sábado, 11 de enero de 2025

De las viñetas de humor de hoy sábado, 11 de enero de 2025

 









































viernes, 10 de enero de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 10 de enero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 10 de enero de 2025. La esperanza es lo último que se pierde, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, pero la esperanza, en el asunto de la aceleración del colapso del clima y de la biodiversidad, se está convirtiendo en lo que era la felicidad hace años: un objeto de consumo, una mercancía. La segunda es un archivo del blog, de abril de 2017, en el que se hablaba de la tendencia a convertir la política en un entretenimiento para espectadores solo destinada al teatro y al espectáculo. El poema del día, en la tercera, comienza con estos versos: Y heme aquí/otra vez/zarandeada,/condolida,/maltrecha,/y sin aliento apenas. La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la esperanza como excusa inservible

 







En casi todas las intervenciones públicas oigo peticiones de esperanza. Y el fenómeno parece crecer con cada año que pasa. Hay que dejar un mensaje de esperanza, me dicen. ¿Cómo puedo tener esperanza?, me preguntan. Lo importante es no perder la esperanza, me aseguran. La esperanza, en la aceleración del colapso del clima y de la biodiversidad, se está convirtiendo en lo que era la felicidad hace años: un objeto de consumo, una mercancía. Lo dice en el El País [La esperanza no nos salvará, 08/01/2025] la escritora Eliane Brum.

Hemos entrado en una fase en la que cada año es el más caluroso de la historia, tiene la peor sequía y también la mayor inundación ya registrada, el mayor número de fenómenos climáticos extremos. Hace más de un año que la temperatura media del planeta ha aumentado 1,5 grados centígrados en comparación con los niveles preindustriales y, en lugar de avanzar en las acciones y negociaciones por el clima y la biodiversidad, vemos que las grandes corporaciones aumentan la producción de combustibles fósiles y disminuyen los proyectos de reducción de daños. Algunas porque temen obtener menos beneficios en un contexto político en el que la extrema derecha se afana en convertir en parias a las personas y empresas con conciencia climática.

Para colmo, Donald Trump asumirá el poder en Estados Unidos (todavía) cogido de la mano de Elon Musk para hacer un gobierno abiertamente para los superricos, Vladimir Putin está expandiendo su guerra en Ucrania y la población mundial ha normalizado la masacre de niños y adultos palestinos por parte de Israel, como si fuera posible normalizar gente muriendo diariamente, carne quemada, tiroteada, explosionada ante nuestra inacción. Hay que decirlo: todo apunta a que 2025 será peor. Y el tema de la esperanza es irrelevante.

No tengo nada en contra de la esperanza, que quede claro. Creo incluso que es bonita. Pero en este contexto no podemos permitirnos el lujo de depender de la esperanza para luchar por la vida, como si fuéramos adultos infantilizados: si me das esperanza, me moveré contra quienes están acabando con nuestra existencia en la casa-planeta; si no lo haces, me sentaré a esperar que un milagro nos salve de la próxima inundación.

Tanto hablar de la inteligencia artificial, pero nosotros parecemos, cada vez más, humanos deshabitados. Como dijo la consultora Ana Biglione en su mensaje de Año Nuevo: “el año que llega no se abre automáticamente con felicidad y, menos aún, con nuevos comienzos; la mayoría seguimos firmes y enfermos, comiéndonos el mundo en una cadena de comida rápida cualquiera”.

Viviendo en la selva amazónica, presencio día tras día que todo lo que está vivo lucha por vivir, que la vida es una fuerza que genera la propia vida. Me imagino a las crías de tortuga, que rompen el cascarón a más de medio metro bajo de la arena, que tienen que cavar con sus patitas para llegar a la superficie y lanzarse después a un río poblado de feroces peligros, exigiendo esperanza para empezar a moverse bajo la arena. Al separarnos de la naturaleza, que convertimos en mercancía, perdemos la mayor potencia, que es la de la vida misma. Es esa la que impulsa la alegría y la imaginación, la presencia y la atención.

