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domingo, 8 de septiembre de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] El largo viaje de Homero



Ulises y las sirenas, mosaico romano. Museo del Bardo, Túnez


La forma en que los dos grandes poemas épicos de Homero, la Iliada y la Odisea, llegaron hasta nosotros sigue rodeada de incógnitas, escribe el periodista y redactor-jefe del semanario Babelia, Guillermo Altares. La inmensa mayoría de los expertos coinciden en que su origen se encuentra en la tradición oral, más o menos en el siglo VIII antes de nuestra era. A principios del siglo XX, investigaciones de antropólogos como Milman Parry revelaron que todavía quedaban bardos en los Balcanes que, aún siendo analfabetos, eran capaces de recitar de memoria largos cantos épicos. Utilizaban fórmulas similares a las que aparecen en los textos de Homero como trucos mnemotécnicos, por ejemplo reiterar las descripciones de los héroes: “Aquiles, el de los pies ligeros” o “Ulises, el de las mil tretas”.

Las traducciones actuales, comenta Altares, se basan fundamentalmente en manuscritos medievales, aunque existen numerosos papiros anteriores, algunos con casi 2.300 años de antigüedad. Como ha explicado el profesor Óscar Martínez, traductor de Homero (La Ilíada, en Alianza Editorial) y presidente de la delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, el texto homérico se fijó en Atenas en torno al siglo VI antes de nuestra era, pero luego desapareció. Tuvo un papel importante en su transmisión la destruida Biblioteca de Alejandría, Roma y, finalmente, los monasterios medievales. Este helenista, autor de una estupenda historia de la Grecia antigua, Héroes que miran a los ojos de los hombres (EDAF), defiende una interesante teoría sobre el origen de la Odisea: fue, en cierta medida, una guía de viajes para un mundo nuevo, porque se originó en el mismo momento en que los griegos estaban expandiéndose por el Mediterráneo. “Gracias al viaje de Odiseo, los griegos aprendieron a negociar su lugar en el Mediterráneo y a encajar la imagen de este nuevo universo en su viejo mundo”, escribió en este diario.

Cuando terminan las vacaciones es un buen momento para recordar que la literatura y los viajes han caminado juntos desde Homero. Los libros nos han ayudado a encontrar nuestro lugar en el mundo y a volver a casa después de un viaje comprendiendo mejor lo que hemos visto, pero también aquello a lo que volvemos. Se atribuye asimismo a Homero el invento del concepto de nostalgia y es cierto que los viajes, y los regresos, siempre están llenos de ausencias, por el tiempo que pasa, por los amigos que no encontraremos al volver.



Bosque de laurisilva en La Gomera, Islas Canarias



La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 27 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Ulises, Greta Garbo y compañía



La actriz Greta Garbo


El poeta catalán Antoni Puigverd escribe sobre el viaje y los grandes viajeros de la historia, tanto reales como literarios. La moda de visitar un país para hacer turismo comenzó en el siglo XVIII, dice Puigverd. Por supuesto: viajeros por razones de comercio, peregrinaje, migración, descubrimiento o colonización los hubo siempre. Podríamos decir, por ejemplo, que Ulises es uno de los primeros turistas, aunque él no tenía previsto visitar la isla del Cíclope, de la que se escapó por los pelos, ni tampoco el país de los lotófagos (quien probaba la melosa pulpa del loto perdía la voluntad y no quería volver a casa; sentimiento que, por cierto, embarga también estos días a los que terminan vacaciones, hayan probado o no el loto homérico).

Eso sí: a Ulises le encantó pasar un año en la isla de la maga Circe, mujer fatal que convertía a sus amantes en cerdos. Felizmente, gracias a un antídoto que le regaló un dios olímpico, pudo irse a la cama con ella sin despertarse al día siguiente en un establo. Devueltos los compañeros a sus formas humanas, Ulises decide pasar una larga temporada entre las sábanas de Circe, ya que, como dice Sylvain Tesson, “ya puestos, sería de tontos largarse de una isla en la que se broncea Greta Garbo” ( Un verano con Homero, Ed. Taurus, libro amenísimo, modesto, recomendable).

