sábado, 21 de diciembre de 2024

Del Narciso de la política gala

 







Poco después de que el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, anunciara el pasado 3 de diciembre en televisión el decreto de la ley marcial, la palabra “chiflado” se convirtió en tendencia en las redes sociales del país asiático, reflejando el estado de conmoción de la ciudadanía ante una decisión que percibió como delirante. Y es que cuando los comportamientos o las decisiones de nuestros dirigentes se vuelven tan incomprensibles, a veces no hay más remedio para analizarlos y entenderlos que dejar de lado los conceptos tradicionales de las ciencias políticas y echar mano de la psicología, afirma en El País [Macron, el narcisista, 13/12/2024] la periodista franco-italiana Carla Mascia.  Un fenómeno que está ocurriendo en Francia con el presidente Emmanuel Macron, aunque su grado de desconexión con la realidad, evidentemente, no se acerca ni siquiera un poco a la de su homólogo coreano, que al verse dominado por la oposición quiso suspender toda vida política, amordazar a la oposición, cerrar el Parlamento y controlar a los medios de comunicación.

Aún aturdidos por la disolución del Parlamento el pasado junio y el caos institucional propiciado por Macron, los analistas franceses ―desde el asesor político Alain Minc pasando por el historiador Patrick Weil― recurren cada vez más a la palabra “narcisista” para referirse al presidente y describir el comportamiento de un hombre exclusivamente centrado sobre sí mismo, desprovisto de todo sentido de alteridad y convencido de ser el único detentor de la verdad. Un presidente tan ensimismado que no solo ha pedido que su silla en el Consejo de Ministros sea la única que lleve el en respaldo la insignia de la República francesa pintada de oro, sino que ni siquiera entiende que eso pueda resultar chocante ―y ridículo―, como cuenta un reportaje demoledor de Le Monde titulado El lento crepúsculo de Emmanuel Macron.

El postulado de un presidente abrumado por su narcisismo es el que defiende también el sociólogo Marc Joly, cuyo ensayo El pensamiento perverso en el poder está siendo muy comentado en las redes. Este texto va un paso más allá al comparar la concepción del poder de Macron y su relación con la ciudadanía con el modo de pensar y de actuar de los perversos narcisistas en el ámbito de la pareja. El investigador del CNRS (la mayor institución científica del país), que dedicó una tesis a la figura del perverso narcisista, cree que el campo semántico y la violencia moral a los que suele acudir el perverso narcisista para dominar y manipular a su víctima son elementos aplicables al discurso de Macron desde que llegó al Elíseo en 2017. El autor expone que el pensamiento perverso no cree en la inteligencia del otro, ni en su capacidad de pensar, lo que explicaría la ceguera del presidente frente a su fracasada disolución del Parlamento y su empeño en querer mantenerse pese a todo en el centro del juego en el nombramiento del primer ministro.

Para Joly, Macron es sobre todo un gran manipulador y su arma es el uso descarado de la ambigüedad, es decir, el hecho de tener discursos diametralmente opuestos sobre un mismo tema. Un manipulador que además disfruta observando la confusión que produce entre sus interlocutores y sin ninguna capacidad empática ni verdaderos referentes morales, ajeno al sufrimiento que provoca, como en la crisis de los chalecos amarillos. Para poner fin a la revuelta, el mandatario organizó una gran consulta nacional que hizo que 230.000 personas acudieran de buena fe a las alcaldías del país para hacer propuestas que mejoraran su vida cotidiana. Ahí se quedó, porque Macron no hizo absolutamente nada. Cinco años después, nadie sabe si incluso llegó a leer alguno de los 20.000 cahiers de doléances que llenaron en vano muchos ciudadanos que hoy, sin duda, son más propensos a confiar en el discurso falsamente protector de Marine Le Pen que en el hombre que les prometió el nuevo mundo y a cambio les ofreció su desprecio.

La dimensión narcisista y el delirio monárquico de Macron ―quien teorizaba en 2015 que uno de los problemas de la democracia francesa era que “hacía falta un rey”― quedó patente en la ceremonia de reapertura de Notre Dame. Un show mediático hecho a medida del presidente, destinado a restaurar su imagen en la escena nacional e internacional, y al que se opuso en un principio la diócesis, contraria a la idea de que Macron hiciera su discurso desde el interior de la catedral. Lo que demuestra este nuevo episodio ―que para colmo contó con la presencia de los ilustres Trump y Musk― es, según Joly, una concepción meramente personalista de la política memorial del Estado: sea el evento histórico que sea, él tiene que ser el principal protagonista de la conmemoración, incapaz de “tejer lazos con el pasado y con los que le precedieron, excepto de modo teatral”. “Tendremos que guardar como un tesoro esta lección de fragilidad y humildad y no olvidar jamás cuánto cuenta cada uno, y cuán inseparable es la grandeza de esta catedral del trabajo de todos”, dijo Macron en Notre Dame. Una lección que bien podría aplicarse a sí mismo, en su relación con el pueblo francés, el narciso de la política gala.










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