martes, 28 de marzo de 2023

De la extinción de las derechas moderadas

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del analista político Andrea Rizzi, va de la extinción de las derechas moderadas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








La derecha moderada en peligro de extinción
ANDREA RIZZI
25 MAR 2023 - El País
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El presidente del Gobierno de España viajará la próxima semana a Pekín para una complicadísima reunión con el líder de la segunda potencia mundial en el momento geopolítico más tenso y peligroso en décadas. Si hubiese dependido de Vox, podría haber sido Ramón Tamames quien asistiera a ese encuentro u otros parecidos. El Partido Popular español no consideró que perspectivas de esa índole justificaran votar “no” a su candidatura, optando por una conveniente —para sus intereses partidistas— abstención. Es el enésimo síntoma de la triste agonía de la derecha moderada en Europa, que se ve adelantada, aniquilada o condicionada por la radical. Un breve repaso basta para situarse en la gravedad de la situación.
La derecha moderada ya no existe en Italia, donde ese espacio ha sido ocupado sucesivamente por figuras como Berlusconi, Salvini o Meloni. El actual Gobierno no ha protagonizado, de momento, las acciones de sustancial erosión democrática que algunos temían, pero ha dejado ver sus rasgos extremos en las dramáticas circunstancias de un naufragio de migrantes hace unas semanas. Significativamente, fue el presidente Mattarella, un exdemocristiano, quien mantuvo alta la bandera de los valores de Italia con su silente homenaje ante los ataúdes de las víctimas, en medio de un lamentable flujo de declaraciones. La Democracia Cristiana tuvo terribles monstruos en su armario, pero en ciertas cosas, a la vista del panorama actual, casi se la echa de menos.
En Francia, la derecha moderada se halla en estado cuasi moribundo, incapaz una y otra vez de llegar a la ronda final de las presidenciales y con Le Pen erigida en figura de referencia, mientras sujetos como Zemmour cosechan apoyos nada desdeñables.
En Alemania, la CDU protagoniza una paulatina —pero evidente— trashumancia desde posiciones bastante centristas a otras de derecha más rotunda bajo el mando del líder que sucedió a Merkel, Friedrich Merz, mucho más conservador que ella. El cordón sanitario ante AfD resiste a escala nacional, pero a escala local empiezan a aflorar síntomas de mayor tolerancia, cuando no casi de cooperación, como en el caso del voto conjunto en el distrito de Bautzen (Sajonia) para limitar las prestaciones a los refugiados.
En el flanco Este de la UE, la derecha moderada ha quedado pulverizada en los últimos años a mano de ultraconservadores con tics iliberales como Orbán o Kaczynski.
En el Reino Unido, el Partido Conservador ha protagonizado una huida hacia el nacionalismo que sigue hoy en día difícil de creer, que ha causado su hundimiento en las encuestas. Rishi Sunak está intentando poner la sordina en ciertos excesos. Está por ver qué conseguirá.
En España, como acabamos de comprobar en un momento decisivo, el sedicente proyecto de moderación que afirma encabezar el líder el PP no encuentra buen reflejo en la praxis de votación parlamentaria.
Pulsiones ultraconservadoras, nacionalistas y proteccionistas recorren las entrañas de Europa, y a los populares les toca más que a nadie la ingrata, dificilísima, tarea de lidiar con ello, porque ocurre sobre todo en su caladero.
Por supuesto, la familia socialdemócrata también se mueve en aguas muy complicadas, se ve herida por derrotas, manchada por errores, lastrada por cohabitaciones más que problemáticas. Pero desconfíen de falsas equivalencias: son muy sólidos los argumentos que inducen a la conclusión de que en Europa las derechas extremas representan un desafío más inquietante para el proyecto europeo común y los valores democráticos que la izquierda extrema.
Ojalá, por el bien de nuestros sistemas democráticos, las derechas moderadas sepan resistir el asalto de las radicales. Quizá hoy su principal representante sea Ursula von der Leyen. De nuevo, Bruselas señala caminos mejores que los nacionales.
