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jueves, 2 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Arquetipos



Héctor amonesta a Helena y Paris. Jan Ferdinand Heyndrickx (1820)


En el A vuelapluma de hoy [Ulises, Lisístrata y otros héroes de nuestro tiempo. El País, 25/6/20] el periodista Guillermo Altares, comenta un reciente libro del acádemico de la RAE, historiador y filólogo, Carlos García Gual, en el que se bucea en la literatura griega para escoger cinco arquetipos favoritos, aún vigentes en el cine, el cómic o el relato de la gestión sanitaria de la pandemia. 

"La historia de una cultura -comienza diciendo Altares- se puede contar a través de los héroes que sus ciudadanos veneran o temen, de los relatos de personajes extraordinarios que se repiten a lo largo de los siglos. Es lo que hace Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 77 años), helenista y académico de la lengua, en su último libro, La deriva de los héroes en la literatura griega (Siruela), un ensayo que se mueve en un apasionante terreno en el que se mezclan la historia, la literatura y el mito. Cada época de la literatura griega, con la que nace nuestra cultura, construyó un tipo de héroes diferente. Son personajes que fueron perdiendo poderes sobrehumanos hasta convertirse en seres normales capaces de hazañas extraordinarias. Esa lógica sigue vigente en nuestra cultura contemporánea, a través, por ejemplo, del cómic o del cine de superhéroes, pero también en las noticias, ahora que vemos a los sanitarios como los héroes civiles de la pandemia. García Gual lo sabe bien: el erudito, que lleva décadas trasladando el hechizo grecolatino al lector medio en español, pasó ingresado dos semanas en el hospital por coronavirus y ha superado la enfermedad, de la que se halla felizmente recuperado.

“Lo que muestra este libro es cómo la mitología está unida a la literatura y a la sociedad griega a lo largo de su historia”, explica por teléfono García Gual, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, autor de numerosas traducciones y ensayos, en los que de una forma u otra siempre emergen héroes y mitos como La muerte de los héroes o Sirenas. “La democracia quería un tipo de héroe como el héroe cómico, mientras que el mundo anterior, de aristócratas, buscaba héroes épicos. Son personajes que están unidos al devenir histórico de la sociedad griega”.

La historia de los héroes griegos se puede relatar a través de cinco personajes que apasionan a García Gual. Su libro, lleno de citas y de homenajes a autores que le ayudaron a navegar en el mundo de los héroes clásicos, contiene muchos más personajes, pero no disimula sus preferencias por estos cinco.

Héctor, el héroe derrotado que lucha por su ciudad: La Iliada, el gran poema épico de Homero, narra el enfrentamiento entre dos héroes, el aqueo Aquiles, hijo de un rey y una ninfa, frente a Héctor, el troyano, que se sabe derrotado y que, sin embargo, mantiene su lucha por algo mucho más importante que la gloria y el honor: su propia ciudad. Héctor se convierte así en el primer gran héroe cívico. “Enlaza con la ideología y los valores del patriotismo ciudadano”, explica García Gual. “Se alza como lo contrario de Aquiles, que lucha por su honor y quiere sobre todo que se le recuerde como el mejor. Héctor es un héroe más moderno, que combate por su ciudad, es un personaje de una nueva época. Es curioso que Homero muestre una gran simpatía por la figura de Héctor, que es mucho más humano”. Como resume en su libro, “en Héctor podemos ver la emergencia de un nuevo ideal de humanidad, de la concepción de que un hombre se realiza mejor en el servicio a la ciudad que a su propio honor”.

Ulises, el aventurero que no busca la aventura: De todos los héroes griegos, Carlos García Gual cree que el más perdurable es Odiseo o Ulises (en su versión latina). Se trata de un humano sin poderes físicos especiales, que ni siquiera busca la aventura, sino que solo quiere volver a casa y para eso utiliza la inteligencia. “Es el aventurero, el hombre astuto e inteligente, que tiene una serie de aventuras que él no buscaba, sino que se encuentra metido en ese mundo y sabe triunfar tanto ante los monstruos, como las seducciones femeninas, el mar o incluso el más allá”, señala. “Es el gran viajero. Para los griegos la figura que tienen como más representativa es Ulises. Viaja al más allá pero no le interesa, va allí casi como un turista porque se lo ha pedido Circe. Es interesante que Ulises no tenga mucho interés por el más allá, ni cuando Calipso le ofrece la inmortalidad si se queda con ella. La inmortalidad no le interesa mucho: lo que quiere es regresar. Ese gusto terreno de Ulises resulta muy moderno”.

