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viernes, 28 de febrero de 2020

[HISTORIA] Cómo cae una democracia





"Hacia 1923, gran parte de Italia -afirma el escritor Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros- se había hecho fascista. Giovanni Gentile, Pirandello o Ungaretti aplaudían el régimen naciente o colaboraban con él. Nicola Bombacci, el hombre de Lenin en Italia, iniciaba una aproximación. El éxito político de Mussolini fue repentino y ferozmente rápido. Después un revolcón humillante en los comicios de 1919, lograría recuperar el equilibrio lanzando a sus matones contra un partido socialista al que le había dado la ventolera de fingirse bolchevique. En el 22 tuvo lugar la marcha sobre Roma, seguida de una ganga fenomenal para quien la había convocado: la presidencia del Consejo. En el 25 fue sojuzgado el parlamento. «M. El hijo del siglo», aparecido hace poco en Italia y traído a España el mes pasado por Alfaguara, recorre los seis años (1919-1925) que convertirían al hijo de un herrero forlivés en jefe carismático de los italianos. El autor del libro, Antonio Scurati, no es un escritor depurado: añade, al efectismo, toques escatológicos perfectamente innecesarios. Pero el relato es eficaz: la reconstrucción de Scurati tira más que una novela e instruye tanto como un tratado de historia. Atestados de la policía, recortes de prensa o fragmentos de cartas completan la mise-en-scène. En conjunto, se nos ofrece un cuadro apasionante de cómo, bajo el empuje de un puñado de marginales, se vino a tierra una democracia de cuarenta millones de habitantes, los mismos que contaba la francesa por aquellas calendas.

Destacaré solo dos puntos. El primero es que los revolucionarios no vencen. Más bien, el Estado se suicida. La llamada «marcha sobre Roma» no pasó de ser un bluff de dimensiones colosales. Los escuadristas, mucho menos temibles cuando no les echaba una mano, o incluso dos, la policía, carecían de armas, preparación militar y apoyo logístico. Una lluvia incesante, torrencial, se abatió esos días sobre la península. Los jóvenes camisas negras, aturdidos y a la desbandada, se perdieron por los caminos rurales, asaltando alquerías y robando gallinas para saciar el hambre. El alto mando central, por llamarlo de alguna manera, era una mera estampilla sobre el papel fantasioso en que se había improvisado el plan insurreccional. Acuartelados en un hotel de Perugia, los jefes encargados de coordinar la sublevación no coordinaron nada. No disponían siquiera de teléfonos operativos, y en vista de que estaban a verlas venir y sitiados, por más señas, por el ejército, decidieron matar el tiempo agarrando una pítima descomunal. El general De Vecchi, uno de los cuadrunviros, se los encontró, de vuelta de la capital, en estado lamentable, tumbados en el suelo entre vómitos, restos de comida y botellas vacías. En Milán, Mussolini se había parapetado en la sede de su diario detrás de unas cuantas bobinas de papel prensa. La reacción de las autoridades fue casi incomprensible. Giolitti, la única figura políticamente considerable, estaba a 700 km de Roma celebrando su cumpleaños. Facta, el primer ministro, era un hombre rutinario. Llegado el momento crítico consultó su reloj, vio que faltaban unos minutos para las diez de la noche y se fue a la cama, según tenía por costumbre. El rey tampoco estuvo a la altura. Anunció su abdicación si no le permitían declarar el estado de sitio pero no llegó a firmar el decreto. Con los cabecillas cercados en Perugia, con Mussolini cercado en Milán, habría sido un juego de niños abortar la rebelión. El Estado se inhibió, y el asunto acabó como acabó.

¿Por qué los que podían, prefirieron no poder? Interviene aquí un factor misterioso: la vacilación moral, fruto de la inercia y de una percepción confusa de las cosas. Giolitti, que en 1921 había dado entrada a Mussolini en sus listas electorales, continuó estimando, equivocadamente, que se podría domesticar al bárbaro vertical enredándolo en combinaciones ministeriales y otras garambainas por el estilo. Por lo común, los años europeos de entreguerras reprodujeron en lo político los mismos errores que en lo militar. Los franceses pensaban que la línea Maginot contendría a los alemanes. Hitler aplicó la Blitzkrieg y llegó en un tiempo récord a París. Los notables del régimen liberal italiano se entretuvieron, ¡ay!, en idear triangulaciones mientras Mussolini preparaba el asalto al Estado. Símbolo máximo de la ceguera liberal fue Benedetto Croce, quien necesitó que Mussolini se levantara con el santo y la limosna para comprender que no había comprendido nada.