Mi deseo para el 2025 es que esta masa de humanos automatizados, enfermos y deshabitados vuelva a entenderse como naturaleza, se rebele y quiera vivir. Y que entonces luche colectivamente, porque la vida es juntos. Aunque esté parcialmente aniquilada, silenciada, domesticada, conformada, la potencia puede desatarse desde nuestro interior. Quien está vivo quiere vivir. Y eso es todo lo que tenemos que querer.

















[ARCHIVO DEL BLOG] El ego de los políticos. Publicado el 28/04/2017












El famoso profesor y politólogo Giovanni Sartori, fallecido hace unos días en su ciudad natal de Florencia, escribió a menudo sobre lo que él denominaba "videopolítica". Es decir, la tendencia a convertir la política en un entretenimiento para espectadores solo destinada al teatro y al espectáculo. ¿De que otra cosa va sino de teatro y espectáculo el show de Podemos anunciando la presentación de una hipotética moción de censura al presidente Rajoy, cuya decisión aplazan sine die porque no cuentan con el apoyo de nadie más? Puro teatro, puro show, habitual "trampa saducea": pregunta formulada de manera que su respuesta, perjudica al preguntado sea cual sea el sentido de la misma. Y no es que el presidente Rajoy no se merezca una moción de censura, que se la merece. Sí, pero una que tenga visos de regeneración real de la política española. Y esta de Podemos no lo es.
Creo que a estas alturas de la película casi todos sabemos de qué pie cojean los políticos: el ego ciega sus ojos, dice de ellos el profesor Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, supongo que con conocimiento de causa al ser él mismo diputado y portavoz del PSOE en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados. El hemiciclo del Congreso de los Diputados, dice, se ha convertido en el plató de ‘performances’ diseñadas para los espectadores de televisión. Su obsesión por el tono épico, añade con sorna, corre el riesgo de desembocar en un esteticismo inane. 
Todavía quedarán bastantes, sigue diciendo, que recuerden una hermosa melodía que interpretaba, por los lejanísimos años cincuenta del siglo pasado, un grupo vocal norteamericano que por aquí era conocido como Los Platters. La melodía se titulaba El humo ciega tus ojos y me ha venido a la cabeza al evocar una conversación que mantuve hace un cierto tiempo con Carlos Castilla del Pino.
Comentábamos, al finalizar una mesa redonda en la que ambos habíamos participado, hasta qué punto personajes del mundo de la política o de los negocios (el de la farándula y el de la cultura merecerían rancho aparte) a los que no hay forma de embaucar en una mesa de negociación, gentes que han acreditado una notoria capacidad para las más arteras maniobras y que han demostrado ser capaces de elaborar las más imaginativas envolventes, parecen quedarse sin defensas cuando entra en escena la adulación o cualquier otra forma de masajeo del ego, momento en el cual se comportan como unos genuinos incautos, cayendo rendidos ante semejantes caricias de la manera más escandalosa.
A este respecto, Castilla del Pino señalaba, divertido, el ridículo braceo de Aznar en actos solemnes, su bochornoso saludo militar tras la gesta de Perejil o sus declaraciones en castellano con acento tejano como ejemplos de hasta qué punto alguien, a quien se le podrá calificar de cualquier manera menos como un alma cándida o como un ingenuo, perdía por completo el principio de realidad cuando se veía jaleado por una corte de aduladores.
De la conversación se cumplen ya unos cuantos años, pero nada hace pensar que lo que entonces creíamos describir haya variado por alguna circunstancia, como podría ser, por ejemplo, la irrupción de nuevos actores de la vida política que no cesan de alardear de que con ellos ha llegado una nueva manera de hacer las cosas en el espacio público. Por el contrario, la sensación que muchos ciudadanos transmiten cuando se les pregunta por esta cuestión es que la lógica de los comportamientos tanto de los recién llegados como de los que llevaban tiempo no solo no ha variado en lo más mínimo, sino que en algunos casos parece haberse reforzado.
Ya sé que no constituye prueba contundente de nada, pero me reconocerán que sí representa un significativo indicador de que el asunto parece tener obsesionados a algunos el hecho de que hace escasas semanas el reproche que reiteradamente le dirigía un diputado al portavoz de un grupo parlamentario que había presentado no recuerdo qué iniciativa era que lo había hecho con el único propósito de, por decirlo con las propias palabras del diputado en cuestión, “chupar cámara”.
En el fondo, dichas palabras revelaban una preocupación por la visibilidad y, sobre todo, por el protagonismo que, a poco que se analice, nada tiene de extraña en tiempos de espectacularización de la política. En efecto, desde hace un par de legislaturas el hemiciclo del Congreso de los Diputados se ha visto convertido de manera inmisericorde en el plató en el que se llevan a cabo variadas performances diseñadas no para los presentes sino para los espectadores que, al poco, obtienen noticia de las mismas a través de la televisión. El mero aparecer parece haberse convertido para los promotores de tales espectáculos —en ocasiones auténticas coreografías— en un genuino fin en sí mismo.
Tal vez el problema de quienes así actúan sea la escasa atención que dispensan a un elemento que, incluso en la lógica del espectáculo, no cabe desatender. Me refiero al argumento de la obra (que, en el caso al que nos estamos refiriendo, vendría a ser la política en cuanto tal). Aunque quizá, para decirlo con un poco más de precisión, habría que matizar que no es que se desentiendan por completo del argumento, sino que únicamente les interesa como reclamo para capturar la atención del espectador.
Probablemente aquí resida una de las claves que hace comprensible su permanente opción por un específico tipo de relato en el que luego poder inscribirse como protagonistas. Me refiero al relato de la confrontación, a la estrategia permanente del antagonismo. Qué duda cabe de que, desde el punto de vista del atractivo de la narración, el conflicto le gana la partida al acuerdo o la confrontación al consenso, tan aburridos siempre los segundos. No es ahora el momento de entrar a analizar pormenorizadamente las causas de este desequilibrio, ni de entrar en el detalle de por qué el relato de la felicidad parece ayuno de sexy narrativo. En todo caso, no debería venirnos de nuevas: para los profesionales de la cosa es un lugar común que las buenas noticias no son noticia, de la misma manera que deberíamos recordar que los viejos cuentos finalizaban precisamente cuando terminaban las penalidades de los protagonistas, esto es, en el “fueron felices...”, o que, en fin, ya habíamos quedado advertidos por Tolstoi sin excusa (son las primeras palabras con las que se tropieza el lector de su Ana Karenina) de que “todas las familias felices se parecen unas a otras, mientras que cada familia desdichada lo es a su manera”.
En todo caso, la obsesión por el tono épico en las intervenciones de este tipo de políticos tiene que ver, sin duda, con este que no decaiga narrativo. Pero ni la vida es una película (o una representación teatral), ni la política puede convertirse en una épica permanente, si no quiere correr el riesgo de desembocar en un esteticismo inane, que se limita a apelar constante y genéricamente a la necesidad de pasar a la práctica, que reivindica una y otra vez los hechos frente a las palabras, mientras se muestra por completo incapaz de presentar propuesta política alguna en concreto (no vaya a ser que los problemas se solucionen y la épica se quede sin objeto).
Siendo grave, concluye el profesor Cruz, lo peor de todo para quienes convierten el ser vistos en su objetivo primordial no es que la batalla que pretenden librar esté perdida de antemano. A fin de cuentas, el que se encuentra fuera del poder tiene que agitarse continuamente para aparecer, mientras que el que lo detenta, siempre expuesto, no necesita hacer nada (incluso cuando la política tenía argumento alguien que sabía de esto ya decía que lo que de veras desgasta no es el poder, sino la oposición, esto es, quedar fuera de foco). Lo realmente grave de aquellos es que, obsesionados por el protagonismo y jaleados sin descanso por los suyos, el ego termina nublando su vista y acaban haciendo cualquier cosa con tal de ocupar el centro del escenario. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt


















Del poema de cada día. Hoy, Y heme aquí, de Rosario Guarino

 






Y HEME AQUÍ


otra vez

zarandeada,

condolida,

maltrecha,

y sin aliento apenas

pero

con la sensación,

irrenunciable,

de que mis sueños

permanecen intactos,

incólumes

bajo la coraza

de una determinación ciega:

La de intentarlo

siempre

aun cuando siempre no exista

o, quizá, precisamente por eso.

 

Rosario Guarino (1968), poetisa española












De las viñetas de humor de hoy viernes, 10 de enero de 2025

 























jueves, 9 de enero de 2025

De las entradas del blog de hoy jueves, 9 de enero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 9 de enero de 2025. Las migraciones constituyen hoy la principal fuente singular de conflicto político en todas las democracias avanzadas, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, y en ese sentido, podría decirse que Canarias ha sido abandonada a su suerte por el resto de España. La segunda es un archivo del blog de noviembre de 2016 en el que HArendt homenajeaba al que fuera su profesor en la UNED, don Emilio Lledó, y repasaba sus vivencias como universitario. La tercera del día es un hermoso poema que comienza con estos versos: Si he de morir, ¿por qué/la vida aún deslumbra/mis ojos? Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt












Canarias, abandonada a su suerte

 






Las migraciones constituyen hoy la principal fuente singular de conflicto político en todas las democracias avanzadas, y ese sentido, dice en El Pais [Canarias y las vergüenzas del Estado autonómico] el politólogo Fernando Vallespín que Canarias ha sido abandonada a su suerte por el resto de España. Puede parecer una afirmación un tanto categórica y simplificadora, pero por lo pronto es la cuestión que mejor explica el éxito electoral de los partidos nacionalpopulistas. Su correlativa capacidad para distorsionar el juego político está fuera de toda duda; no hay manera sencilla de encontrarle acomodo ni en la teoría ni en la práctica. Por un lado, porque incide directamente sobre nuestro cuerpo sustantivo de principios y valores ―los seres humanos no son una mercancía a la que podamos desplazar o desprendernos de ella sin más―. Por otro, porque solo puede ofrecérsele una solución, siempre provisional, buscando acuerdos a nivel europeo o actuando sobre los países emisores a través de la mejora de sus condiciones de vida. Con el inconveniente, además, de que la necesitamos (por razones económicas y demográficas) tanto como la tememos, con lo cual nos adentra en el siempre peligroso síndrome del ni contigo ni sin ti, el mejor inhibidor de las decisiones políticas sensatas.

Esto viene a cuento de la situación de Canarias ―pronto lo será también la de Baleares―, que va transformándose cada vez más en un escándalo político. Sobre todo, porque no es algo que haya surgido de repente, ya estábamos avisados. Y sin embargo, sigue sin haber un mecanismo semiautomático de reubicación de los altos contingentes de llegadas en el resto del territorio español. Estamos ante una verdadera crisis humanitaria ―no se puede mantener estabuladas a decenas de miles de personas―, que es también una crisis política, de eficiencia de nuestro sistema político. Si el Estado-nación es incapaz de responder con eficacia a las llamadas de solidaridad de una de sus partes es porque su arquitectura territorial está gripada. En este caso, el Estado autonómico vuelve a mostrar una de sus peores facetas, su descarada utilización como resorte para impedir una acción política concertada. Ya lo vimos en la dana de Valencia, ahora lo experimentamos sobre las espaldas canarias.

El recurso al politiqueo como justificación de esta pasividad es el más triste y cobarde de todos. La multiplicidad de vetos cruzados, Vox sobre el PP en las Comunidades en las que este gobierna, o la actitud de Junts, presionado en esta cuestión por su temor a perder pie en la cuestión migratoria a favor de Alianza Catalana, han venido impidiendo hasta ahora el llegar a una solución de conjunto. Parece haberse alcanzado un acuerdo, al menos, para reubicar a 4.000 menores, pero el proyecto gubernamental de reforma integral de la ley de extranjería, que permitiría aplicar un mecanismo de solidaridad automático, sigue contando con el veto del partido de Puigdemont. Ignoro cuál será la posición del PP al respecto. Podría desbloquear la futura reforma, pero parece perseverar, como algunos líderes autonómicos del mismo partido, en no facilitar las cosas al Gobierno y de paso no entrar en rumbo de colisión con un Vox crecido por los éxitos populistas en otros lugares.