Edipo, el héroe de lo absurdo: Edipo, al que García Gual dedicó un libro anterior, pertenece ya a un nuevo mundo helénico, que ha dejado atrás la épica para entrar en la tragedia. Para definir este momento recurre a una cita del francés Jean Pierre Vernant (un gran helenista que fue un héroe de la resistencia contra los nazis, pero que jamás se jactó de ello): “Cuando el héroe es puesto en tela de juicio ante el público, es el propio hombre griego quien, en el siglo V ateniense, se descubre problemático”. Este personaje de Sófocles refleja como ningún otro esa visión de un mundo cambiante: “Los héroes no son del todo buenos ni malos. Edipo, que quizás sea el más trágico, es un hombre que tiene una carrera heroica, y de pronto descubre que es un asesino y el culpable de las desdichas de Tebas y, sin embargo, no podemos decir que haya nada malvado en él. Es un personaje que creyendo hacer siempre lo justo se ha encontrado que se ha casado con su madre y ha matado a su padre”. Para el autor, forma parte de “los héroes del absurdo, que se enfrentan a un destino trágico en un mundo sin sentido”.

Lisístrata, la heroína que busca la paz: Con la comedia, un género que ha llegado hasta nosotros solo a través de 11 obras de Aristófanes, se abre una nueva época en el mundo griego, donde los protagonistas son tipos normales y corrientes que, sin embargo, acaban salvando a sus ciudadanos. “Frente al mundo de la tragedia, la comedia refleja más la vida de la ciudad, de la democracia”, explica García Gual, quien en su libro dedica un apartado a la heroína de la literatura griega Lisístrata, que encabeza una rebelión de las mujeres contra los hombres a los que privan de sexo hasta que dejen de guerrear. “Aristófanes presenta esas dos piezas, Lisístrata y La asamblea de las mujeres, con personajes femeninos que ocupan el lugar de los héroes, son heroínas de farsa. Para la Grecia clásica, es el mundo al revés porque las mujeres no participan de la vida política. Pero da entender que el mundo sería mucho mejor gobernado por ellas, porque buscan la paz”.

Alejandro, entre el mito y la historia: Con Alejandro Magno, Carlos García Gual cree que se acaba el mundo de los héroes helénicos. “Es el último gran héroe griego”, explica. Concentra en su grandeza las virtudes de los grandes personajes de la literatura griega: la fuerza de Heracles, la capacidad de exploración de Ulises, la muerte trágica de Héctor. Pero, apunta el profesor, presenta además una característica insólita: es un personaje real que, sin embargo, logra formar parte de la mitología. “Ese Alejandro que pasó de la historia al mito acaba por ser más importante que el Alejandro histórico”, señala. Y, allí, en ese inmenso terreno donde se mezclan la realidad y la imaginación, en el inabarcable campo de batalla de los grandes héroes, acaba el libro con un “relato que luego viaja por los siglos y las varias lenguas y literaturas mucho más allá del escenario en que surgió”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 8 de septiembre de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] El largo viaje de Homero



Ulises y las sirenas, mosaico romano. Museo del Bardo, Túnez


La forma en que los dos grandes poemas épicos de Homero, la Iliada y la Odisea, llegaron hasta nosotros sigue rodeada de incógnitas, escribe el periodista y redactor-jefe del semanario Babelia, Guillermo Altares. La inmensa mayoría de los expertos coinciden en que su origen se encuentra en la tradición oral, más o menos en el siglo VIII antes de nuestra era. A principios del siglo XX, investigaciones de antropólogos como Milman Parry revelaron que todavía quedaban bardos en los Balcanes que, aún siendo analfabetos, eran capaces de recitar de memoria largos cantos épicos. Utilizaban fórmulas similares a las que aparecen en los textos de Homero como trucos mnemotécnicos, por ejemplo reiterar las descripciones de los héroes: “Aquiles, el de los pies ligeros” o “Ulises, el de las mil tretas”.

Las traducciones actuales, comenta Altares, se basan fundamentalmente en manuscritos medievales, aunque existen numerosos papiros anteriores, algunos con casi 2.300 años de antigüedad. Como ha explicado el profesor Óscar Martínez, traductor de Homero (La Ilíada, en Alianza Editorial) y presidente de la delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, el texto homérico se fijó en Atenas en torno al siglo VI antes de nuestra era, pero luego desapareció. Tuvo un papel importante en su transmisión la destruida Biblioteca de Alejandría, Roma y, finalmente, los monasterios medievales. Este helenista, autor de una estupenda historia de la Grecia antigua, Héroes que miran a los ojos de los hombres (EDAF), defiende una interesante teoría sobre el origen de la Odisea: fue, en cierta medida, una guía de viajes para un mundo nuevo, porque se originó en el mismo momento en que los griegos estaban expandiéndose por el Mediterráneo. “Gracias al viaje de Odiseo, los griegos aprendieron a negociar su lugar en el Mediterráneo y a encajar la imagen de este nuevo universo en su viejo mundo”, escribió en este diario.