Cada centímetro importa en esta batalla. Cada palabra. Las que se dicen, y no solo. Matteo Renzi, expresidente del Gobierno italiano, sin duda cuestionable en varios aspectos de su gestión, pronunció un bello discurso en el Parlamento con ocasión de la tragedia migratoria, lamentando ciertos desmanes oratorios de la derecha. En él, mencionó una cita que atribuyó a la poetisa Alda Merini: “Me gusta la gente que elige con cuidado las palabras que no hay que pronunciar”. Cada palabra importa en esta batalla. Las que se pronuncian, y las que no. Mejor, siempre, en sede parlamentaria, el templo de la democracia.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Las Palmas, 18 de julio de 1936. [Publicada el 18/07/2011]











En las islas se contaba hace tiempo un chiste bastante malo sobre los canarios que decía así: "¿Saben ustedes cuáles son los dos únicos errores que los canarios han cometido en su historia?: ¿No?... Pues..., el primero, no haber dejado entrar a Nelson; y el segundo, haber dejado salir a Franco...". Sobre lo primero, mi opinión personal es que los canarios salimos ganando con su derrota en Santa Cruz de Tenerife; sobre lo segundo, que lamentablemente, no pudimos impedírlo. 
Hasta hace muy poco tiempo, en la fachada del edificio que ocupa la Jefatura de Tropas de Gran Canaria, antes sede del Gobierno Militar de la provincia, en el parque de San Telmo de la ciudad de Las Palmas, había una placa conmemorativa que recordaba que desde aquel edificio había salido el Caudillo de España, Francisco Franco, el 18 de julio de 1936, para ponerse al frente del glorioso alzamiento nacional. Cito de memoria así que espero se me perdone la posible inexactitud sobre el contenido literal de la placa. 
Sobre el triste protagonismo de mi ciudad en la génesis del golpe militar se ha escrito todo lo escribible así que no merece la pena insistir mucho al respecto. Franco había llegado a Las Palmas desde la sede de la Comandancia Militar de Canarias, en Santa Cruz de Tenerife, el día 17 de julio de 1936, alojándose la noche de ese día en el céntrico y coqueto Hotel Madrid, en la plaza de Cairasco, a escasos quinientos metros del parque de San Telmo. Oficialmente había ido a Las Palmas para asistir a las exequias del comandante militar de Gran Canaria, el general Amado Balmes, muerto el día anterior en un extraño accidente acaecido al disparársele en el estómago, accidentalmente, su propia pistola. Desde Las Palmas, al día siguiente, marcharía por mar, desde el ya desaparecido Muelle de Las Palmas, frente a la sede del gobierno militar, hasta el aeropuerto de Gando, a una veintena de kilómetros, para desde allí, a bordo del "Dragon Rapide", volar hasta Casablanca, y más tarde a Tetuán, en el protectorado español de Marruecos, y ponerse al frente del ejército de África y del golpe militar. La razón de elegir la vía marítima para llegar hasta Gando era el temor a que la carretera que unía la capital de la provincia con el aeropuerto, que trascurría por el interior de la isla, estuviera cortada por elementos hostiles al golpe militar desencadenado.
Hace unas semanas un reportaje del escritor canario Juan Cruz en la revista Domingo (El País), en el que entrevistaba al historiador y profesor de la Universidad Complutense Ángel Viñas: ("Creo que Franco ordenó un asesinato para empezar la guerra": Domingo, 22/05/2011), daba cuenta pormenorizada del hecho, adelantando la tesis del asesinato del general Balmes por orden de Franco. Tesis que verá la luz en un libro de próxima aparición titulado "La conspiración del general Franco", editado por Crítica.
No pretendo enmendarle la plana a tan prestigioso historiador, pero tampoco puedo disimular mi sorpresa ante tan "novedosa" teoría sobre la muerte del general Balmes, puesto que esa explicación se ha sabido desde siempre en Canarias, aunque, evidentemente, nadie la haya podido demostrar documentalmente. Yo al menos, la he conocido desde hace muchos años por dos vías diferentes. Una personal y familiar; la otra, si la quieren llamar así, oficiosa "inter canarios". Y ambas coinciden en que el general Balmes "fue suicidado" el 16 de julio de 1936 ante su negativa a sumarse al golpe militar. 
Mi fuente más personal al respecto fue mi padre, que el 18 de julio de 1936, era suboficial  en el Parque de Automovilismo de la Guardia Civil en Barcelona, y en calidad de tal, chófer del coronel Escobar, jefe de la benemérita en la Ciudad Condal, Finalizada la guerra civil, mi padre fue destinado a la isla canaria de El Hierro, en la que permaneció al mando del destacamento de la guardia civil de la misma entre 1941 y 1945. De él escuché por vez primera, en junio de 1967, con motivo de un viaje suyo a Las Palmas con mi madre y mis hermanos, y al hecho de que se alojaran en el Hotel Madrid, el comentario sobre el "suicidio" forzado del general  Balmes. Ignoro sus fuentes de información, o si era una mera opinión personal, pero curiosamente, coincidía en lo esencial con lo que, años después, entre 1970 y 1975, oí comentar en las organizaciones políticas del tardofranquismo.
