Hannah Arendt
Hace unos días escribí en el blog sobre el lenguaje de los políticos y aunque siempre hay excepciones a la regla general, la verdad es que suelen hablar mucho, con muchos circunloquios, para al final no decir nada. Los filósofos también resultan difíciles de entender a menudo, con una diferencia, la de que utilizan un lenguaje sumamente críptico, sólo para iniciados o miembros de la tribu filosofal, que se compadece muy poco con el del común de los mortales. No siempre es así: Bertrand Russell y Ortega, por ejemplo, pueden leerse con facilidad por la precisión, elegancia y belleza de su lenguaje. Ambos escribieron de política y participaron activamente en la de su tiempo. También lo hizo mi querida y admirada Hannah Arendt, pero como dice su biógrafa, Laura Adler ("Hannah Arendt", Destino, Barcelona, 2006): "ella, que durante un tiempo ha flirteado con el compromiso en la acción política, se aleja definitivamente de la misma. Desde ahora considera que no está hecha para eso: demasiado emotiva, demasiado a flor de piel, no es lo bastante estratega y se inclina demasiado por la verdad". Sí, es difícil compatibilizar filosofía, acción política y verdad sin acabar pringándose... ¿No cree, Sr. Savater?
Años atrás, durante el proceso de traslado de la biblioteca familiar de Las Palmas a Maspalomas, un poco en broma y como para tentar al destino -lo mismo hace uno de los personajes de "Los amantes encuadernados" (Espasa-Calpe, Madrid, 1997), de Jaime de Armiñan- fui guardando al azar dentro de mis libros fotos, cartas, postales, escritos personales, artículos de prensa... Espero que mis nietos se diviertan encontrándolos y recopilándolos, o echándolos a la hoguera, como hacía Pepe Carvalho, el detective protagonista de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán.
Resultó una auténtica sorpresa encontrar hace muy pocos días, hojeando uno de esos libros, un artículo de prensa, ya amarillo por el paso del tiempo, titulado "El derecho fundamental del pueblo canario", publicado en el periódico El Eco de Canarias, de Las Palmas, el 9 de marzo de 1977, y escrito por Néstor David, que reivindicaba, siguiendo el pensamiento de Ortega en su "España invertebrada" (1921), la exigencia para nosotros, "como canarios, de las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los restantes pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en una España libre, justa y democrática será posible la existencia de un pueblo canario libre, justo, democrático, pacífico y orgulloso". Salvo algunas expresiones un poco ampulosas, propias de la época y el momento, lo suscribo totalmente.
Las casualidades no existen, pero como las meigas, haberlas, haylas...Así que, no es de extrañar que ayer, 24 de julio, El País publicase un artículo del notario catalán Juan-José López Burniol, miembro de la asociación cívico-política "Ciutadans pel canvi", titulado "La rebelión de las provincias", que reivindica igualmente a Ortega para defender que "la dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como 'la redención de las provincias', es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España". Un brillante y crítico comentario contra los que aún parecen no entender que la rebelión de las provincias no sólo es inevitable sino absolutamente justa. Me ha parecido interesante contraponer ambos textos, separados por treinta y un años y muchas cosas más, y reproducirlos a continuación. ¡Ah, por cierto!, se me olvidaba decir que el de "Néstor David" era uno de los seudónimos que utilizaba "HArendt" en sus escritos políticos de esa época... No voy a rebuscar más textos antiguos entre mis libros; que el Azar y la Fortuna decidan el mañana... Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt
José Ortega y Gasset
"La rebelión de las provincias", por Juan-José López Burniol
El País, 24/07/08
El País, 24/07/08
Contemplé por televisión la cara de contenido asombro -sólo perceptible en la mirada- con que Ana Mato aguantó impávida el abucheo que le propinó parte de los asistentes al reciente congreso del Partido Popular de Cataluña. Los hechos son sabidos. Se habían presentado tres candidaturas a la presidencia del partido y, tras un intento fallido de impulsar una candidatura de unidad, la dirección central madrileña impuso otra distinta. Así las cosas, cuando Ana Mato anunció esta salida, la respuesta de muchos asistentes al congreso fue una bronca pura y dura. Bronca de la que participaron luego María Dolores de Cospedal y Javier Arenas.
Mi sorpresa fue absoluta, pero no por la bronca, sino por haber dado pie a ella. Porque, ¿cómo es posible, me dije, que gente con talento pueda cometer un error tan burdo?, ¿en qué cabeza cabe imponer en Cataluña una decisión tomada en Madrid sin contar con los catalanes? Parece evidente, por lo visto, que resulta difícil superar los atavismos; pero dos hechos son ya inocultables: para empezar, el debate político esencial gira hoy, en España, en torno a la dialéctica centro-periferia, y segundo, que el sistema de partidos catalán es -con la sola excepción del PP- un sistema de partidos autónomo. Veámoslo.
La dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como "la redención de las provincias", es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España. A consecuencia de este cambio socioeconómico, así como de la correlativa formación de núcleos de intereses locales, ligados a sus respectivos poderes autonómicos con relaciones más o menos clientelares, la dialéctica política en España no girará, a partir de ahora, en torno al eje derecha-izquierda, ni tampoco alrededor de la confrontación entre el nacionalismo español y los nacionalismos catalán y vasco, sino que se polarizará en la dialéctica entre dos núcleos de poder: el centro -el "Gran Madrid"- y la periferia -Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Galicia y el País Vasco-, comunidades a las que pueden unirse Baleares y Canarias. Esta confrontación ha comenzado a producirse ya en el seno de los dos grandes partidos. Así, la reciente refriega congresual del PP en Cataluña es una primera escaramuza. Y, por lo que hace al PSOE y el PSC, habrá que seguir sus negociaciones en materia de financiación, cuyo término está fijado para el próximo 9 de agosto, pues aun cuando el reciente congreso socialista ha discurrido con la unanimidad gozosa propia de los partidos que levitan gracias al disfrute del poder, no son coincidentes, en ésta y en otras materias, los intereses de los socialistas catalanes y los del PSOE. Lo que nos lleva a examinar el segundo hecho antes apuntado: el carácter autónomo del sistema de partidos catalán.
Debatir si Cataluña es o no una nación, constituye un ejercicio nominalista estéril. Ahora bien, lo que no puede negarse, por ser un hecho, es que Cataluña es una comunidad con conciencia clara de poseer una personalidad histórica diferenciada, así como con una voluntad decidida de proyectar esta personalidad hacia el futuro en forma de autogobierno. De no ser así, Cataluña no hubiese subsistido tal y como es hoy, a comienzos del siglo XXI. Y ha sido esta personalidad diferenciada de Cataluña la que ha marcado siempre a los partidos nacionalistas -CiU y Esquerra- y ha conformado progresivamente a los demás -como el PSC-, de modo que, en la actualidad y con la sola excepción del PP, el sistema de partidos de Cataluña es autónomo del español.
Este hecho trascendente acarrea, dos consecuencias: primera, que la acción de los partidos catalanes está guiada, en primer lugar, por el interés exclusivo de Cataluña, y segundo, que, desde esta perspectiva, el único marco jurídico capaz de ahormar la relación entre España y Cataluña es la relación bilateral. Si alguien -socialista o no- piensa que esto no puede predicarse del PSC, máxime después de acceder al control del partido los capitanes procedentes de la inmigración, se engaña: el catalanismo de los intereses, distinto del identitario, vertebra su ideario y su acción de forma irrevocable. Y, por último, la fuerza de este catalanismo es tan grande, que incluso al PP le es imposible eludir un mínimo común denominador catalanista, que, tras los sucesos de estos días, irá a más.
Concluido el último congreso del PP en Valencia con la consolidación de Mariano Rajoy, un columnista madrileño escribió que habían ganado los abogados y las provincias. No discutamos el nombre -provincias- y admitamos el hecho, si bien matizando su significado: no es que ganasen las provincias, sino que éstas se rebelaron y ya nada será igual.
A partir de ahora, mandarán en la Península quienes acierten a tejer alianzas, tanto desde el centro como desde la periferia.
Bertrand Russell
"El derecho fundamental del pueblo canario", por Néstor David
El Eco de Canarias, 09/03/77
El Eco de Canarias, 09/03/77
A estas alturas del tiempo político que vivimos, y a la vista de las estructura social, económica y cultural en que se mueve el ciudadano medio español, nadie medianamente informado, ya milite en la izquierda, el centro o la derecha, o no comprometido con ningún sector de la vida política, duda de los derechos del pueblo canario, y de los demás pueblos españoles, a obtener y gozar de una autonomía tan amplia, general y justa como sea necesario para poder sacar a la luz todas las potencialidades que les son propias y peculiares, plantear, enjuiciar y dilucidar sus propios asuntos y, sin menoscabo de su propia identidad, integrar, potenciar y desarrollar esa otra entidad común a todos ellos que es España.
De forma casual, sin premeditación ni alevosía por mi parte, ayer me he encontrado con don José Ortega y Gasset, nuestro pensador universal. El azar me hizo recalar sin ninguna razón particular en el anaquel de la pequeña biblioteca familiar, donde, en lugar de honor figuran desde hace tiempo las Obras Completas de don José, y comenzar a hojear nuevamente -tambien en forma casual- el tomo III de las mismas. Dicho toma abarca sus escritos del año 1917 al 1928, y comienza con la reproducción de varios de los artículos que publicara, en el invierno de 1917-1918, en el diario El Sol, de Madrid.
Entre ellos leí con verdadera fruición los dedicados a nuestro paisano universal Benito Pérez Galdós, y esa granadina que fue emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo, muertos ambos por aquellas fechas en el silencio oficial y decadente de la vida pública de entonces. También leí una serie de artículos que dedicara en aquellos días igualmente, al gran poeta indio Rabandrinath Tagore, premio Nobel de Literatura, a quien Ortega ensalza merecidamente como portavoz de la sensibilidad y espiritualidad más acendrada.