Cuando terminan las vacaciones es un buen momento para recordar que la literatura y los viajes han caminado juntos desde Homero. Los libros nos han ayudado a encontrar nuestro lugar en el mundo y a volver a casa después de un viaje comprendiendo mejor lo que hemos visto, pero también aquello a lo que volvemos. Se atribuye asimismo a Homero el invento del concepto de nostalgia y es cierto que los viajes, y los regresos, siempre están llenos de ausencias, por el tiempo que pasa, por los amigos que no encontraremos al volver.



Bosque de laurisilva en La Gomera, Islas Canarias



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martes, 9 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] Solo unos pocos amigos





El misterio de la amistad no es muy diferente al del amor: nunca sabremos por qué pero lo reconocemos fácilmente cuando pasa, comenta el periodista Guillermo Altares. 

El escritor húngaro Frigyes Karinthy, comienza diciendo Altares, fue el creador de la teoría de los seis grados de separación, que sostiene que todas las personas del planeta están interconectadas como máximo en seis saltos. Como mucho, seis personas separan a todos los habitantes de la tierra, desde el más humilde campesino del rincón más apartado del mundo, el valle afgano del Wakhan por ejemplo, hasta Mick Jagger. Me pregunto si alguien ha elaborado una teoría similar con la gente que conocemos a lo largo de la vida, si alguna vez un sociológico ha tratado de medir todas las personas que cualquiera se cruza durante su existencia.

Resulta difícil generalizar porque un tendero de una zona muy turística conocerá cada día a personas diferentes y un farmacéutico de un pueblo pequeño tiene muchas más posibilidades de encontrarse siempre con los mismos rostros (o parecidos). Y, aunque la literatura lo ha ha intentado desde hace siglos, también resulta imposible teorizar científicamente sobre por qué, de todas esas personas que nos cruzamos a lo largo de la vida, nos hacemos amigos de unos pocos.

El misterio de la amistad no es muy diferente al del amor: nunca sabremos por qué, pero lo reconocemos fácilmente cuando pasa. No es solamente una cuestión de afinidades o de cercanía o de gustos compartidos, es algo diferente que tiene que ver con la complicidad y, tal vez, con un cierto egoísmo bien entendido: tendemos a hacernos amigos de aquellas personas que enriquecen nuestra vida. No se trata de un intercambio; sino de algo que se produce sin que ninguno de los dos sepa muy bien lo que está pasando. Existen amigos con los que compartes secretos y amigos con los que compartes ideas, amigos generosos y amigos un poco pesados, amigos que dejas de ver y amigos que te preguntas por qué sigues viendo. Y solo unos pocos amigos que te transforman la existencia.

Cuando se van, cuando cruzan la laguna, nuestra vida pasa a ser muy diferente: la cambiaron cuando llegaron a ella y la seguirán cambiando incluso cuando ya no están. Esos son los amigos que nunca olvidaremos y a los que nunca dijimos lo suficiente hasta qué punto les debemos una vida mejor. Aunque entre amigos no hace falta que se digan las cosas para que se entiendan.



Fotograma de la escena final de 'Casablanca'



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jueves, 27 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Plantar un árbol aunque se acabe el mundo





Las instituciones tienen la obligación de proporcionar una vida digna a los que quieren seguir, pero también un final a los que quieren irse, escribe en El País Guillermo Altares, redactor jefe de la revista Babelia.

El gran autor de ciencia ficción Ray Bradbury, comienza diciendo Altares, escribió un cuento de apenas cuatro páginas titulado La última noche del mundo, que forma parte del volumen El hombre ilustrado. En él relata la historia de una pareja que espera con tranquilidad el fin de la vida en el planeta. Cuando están acostados esperando que todo acabe, ella se levanta y vuelve unos instantes después. “Me había olvidado de cerrar los grifos”, explica. “Había algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse. La mujer también se rió. Al final dejaron de reírse y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas juntas. ‘Buenas noches’, dijo el hombre. ‘Buenas noches’, dijo la mujer”.