También en la Biblia abundan los viajes: empezando por Adán y Eva, que, al ser expulsados del Edén, descubren el sudor en el mundo real; y continuando con Noé, quien, cargando las bestias en su nave, se desplaza por un mar infinito causado por un desastre que hoy llamaríamos climático. La lejana circunstancia de Noé conecta con la actualidad: si queremos salvar nuestra descendencia, no hay más remedio que proteger, no sólo las bestias, sino la entera vida natural.

El viaje bíblico por antonomasia es el de Moisés, quien guía el pueblo de Israel, a través del desierto, hasta la tierra prometida. Según Steiner, este viaje fundacional de la cultura judeocristiana inspira la obra de tres pensadores de la modernidad. Marx, Freud y Lévi-Strauss, quienes, por caminos muy distintos, habrían creado una mitología sustitutoria de la visión religiosa del mundo, al recrear, curiosamente, y quizá por el origen judío de los tres, grandes horizontes finales: la tierra prometida de la igualdad humana (Marx); la tierra prometida de la estabilidad emocional (Freud); y más inquietante es la visión de Lévi-Strauss: la relación de poder que los humanos ejercemos sobre el entorno y sobre nuestros orígenes animales desembocaría en una promesa de apocalipsis. (Steiner, Nostalgia del absoluto, Siruela). Perdonen, amables lectores, la comprimida síntesis.

Pero yo quería hablarles de los viajeros del siglo XVIII, inventores del turismo que ahora nosotros imitamos en agobiados viajes de agosto. Tendrá que ser mañana. El verano de Goethe en Roma es instructivo. En cambio, los espectáculos que se procura el caballero Hamilton en Nápoles recordarán al lector malévolo los que organizaba en su isla el millonario Jeffrey Epstein, pederasta que se suicidó el otro día en la cárcel de Nueva York.

Quien quiera seguir leyendo la serie de Antoni Puigverd sobre viajes y viajeros puede seguir haciéndolo desde este enlace a La Vanguardia.






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lunes, 12 de septiembre de 2011

Un día más y sin fin





El río Arno a su paso por Florencia





Son las cinco y media de la mañana, suena la inoportuna alarma del móvil y comienza otro tedioso día. Café con tostadas y mantequilla, cepillado de dientes y una ducha rápida para comenzar a sudar 10 minutos después. El niño se ha despertado y comienza la carrera. Cambio de pañal, un body limpio, los pantalones y calcetines y por supuesto unos doscientos besos. El niño con los abuelos, mi marido a su trabajo y yo al mío. 

Uno de los mejores momentos del día, aunque suene extraño es el viaje al trabajo, el único momento del día que estoy sola, para mí. No soy madre, ni esposa, ni empleada, solo yo. El aire frío me termina de despertar y me relaja camino al autobús. Me siento a esperar, abro el libro de turno y me olvido de todo. El trayecto es corto unos 15 o 20 minutos según la prisa que lleve el conductor, rara vez hay tráfico. La vista del mar y la playa dan ganas de parar y quedarse ahí en el tiempo. Los pies en la arena aún fría y húmeda, los primeros rayos de sol en la cara, respirar, cerrar los ojos y sonreír. Vuelvo la vista al libro y sigo con la lectura. Ya hemos llegado, parada obligatoria para el segundo café del día, siempre para llevar. Todavía quedan 20 minutos para que empiece la jornada pero me gusta llegar temprano, disfrutar del café tranquilamente e ir preparando todo. El día como todos, teléfono y más teléfono, números, cuentas, urgencias y dolores, impertinencias varias y alguna cara agradable que te hace no mandar todo a la mierda. 