Me produce gran extrañeza, pues, que salte ahora como noticia histórica algo tan conocido y "vox populi" en las islas desde que ocurrieron los hechos. Me gustará leer lo escrito por el profesor Viñas; de momento tendré que esperar a la publicación de su libro. El vídeo que acompaña a esta entrada corresponde a unas escenas de la película de Jaime Camino, de 1986, "Dragon Rapide". Espero que ambos, entrada y vídeo, les resulten interesantes.
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 











lunes, 27 de marzo de 2023

De los déficits de las democracias

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Gabriela Bustelo, va de los déficits de las democracias. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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El libro blanco de la democracia
GABRIELA BUSTELO
23 MAR 2023 - Revista de Libros
Reseña del libro "España: democracia menguante", VV. AA., Colegio Libre de Eméritos, 2023
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Han pasado 15 años desde que Larry Diamond, catedrático de Sociología Política de la Universidad de Stanford, aseguró que estamos inmersos en una «recesión democrática». En los tres años transcurridos desde que la OMS certificó el coronavirus como pandemia global, esta crisis de la democracia global no ha hecho sino acrecentarse. En otras palabras, el centenar aproximado de países democráticos que hay en el mundo estaría perdiendo calidad, día tras día, en sus respectivos sistemas de gobierno. ¿Y cuáles son los parámetros clásicos que definen una democracia estándar? Son seis: sufragio universal, separación de poderes, libertades civiles, parlamento funcional, partido de la oposición e igualdad ante la ley.  
En nuestro país, nueve catedráticos han tomado la decisión de unir fuerzas para denunciar una situación que juzgan de máxima gravedad: la merma progresiva de la democracia española. Sus análisis y reflexiones se han reunido en un libro que publica la Fundación Colegio Libre de Eméritos bajo el título España: Democracia menguante.
A cargo de este informe de situación se halla Manuel Aragón, catedrático de Derecho Constitucional y magistrado emérito del Tribunal Constitucional, que ha expresado públicamente su zozobra en cuanto a que la coyuntura política actual de nuestro país pudiera derivar en una «democracia disminuida». Bajo su batuta, el octeto denunciante lo forman Francesc de Carreras (Catedrático de Derecho Constitucional), Juan Díez Nicolás (Catedrático de Sociología), Tomás-Ramón Fernández (Catedrático de Derecho Administrativo), José Luis García Delgado (Catedrático de Economía Aplicada), Emilio Lamo de Espinosa (Catedrático de Sociología), Araceli Mangas (Catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales), Francisco Sosa Wagner (Catedrático de Derecho Administrativo) y Gabriel Tortella (Catedrático de Historia Económica).
En la prensa generalista se han publicado desde 2020 centenares de artículos inquietos por la deriva política nacional, en especial desde que el semanario británico The Economist eliminara a España del selecto grupo de Democracias Plenas de su Democracy Index (DI) en febrero de 2022 (valorando el comportamiento de nuestro país durante 2021). El 1 de febrero de este año 2023, España recuperaba su estatus de democracia plena, ascendiendo de nuevo al pequeño olimpo de los 24 países más políticamente avanzados del planeta. Pero, ojo, que ocupa el penúltimo lugar, casi rozándose con el siguiente grupo de las democracias deficientes. Pues bien, entre los factores que determinaron la mala posición de España en el prestigioso grupo de las democracias plenas del Democracy Index destacaron las medidas coercitivas que tomó el ejecutivo de Pedro Sánchez durante la pandemia de coronavirus. (Merece la pena recordar que en la cima del Democracy Index está Noruega, que mantiene su primer lugar desde el año 2010, cosa que en la España de la ideología de trazo grueso podría sorprender, ya que el sistema de gobierno noruego es una monarquía parlamentaria).