Así acaba un texto considerado por muchos como uno de los grandes relatos de la literatura estadounidense —en su libro de juventud que se acaba de reeditar, Ray Bradbury. Un humanista del futuro (Hatari Books), el cineasta José Luis Garci lo califica como el mejor del autor—. Es difícil que no venga a la mente después de leer la impresionante entrevista que Luz Sánchez-Mellado le hizo en EL PAÍS este domingo a Francisco Luzón, de 71 años, un exdirectivo del Banco Santander que sufre ELA, una enfermedad neuromuscular incurable, que le incapacita en un 100%. Luzón vive gracias a la ayuda de aparatos y, recalca, el cariño de su familia.

Cuando Sánchez-Mellado le pregunta sobre su elección de decidir vivir incluso en esas condiciones y sobre si alguna vez piensa en no despertar, Luzón responde: “Siempre quiero despertar mañana. Plantaría un árbol aunque el mundo se acabara mañana”. Como en el cuento de Bradbury, sus palabras simbolizan la fuerza de la vida cotidiana, la victoria de la esperanza sobre la realidad, el extraño optimismo que nos lleva a vivir sabiendo que, tarde o temprano, todo se acabará. Los estoicos, la escuela de pensamiento que nació en la Grecia del helenismo, teorizaron sobre esto y sobre el deber de todo ser humano de tener control último sobre su vida (y, por lo tanto, sobre su muerte) como garantía absoluta de su libertad. Las instituciones tienen la obligación de proporcionar una vida digna a los que quieren seguir, pero también un final a los que quieren irse. Y eso incluye un marco legal para ellos y los que les ayuden.



Francisco Luzón (Foto de Carlos Rosillo para El País)


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jueves, 20 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Tropezar con la memoria





Todos los que han conocido a supervivientes son conscientes de la información que se pierde cuando se extingue su memoria y de la sabiduría que conocer el pasado entraña, escribe en El País el periodista Guillermo Altares.

Las llamadas “piedras de la memoria”, Stolpersteine, han empezado a colocarse en Madrid, comienza diciendo Altares. Se trata de pequeñas esculturas de cobre del artista alemán Gunter Demnig, del tamaño de un adoquín, destinadas a conmemorar a víctimas del nazismo y el fascismo. Figura el nombre de la víctima, su lugar de nacimiento y el sitio donde fue asesinado. La idea es que los peatones se tropiecen levemente con ellas y así se den cuenta de que hay algo extraño en ese lugar. Las placas están colocadas ante los domicilios de los ausentes.

Los barrios judíos de Berlín o Roma están llenos de estas piedras. Ya se han colocado 70.000 en cientos de ciudades, con lo que representan el mayor monumento contra el fascismo del mundo. No solo conmemoran a judíos, sino a todas las víctimas de los totalitarismos del siglo XX: discapacitados, testigos de Jehová, gitanos, objetores de conciencia, homosexuales, socialdemócratas o republicanos españoles. Nadie se libró de la furia asesina.

La proliferación de estas piedras coincide con un momento inevitable al que más tarde que pronto tendrá que enfrentarse Europa: la desaparición de los últimos testigos de los años treinta y de la II Guerra Mundial. Las recientes conmemoraciones del desembarco de Normandía estuvieron centradas en los veteranos con la sensación general de que en la próxima celebración, el 80º aniversario, quedarán muy pocos. Lo mismo ocurre con Auschwitz, el campo de exterminio nazi, donde normalmente se realizan ceremonias cada 10 años, aunque en esta ocasión, el próximo 27 de enero, se recordará a los supervivientes en el 75º aniversario de la liberación del campo ante el temor de que dentro de cinco años queden demasiados pocos testigos.

Todos los que han conocido a supervivientes y a los que sus padres o abuelos les contaron sus guerras son conscientes de la información que se pierde cuando se extingue su memoria y de la sabiduría que conocer el pasado entraña. Una de las lecciones de aquellos años consiste en minusvalorar el peligro que encarna la ultraderecha, en olvidar su capacidad para laminar las instituciones desde dentro, como ocurre en Hungría o Polonia. Para eso sirven las Stolpersteine, para toparse con el pasado. Visto lo visto, por muchas que se coloquen nunca serán suficientes.



'Stolpersteine' en el antiguo barrio judío de Berlín


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lunes, 10 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Las máquinas que nos vigilan





Uno de los indicios claros de que algo inquietante está ocurriendo se produce cuando las distopías comienzan a llegar al mundo real y las máquinas que nos vigilan comienzan a ser de uso general, escribe en El País el periodista Guillermo Altares.

Desde las novelas de Philip K. Dick, comienza diciendo Altares, hasta la serie Black Mirror, la ciencia ficción ha especulado sobre los límites de la tecnología y el momento en que deja de ser una ayuda para convertirse en un problema. Uno de los indicios claros de que algo inquietante está ocurriendo se produce cuando las distopías comienzan a llegar al mundo real. Y ese es el problema que plantean ahora mismo los sistemas de reconocimiento facial, una revolución tecnológica que amenaza la privacidad de todos los ciudadanos en los espacios públicos.

