miércoles, 18 de diciembre de 2024

De los terrorista formados en la élite social

 








Sería fácil echarles la culpa a las redes sociales de las celebraciones por el asesinato de Brian Thompson, consejero delegado de UnitedHealthcare, y la entronización de su asesino, Luigi Mangione, como héroe del pueblo, comenta en El País [Luigi Mangione: fanáticos de colegio privado, 11/12/2024] el escritor Sergio del Molino. Nos hemos acostumbrado a ver las redes como la pócima que convierte al doctor Jekyll en el señor Hyde, pero la miseria humana siempre ha encontrado medios para expresarse. Ante crímenes como el de Nueva York, nunca han faltado los probos ciudadanos que saltan a la plaza diciendo que condenan la violencia, pero. Y en la cláusula que sigue al pero cabe toda la barbarie del mundo.

El guapo, millonario y muy culto Mangione me recordó de inmediato —y no solo por las resonancias italianas— a otro millonario, muy culto y no tan guapo, aunque sí bien plantado, llamado Giangiacomo Feltrinelli, fundador de la editorial y las librerías ubicuas de Italia. En 1972, su cadáver apareció al lado de una torre de alta tensión donde colocaba una bomba que le explotó en las manos. Feltrinelli era miembro del grupo terrorista Grupo de Acción Partisana y conocido compañero de viaje de las Brigadas Rojas. A su funeral asistieron diez mil personas y aún hoy sigue siendo un héroe para no pocos italianos.

También fueron aplaudidos otros muchachos de la élite universitaria que, tras el Mayo del 68, se liaron a tiros. Los terroristas de la alemana Fracción del Ejército Rojo o de la estadounidense Weather Underground eran pijos de universidades postineras, los más listos de la clase y los niños más mimados de sus casas, como Mangione, y todos recibieron la simpatía nada velada de progresistas y demócratas de toda la vida que envidiaban su vida aventurera y su farfolla romántica a lo Robin Hood. Al final del franquismo también abundaron en España fanáticos de colegio privado que acabaron llevándose por delante a funcionarios de segunda fila y señorones anodinos en unos pocos crímenes atroces ensordecidos por el ruido que hacía la dictadura al caer.

Eran años de plomo. Hoy son de silicio. Mangione no forma parte de una organización criminal ni parece la avanzadilla de una insurgencia violenta, pero aquellos grupos terroristas tampoco representaban la vanguardia de ningún movimiento social y casi nunca pasaban de una panda de amigos. Si Mangione tuviera un par de cómplices, su banda sería muy parecida a las que he señalado arriba. No hace falta mucho para desafiar las convicciones pacifistas de millones de personas que jamás empuñarían un arma, pero ven justicias poéticas en que disparen otros. Por esas grietas morales se cuelan corrientes heladas de las que una democracia casi nunca se recupera.











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