Si algo ha demostrado la pandemia es que, ante una crisis mundial de semejante envergadura, los países sin instituciones sólidas corren el peligro de perder calidad democrática de manera casi inmediata. En una democracia sana y funcional, las instituciones son el vínculo principal entre la ciudadanía y el Estado, nexo imprescindible para mantener la salud del sistema político. Precisamente, el sector institucional es el que más inquieta a los autores de este informe: «Nos estamos refiriendo principalmente al mal funcionamiento de nuestro Estado social y democrático de Derecho, cuyo deterioro se ha producido sobre todo en el plano institucional». Los autores van más lejos, al concretar que detectan una “deslealtad constitucional” en no pocas instituciones españolas.
Una de las primeras aseveraciones del libro España: democracia menguante es que la crisis democrática global no puede considerarse un fenómeno tan agudo como el de España. No en vano recientes encuestas del Eurobarómetro (verano de 2022) indican que 9 de cada 10 españoles desconfían de los partidos políticos (la media de la UE es del 75%); el 74% desconfía del gobierno (frente al 61% de la UE); y otro 74% desconfía del parlamento (muy superior a la media UE del 60%).
En el capítulo inicial, dedicado al fracaso de la política española, se aportan datos recientes de un sondeo de Metroscopia (Junio, 2022) en cuanto a la «demoledora opinión sobre los políticos» que tiene la población española. Un 87% lamenta que no presten atención a las preocupaciones de los ciudadanos; un 84% echa en falta ideas claras para solucionar los problemas nacionales; un 81% detecta una carencia de vocación de servicio público; un 79% cree que los líderes no tienen la experiencia necesaria y un 75% asegura que actúan de manera deshonesta.
En cuanto a la polarización, que con frecuencia se cita en España como un problema inherente a la propia ciudadanía, esta idea se rechaza de plano en el libro. El «bibloquismo», los «cordones sanitarios» y la falta de diálogo derecha-izquierda serían impostaciones de los propios líderes políticos, que infectan con ellas a sus representados. En cuanto a la conchabanza del bipartidismo con el nacionalismo, el veredicto es severo: «No olvidemos que los dos grandes partidos han dificultado siempre la posible emergencia de partidos bisagra (UCD, CDS, Partido Reformista, UPyD, Ciudadanos), prefiriendo el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos». Esta estrategia temeraria, en lugar de integrarlos, habría contribuido a reforzarlos, debilitando al Estado, hoy casi «residual» en algunas Comunidades Autónomas. Como reflexionaba Emilio Lamo de Espinosa en su cuenta de Twitter el 2 de marzo de 2023, aportando un gráfico de autoubicación ideológica del CIS para apoyarlo: «Los españoles llevan siendo de centro izquierda casi treinta años sin variación. No se han radicalizado. Los que se han radicalizado son los políticos, aunque no todos. Gobiernos radicales administrando a ciudadanos que no lo están».
El desmedido poder de los partidos políticos —cimentado por una Ley Electoral anticuada e injusta— habría devorado la separación de poderes: «el líder del partido que gana las elecciones controla no solo el Poder Ejecutivo, sino también el Poder Legislativo, pues los representantes lo son porque el aparato les ha incluido en la lista electoral». En cuanto al Poder Judicial, la Constitución se habría ido «modificando subrepticiamente» para que un «Consejo General del Poder Judicial políticamente mediatizado», junto a un reparto por cuotas de las designaciones directas que hacen las Cortes Generales, permitan a los principales partidos políticos nombrar a los jueces de los principales órganos de la Justicia.
No olvidan los autores el gravísimo problema de la corrupción española, citando datos de Transparencia Internacional, que en 2021 situaba a España en el puesto 34 del escalafón global, empatada con Lituania. Constatan que recién estrenado este índice, en 1995, España ocupaba un puesto 26 y llegó a estar en el 20 en el año 2000. Pero quedó en el puesto 41 en 2018, hasta llegar al puesto 35 actual, empatada con Botsuana y Cabo Verde, según el Índice de Percepción de la Corrupción publicado en enero de 2023. En efecto, la cultura de la corrupción parece formar parte de la mentalidad nacional, que justifica la del partido propio y demoniza la del contrario. Los dos partidos mayoritarios tienen largos historiales corruptos, pero tampoco se libran los nacionalistas, ni los pequeños o emergentes. Los juzgados españoles rebosan «casos de corrupción en los que están involucrados políticos pertenecientes a todo el arco parlamentario».