Un hombre fue multado recientemente en Londres por cubrirse ante una cámara para evitar el reconocimiento facial, un incidente que fue filmado por la BBC. El Parlamento Europeo ha aprobado la creación de una base de datos con los rostros de los 500 millones de habitantes de la UE, mientras que la Estación Sur de autobuses de Madrid, por la que pasan 20 millones de personas, cuenta con un sistema de este tipo. China es el país donde el reconocimiento facial está más desarrollado (hay una cámara por cada siete habitantes) y se utiliza para el control de la población en una situación que se parece cada vez más al Gran Hermano de George Orwell.

Primero se multiplicaron las cámaras en los espacios públicos y luego se introdujeron sistemas cada vez más sofisticados para poner un nombre a cada uno de esos rostros de la multitud. Esta tecnología no es solo capaz de reconocer a una persona de cerca —como ocurre para desbloquear algunos móviles, en tiendas o en cajeros automáticos—, sino que también puede localizar a alguien y conocer sus movimientos y los lugares que visita.

La reciente prohibición de estos sistemas por parte de la ciudad de San Francisco, donde están basadas muchas de las multinacionales tecnológicas, ha lanzado la voz de alarma sobre las derivadas indeseadas de estos sistemas que, si bien es cierto que pueden ser un instrumento muy útil contra el crimen, también tienen la capacidad de laminar la privacidad. Este paso de San Francisco se produjo mientras algunos inversores de Amazon trataban de que la multinacional frenase la distribución de su sistema Rekognition, uno de los más eficaces del mercado, pero fracasaron. El debate sigue, pero el ojo del Gran Hermano se hace más grande y más preciso.



Pruebas de reconocimiento facial en Shenzhen, China



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domingo, 3 de febrero de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] ¡Qué bello es dudar!





Mi amigo Voltaire decía que la verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura. Esa parece ser también la opinión del columnista de El País, Guillermo Altares, que en un reciente artículo señalaba que no hace ningún daño, más bien todo lo contrario, consultar, calibrar, dudar en fin, antes de tomar una decisión.

La historia de la filosofía, comienza diciendo Altares, se puede resumir como el relato de una gran duda. La mayoría de las certezas absolutas ante problemas complejos suelen llevar a grandes errores, por eso con el pensamiento racional nace a la vez la incertidumbre. Platón atribuyó a Sócrates el famoso “solo sé que no sé nada”, mientras que Descartes inaugura la racionalidad moderna con su duda metódica. Se podría argumentar que es muy fácil para los filósofos dudar, un lujo que no pueden permitirse los políticos, que tienen la obligación de actuar y decidir.

Sin embargo, la filosofía y la política siempre han ido de la mano. Los injustamente denostados sofistas discutían con Sócrates de los asuntos públicos de Atenas. Inmanuel Kant, al principio de La paz perpetua, se refiere a los ronchones que las opiniones de los filósofos suelen provocar en los políticos que “acostumbran a desdeñar, orgullosos, al teórico”. En ese mismo ensayo escribe el filósofo de Könisberg: “Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro Estado”. Aunque el propio pensador sostiene un poco más adelante: “No es esto aplicable al caso de que un Estado, a consecuencia de interiores disensiones, se divida en partes, cada una de las cuales represente un Estado particular, con la pretensión de ser todo”. No hay ninguna contradicción, solo matices y prudencia a la hora de valorar una situación.

El gran problema de la política, o de la prensa, es que se deben tomar muchas decisiones sin tener el cuadro completo a mano. Es imposible conocer todas las consecuencias de un acto, pero tampoco hace ningún daño, más bien todo lo contrario, consultar, calibrar, dudar en fin, antes de tomar una decisión. Quizás por eso dan tanto miedo los políticos que se nutren de certezas absolutas, aquellos que creen que pueden solucionarlo todo con mensajes faltones en Twitter. Que los buenos y los malos estén claros, que haya pocas dudas —en algunos casos es cierto que no las hay— sobre las víctimas y los verdugos no significa que no se deban medir las consecuencias de una decisión. El mundo está lleno de políticos, periodistas, reyes de las redes sociales, que nadan en certezas absolutas, una versión del “quítate, que ya lo arreglo yo” que suele preceder a los desastres domésticos. Deberían darse una vuelta por el ágora en busca de preguntas y dudas.





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jueves, 26 de abril de 2018

[PENSAMIENTO] Aquella sí que fue una revolución...





En una época de cambio medioambiental, las miradas de los expertos se vuelcan en el Neolítico, el periodo en el que la humanidad vivió su transformación más radical; esta sí que fue una auténtica revolución, afirma en El País el periodista Guillermo Altares.

El Neolítico, comienza diciendo, es el periodo más importante de la historia y uno de los más desconocidos por el gran público. Con la adopción de la ganadería y la agricultura se crearon las primeras ciudades, nació la aristocracia, la división de poderes, la guerra, la propiedad, la escritura, el crecimiento de población… Surgieron, en pocas palabras, los pilares del mundo en el que vivimos. Las sociedades actuales son sus herederas directas: nunca ha tenido tanto sentido hablar de revolución porque dio lugar a un mundo totalmente nuevo. Y tal vez fue también el momento en el que empezaron los problemas de la humanidad, no las soluciones.

Sopesar si fue una desgracia o una suerte algo que ocurrió hace 10.000 años y que no podemos revertir puede resultar absurdo, pero es importante tratar de conocer cómo se produjo aquel paso y saber si mejoró la vida de las poblaciones. El motivo es que fue entonces cuando la humanidad comenzó a transformar el medio ambiente para adaptarlo a sus necesidades, y cuando la población de la tierra empezó a crecer exponencialmente, un proceso que no ha hecho más que acelerarse desde entonces. Los estudios sobre el Neolítico se han multiplicado en los últimos tiempos y no es casual: hoy vivimos el paso a una nueva era geológica, desde el Holoceno hasta el Antropoceno, un cambio planetario inmenso. De hecho, algunos estudiosos consideran que este salto arrancó en el Neolítico.

“El crecimiento demográfico constante, que se encuentra todavía fuera de control, provocó concentraciones humanas, tensiones sociales, guerras, crecientes desigualdades”, escribe el arqueólogo francés Jean-Paul Demoule, profesor emérito de la Universidad París I-Sorbona en su reciente ensayo Les dix millénaires oubliés qui ont fait l’histoire. Quand on inventa l’agriculture, la guerra et les chefs (Fayard, 2017) [Los diez milenarios olvidados que hicieron historia. Cuando inventamos la agricultura, la guerra y los jefes]. “Creo que es la única verdadera revolución de la historia de la humanidad”, explica por teléfono. “La revolución digital que estamos viviendo actualmente no es más que una consecuencia a largo plazo de aquella. Pero curiosamente es la que menos se enseña en la escuela. Arrancamos con las grandes civilizaciones, como si fuesen obvias, pero es muy importante preguntarse por qué hemos llegado hasta aquí, por qué tenemos gobernantes, ejércitos, burocracia. Creo que en nuestro inconsciente no queremos hacernos esas preguntas”.

El capítulo que el ensayista israelí Yuval Noah Harari dedica al Neolítico en su célebre libro Homo Sapiens. De animales a dioses (Debate, 2014), uno de los ensayos más leídos de los últimos años, se titula ‘El mayor fraude de la historia’. “En lugar de anunciar una nueva era de vida fácil, la revolución agrícola dejó a los agricultores con una vida por lo general más difícil y menos satisfactoria que la de los cazadores-recolectores”, escribe Harari. El antropólogo de la Universidad estadounidense de Yale James C. Scott, profesor de estudios agrícolas, se pronuncia en un sentido parecido: “Podemos decir sin problemas que vivíamos mejor como cazadores-recolectores. Hemos estudiado cuerpos de zonas donde se estaba introduciendo el Neolítico y encontramos signos de estrés nutricional en agricultores que no hallamos en cazadores-recolectores. Es incluso peor en las mujeres, donde hemos identificado una clara falta de hierro. La dieta anterior era sin duda más nutritiva. También encontramos muchas enfermedades que no existían hasta que los humanos vivieron más concentrados y con los animales. Además, siempre que se han producido asentamientos de poblaciones han estallado guerras”.

Scott se dio cuenta de que todas las ideas que tenía sobre el Neolítico estaban equivocadas mientras preparaba un curso sobre la domesticación de las plantas y los animales. “Pasé tres años estudiando todo lo que se había publicado, tratando de entender lo que había ocurrido realmente”, explica por teléfono desde su despacho. Así escribió Against the Grain: A Deep History of the Earliest States (Yale University Press, 2017) [Contra las semillas: una historia en profundidad de los primeros Estados], un libro que ha tenido un gran impacto en el mundo anglosajón. “La versión que contamos en los colegios del Neolítico, de que aprendimos a domesticar las plantas y entonces creamos las ciudades y se acabó el hambre es falsa”, asegura Scott.