España está comprometida por el Pacto de Inmigración y Asilo, no podrá desviarse en exceso de sus postulados. Pero de lo que estamos hablando aquí no es sobre cuál deba ser la política migratoria general, aunque no nos vendría mal hincarle el diente dentro de un debate público sensato; de lo que se trata es de establecer mecanismos de solidaridad con los más afectados, como por otra parte hace la propia UE. Tiene narices que lo que es posible en Europa, asegurar un reparto mínimo de la carga entre los Estados miembros, encuentre tantas resistencias en nuestro propio país.














[ARCHIVO DEL BLOG] Deuda de gratitud. Publicado el 09/11/2016











El pasado día 5 el profesor Emilio Lledó, ilustre filólogo, filósofo, humanista, académico de la Real Academia Española, y profesor de innumerables generaciones de alumnos, cumplió 89 años de edad. Esta entrada de hoy está dedicada a él. En unas semanas hará once años que me llegó la hora de mi jubilación laboral, y fue ese el momento en que decidí abandonar también definitivamente toda veleidad académica, si es que se puede llamar así a más de treinta años de vida universitaria. Una exasperante relación de amor-odio, aunque al final prevalezca nítidamente lo primero, con la Escuela Social, la Escuela Normal Superior de Magisterio, la Escuela Central de Idiomas, el Instituto "Balmés" de Sociología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la New York University y la Universidad Nacional de Educación a Distancia. De esta última, de la UNED, fui, como vulgarmente se dice, cocinero y fraile, pues, aunque siempre como alumno, tuve el inmenso honor de formar parte de varios Consejos de Departamento, Juntas de Facultad, e incluso, de su Claustro Constituyente, de la Junta de Gobierno y del Consejo Social de la misma, y de presidir el Consejo General de Alumnos de la Universidad, lo que me permitió el placer y el privilegio de conocer y tratar a ilustres profesores, muchos ya por desgracia desaparecidos o jubilados de su vida académica.
Si tuviera que personalizar en uno solo de ellos la inmensa deuda que guardo para con la Universidad, no tengo duda que elegiría, sin desdoro alguno para los demás, al profesor Emilio Lledó. Eminente filólogo, filósofo, humanista, y miembro de la Real Academia Española, él fue para mí el profesor por antonomasia. Fue mi profesor de Historia de la Filosofía en la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, y con él descubrí a Platón y la República, Aristóteles y la Política, o San Agustín y su Civitatis Dei, pero sobre y ante todo, aprendí a admirar y reconocerme como heredero del mundo de la cultura clásica legada por Grecia y Roma al occidente europeo y la humanidad.
Una sola anécdota, de las varias que le oí contar -pues era uno de esos profesores que se ganaba a sus discípulos por su facilidad de acceso y sus digresiones siempre relacionadas con el mundo de la filosofía-, fue la respuesta dada, al parecer, por Zubiri, el gran filósofo español discípulo de Ortega, a un alumno que le pidió su opinión sobre como llegar a ser un filósofo. La respuesta de Zubiri parece ser que fue: "Aprenda alemán y griego clásico, y luego vuelva por aquí, que ya le diré...". Y es que, para el profesor Lledó, que no se cansaba de repetirlo, la Historia de la Filosofía, no era nada más, y nada menos, que el conocimiento y profundización en las grandes obras escritas por los filósofos. Y eso, ir a las fuentes de la Filosofía sin saber griego antiguo y alemán moderno es como quedarse en el abrevadero, que es donde yo me quedé, pero con el gusanillo metido para siempre en el alma.
El año 2004 el profesor Lledó pronunció el discurso del Día de la Fundación Pro-Real Academia Española, fundación de la que formé parte como socio durante varios años. Se titulaba Símbolos del alma, y lo guardo, dedicado por él, como oro en paño. Dice al final del mismo unas palabras que releo a menudo: El descubrimiento de la estructura esencial de los seres humanos -seres partidos, palabras a medias que precisan siempre ser entendidas, completadas- nos lleva al problema fundamental de esa natural y mental indigencia. La parte del símbolo que constituye nuestro ser, igual que las mitades de nuestras palabras, se forma y construye en el curso de cada vida. Somos, sobre todo, lo que hablamos. Pero ese habla está, en cada momento, levantada desde nuestro cuerpo y nuestros sentidos, desde nuestra libertad o esclavitud, desde la siempre azarosa historia de nuestro individual destino, desde el gozo y la desgracia, la miseria o la abundancia, el amor o el desamor, la luz o la ofuscación. El lenguaje envuelve a cada vida con la niebla surgida en el horizonte de aquellos que nos han hablado, que nos han iluminado o entontecido. Los lenguajes que, desde niños, han llegado a nuestra sensibilidad e inteligencia pueden habernos encerrado en una jaula de hierro de la que nunca podremos ya salir.
Pongan ustedes en relación las palabras dichas por el profesor Lledó con las pronunciadas por otro ilustre profesor, esta vez de la Universidad de Chicago, George Steiner, y tendrán completado el círculo de lo que con escasa pericia y peor fortuna estoy intentando transmitir. Dice Steiner sobre la función de la universidad en su libro Errata. El examen de una vida: Una universidad digna es sencillamente aquella que propicia el contacto personal del estudiante con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y de escuchar. Y continúa poco más adelante: "Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que se ven, oyen, huelen la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresada, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío.
Hace unos años el Museo del Prado de Madrid y el Albertinum de Dresde organizaron conjuntamente una exposición de escultura clásica, "Entre dioses y hombres", que tuvo una excepcional acogida. ¡Qué magnífica excusa para una escapada de fin de semana!, pero no pudo ser... Para compensarme de ello el profesor Lledó escribió un hermoso artículo titulado Lo bello es difícil, en el que glosaba la impresión recibida al visitar la exposición. Toda una celebración de la vida y del goce de mirar a través del asombro del arte, el amor a la verdad, la sensibilidad de la mirada y las ansias de libertad, que comienza su artículo con estas emocionadas y emocionantes palabras: Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos. No dejen de leerlo, que merece la pena. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
