El segundo punto nos remite a los socialistas. Estos habían acertado al oponerse al ingreso de Italia en la Primera Guerra Mundial, desastrosa para su país (ver The White War: Life and Death on the Italian Front, 1915-1919, de Mark Thompson). Suele desconocerse que Italia perdió cerca de 700.000 hombres, más todavía, en proporción a su censo demográfico, que Gran Bretaña, a despecho de que la última tuviera en frente a los alemanes y no a la valetudinaria Austria-Hungría y la línea de fuego se estirara desde el mar del Norte a Suiza y no a largo de un arco alpino de dimensiones relativamente modestas. Sí, la guerra fue una calamidad nacional. Pero los socialistas no solo se opusieron a ella, con buen fundamento, sino que, presa de un arrebato milenarista con fugas místicas, renunciaron a la nación. Peor, substituyeron la patria efectiva por la tercera Roma: Moscú. Mientras los fascistas gritaban «¡Viva Italia!», los socialistas invocaban a los soviets rusos. Esta radical descolocación tendría para ellos consecuencias funestas. Aunque el héroe indubitable en el libro de Scurati es Matteotti, expulsado, por cierto, del PSI en el 22, se extrae la conclusión de que tampoco los socialistas habían comprendido su época y el hecho de que los principios de justicia social deben ejercerse dentro de un perímetro concreto, al abrigo de una solidaridad que no sea solo abstracta y contando con una Administración asentada por el tiempo. Los fascistas, más sobre sí, conjugarían políticas socializantes y el poder del Estado con un patriotismo de relumbrón. En el fondo, no eran nada. Un porcentaje abrumador de los escuadristas de primera generación no había desempeñado nunca un empleo remunerado y muchos figuraban en las fichas de la policía como delincuentes comunes. Robin Hood completó su fisonomía con el antifaz que en los cómics lucen los asaltantes de banco. Y ganó la partida".



El escritor Álvario Delgado-Gal


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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 24 de octubre de 2019

[ARCHIVO DE BLOG] Eluana (Publicada el 11 de febrero de 2009)



Eluana Englaro


Pensaba escribir un dolorido artículo sobre Eluana Englaro, la joven italiana fallecida el pasado día 9 después de 17 años en estado de coma. Pensaba escribir también sobre la hipocresía de que hace gala la jerarquía católica italiana y el monarca absoluto del estado teocrático y totalitario más antiguo de la historia de la humanidad. Pensaba escribir, finalmente, sobre el cinismo de ese bufón impresentable, ateo, mafioso, golfo y desvergonzado individuo que preside el Consejo de Ministros de la República italiana... Pero mejor, lo dejo. Como dice el viejo refrán castellano, "el mayor desprecio es no hacer aprecio"; ni siquiera para insultar... Descansa en paz, Eluana. Como decían tus antepasados, "Sit tibi terra levis" (Que la tierra te sea leve).

Les dejo con la lectura de sendos artículos que en El País de hoy escriben sobre este suceso la profesora de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Barcelona, Margarita Boladeras, y el corresponsal de dicho diario en Roma, Miguel Mora. HArendt



El papa Benedicto XVI


Eluana: derechos frente a despotismo, por Margarita Boladeras
Catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Barcelona
(El País, 11/02/09)

Berlusconi y la Iglesia se han aliado para violar tanto los deseos de una paciente y su familia como las decisiones de los tribunales italianos. Querían mantener indefinidamente un estado vegetativo irreversible.

El día 9 de febrero, a las 20.10 horas, murió en la clínica La Quiete, de Udine, Eluana Englaro, la italiana de 38 años que estaba en estado vegetativo irreversible desde 1992, cuando sufrió un accidente de tráfico. Esta dramática situación ha llegado al extremo de la mayor injusticia y crueldad por la actuación de algunos médicos y fiscales, así como por un Gobierno que ha desafiado los derechos de los ciudadanos y las sentencias judiciales, para proclamarse protector de los dogmas de una Iglesia, hasta el punto de intentar legislar de forma inconstitucional. El pulso entre el Gobierno italiano y los jueces ha alcanzado niveles tan grotescos como dolorosos para la sociedad de aquel país.
Durante los últimos 11 años, el padre de Eluana venía reclamando el derecho de su hija a rechazar un tratamiento médico que no podía aportar ninguna mejora y que era fútil. En estas situaciones aparece el poder actual de la medicina y sus flaquezas: puede mantener la vida vegetativa de una persona durante años, algo impensable en otras épocas, pero es incapaz de restablecer la vida psíquica y personal, y algunos grupos confesionales se resisten a admitir que la obstinación terapéutica es mala praxis médica.

