Y, para ello, en vez de mantenerlos a raya y perseguirlos, hay que integrarlos, removiendo los obstáculos que lo impiden. Ello es posible a condición de erradicar los prejuicios y miedos que, explotados sin descanso por la demagogia populista, crean losMatteo Salvini y sus seguidores.

Desde luego que la inmigración debe ser orientada, para que ella beneficie a los países receptivos. Conviene recordar que ella es un gran homenaje que rinden a Europa esos miles de miles de miserables que huyen de los países subsaharianos gobernados por pandillas de ladrones y, encima, a veces fanáticos que han convertido el patrimonio nacional en la caverna de Alí Babá. Además de establecer regímenes autoritarios y eternos, saquean los recursos públicos y mantienen en la miseria y el miedo a sus poblaciones. Los inmigrantes huyen del hambre, de la falta de empleo, de la muerte lenta que es para la gran mayoría de ellos la existencia.

¿No es un problema de Europa? La verdad es que sí lo es, por lo menos parcialmente. El neocolonialismo hizo estragos en el Tercer Mundo y contribuyó en buena parte a mantenerlo subdesarrollado. Por supuesto que la falta es compartida con quienes adquirieron las malas costumbres y fueron cómplices de quienes los explotaban. No hay duda de que, en última instancia, sólo el desarrollo del Tercer Mundo mantendrá en sus tierras a esas masas que ahora prefieren ahogarse en el Mediterráneo, y ser explotadas por las mafias, antes que continuar en sus países de origen donde sienten que no cabe ya la esperanza de cambio.

Lo fundamental en Europa es una transformación de la mentalidad. Abrir las fronteras a una inmigración que es necesaria y regularla de modo que sea propicia y no fuente de división y de racismo, ni sirva para incrementar un populismo que tan horrendas consecuencias trajo en el pasado. Es preciso recordar una y otra vez que los millones de muertos de las dos últimas guerras mundiales fueron obra del nacionalismo y que éste, inseparable de los prejuicios raciales y fuente irremediable de las peores violencias, ha dejado huella en todas partes de las atrocidades que causó y que podría volver a causar si no lo atajamos a tiempo. Hay que enfrentar a los Matteo Salvini de nuestros días con el convencimiento de que ellos no son más que la prolongación de una tradición oscurantista que ha llenado de sangre y de cadáveres la historia del Occidente, y han sido el enemigo más encarnecido de la cultura de la libertad, de los derechos humanos, de la democracia, nada de lo cual hubiera prosperado y se hubiera extendido por el mundo si los Torquemada, los Hitler y los Mussolini hubieran ganado la guerra a los aliados.

Escribo este artículo en Vancouver, una bella ciudad a la que llegué ayer. Esta mañana me he desayunado en un restaurante del centro de la ciudad en el que trabé conversación con cuatro “nativos” que eran de origen japonés, mexicano, rumano y sólo el último de ellos gringo. Los cuatro tenían pasaporte canadiense y parecían contentos con su suerte y entenderse muy bien. Ese es el ejemplo a seguir en Europa, el de Canadá.

Debemos estar atentos al juicio de Carola Rackete y exigir que los jueces salven la honra y las buenas tradiciones de Italia, hoy pisoteadas por Salvini y la Liga. Estoy seguro de que no seré el único en pedir para esa joven capitana el Premio Nobel de la Paz cuando llegue la hora.



Dibujo de Fernando Vicente para El País


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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 























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martes, 9 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Solo unos pocos amigos





El misterio de la amistad no es muy diferente al del amor: nunca sabremos por qué pero lo reconocemos fácilmente cuando pasa, comenta el periodista Guillermo Altares. 

El escritor húngaro Frigyes Karinthy, comienza diciendo Altares, fue el creador de la teoría de los seis grados de separación, que sostiene que todas las personas del planeta están interconectadas como máximo en seis saltos. Como mucho, seis personas separan a todos los habitantes de la tierra, desde el más humilde campesino del rincón más apartado del mundo, el valle afgano del Wakhan por ejemplo, hasta Mick Jagger. Me pregunto si alguien ha elaborado una teoría similar con la gente que conocemos a lo largo de la vida, si alguna vez un sociológico ha tratado de medir todas las personas que cualquiera se cruza durante su existencia.

Resulta difícil generalizar porque un tendero de una zona muy turística conocerá cada día a personas diferentes y un farmacéutico de un pueblo pequeño tiene muchas más posibilidades de encontrarse siempre con los mismos rostros (o parecidos). Y, aunque la literatura lo ha ha intentado desde hace siglos, también resulta imposible teorizar científicamente sobre por qué, de todas esas personas que nos cruzamos a lo largo de la vida, nos hacemos amigos de unos pocos.

El misterio de la amistad no es muy diferente al del amor: nunca sabremos por qué, pero lo reconocemos fácilmente cuando pasa. No es solamente una cuestión de afinidades o de cercanía o de gustos compartidos, es algo diferente que tiene que ver con la complicidad y, tal vez, con un cierto egoísmo bien entendido: tendemos a hacernos amigos de aquellas personas que enriquecen nuestra vida. No se trata de un intercambio; sino de algo que se produce sin que ninguno de los dos sepa muy bien lo que está pasando. Existen amigos con los que compartes secretos y amigos con los que compartes ideas, amigos generosos y amigos un poco pesados, amigos que dejas de ver y amigos que te preguntas por qué sigues viendo. Y solo unos pocos amigos que te transforman la existencia.

Cuando se van, cuando cruzan la laguna, nuestra vida pasa a ser muy diferente: la cambiaron cuando llegaron a ella y la seguirán cambiando incluso cuando ya no están. Esos son los amigos que nunca olvidaremos y a los que nunca dijimos lo suficiente hasta qué punto les debemos una vida mejor. Aunque entre amigos no hace falta que se digan las cosas para que se entiendan.



Fotograma de la escena final de 'Casablanca'



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