No sé si tu carne fue arrancada del barro en el jardín del Edén, pero tu conciencia nació en Notre Dame. En algún lugar, entre las columnas, el altar y la bóveda, donde el haz de colores que entra por el rosetón se une con las voces que vienen del coro. En ese espacio sagrado de las grandes catedrales y las pequeñas ermitas, de las universidades y los monasterios medievales surgió la idea de libertad e igualdad de todas las personas, escribe en El País [¿Qué es Notre Dame?, 10/12/2024] el politólogo Víctor Lapuente.
La explicación convencional es la contraria: en Grecia y Roma floreció un ideal democrático que el cristianismo aplastó con puño de hierro durante siglos hasta que pudo brotar de nuevo tras el Renacimiento. Pero la libertad de atenienses y romanos se fundaba en la obediencia y devoción a la cosa pública, y una jerarquía que ponía al hombre, el pater familias, por encima de mujeres y esclavos.
Frente a ese orden autoritario, se alza la igualdad moral predicada por el cristianismo. De los escritos de Pablo de Tarso ―el mayor revolucionario de la historia, según el filósofo Larry Siedentop― germina una concepción universal de la naturaleza humana, una idea subversiva porque reivindica una esfera de elección personal frente a las obligaciones asfixiantes del colectivo. Yo (hombre o mujer) puedo elegir.
A esta idea le costó crecer. Pasaron siglos hasta que el derecho canónico incorporó los instintos igualitarios del cristianismo en una doctrina justificadora del gobierno democrático. Pero investigaciones recientes confirman el papel fundamental de la Iglesia tanto para la invención de la democracia representativa como de la administración pública. Anna Grzymala-Busse muestra que los modernos Estados europeos no nacieron en el campo de batalla, como sostiene la tesis tradicional, sino en misa. Los monarcas copiaron las tecnologías de gobernanza eclesiásticas (tesorerías, autoridades judiciales).
A veces fue la propia Iglesia la que frenó el progreso. Como señalan los premios Nobel de Economía de este año Daron Acemoglu y Simon Johnson, los clérigos se apropiaron de la riqueza creada por los avances tecnológicos en la agricultura de la Edad Media para construir catedrales mientras muchos campesinos pasaban hambre. Eso también fue Notre Dame.
Pero la crítica legítima a la Iglesia deriva del propio cristianismo. El secularismo, del que París ha sido también capital mundial, procede de la legitimación, al fuego lento de las velas de templos y claustros, del pensamiento libre. Notre Dame es la sublimación de Dios. Y su cuestionamiento. Notre Dame somos todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario