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miércoles, 18 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los RCH y la neolengua



Fotografía de Getty para El País


La locución “ama de casa”, afirma el escritor Álex Grijelmo, ha desaparecido del Estudio General de Medios (EGM), el sistema de encuestas que mide los hábitos de consumo y cuyos datos son tenidos muy en cuenta por el sector publicitario para sus inversiones en anuncios.

Las mujeres que se han venido dedicando a gestionar el hogar, comienza diciendo, atraen la atención precisamente de algunos anunciantes porque dependen muchos millones de euros de las decisiones que ellas tomen en sus compras. Por eso conviene dirigirles la publicidad adecuada a través de los medios que mayor número de amas de casa tengan entre su público.

Hasta ahora se consideraba que “las amas de casa” elegían el detergente, la mantequilla, las galletas... Pero esa responsabilidad, según el EGM, ha pasado ya a quien resulte ser “responsable de las compras habituales del hogar” o RCH.

Cuando el cuestionario exija mencionar la ocupación de cada cual, el encuestador ya no habrá de inscribir a las mujeres dedicadas al hogar familiar en el grupo “amas de casa”, que ha dejado de existir sobre el papel, sino en el “RCH”. De ese modo, la locución que evocaba ese trabajo callado y poco reconocido deja paso a un término frío y técnico que resalta la importancia en el mercado de esas personas que se encargan de comprar para la familia. Pero no en el mercado del barrio, sino en el mercado global. El mercado, amigos. El mercado a lo bestia.

La voz “responsable” es común en cuanto al género (“el responsable” y “la responsable”). Por ello, se evita la denominación exclusiva femenina “amas” y se acude a una palabra que engloba a hombres y mujeres. Irreprochable.

No en todas las casas vive una mujer, y no en todos los hogares donde vive una mujer es ella quien se encarga de las compras, aunque eso sí ocurra en la inmensa mayoría de los casos. Sin embargo, durante muchos años, desde 1992 hasta ahora, los encuestadores marcaron la casilla “ama de casa” incluso cuando un varón se encargaba de comprar en mercados, supermercados e hipermercados. Por tanto, cuando se ocupaba un varón soltero, un viudo, uno de los hombres de una pareja homosexual (o los dos), o un marido o un novio que, alterando el desigual reparto establecido, salían a llenar la cesta, todos ellos aparecían en el EGM como “ama de casa”. Sería por falta de vocabulario.

Antes de la reciente desaparición de “amas de casa”, ya se había retirado en 1998 de esa encuesta la denominación “cabeza de familia”. Por supuesto, las familias no tienen un cabeza o una cabeza, sino dos y hasta tres, o las que en cada caso determinen sus miembros. Pues bien, desde entonces en vez de “cabeza de familia” figura “sustentador principal”, aunque en muchos hogares haya dos sustentadores en medida muy semejante. O tres, o cuatro.

Bienvenidas sean todas estas adaptaciones de las palabras a la realidad. Pero, en fin, cabría pensar en vocablos más reconocibles. No sé: en vez de “sustentador principal” (SP) se puede elegir “familiar mejor pagado” (FMP). Y en lugar de “responsable de las compras habituales” o RCH, diríamos en lenguaje llano “persona que hace la compra” (PQHC).

Sin embargo, todo este elogiable empeño en el espejo no servirá de nada si no se altera la realidad: si quienes hacen la compra siguen siendo las mujeres y si los hombres se quedan a su vez con el privilegiado papel de sustentador principal. Ellas, a hacer la compra. Ellos, a cobrar más. Y ya cambiará las palabras el EGM para que no se note tanto.






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt








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miércoles, 29 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] La publicidad romántica es peligrosa





La publicidad, comenta la escritora Marta Sanz, no es engañosa ni subliminal: tan solo se permite licencias poéticas, y la poesía es peligrosísima... Ahora que enseñamos, comienza diciendo Sanz, sobre todo a las niñas, que su vida no puede girar obsesivamente en torno a un único ser que la vigile cele y use, como síntomas del enamoramiento; ahora que procuramos encontrar un punto de equilibrio entre amor y cuidados, el cuarto propio y la generosidad; ahora que a nadie se le paran los purzos si te deja de querer y que se puede amar a dos personas a la vez y no estar loco ni loca; ahora que nos despojamos de vampirismos afectivos, puritanismo, cicatería, promiscuidad forzada y publicitaria; después de desatarnos de la pata de la cama y reconstruirnos la pierna, para salir corriendo o atárnosla otra vez si nos apetece con la conciencia de consentir nudos y cíngulos que no han de imponérsele a nadie y solo son tolerables si ese sadomasoquismo es sarna con gusto de esas que no pican; ahora, en este momento de reflexión sobre nuestras relaciones eróticas y sentimentales, llega una empresa petrolera y nos canta, con dulce voz femenina: “Porque todo lo hago por ti / todo lo hago por ti, / porque todo lo que hago, / lo hago por ti”.

El tema es una composición de Toni M. Mir y, a la vez, Bryan Adams tiene una canción que se titula Todo lo hago por ti, y, a la vez, los finalistas de La Voz la han cantado juntos. Esto lo he mirado en Internet, así que no sé si será verdad. Lo cierto es que, cuando en el amor procuramos que las vísceras no nos desangren, las empresas se vuelven románticas y nos hablan como a amantes de un poema de Bécquer: individuos un poco desdeñosos y objetualizados, a los que, como las petroleras aspiran a querernos, nadie los querrá. Somos clientes del amor porque comprar es un acto de amor, y amor es lo que nos proporciona la compañía que calienta nuestros hogares y pone gasolina sin plomo en nuestros motores por 1,41 euros el litro. Con la fidelidad a una marca —que nos quiere como nadie— nos definimos y expresamos devociones y erotomanías. Una compañía energética lo hace todo por mí, y yo olvido que en esta sociedad de consumo mi libertad consiste en elegir de quién me hago clienta y en pirarme rápido si no me dan gusto; sin embargo, hoy me comprometo con una fidelidad antigua. Mi compañía se pone triste —me reprocha— si la dejo en la época del amor de Tinder y los vínculos débiles. Mi compañía es lo único sólido en estos tiempos volátiles. Fidelización y compromiso se legitiman cuando nos ponemos la máscara clientelar y las empresas laten con un gran corazón que vela por la ciudadanía como esa madre con 0% de quejas que anuncia un gran almacén. Las empresas de combustible son amadas súcubas —tienen voz de mujer— y los consumidores mandan y experimentan una sensación orgiástica cuando meten la manguera del surtidor en sus depósitos. La publicidad no es engañosa ni subliminal: tan solo se permite licencias poéticas, y la poesía es peligrosísima. Mientras tanto, en España, más de cinco millones de personas no pueden mantener sus hogares a una temperatura adecuada en invierno y 7.000 fallecimientos prematuros se asocian a la pobreza energética, según el informe de 2018 de la Asociación de Ciencias Medioambientales. Huyamos como la peste de los amantes posesivos y de las empresas filantrópicas: unos y otras terminan chupándonos la sangre. ¿No les da vergüenza cantarnos estas romanzas?






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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