Su lectura de aquel periodo es la más revolucionaria y no todos los estudiosos coinciden con su interpretación, pero sí podemos hablar de un replanteamiento general de aquellos milenios, provocado entre otros motivos porque el estudio del ADN antiguo ha permitido conocer las poblaciones del pasado como nunca hasta ahora. En su ensayo, Scott sostiene que ya se utilizaba la agricultura o la irrigación antes del nacimiento de los Estados, y que diferentes catástrofes, como las epidemias o la deforestación y la salinización del suelo, hicieron que el Neolítico fuese un proceso de ida y vuelta, y que sociedades agrícolas diesen marcha atrás para volver a ser cazadores-recolectores. “Durante 5.000 años pasaban de un estado a otro dependiendo de las condiciones climáticas. Hubo mucha fluidez entre estas dos formas de vida”, señala.

Preguntado sobre si esto esconde lecciones para el presente, el profesor asegura que es una cuestión que le plantean todo el rato, pero que no quiere “ser un profeta”. Como lector resulta muy difícil abstraerse de esa tentación: la idea de que el avance de la humanidad puede ser reversible si jugamos a los aprendices de brujo, al poner en marcha procesos que no somos capaces de controlar, resulta muy inquietante. Sobre todo porque vivimos un momento en el que estamos rodeados de fenómenos (desde los plásticos en el mar hasta los avances en inteligencia artificial o el calentamiento global) cuyas consecuencias a largo plazo apenas empezamos a vislumbrar. Tampoco podían hacerse una idea de la que se les venía encima aquellas primeras poblaciones que dejaron el nomadismo para asentarse y vivir de la agricultura y la ganadería.

Otros libros publicados recientemente que ponen en cuestión algunas verdades adquiridas sobre el neolítico son La forja genética de Europa. Una nueva visión del pasado de las poblaciones humanas (Universitat de Barcelona Edicions, 2018), del genetista español Carles Lalueza-Fox, profesor de investigación en el Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF), y Les chemins de la protohistoire. Quand l’Occident s’éveillait (Odile Jacob, 2017) [Los caminos de la protohistoria. Cuando Occidente se despertaba], de Jean Guilaine, que a sus 81 años es un referente de los estudios de la prehistoria en Europa y que actualmente es profesor emérito del Collège de France. “El Neolítico nos ha dejado un mensaje claro: un entorno natural transformado y bien regulado puede alimentar un gran número de bocas”, explica Guilaine. “Pero este mensaje sublime ha sido también pervertido por el hombre, ávido de dominar a sus semejantes: explotación irracional del medio, acumulación de semillas, desigualdades sociales, espíritu de supremacía sobre los más débiles. La esperanza de una sociedad en armonía con la nueva economía fracasó por el rechazo a compartir”.

Los historiadores siguen buscando respuestas a muchas preguntas; la primera de ellas consiste en saber por qué se inventó la agricultura si nos alimentábamos mejor cuando éramos cazadores-recolectores. Lo que está claro es que coincidió con un periodo de calentamiento global del planeta tras la última glaciación, hace unos 10.000 años, y que se trató de un proceso gradual que se dio en diferentes puntos a la vez y que desembocaría en algunos lugares, como Europa, en el florecimiento de civilizaciones como la etrusca o la romana. A la introducción de la agricultura y la ganadería siguieron el trabajo con los metales, la fundación de ciudades, el surgimiento de aristocracias… “El Neolítico es la gran revolución que inaugura nuestro mundo histórico”, asegura Guilaine. “Es un periodo sobre el que tenemos muchos datos, pero que se explica mucho peor que otros momentos. Nos gusta más enseñar los orígenes del hombre, porque plantea problemas filosóficos, o las civilizaciones de la antigüedad, consideradas brillantes a causa de sus logros arquitectónicos. Podemos encontrar impresionantes las pirámides o el Partenón, ¿pero qué representan si los comparamos con el paso de toda la humanidad a la agricultura?”.

Ya casi nadie cree que hubiese una única revolución neolítica que estalló en Oriente Próximo con la domesticación del trigo y que de ahí se propagó a todo el planeta. La idea más extendida es que hubo varios puntos de partida más o menos simultáneos, en China con el arroz o en América con el maíz. En cambio, sí existe la certeza, gracias a la genética, de que a Europa llegó a través de migraciones de los primeros campesinos, en un momento de grandes movimientos de población.