Dentro de esas caras está la de las pocas argentinas que conozco que me cae bien, de hecho diría que adoro. Siempre he visto a los argentinos un poco pedantes, sin contar a Mafalda a la cual admiro profundamente, pero ella me explicó el porqué: ”los repelente son los de Buenos Aires, los demás son buena gente”. Tiene que ser así, todos los conocidos eran porteños, menos los que me caían bien. Tras seis años viviendo aquí es la única persona a la que considero realmente amiga. Tengo buen trato con el resto de compañeros, nos reímos, nos contamos las cosas pero.. falta algo. Menos mal que 
apareció la pibita y nos ha dado buena onda. 

En estos momentos se agudiza la mente y se intenta buscar dinero por todos los lados y como lo de meterme a puta no me convence y hay mucha competencia, espero que me venga una idea estupenda que me haga forrarme como al que creó la página de facebook. Lo de la lotería tengo claro que no me toca, ni jugando. Será el karma que tengo, tiene vocación de arruinado y derrochador. 

Así que pensemos en las cosas que más o menos se me dan medianamente bien: escribir, aunque ando desentrenada, sin contar las escasas apariciones que hago en el blog de mi padre y la fotografía. Vaya por dios, dos cosas que hace medio mundo de hobby, así no vamos a ningún lado. A no ser que alguno quiera comprarme una foto, montarme una exposición o contratarme en “El País” como columnista de opinión o de desastres varios. Los blogs han sido la salida editorial de todos aquellos que quieren publicar un libro pero no llegan a escribir media página; también los hay que les encanta exhibir toda su intimidad y te cuentan hasta cuando van al retrete. Hay de todos los gustos y sabores, existe más variedad que en los helados de Häagen Dazs. Siempre podría darme por la vena escatológica, lo guarro vende mucho incluso aquellos que lo repelen hablarán de ti. Y eso es lo bueno, ¿no? ¡Qué hablen, qué hablen!

Viajando por la memoria, que afortunadamente sale gratis, estuve repasando todos esos felices y no tan felices momentos fuera de casa. 

Florencia, ¿quién no se enamora de ella? Toda la ciudad me recuerda a los recortables que tenía de pequeña, la catedral, el baptisterio, esos blancos y verdes, geometría pura, simple y bella. Dos veces he ido, y las dos me hubiera quedado a vivir. Y sin contar Madrid, no me ha pasado con más ciudades. Hay muchos lugares en los que no me importaría vivir pero, solo no me importaría. Paraíso del arte, museo abierto son sus calles, rincones inolvidables y sorpresas en cada soportal. La cuna del renacimiento es un orgasmo arquitectónico en todos sus sentidos. Escuadra, cartabón y muchas líneas, todo perfecto, no hay fallos, no se ven los ladrillos por debajo, ni la decadencia encantadora de Roma. Unos de los lugares más mágicos de Florencia es la diminuta iglesia de Santa Margherita dei Cerchi. Casi parece lógico que Beatriz Portinari, la joven que fue el amor de Dante, ideal del amor platónico, descanse en esa pequeña capilla: No hay nada en ella, paredes en blanco, dos bancos o poco más, música de fondo, luz tenue, y paz. Allí el místico encuentra a dios y el ateo se sosiega. Será la historia romántica, la oscuridad, el silencio que deja hablar a las fantasmas pero el caso es que allí, me sentí en casa. Saben, esa sensación cuando eres pequeño, te encuentras mal, te abrazabas a tu madre y todo era bueno; yo lo sigo haciendo. Pues eso mismo. Si van a Florencia busquen esa capilla. 

Y el Arno ohhh, un río. Para mi todo lo que sea agua fluyendo es síntoma de felicidad, hay que tener en cuenta que en mi tierra los ríos no existen. Agua de mar sí, y mucha, pero dulce nada de nada. Por mísera que sea la corriente de un riachuelo siempre dibuja una sonrisa. Lo mismo le pasará a un manchego al ver el mar, digo yo. 

Además del arte, Florencia,  Italia en general, es un vicio para los amantes del helado. Hay que reconocer que la pasta y las pizzas están buenas pero los helados saben bien hasta en pleno febrero con 5 grados. 