Ella no podía hablar, pero su familia sabía que no hubiera querido permanecer en esta situación. Como tutor, el padre podía reivindicar la voluntad de Eluana y tomar la decisión de interrumpir la hidratación y la alimentación artificial, pero las denuncias de médicos y fiscales lo impidieron. Once años de pleitos y debate público; todo lo contrario del respeto a la intimidad y a la autonomía personal.

Por fin, en 2007, los jueces determinaron que Beppino Englaro, como tutor, tenía el derecho de aceptar o rechazar los tratamientos propuestos, a pesar de que "actualmente hay una carencia legislativa que proporcione las indicaciones en casos de petición de suspensión de tratamientos médicos por parte de los tutores de personas en coma y sin esperanzas de mejoría" (Tribunal de Apelación de Milán). En 2008, la Audiencia de Milán falló a favor de la interrupción de la hidratación y la alimentación artificial.

Cuando parecía que se habían aclarado las cuestiones fundamentales del caso, es decir, que, por el principio ético y constitucional de respeto a su autonomía y a su dignidad, toda persona tiene el derecho de aceptar o rechazar los tratamientos médicos que se le proponen -por sí misma si es capaz y, si no lo es, a través de su representante legal-, la fiscalía de nuevo recurrió la sentencia porque consideraba que no se había comprobado con suficiente objetividad la irreversibilidad del estado vegetativo persistente. En noviembre de 2008, el Tribunal Supremo italiano zanjó esta cuestión, amparando la petición de la familia Englaro.

En lugar de permitir un desenlace discreto, respetando la intimidad y el dolor de estas personas, una vez más los políticos de la derecha manipuladora y despótica entraron a saco, instrumentalizando el caso y masacrando los sentimientos y las convicciones más personales de la familia Englaro y de todos los que piensan como ellos, en aras de la defensa de una forma de entender la vida que no tiene respaldo constitucional ni ético racional. Han llegado a prohibir las actuaciones autorizadas por los jueces en los centros sanitarios públicos y a amenazar a los posibles colaboradores. Muchos hemos contemplado estupefactos, indignados y tristes cómo se tergiversan los hechos y los argumentos para imponer el control del Gobierno sobre el dominio de la vida y de la muerte, en contra de los derechos ciudadanos.

El punto culminante de las medidas del Gobierno de Berlusconi ha sido su intento de promulgar una ley para prohibir la muerte de Eluana, y ello no ha creado más que confusión, crispación y temor. ¡Hasta el presidente de la República Italiana la ha calificado de inconstitucional! No podía ser de otra manera, pues la judicatura había aclarado suficientemente las cuestiones de principios fundamentales. Giorgio Napolitano ha declarado: "El monopolio de la solidaridad y la autoridad moral no es patrimonio de nadie. Tampoco el fin de la vida".

Esta apuesta tan decidida del Gobierno italiano de Berlusconi indica la dureza que están dispuestos a emplear los que se oponen a la ética racional. Hace siglos que el poder político y el dogma religioso se apoyan para tener el dominio de la vida y la muerte de las personas. Dicen que defienden la vida humana, pero no respetan los derechos humanos ni la legislación europea sobre el derecho a la autonomía del paciente y el consentimiento informado.

El señor Englaro ha manifestado: "Espero que su historia sirva para que la gente entienda que la medicina debe pensar mil veces antes de crear situaciones que no existen en la naturaleza. Eso es de locos. La vida es vida, la muerte es muerte. Blanco o negro. Las personas vivas son capaces de entender y decidir por sí mismas. Yo he pedido por caridad que dejen morir a mi hija Eluana. La condena a vivir sin límites es peor que la condena a muerte. En la familia, los tres habíamos dejado clara nuestra posición. Lo hablamos muchas veces. Vida, muerte, libertad, dignidad. Somos tres purasangre de la libertad. No necesitamos escuchar letanías. Ni culturales, ni religiosas, ni políticas".

Esta libertad que reclama la familia Englaro es lo que el actual Gobierno paternalista y demagógico de Italia no está dispuesto a tolerar. Quiere mantener la vida vegetativa irreversible pero no respeta la integridad de la vida física, psíquica y moral, ni la dignidad de cada persona de acuerdo con sus convicciones.