Abundan las columnas periodísticas que hablan ya de España, como «un país sin ley». En ese espíritu nos recuerda este libro que no puede haber democracia sin Estado de Derecho, cosa que en otros tiempos hubiera podido parecer una obviedad, pero que hoy es de obligada reivindicación. «Se observa con estupor cómo en parte del territorio español los poderes autonómicos desobedecen, de manera expresa y reiterada, la Constitución, las leyes y las sentencias de los tribunales sin que el poder central lo remedie, usando las competencias de ineludible ejercicio que tiene».
La politización de la justicia se define como el resultado de la partitocracia más cruda y voraz, lamentando que la ciudadanía haya asumido como algo «normal» la existencia de dos bloques entre los jueces de izquierdas y los jueces de derechas. Los autores nos comparan con Alemania y Estados Unidos, cuyos magistrados llegan a los tribunales «cargados de medallas políticas e incluso con el carné del partido en el bolsillo», pero este posicionamiento ideológico no suele influir sobre sus decisiones jurídicas. En España, por contraste, los jueces serían peones de partido, acatando las órdenes del aparato sin demasiada resistencia.
En el capítulo sobre el gobierno y la administración se puntualiza la cuestión sin ambages y con la claridad meridiana que caracteriza a todo el libro, reiterando que el Poder Ejecutivo ha desplazado al Legislativo, además de instrumentalizar a los tribunales. La masa de decretos leyes convertidos en leyes o convalidados equivale ya a tres cuartas partes del output legislativo, aseguran, y se requeriría una operación colosal para sanear el ordenamiento jurídico. Por si esto fuera poco, se apostilla que todas estas aparatosas «reformas» no mejoran una capacidad de absorción de fondos europeos casi nula, «que nos coloca los últimos de la lista de veintisiete, en la que nuestro modesto vecino, Portugal, figura en segundo lugar». España tiene la peor tasa de absorción de los fondos europeos en el período 2014-2020, con solo un 43% de los fondos ejecutados.
En cuanto al estado autonómico, los autores lo desaprueban con una asepsia casi clínica, señalando los dos problemas graves manifestados desde sus comienzos. El primero es la disfunción organizativa, que genera anomalías, duplicidad de funciones y un gasto público innecesario. El segundo es la integración territorial defectuosa, que en determinadas partes del perímetro español pone en grave riesgo la unidad estatal y nacional. La solución que se recomienda sin rodeos es modificarlo para convertirlo en un modelo federal, es decir, en una versión perfeccionada de la actual. «El federalismo no es una forma política más conservadora o más progresista, más liberal o más socialdemócrata, más de izquierdas o más de derechas. Simplemente es una forma de organización territorial que funciona bien en muchos países y, por ello, también debiera funcionar en el nuestro».
El capítulo sobre el papel de nuestro país en el escenario mundial acusa a las cúpulas políticas del «descrédito de España como consecuencia de la ruptura de sus obligaciones europeas e internacionales», in crescendo ante las instituciones europeas y los mercados internacionales. Las grietas estructurales del Estado español lo incapacitan para cumplir con sus deberes y compromisos como país europeo y lo deslegitiman para aportar propuestas normativas que le confieran la relevancia e influencia correspondientes por su estatus occidental. Las ineficaces administraciones públicas, colonizadas por los partidos, ahuyentan a las empresas y agentes socioeconómicos. Por no hablar de la dependencia de la ayuda externa para salir de las quiebras internas en que los propios partidos políticos sumen al país, desde las crisis nacionalistas hasta las crisis económicas. La pandemia, lejos de servir como acicate para efectuar las reformas estructurales exigidas en 2019 por la UE, ha agravado junto con la crisis energética los desafíos orgánicos de España como nación europea. Lamentan los autores que la polarización interna haya impedido durante todo un siglo acordar intereses nacionales que permitieran afrontar con fuerza y dignidad el devenir externo de una España autocondenada a la irrelevancia mundial.
Esta es la frase que James Carville, jefe de campaña de Bill Clinton, pegó en la pared de su oficina en 1992, bajo otra anotación que exigía «Un cambio» versus «Lo de siempre». Pues bien, para los autores de España: Democracia menguante la política económica española requeriría un cambio radical. En abierta contradicción con la propaganda gubernamental, observan un descenso del PIB por habitante desde 2007; un desempleo que duplica la media de la UE, disparado con los gobiernos socialistas y aminorado con los gobiernos del PP; un mercado laboral agarrotado e inflexible, que conserva la inmovilidad de los tiempos de Franco, con la dualidad de los trabajadores protegidos por el sistema (contratos laborales indefinidos) y los desprotegidos (contratos temporales); y unos sindicatos que no encarnan al sector laboral, sino a las cúpulas políticas y al sector público. ¿Las soluciones que se proponen? Entre otras, flexibilización del mercado, eliminación de trabas al comercio nacional e internacional, conexión del sistema educativo con el sistema productivo, seguridad jurídica como garantía del correcto funcionamiento de los mercados, reconducción del gasto público para impedir que el déficit presupuestario exceda del 3%, incluso llegando al superávit y creación de un mecanismo de fiscalización de las políticas públicas.