Del poema de cada día. Hoy, Canto de la vida breve, de José Luis Zerón

 






CANTO DE LA VIDA BREVE

Si he de morir, ¿por qué
la vida aún deslumbra
mis ojos?
¿Por qué esta niebla de azafrán
en las acequias
edifica con ruinas
altares de plenitud?
¿Por qué la geometría de las enramadas
diseña el esplendor de todo cuanto me exalta?
Si he de morir,
¿por qué grito
un sí sonoro a todo
lo que perecerá
como un aroma dulce
a limones y naranjas caídas,
como un grito de ave oculta en la fronda?
No hay respuestas en los límites de la certeza,
no hay donde poder orientar
nuestra esperanza en este
mundo convulso
que se disputan
Aión y Cronos.

Si yo pudiera elevar un hospicio
contra la desesperanza y el fracaso,
si yo pudiera habitar
los ojos del animal muerto
y devolverles la mirada,
si yo pudiera garantizar la dignidad
de tantos cuerpos despreciados,
si yo pudiera hacer que mis deseos fueran fuego
y no residuos de fogatas apagadas,
si al menos pudiera evitar
que el desdén, el dolor,
la mentira en jauría
violen la inocencia de la palabra llena,
si yo pudiera posar
mis labios donde la vida se muere,
escuchar el eco del estallido
primordial en la bóveda del infinito,
si yo pudiera…
Pero solo soy alguien mortalmente vivo
que en su insignificancia ansía
el calor del sol que lo ignora,
los azúcares de una sed que no conoce límites
alguien que forma parte de esta
fugaz orfebrería vespertina.
No soy más que el mochuelo
que grita en lo alto de la palmera
y que en un instante alzará el vuelo.
No soy más que la pulpa
de los primeros frutos del otoño,
Solo soy alguien, solo alguien
que huye buscándose en el camino
del instante,
alguien que deja caer un ancla en el piélago
del estremecimiento,
alguien insignificante que ha de morir,
y que como tú me pregunto
si seré capaz de mantener viva
la llama que se extingue

y hallar en las sombras, como desearía,
las aladas semillas de la luz,
la gloria de un júbilo que palpita
en la liturgia de la carne.
Solo soy alguien como vosotros,
expuesto a la codicia
de tanta belleza sin motivo.


José Luis Zerón (1965), poeta español