¿Cuántos años necesitará Italia para tener una legislación acorde con los derechos fundamentales de las personas en este ámbito, que impida las intromisiones partidistas y sectarias?

En España la situación es clara para los casos de interrupción del tratamiento médico. La Ley 41/2002, de 14 de noviembre, Básica Reguladora de la Autonomía del Paciente, reconoce el derecho de los pacientes y de sus tutores a solicitar la interrupción de un tratamiento médico. Inmaculada Echevarría, de Granada, se acogió a esta norma; el dictamen que elaboró la Comisión Permanente del Consejo Consultivo de Andalucía reconoció que "el ordenamiento aplicable permite que cualquier paciente que padezca una enfermedad irreversible y mortal pueda tomar una decisión como la que ha adoptado doña I. E. [...] Se trata de una petición amparada por el derecho a rehusar el tratamiento y su derecho a vivir dignamente". El fin de Inmaculada, igual que el de Eluana, no debe calificarse de eutanasia, sino de suspensión de un tratamiento médico.

Con todo, nuestro país también ha sufrido la irresponsabilidad política en casos tan graves como el de Leganés, que ha tenido consecuencias negativas en la administración de la sedación terminal a los enfermos y en la seguridad de los profesionales que deben tratarlos.

Queda mucho trabajo que hacer para lograr claridad de ideas en todos los que tienen responsabilidades en estas cuestiones y en las personas en general. El debate público es importante y debería ayudarnos a superar la manipulación que algunos sectores pretenden. La preservación del verdadero sentido de la vida y de la dignidad humanas dependen de ello, así como la evitación de mucho sufrimiento innecesario.




El presidente del Gobierno italiano, Silvio Berlusconi


Italia después de Eluana. El padre que ganó al Papa y a Berlusconi, por Miguel Mora. Corresponsal en Roma
(El País, 11/02/09)

Gobierno y Vaticano se aliaron por el 'caso Eluana' - Su progenitor, héroe de los laicos, es tachado de "asesino".

Para el Vaticano y el Gobierno de Silvio Berlusconi, Beppino Englaro es un "verdugo" y un "asesino". Lo reiteraron ayer en sus primeras páginas el periódico de la Santa Sede, Avvenire, y el de la familia de Berlusconi, Il Giornale. Si creemos a los que le conocen, y a muchos ciudadanos, compatriotas o no, Englaro es el verdadero Cavaliere, un referente laico, un ejemplo cívico, el padre que cualquier hijo desearía tener. ¿Cómo se explica esa divergencia de opiniones?

La historia empieza el 18 de enero de 1992. Eluana Englaro tiene 21 años y sale con unos amigos. Sus padres le han dejado su BMW. Al volver a casa, encuentra hielo en la carretera. El coche hace un trompo. Se parte el cráneo y la segunda vértebra cervical. Queda paralizada, su cerebro se desprende de la corteza. No siente dolor, no se mueve. Pero respira. Le hacen una traqueotomía antes de que sus padres lleguen al hospital. Vive, o al menos es un simulacro de vida. El padre ruega que la dejen morir. Los médicos, que no pueden.

Un año después, diagnóstico definitivo: estado vegetativo permanente, deberá ser alimentada con sonda. En 1994, las monjas misericordinas le dan una habitación en el hospital Beato Luigi Talamoni. Eluana había nacido allí. Y allí iba a permanecer, inconsciente, hasta este 6 de febrero.

Beppino Englaro es un tipo cabal y determinado, alto y enjuto, de perfil afilado. Cuando Eluana vivía, dirigía una pequeña empresa de moquetas y suelos de linóleo. Desde hace 11 años, ha dedicado su vida a defender la dignidad de su hija. Su derecho a morir. El precio ha sido altísimo. El lunes, mientras hablaba con este periódico por móvil, sonó el fijo de su casa. Englaro respondió "grazie, grazie" y colgó. Era una de las varias llamadas diarias que le tachan de asesino.

Ayer, Englaro viajó hasta Udine con escolta policial para ver por última vez a su hija. Eluana será incinerada y enterrada en Paluzza, provincia de Udine, el pueblo natal de Beppino, junto a su abuelo paterno. Sin funeral.