“Si algo es el Neolítico es un movimiento de personas desde Oriente Próximo, porque es un tipo de economía que provocó un crecimiento demográfico que hasta entonces no existía”, señala Carles Lalueza-Fox, cuyo libro recoge décadas de avances en las investigaciones genéticas. Estas técnicas “han supuesto un cambio revolucionario”, explica, “porque ahora estamos en disposición de estudiar el genoma de los protagonistas de los acontecimientos del pasado. Cuando nos interrogamos si un horizonte cultural u otro implicó migraciones de personas o movimientos de ideas, ahora podemos preguntarles directamente a las personas que vivieron dichos procesos”.

Eva Fernández-Domínguez, profesora asociada del Departamento de Arqueología de la Universidad de Durham (Reino Unido), donde dirige el laboratorio de ADN arqueológico, y experta en el proceso de transición al Neolítico en la península Ibérica y Oriente Próximo, explica así los nuevos caminos que ha abierto el estudio de ADN antiguo: “A través de la arqueología podemos saber si las poblaciones eran cazadoras-recolectoras o agrícolas-ganaderas, mediante el estudio de los restos arqueozoológicos y arqueobotánicos del yacimiento, de la tipología lítica (técnica y estilo de fabricación de herramientas), del tipo de asentamiento. Sin embargo, estas técnicas no poseen la suficiente resolución para decirnos cómo se ha producido el proceso de transición; es decir, si grupos locales de cazadores-recolectores aprendieron a cultivar o si la agricultura ha sido llevada por inmigrantes desde otras regiones, y si dichos inmigrantes sustituyeron completamente a la población autóctona o se mezclaron con ella y en qué proporción. Este tipo de información es únicamente accesible a través de la genética. Gracias a las nuevas técnicas de secuenciación masiva, poseemos hoy día una buena representación de la información genética de los individuos involucrados en el proceso de transición al Neolítico”.

Un caso apasionante que ilustra cómo se fue asentando el Neolítico es el de la cerámica campaniforme, que se expandió por gran parte de Europa durante la Edad del Bronce, hace unos 4.900 años. A partir de la península Ibérica, concretamente del estuario del Tajo, alcanzó el norte y el este de Europa, las islas Británicas, pero también Sicilia y Cerdeña. Además de en Portugal y España, esta cerámica, que no se asocia a un uso cotidiano, sino ritual, ha aparecido en Francia, Italia, Reino Unido (incluyendo Escocia), Irlanda, Holanda, Alemania, Austria, República Checa, Eslovaquia, Polonia, Dinamarca, Hungría y Rumania. “Su escala geográfica no tiene precedentes en el continente hasta la llegada de la Unión Europea”, escribe Lalueza-Fox en su ensayo. Salvando todas las distancias, su alcance geográfico se podría comparar con el de un Ikea del final de la prehistoria.

Durante décadas existían dos teorías enfrentadas: la cerámica había llegado con poblaciones que migraban o había existido algún tipo de transmisión oral. A lo largo del año 2016, los equipos del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC, junto a los de Wolfgang Haak, del Instituto Max Planck, y David Reich, que dirige en Harvard un laboratorio genético y que acaba de publicar el ensayo Who We Are and How We Got Here: Ancient DNA and the New Science of the Human Past (Pantheon, 2018) [Quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí: el ADN y la nueva ciencia del pasado humano], analizaron muestras de individuos que pertenecieron a esta cultura, recogidas por todo el continente. “Descubrimos que no estaba asociado a movimientos de genes y, por tanto, de personas, sino que se trataba del primer ejemplo de difusión masiva de ideas”, explica Lalueza-Fox. Posteriormente sí se produjo un movimiento masivo de población hacia las islas Británicas, que llevó esa cultura y que, de hecho, reemplazó a las poblaciones que existían entonces.

Ese periodo es especialmente importante porque es a partir de ese momento cuando comienzan a aparecer signos arqueológicos claros de la existencia de una aristocracia y, por tanto, de desigualdades sociales. “Es un momento crítico de cambio social, caracterizado por la emergencia de una clase aristocrática guerrera que perdura más allá de la propia cultura”, escribe el investigador catalán en su ensayo.

Ni la genética ni la arqueología han logrado todavía desvelar todos los misterios cruciales que oculta ese periodo. También llegó entonces a Europa el indoeuropeo, del que derivan lenguas que habla la mitad de la población del mundo, un proceso sobre el que todavía existe un intenso debate. La única certeza es que aquella revolución remota lo cambió todo y que todavía no ha acabado.

Las lecciones que oculta pueden ser muy útiles para un presente en el que la humanidad está llevando la naturaleza y sus recursos al límite de sus posibilidades.



Pinturas rupestres (Tassili n’Ajjer, Argelia)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4423
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Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme, de una vez para siempre, a realizarlos (G.W.F. Hegel)