La meta inmediata de los autores de este Informe es generar un debate público sobre las averías crónicas de la democracia española, pues en opinión de estos nueve maestros, los peligros que acechan a España son de tal envergadura que, en su opinión, ponen en riesgo su propia existencia. Alegan que este debate nacional sería urgente y perentorio, dado que la ciudadanía ya no puede confiar en soluciones clásicas, como optar electoralmente por la izquierda o por la derecha, sino que se halla ante la disyuntiva de decidir entre la conservación y la destrucción de lo que hasta ahora veníamos llamando la democracia española.























[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre la revolución y la historia. [Publicada el 05/07/2011]










Si uno se atiene a las ruidos más que a las voces, da la impresión de que para muchos las democracias occidentales ya están viejas, caducas e inservibles. Pienso que se equivocan. La  realidad es que la democracia representativa, la única posible, tal y como la conocemos apenas tiene dos siglos. Nació tal día como ayer de hace doscientos treinta y cinco años en Filadelfia, en la colonia  de Pensilvania, con la solemne proclamación de la independencia de los Estados Unidos de América de la corona británica
Hannah Arendt dedicó páginas inolvidables a la revolución americana en su libro "Sobre la revolución" (Alianza, Madrid, 1988). A comentar la efemérides y el libro dediqué mi entrada del 4 de julio de 2009: "Filadelfía: 4 de julio de 1776" y a ella remito a quien pueda interesarle.
Lo que hoy me gustaría destacar es que, curiosamente, y sin que se haya hecho de ello referencia alguna por los medios de comunicación, tal día como ayer de hace treinta y cinco años, es decir, el mismo día que los Estados Unidos de América celebraban su bicentenario como nación, Adolfo Suárez era designado presidente del gobierno de España por el rey Juan Carlos, y con ese nombramiento se ponía también en marcha, aunque muchos no lo vislumbraran en ese momento, el proceso de reasunción por los españoles de las libertades perdidas cuarenta años antes. 
En mi agenda del día anterior, sábado, 3 de julio de 1976, tengo anotado: "He ido al cine Vegueta para ver  "Belle de Jour", de Buñuel. A la vuelta a casa, por el telediario, anuncian que el rey ha designado presidente del gobierno a Adolfo Suárez. La sorpresa es total. Se comenta que en la terna propuesta al rey por el Consejo del Reino iban también Areilza y Silva Muñoz". 
El lunes siguiente, 5 de julio, Adolfo Suárez jura su cargo ante el rey. Ese mismo día, como secretario general que soy de la UDPE (Unión del Pueblo Español) en la provincia de Las Palmas, la asociación política de la que Adolfo Suárez era presidente nacional, hablo con él por teléfono y le felicitó por su elección. No volvimos a coincidir. En septiembre de ese mismo año, UDPE se fusionaba con otras fuerzas políticas para formar Alianza Popular, y yo no quise sumarme al nuevo proyecto político, en el que ya no estaba Suárez. Tampoco lo hice a la UCD (Unión de Centro Democrático) por él promovida pocos meses más tarde. 
Pero vuelvo a la conmemoración del 235 aniversario de la revolución americana con el que inicié este comentario. Sin relación alguno con la fecha (al menos eso supongo yo), el escritor, ensayista y laureado fotógrafo boliviano Hugo Estenssoro, publicaba en el número de Revista de Libros del pasado mes de junio, un excelente artículo, "El hemisferio intelectual", sobre la historia de los intelectuales latinoamericanos, que recoge algunas impresiones muy interesantes sobre las revoluciones que llevaron a la independencia a los pueblos de América.