Mientras la campaña de desinformación sigue lanzando basura contra los médicos y la familia, el fiscal de Trieste dijo que no ve "el menor indicio de delito en la muerte de Englaro". Una periodista de la RAI, Marinella Chirico, que entró en la habitación de Eluana el domingo con permiso del padre, contó que verla fue una "experiencia devastadora". El padre habría podido enseñar una foto actual de su hija para callar bocas. No lo ha hecho.

Italia, entretanto, se ha fracturado en dos y se ha convertido en escenario de odio y manipulación. "Con la instrumentalización de una tragedia nacional y familiar", escribió ayer Ezio Mauro, director de La Repubblica, "y los ecos oscuros de quien intenta transformar la muerte en política, empieza la fase más peligrosa de nuestra historia reciente".

Los Englaro han ganado su batalla legal. Pero ellos y el país han sufrido un coste enorme. La aspiración de civilización, su fe en el Estado laico, su espíritu de libertad han sido ultrajados, en lo que Anna Finocchiaro, la senadora del PD, ha llamado "los chacales de la política". Italia ha tardado 11 años en hablar sobre el fin de la muerte. Fue en 1998, ante el abandono en que se encontraba, cuando Englaro pidió ayuda por primera vez al Estado. Tras las primeras sentencias contrarias, 1999 y 2003, se remitió a los políticos. Hasta ahora, doce gobiernos distintos habían mirado a otro lado, negándose a legislar.

¿La razón? El Vaticano se oponía, el centro izquierda era incapaz de llegar a una posición común, la derecha prefería resolver el asunto por debajo de la mesa.

Mientras eso sucedía, los jueces hacían el trabajo de la política. En julio de 2008, Apelación dice que se puede suspender la alimentación de un paciente si su estado es irreversible y se constata su voluntad. Derecho a morir. La avanzada Constitución italiana es la base de la sentencia. La Iglesia tiembla. Hay 2.000 personas alimentadas así en Italia.

En enero de 2008 ha caído el Gobierno Prodi. Claro, que eso tampoco garantiza nada: Berlusconi es un divorciado, poco de fiar, ni siquiera puede comulgar, su mujer confesó un aborto terapéutico en el extranjero. La Iglesia coloca en la secretaría de Estado de Sanidad a uno de los suyos, Eugenia Roccella, integrista provida. Ella moverá los hilos bajo la mirada del ministro, Maurizio Sacconi, ex socialista, laico en su juventud, ahora gente de orden.

El Parlamento se moviliza por fin el verano pasado. Plantea un conflicto de competencias al Constitucional, y éste determina que la magistratura, y no el legislativo, debe solucionar el caso. La fiscalía recurre. Las "togas rojas" siguen dando la razón a la familia. En Italia y en Estrasburgo. El 13 de noviembre de 2008, el Supremo confirma que Eluana puede morir. El 22 de diciembre, la Corte Europea rechaza el recurso de las asociaciones católicas. "Por fin será libre", dice su padre.

Arde Troya. El Papa lanza a sus mejores hombres a la arena. Porta a Porta, el programa de la RAI, abre sus salones a los cardenales. Hace reportajes sobre comas reversibles. Dice que Englaro mata a su hija basándose en una voluntad presunta. El 68% que apoyaba a la familia en 1999 baja al 55% en un mes.

La propaganda es fácil: dejar de alimentar a Eluana es un asesinato, todos los que estén a favor militan en la cultura de la muerte. Juego sucio, censura, insultos, demagogia, invocaciones desde el palacio de San Pedro... Vale todo.

Llega el momento. En el Senado se votan las enmiendas a la Ley de Seguridad de Roberto Maroni, ministro de la Liga Norte, socio clave de la mayoría. La Iglesia ha dicho que es una ley xenófoba. Buen momento para mostrar las uñas. Siete diputados católicos de la derecha votan con la oposición y tumban la enmienda. No es decisivo, porque la ley debe ir todavía a la cámara. Es una oferta.

En dos días, Berlusconi aprueba la ofensiva final. El cardenal Tarcisio Bertone, recién llegado de su periplo por la España socialista, se pone al mando. Roccella lanza el decreto salva Eluana. Berlusconi aprueba el texto pese a que el presidente napolitano sostiene que es inconstitucional. La Curia transmite su "desilusión" con el jefe del Estado... italiano.

Un simple vendedor de moquetas ha puesto en jaque con su laicismo y su fe en la legalidad a los poderes fuertes. "No comprenden la legalidad a la luz del sol", dice a este diario el domingo. "La Iglesia no puede imponerme sus valores". Casi todos los medios silencian el titular: "Una condena a vivir sin límites es peor que una condena a muerte".

