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sábado, 11 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] El rey Baltasar es negro, no afroamericano



Marcha en el Día de los Afroamericanos, Nueva York, 2019


Los seres humanos nos inclinamos cada vez más por cambiar las palabras en vez de arreglar la realidad, pero por mucho que perseveremos en ello, el rey Baltasar es negro, no afroamericano, afirma el A vuelapluma de hoy el escritor Álex Grijelmo.

"Los niños eligen su rey mago favorito -comienza escribiendo Grijelmo-. Y Baltasar gana generalmente a Melchor y Gaspar, sin que importe en absoluto que se trate del rey negro. Porque todavía lo llamamos negro, y no afroamericano.

Rosa Parks, que entonces tenía 42 años, pasó a la historia de la lucha contra el racismo en Estados Unidos y en el mundo cuando se negó a sentarse en el lado del autobús reservado a los negros y ocupó una plaza que correspondía a los blancos. Unos meses antes había hecho lo mismo la adolescente Claudette Colvin, pero la historia no fue generosa con ella sino con Parks.

Corría el año 1955 en Alabama, y desde entonces ha mejorado mucho en todo el territorio estadounidense la situación de los negros, si bien eso no ha mejorado a su vez la situación de la palabra que los nombra.

Tener la piel negra ya no implica allí discriminación legal, aunque existan otras diferencias sociales, pero en el vocablo negro persiste para muchas personas influyentes algún matiz peyorativo, hasta el punto de evitarlo.

Quienes consideran que no se debe discriminar a los negros mantienen, sin embargo, la discriminación del vocablo. Por ello han sustituido “negros” por “afroamericanos”. Y esto ha llegado incluso a la prensa de España. De vez en cuando se lee aquí el término “afroamericano” para referirse a un negro, ¡aunque no sea americano!

Esta serie de absurdos lleva a ciertas incoherencias. Se supone que los negros de EE UU proceden de África en última instancia, y de ahí viene el término “afroamericano”; pero también llegan a América blancos nacidos en África, y no se llama afroamericanos a los de esta raza, que, por cierto, también llegó desde allí, hace más de un millón de años. Por si fuera poco, en Europa nacen y viven negros a quienes no se denomina “afroeuropeos”. Pero ¿cómo llamar entonces a un senegalés?: pues o bien le decimos “afroafricano” o no tendrá más remedio que ser un simple negro, mientras que un negro de EE UU es un afroamericano; es decir, supuestamente un negro de mayor categoría en cuanto negro.

A veces, la palabra “negro” se evita mediante una solución eufemística diferente: persona “de color”. Y con ello se incurre en una nueva discriminación, porque de ese modo se considera “de color” solamente a los negros, cuando todos tenemos algún color. Así que los mal llamados “caucásicos” somos personas de color… blanco (si damos por bueno el blanco como color de nuestra piel).

Los seres humanos nos estamos inclinando cada vez más por cambiar las palabras en lugar de arreglar la realidad que transmiten. Lo que logre mostrar un espejo manipulado nos atrae más que aquello que se le pone delante. El lenguaje políticamente correcto consigue así la satisfacción de sus promotores, que de ese modo se sienten progresistas, respetuosos…, mientras a su alrededor continúan los desmanes.

El color de la piel es un accidente como el del pelo o la talla del calzado. Si a una colectividad le diera por considerar inferiores a quienes calzan un 49, y se empezara a llamarlos “zapatones”, no arreglaría el problema denominarlos eufemísticamente “pies grandes”, porque con el simple hecho de resaltar el tamaño del pie se continuaría dando por relevante aquello que no lo es. Si un periódico destaca en un crimen la raza del autor, da lo mismo que diga “negro” que “afroamericano”.

Las razas existen, como las tallas. La lucha contra estas discriminaciones no se basa en negar las peculiaridades ni en cambiarles el nombre, sino en no presentar las diferencias como si fueran causas".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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miércoles, 18 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los RCH y la neolengua



Fotografía de Getty para El País


La locución “ama de casa”, afirma el escritor Álex Grijelmo, ha desaparecido del Estudio General de Medios (EGM), el sistema de encuestas que mide los hábitos de consumo y cuyos datos son tenidos muy en cuenta por el sector publicitario para sus inversiones en anuncios.

Las mujeres que se han venido dedicando a gestionar el hogar, comienza diciendo, atraen la atención precisamente de algunos anunciantes porque dependen muchos millones de euros de las decisiones que ellas tomen en sus compras. Por eso conviene dirigirles la publicidad adecuada a través de los medios que mayor número de amas de casa tengan entre su público.

Hasta ahora se consideraba que “las amas de casa” elegían el detergente, la mantequilla, las galletas... Pero esa responsabilidad, según el EGM, ha pasado ya a quien resulte ser “responsable de las compras habituales del hogar” o RCH.

Cuando el cuestionario exija mencionar la ocupación de cada cual, el encuestador ya no habrá de inscribir a las mujeres dedicadas al hogar familiar en el grupo “amas de casa”, que ha dejado de existir sobre el papel, sino en el “RCH”. De ese modo, la locución que evocaba ese trabajo callado y poco reconocido deja paso a un término frío y técnico que resalta la importancia en el mercado de esas personas que se encargan de comprar para la familia. Pero no en el mercado del barrio, sino en el mercado global. El mercado, amigos. El mercado a lo bestia.

La voz “responsable” es común en cuanto al género (“el responsable” y “la responsable”). Por ello, se evita la denominación exclusiva femenina “amas” y se acude a una palabra que engloba a hombres y mujeres. Irreprochable.