Sobre el proceso independentista de la América española dice Estenssoro: "La independencia latinoamericana, como las revoluciones francesa y rusa, fue un inmerecido festival de improvisación -rasgo que se tornará característico en la historia hemisférica hasta hoy- en lo militar, lo político, lo social y lo intelectual. [...] Así y todo, el lírico inventor de su teoría, y virtuoso ejecutor de su praxis, Simón Bolivar, llegó a la desencantada conclusión de que había arado en el mar, metáfora que vale una biblioteca de estudios latinoamericanos". 
Y sobre el otro proceso, anterior en el tiempo, el de la independencia de la América británica, dice poco más adelante: "El gran triunfador de la modernidad, esa combinación de libertad y prosperidad para la mayoría, son los Estados Unidos, lo que explica el rencor inextinguible del resto del mundo. Pero los Estados Unidos no doblegaron, no vencieron a la modernidad: la adoptaron y la hicieron suya. [...] En la Convención Constitucional de 1787, treinta y uno de los cincuenta y cinco miembros tenía un título universitario, lo que resultaba excepcional en la época. De hecho, había dos presidentes de universidades y tres catedráticos. Los más destacados (Madison, Adams, Quincy, Jefferson, Gallatin, Livingston) eran algunas de las mentes más brillantes de la época, aunque casi todos ellos eran también hombres prácticos que vivían de sus actividades profesionales o comerciales".
Termino por donde comencé, volviendo al libro de Hannah Arendt citado al principio, cuya tesis sobre el éxito de la revolución norteamericana de 1776 puede resumirse así: triunfó porque no pretendió cambiar el mundo sino devolver la libertad a los hombres. Y es que, como dijo el presidente de la República español Manuel Azaña, "la libertad no hace felices a los hombres; les hace hombres". Sean felices ustedes también. Tamaragua, amigos. HArendt













domingo, 26 de marzo de 2023

De las vidas vivibles

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Azahara Palomeque, va de las vidas vivibles. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La unidad de la izquierda
AZAHARA PALOMEQUE
25 MAR 2023 - El País
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Una fuerza biológica ancestral, analizada por el psicoanálisis, probablemente nos impide pensar que la posibilidad de que cierto confort, la cotidianidad democrática que para los que tenemos menos de cuarenta años ha conformado lo único conocido, desaparezca es verosímil, pero la historia nos revela más bien lo contrario: enormes fracturas, desgarros inesperados, biografías que —casi de la noche a la mañana— pasan de habitar espacios seguros, hasta cómodos, a asumir pérdidas devastadoras y librar luchas por lo que hacía poco consideraban garantías consolidadas. Todos estos fenómenos, tan distantes temporal y geográficamente, tienen en común la vulnerabilidad de unas sociedades que guardan el gen de la autodestrucción y un potencial para el sufrimiento humano casi infinito; ahora bien, mucho antes de que explotara la catástrofe, una serie de causas estructurales la impulsaron, y ahí cobran protagonismo la cantidad de errores políticos cometidos diacrónicamente, como teselas de un mosaico que, una vez completo, da pavor mirar.
En el caso norteamericano, si hubiese existido algún tipo de mecanismo para regular las fake news, una manipulación ejercida especialmente en las redes sociales; o si los Gobiernos anteriores no se hubieran encargado de depauperar tanto a la población, eliminando programas sociales; o si el desencanto de los que no acudieron a las urnas en 2016 o lo hicieron a favor de partidos insignificantes no hubiese hecho perder a los demócratas varios Estados clave por un puñado de votos, el esperpento trumpista jamás habría ocurrido. Sirvió para consolidar tendencias que Biden no va a revertir: la reforma fiscal tan afín a los ricos, intacta; o lo que representa el mayor legado del mandato de Trump, un Tribunal Supremo de orientación reaccionaria que se apresuró a derogar el aborto y podría eliminar otros derechos fundamentales.
Ahora que se habla tanto del destino de las izquierdas, muchos hacen sus cábalas electoralistas y no falta quien pretende sacar tajada personal azuzando rupturas y enfatizando discrepancias entre colectivos que suelen compartir, en buena medida, un proyecto democrático más o menos similar, la memoria me juega malas pasadas y nubla el paisaje con su advertencia de futuro: lo que podría esfumarse con un Gobierno de derecha o ultraderecha es inmenso, también entre aquellos adeptos que, movidos por el desconocimiento o el odio, no dudarán en depositar la papeleta en contra de sus intereses. Hablo de la sanidad pública, los subsidios a los más desfavorecidos, la educación gratuita y de calidad, o el placer de pasear calmamente por unas calles en las que el riesgo de agresiones no sea alto, opuestas a las de Filadelfia, donde yo residía: todavía me llegan avisos de mi antigua asociación de vecinos sobre el número al alza de atracos, cosa que no existía al mudarme a ese barrio, en 2017.