El lunes, alcanza su trágico objetivo. Su única hija, su "esplendor", como la llamaba, se apaga a las 19.35, en pleno debate del proyecto de ley que prepara el Senado para intentar salvarla. Su médico, Amato de Monte, da a Englaro la noticia: "Tua bambina", le dice.

Su bambina tenía once años cuando sus padres le reprendieron. Ella se encaró y les dijo: "¿Y vosotros qué tenéis que ver con mi vida?". Durante 6.233 días, esa rebelde nata vivió atada a una sonda. Hace hoy 80 años justos, Italia y el Vaticano se separaron en dos Estados. Ahora, los chacales han unido otra vez sus destinos. La pobre Eluana ha escapado a tiempo. La pobre Italia deberá convivir con ellos.



Beppino Englaro



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martes, 27 de agosto de 2013

Radiografía de la derecha española: Sin dios, sin moral, sin vergüenza






Viñeta de Eulogia Merle para El País




¿Recuerdan ustedes la serie española de televisión "Crematorio"? Se emitió el año 2011, y estuvo dirigida y escrita por Jorge Sánchez Cabezudo y basada en la novela homónima de Rafael Chirbes; una serie fascinante. Como lo es la que se está emitiendo ahora los sábados por la noche en la 2 de RTVE titulada "Comisario Brunetti"; una serie alemana del año 2000, dirigida por Sigi Rothemund y Christian von Castelberg, basada en las novelas de la escritora norteamericana Donna Leon. La primera transcurre en la costa levantina española; la segunda en la Venecia actual. Y ambas tratan y reflejan lo mismo: la corrupción y el poder que financieros y empresarios sin escrúpulos ejercen sobre las administraciones y los poderes públicos. Quizá sea por su temática que la escritora Donna Leon, que vive en Venecia desde hace muchos años, se ha negado a que sus novelas se traduzcan al italiano y a que la serie televisiva basada en ellas se vea en Italia. ¿Para vivir tranquila, o por algo más?

Quizá mi digresión anterior está muy traída por los pelos pero me ha venido sugerida por la lectura del artículo de ayer en El País: "La derecha sin Dios", escrito por Víctor Lapuente Giné, profesor del Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo (Suecia).

Al inicio de su artículo, el profesor Lapuente dice que fuera de Italia, Berlusconi, ha sido siempre tomado un poco a broma, pero que haríamos mal en desdeñar el impacto de Berlusconi y de lo que representa para otras democracias, al igual que fueron minusvaloradas en su tiempo la mafia, el fascismo y el terrorismo de izquierdas (las Brigadas Rojas), como excentricidades específicamente italianas e instransferibles a otras democracias "más serias" (el entrecomillado es mio).

Para Lapuente, la esencia del "berlusconismo" es la de una derecha con iglesia (la católica), pero profundamente amoral en sus principios: Una derecha para la que todo vale, siempre que sirva para enriquecerse o ganar elecciones, y que tiene su paradigma en la frase del pensador católico (e italiano) Vittorio Messori, de que "mejor un putero que haga buenas leyes para la iglesia que uno catoliquísimo que nos perjudique", que muy bien pudiera haber sido pronunciada por uno de nuestros insignes prelados carpetovetónicos o financieros escrupulosos de comunión diaria.

A esta derecha "mediterránea" y clerical, representada por Berlusconi y Rajoy, de los que el profesor Lapuente dice que están unidos porqué ninguno de los dos tiene proyecto alguno para transformar la sociedad, contrapone el pensamiento y la ideología de líderes de la derecha centroeuropea y anglosajona, como Cameron, Tatcher o Reagan, que tuvieron, dice, una narrativa construida por intelectuales próximos como Edmund Burke, Milton Friedman o Friedrich Hayek.

La izquierda también cojea ideológicamente, incapaz de articular un mensaje innovador, dice al final de su artículo, pero sigue caminando inspirada en unos ideales que trascienden el interés individual para conseguir una sociedad sin pobreza y con iguales oportunidades para todos. El desierto es duro, añade, pero Dios da fuerzas para seguir. Todo lo contrario de esa derecha que renunciando a caminar parece decidida a acampar en un confortable supermercado, entregada a la adoración del becerro de oro, entre casinos, sobres marrones y confetis.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt






Silvio Berlusconi y Mariano Rajoy




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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)