No en todas las casas vive una mujer, y no en todos los hogares donde vive una mujer es ella quien se encarga de las compras, aunque eso sí ocurra en la inmensa mayoría de los casos. Sin embargo, durante muchos años, desde 1992 hasta ahora, los encuestadores marcaron la casilla “ama de casa” incluso cuando un varón se encargaba de comprar en mercados, supermercados e hipermercados. Por tanto, cuando se ocupaba un varón soltero, un viudo, uno de los hombres de una pareja homosexual (o los dos), o un marido o un novio que, alterando el desigual reparto establecido, salían a llenar la cesta, todos ellos aparecían en el EGM como “ama de casa”. Sería por falta de vocabulario.

Antes de la reciente desaparición de “amas de casa”, ya se había retirado en 1998 de esa encuesta la denominación “cabeza de familia”. Por supuesto, las familias no tienen un cabeza o una cabeza, sino dos y hasta tres, o las que en cada caso determinen sus miembros. Pues bien, desde entonces en vez de “cabeza de familia” figura “sustentador principal”, aunque en muchos hogares haya dos sustentadores en medida muy semejante. O tres, o cuatro.

Bienvenidas sean todas estas adaptaciones de las palabras a la realidad. Pero, en fin, cabría pensar en vocablos más reconocibles. No sé: en vez de “sustentador principal” (SP) se puede elegir “familiar mejor pagado” (FMP). Y en lugar de “responsable de las compras habituales” o RCH, diríamos en lenguaje llano “persona que hace la compra” (PQHC).

Sin embargo, todo este elogiable empeño en el espejo no servirá de nada si no se altera la realidad: si quienes hacen la compra siguen siendo las mujeres y si los hombres se quedan a su vez con el privilegiado papel de sustentador principal. Ellas, a hacer la compra. Ellos, a cobrar más. Y ya cambiará las palabras el EGM para que no se note tanto.






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viernes, 13 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Anglocentrismo



Fotografía de Jesús Diges, EFE, para El País


Pamplona acogió este agosto el festival Flamenco on Fire. Al ver uno de los carteles anunciadores, primero pensé que los duendes del cante se habían reconvertido en los duendes de la imprenta, y que quizás habían querido escribir “Flamenco en Feria”, qué sé yo. Después vi que no, afirma con aprensión (algo que también padece un servidor de ustedes cuando encuentra un palabro en inglés que tiene su correspondiente término en español) el escritor Álex Grijelmo, un habitual en este blog.

Me parecieron enternecedoras las distintas pronunciaciones que la palabra inglesa fire provocó en corresponsales, presentadores y, sobre todo, participantes, comienza diciendo Grijelmo, pero descarté la perversidad de la organización como causa del nombre, y la atribuí más bien al cada vez más fuerte anglocentrismo que padecemos.

“Anglocentrismo”, exacto. El banco de datos de la Academia data la primera aparición escrita de esa palabra en 1975, en un texto del psicólogo José Luis Pinillos Díaz que denuncia “el anglocentrismo que prevalece en la mayoría de los textos que circulan por nuestras bibliotecas y librerías”. Y lo he encontrado también, hace poco, releyendo un trabajo de la lingüista Pilar García Mouton titulado Género, sexo y discurso, publicado en 2002 y en el que la autora atribuye al anglocentrismo la elección del término género (por influencia del inglés gender) en el discurso feminista. La lucha justa contra el androcentrismo se rindió ante el anglocentrismo, vaya paradoja.

Poco después oía en una serie española, que distraídamente se ha apoderado de mi televisor, que un cura dice en la boda que está oficiando: “Isaac, ya puedes besar a la novia”. No es la primera vez que en ficciones españolas cuelan los guionistas esa frase, que difícilmente se oye en nuestras ceremonias nupciales, civiles o religiosas, y mucho menos en las de la época en que se desarrolla esa serie, los años veinte de hace un siglo. Pero hemos visto tantas películas norteamericanas, que han construido en nosotros el imaginario de que los curas dicen eso en las bodas, y hasta lo hemos asumido con efecto retroactivo. Además, sin cuestionar siquiera el hecho de que el sacerdote deba dar ese permiso a la pareja (eso sí, dirigiéndose al novio), cuando los contrayentes ya podían besarse antes de la boda si les venía en gana.

El anglocentrismo sirve para eso y para que gentes acomplejadas que parecen no tener complejos den nombre en inglés a muchas realidades que ya se designaban en español, desde el spoiler al call center.

Flamenco on Fire me dio la impresión de arrojar al oído una contradicción interna (o sea, un oxímoron que decían los griegos; la contradictio in terminis de los romanos). Porque un vocablo tan simbólico como “flamenco” chocaba con un anglicismo puro, en una locución que cada cual traducirá como le parezca. Desde “flamenco en llamas” a “flamenco ardiente”, pasando por “flamenco encendido” (tal vez “enchufado”, “conectado”). Desconozco qué deseaban transmitir los ideólogos del asunto, porque suele ocurrir que un solo anglicismo se las apaña para desplazar a varias alternativas en español.

El caso es que Flamenco on Fire me sonó a algo así como cool gazpacho, o tortilla de potatoes, una mezcla impensable. Quizá tan exagerado como long siesta o relaxing cup of café con leche. Y líbreme Dios de criticar a quien acuñó esta última expresión, que al menos habló en inglés con más desparpajo que el 90% de los españoles, incluido yo. Pero es que ya me imagino que nuestra siguiente candidatura olímpica ofrecerá “Flamenco on Fire” a todos los miembros del Comité Olímpico Internacional. O, puesto que hablamos de Pamplona, que los invitará a un genuino “Flamenco on fire with relaxing pacharán”.





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