Las trifulcas mediáticas, cuando lo que se negocia no es apenas el resultado de unos comicios, sino, especialmente, una vida vivible para la mayoría, me parecen tan contraproducentes como irresponsables, más si cabe en una época marcada por la gestión de una doble amenaza de exterminio: la crisis climática y una guerra nuclear. Aunque ambas dependan de factores de difícil control para un país secundario en el tablero internacional como España, deberían ser prioritarias, y es sabido que el ala más retrógrada de nuestro espectro político no está dispuesta a ofrecer soluciones. Así, ni se efectuará ningún movimiento en pro de un acuerdo de paz, ni se pondrán en marcha las múltiples medidas de mitigación y adaptación necesarias para evitar daños de gran calado en un territorio cuya probabilidad de convertirse en desierto continúa en aumento. De hecho, como ha sido sobradamente estudiado, las iniciativas medioambientales abarcan un rango tan amplio del tejido social que no es posible concebirlas únicamente como parte de un ministerio: reducir la jornada laboral, fortalecer la atención sanitaria —incluyendo la salud mental—, involucrar a sectores de la cultura, promover la redistribución de la riqueza o no criminalizar la protesta son también apuestas climáticas que, a día de hoy, sólo pueden nacer en el seno de la unidad de la izquierda. Un paso en falso en mitad de un panorama global de por sí complicado supondría el descenso a unas fauces que conozco bien y de las que, cuando se sale, es desnudo de libertades, con tanto por hacer y, sobre todo, por deshacer.
De ahí que tantas zancadillas y pulsos de egos resulten tan superficiales, banales refriegas que sólo contribuyen a desmovilizar a un electorado progresista mil veces vapuleado y tender puentes a lo peor posible, sean estas intencionales o fruto de la inercia cortoplacista. Los árboles que no dejan ver el bosque, que tampoco permiten percibir un momento histórico que apremia a limar asperezas y aglutinar voluntades con el fin de que el dolor no se multiplique más abajo de sus despachos, de sus micrófonos y atriles. No sería la primera vez que un tropiezo condujese a otro y acabase por desencadenar un alud de consecuencias inimaginables que arrastra sistémicamente a la ciudadanía.

























[ARCHIVO DEL BLOG] Digresión sobre la soledad. [Publicada el 25/10/2009]











Emocionante y emocionado homenaje el que hoy, domingo, formula el escritor Juan José Millás a Pasqual Maragall en El País Semanal. Un estremecedor reportaje-entrevista realizado al político catalán, ex-alcalde de Barcelona y ex-presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, enfermo de Alzheimer.
Denostado por muchos dentro de su propio partido, el socialista, -que acabó por abandonar-, por su independencia de criterio; admirado por muchos más, dentro y fuera del mismo, de Pasqual Maragall se podría decir cualquier cosa menos la de que dejara indiferente a nadie.
A él no podrán achacársele nunca las duras palabras de denuncia que Michel Montaigne ("Ensayos", Libro I, Capítulo XXXIX: Cátedra, Madrid, 1992), escribiera a finales del siglo XVI sobre los políticos que confunden lo público con lo privado, normalmente en detrimento de lo primero y en favor de lo segundo.
Dice Montaigne: "Dejemos a un lado esa larga comparación de la vida solitaria con la activa y en cuanto a ese hermoso dicho con el que se encubre la ambición y la avaricia: que no hemos nacido para lo privado sino para lo público, remitámonos a los que están en cotarro; y que rebusquen en su conciencia a ver si por el contrario no persiguen las dignidades, los cargos y todo ese ajetreo del mundo, más bien para sacar provecho privado de lo público. [...] ¿Quién no entregará gustoso salud, reposo y vida, a cambio de fama y gloria, la más inútil, falsa y hueca moneda que pueda haber para uso nuestro?".
¿Les suena la música?, porque la letra está clarísima... Algunos deberían aprender, pero no es normal: en España, el verbo dimitir, no tiene conjugación... Les dejo con el enternecedor reportaje de Juan José Millás. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. (HArendt)