Siempre que empiezo a contar algo, termino hablando de los lugares que he visitado. No puedo evitarlo. Tengo claro que mi profesión ideal es la de reportero de viajes, por ejemplo para Pilot Guides, encima con gastos pagados. Ya si fuera la versión hoteles de lujo sería la gloria. Esos programos siempre están pensados para viajar solo, como mucho en pareja y casi siempre al estilo universitario, sin remilgos. Por ahora no he visto ninguno enfocado a las familias, o a viajes por hoteles de tres estrellas que es lo normal, por lo menos en mi economía los de cinco estrellas son innombrables. Lo mejor en lo que he estado es el Mena House, en El Cairo. Cuando decidimos irnos a Egipto, lo tenía claro, yo quería quedarme en él. Y no porque fuera el mejor ni el más bonito, simplemente porque aparecía en la novela Las arenas de Saqqara. Y vaya si mereció la pena. Darse una baño en la piscina viendo las pirámides es para experimentarlo. El Cairo es un gran caos, coches y más coches sin ley alguna;  intentar cruzar una calle, es jugarse la vida, más o menos como en Roma. La verdad, no me gustó. Seguramente porque no me la enseñaron bien, sólo vi el museo correspondiente, las pirámides y el río de noche. Lo que sí me cautivó fue el Nilo, sus orillas, sus silencios, las puestas de sol y la llamada a la oración.

Seguiremos contando otro día. El vídeo que acompaña la entrada es un bellísimo recorrido por la Florencia de los Medici. Nos vemos. Ruth Campos






Santa Margherita dei Cerchi (Florencia)





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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco" (Hegel)

La Florencia de los Médici

miércoles, 13 de abril de 2011

Maleta en mano






El Panteón (Roma)






Hace cinco años estando en Roma, me dije que intentaría ir cada cinco años a la Ciudad Eterna. Y si llego a Las Canteras me daré con un canto en los dientes pero la ilusión no se rompe. Una de mis grandes pasiones es viajar, lo malo es que no es tan rentable como el gusto al paseo; pero gracias a la imaginación y al canal VIAJAR, he vuelto a Roma por mi aniversario.

Nada como ponerte un documental sentadita en el sofá de casa y volver a vivir los cafés a las siete de la tarde y un frío espeluznante, fui en marzo. Y lo mejor de todo, ¡ni aviones ni aeropuertos! Vaya tembleque tenía el avión cuando despegó del Fiumicino. Que me encante viajar, no significa que me gusten los aviones, más bien todo lo contrario; pero la estancia compensa la mayoría de las veces.

No sé ustedes pero yo viajo unas cuatro veces al año al extranjero, especialmente a Europa. Escojo un país, luego una región, llamo a mi amigo Google y empiezan los nervios. Busco los vuelos, planeo la ruta (imprimo un mapa de la zona y voy marcando con colorines los puntos a visitar) escojo los hoteles, el coche si hace falta; en ese caso, voy a la guia Repsol, calculo las rutas y hasta los peajes. Hago una lista de los monumentos y sitios a visitar ( busco fotos, claro está) , mido hasta el tiempo que hay que dedicar en cada sitio. Vamos, que no hago una presentación en power point porque sería excesivo. Cuando ya está todo, se lo enseño a mis padres, a mi marido, en el trabajo y... entonces miro la cuenta del banco y digo: ¡Qué bonito fue! ¡Qué bien me lo pasé! Otro año volveré a visitar lo que me faltó. El año pasado me hice una ruta de Barcelona al Montblanc que ufffff mañana mismito me iba.

Mi marido dice que me dedique a la organización de viajes, así que si alguien quiere... por un módico precio hacemos vacaciones mejores que El Corte Inglés. Hasta otra, nos vemos. ¿En Roma...?  Ruth








El Foro (Roma)





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Entrada núm.  1363 -
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"La dolce vita" (Fellini, 1960)