“Desafección” tendría que haber sido la palabra de Fundéu para el año 2013, aunque lo fuera “escrache”. La desafección eran ciudadanos en la abstención, fundamentalmente de la generación de la democracia, que el bipartidismo dejó de representar por diferentes epifanías, entre ellas, los decretos de mayo del 2010 de nuestro Jimmy Carter particular, José Luis Rodríguez Zapatero, o la subida de impuestos de julio del 2012 del samurái que meditaba en Sanxenxo, Mariano Rajoy. Desafectos al bipartidismo engrosando la abstención, en un país sin un proyecto de convivencia definido y sólido entonces. La abstención, como ahora, comenzaba a ser la principal opción en lo electoral, a la espera de que alguien representara a la nueva mayoría asegurándoles “un lugar en el mundo”. Lo escribe en La Vanguardia [Abstención, plataforma de malestar, 16/12/2024] el consultor político Iván Redondo.
Aquello no debería haber pillado por sorpresa a nadie, ya estaba en los datos. Pero la industria política de la actualidad se confundió por el silencio electoral. Tanto es así que no se vio que el apoyo popular que recibían, por ejemplo, el PP y el PSOE en términos absolutos en aquel año era realmente ridículo, con tasas de fidelidad del 40%, lo que proyectaba, por ejemplo, que IU, por posiciones relativas, obtuviera en el CIS del 2013 más diputados, 33, que Sumar, 31, el pasado 23-J con 700.000 votos menos. La abstención lo distorsionó todo y despistó a muchos.
En este nuevo silencio electoral estamos en las mismas. Hoy por hoy, si nos fijamos en la Comunitat Valenciana, en shock político, electoral, económico y social tras la dana, observamos que la tasa de participación que estima la diversa matemática política publicada baja considerablemente, cerca de 10 puntos, con respecto a las autonómicas del 28-M. Nos indica también que son muchos los ciudadanos que no se sienten representados con respecto a hace solo un año, así como un reparto de culpas claro por la desastrosa gestión de las riadas a PP y PSOE, por este orden. Pero hay más: suben con claridad Compromís y Vox, dejando claro que el bipartidismo seguirá siendo una cosa del pasado. Hoy el viejo bipartidismo allí solo organizaría a la mitad de los votantes más mayores, mientras que, dentro de cada bloque, Vox y Compromís, estarían a menos de tres puntos de socialistas y populares. Una abstención alta como plataforma de malestar.
Ese crecimiento de los partidos alternativos de cada bloque nos sitúa asimismo en un escenario similar al de las autonómicas del 2015, pero muy diferente con 222 muertos. Si hablamos de malestar, la derecha autoritaria lo capitaliza mejor que nadie, porque lava más blanco. De la misma manera que a Compromís están regresando los electores que ya estuvieron hace casi 10 años con Mónica Oltra y que hoy se sienten decepcionados por la respuesta del Gobierno central. Los plurinacionales están regresando a casa, por tanto, mientras que los conservadores autoritarios quieren votar a los genuinos autoritarios.
En València han cambiado muchas cosas. No se trata de un calentón ciudadano. Más allá de la disputa en los medios y las redes sociales, la abstención y el malestar creciente con la política como principal problema otra vez, nos explica que hay un gran iceberg, algo todavía no medido debajo de la línea del agua, muy poderoso que se desplaza tras la dana hacia toda España. Como dijimos en el Foro Vanguardia en abril del 2023, la Comunitat Valenciana te garantiza pie y medio en la Moncloa. Eso es mucho, si bien no son los dos. Ahí están los cuatro votos que le faltaron a Alberto Núñez Feijóo . Pero a la Comunitat hay que tomársela tan en serio como a Euskadi, Catalunya o Andalucía. Debieran saltar por ello todas las alarmas.
Esto no va ya de Mitterrand o Chirac jugando tácticamente con el Frente Nacional para debilitar a su oponente liberal. La demanda autoritaria ya está formando mayorías en España como en el resto del sistema mundo. En el 2016 fue la nueva derecha radical, el Brexit y la primera victoria de Trump . Entonces lo explicábamos por la injerencia rusa o la desinformación. Hoy lo vemos más claro si aceptamos como palabra del año 2024 “derecha autoritaria”, conscientes de que la del año 2025 podría ser “reemplazo”. Tiene todas las papeletas. Cuando el PSOE deje de referirse técnicamente a Vox como ultraderecha (mensaje interno a la izquierda) y le llame derecha autoritaria (mensaje externo) que ha venido a sustituir al PP, se entenderá todo mejor. A veces la abstención dice cosas.
El PSOE es el mínimo común denominador desde el 2017 de la mayoría periférica, transversal y plurinacional y solo vencerá unas municipales y autonómicas si el PP se descalabra en favor de Vox, y aún así la derecha tendría serias posibilidades. Su única opción de ganar y gobernar es que las mayorías de izquierda y plurinacionales vuelvan a ser operativas, con una gran participación activa suya en lo ideológico, como en el 2019. Pero para ello Pedro Sánchez, como ya es Salvador Illa, debe ser líder plurinacional. No serlo fue el gran error del 28-M.
Los globos sonda de anticipar elecciones autonómicas en Baleares o Castilla y León son incomprensibles, porque desnudan al PP estratégicamente, ya que no hay números para ninguna mayoría absoluta sin Vox. Ni tendrá lugar la gran transferencia PSOE-PP, ni Vox se vendrá abajo. Romper, por tanto, el silencio electoral tendría un alto precio. Sería algo así como lo de Monterroso: cuando despertó, el dinosaurio continuaba allí, pero lo que no sabremos es quién será el dinosaurio. Tanto Mañueco 2022 como Mas 2012 saben mucho de esto.
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