A las pocas páginas me he encontrado -no sabría decirlo de otra manera- con uno de los libros (ensayo de ensayo, lo denomina él mismo) que más profunda huella dejaron en la juventud de aquellos años y cuya influencia ha perdurado, vital y sugerente hasta nuestros días. Evidentemente, es fácil adivinar que me estoy refiriendo a su "España invertebrada", escrito en 1921.
Lo he leído nuevamente, de un tirón. Y su lectura me ha sugerido inmediatamente y en forma imperiosa la necesidad de expresar de forma tajante que el primer derecho fundamental de nuestro pueblo, del pueblo canario, es el derecho inalienable a seguir siendo español. Y ello, movido por el reconocimiento íntimo de que resulta evidente que con muy mala, o buena, intención (eso es difícil de precisar), se está pretendiendo minimizar esa cuestión, y por una politiquilla barata al uso, a la caza electoral de futuros votos de insatisfechos y descontentos, manejando insinuantes y bochornosos planteamientos pseudoindependentistas en base a una política secular de olvido y marginación que, no por cierta e injusta, sería menos suicida a todas luces.
Ni por asomo me atrevería a comentar el contenido de "España invertebrada", ¡más quisiera yo!, pero hay algunos párrafos que me han impresionado y no podía por menos que reflejarlos. Entre ellos, aquellos del capítulo 5 en que Ortega explica las causas que a su juicio empujan a España en esos momentos a su desvertebración, y entre las que cita el "particularismo". Dice así: "La esencia del particularismo es cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuenia, deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizan con ellos para auxiliarles en su afán. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simpática transmisión a los demás núcleos nacionales, queda éste abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es característica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesión son fácilmente soportador, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional". ¿No vemos en estas líneas algo que comenzamos a percibir ya en nuestra comunidad? ¿Será posible, pienso yo, que algún canario auténtico piense que la libertad y la gloria y la prosperidad de nuestro pueblo la vamos a encontrar en una idílica y bucólica independencia? ¿En el último tercio del siglo XX, a un paso de la conquista espacial, qué viabilidad puede tener un estado insular de 7.000 kilómetros cuadrados escasos de superficie y un millón y poco de habitantes? Poco orgullo tendremos como pueblo y como nación si preferimos ser un estado africano más, en la órbita de influencia marroquí o argelina, y desligarnos de quinientos años de fecunda historia europeo-americana. Fecundos por lo aportado tanto o más que por lo recibido.
Pienso que en el reconocimiento y aceptación íntima que cada día hace nuestro pueblo -a pesar de las vejaciones, el olvido y la injusticia- de su inquebrantable deseo de seguir siendo un pueblo español, está la fuente primigenia de todos nuestros necesarios, exigibles e iirenunciables derechos a la autonomía.
En el primer capítulo de su libro, Ortega, analiza los procesos de integración y desintegración, y nos pone, dice, dos ejemplos históricos de integración: el de los pueblos latino y español, a partir, respectivamente, de dos núcleos originarios: Roma y Castilla.
"Entorpece sobremanera la inteligencia de los histórico -dice- suponer que cuando de los ñucleos inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquellos de existir como elementos activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad nacional a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de eso: sometimiento, unificación, incorporación, no significa muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía central que los obliga a vivir como partes de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza central, escultora de la nación -Roma en el Imperio; Castilla en España; la Isla de Francia en Francia- amengüe para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos.
Es preciso pues -continúa- que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional no como una coexistencia inerte, sino como un sistema dinámico. Tan esencial es para su mantenimiento la fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso de la techumbre, gravitando sobre las pilastras, no es menos esencial al edificio que el empuje contrario ejercido por las pilastras para sostener la techumbre.
La fatiga de un órgano parece a primera vista un mal que éste sufre. Pensamos acaso que, en un ideal de salud, la fatiga no existiría. No obstante, la fisiología ha notado que sin un mínimun de fatiga el órgano se atrofia. Hace falta que su función sea excitada, que trabaje y se canse para que pueda nutrirse. Es preciso que el órgano reciba frecuentes o pequeñas heridas que lo mantengan alerta. Estas pequeñas heridas han sido llamadas 'estímulos funcionales'; sin ellas el organismo no funciona, no vive.
Del mismo modo -concluye- la energía unficadora, central, de rotación -llámesele como se quiera-, necesita para no debilitarse de la fuerza contraria, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este estimulante, la cohesiónm se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo independiente".
¡Qué bien expuesto ese eterno dilema histórico de los grandes pueblos en sus interminables procesos de integración-desintegración, entre la alternativa atracción-repulsión de sus componentes! Tras una etapa de decadencia, que no tiene sus orígenes como algunos pretenden ingenuamente hacernos creer en los últimos cuarenta años de nuestra historia más reciente, sino al menos en los últimos trescientos, el "pueblo" y los "pueblos" de España tienen en sus manos la oportunidad histórica de configurar libre y democráticamente su futuro, partiendo de una relativamente buena salud social, económica y cultural que no desvirtúa para nada la actual crisis económica.
Exijamos nuestro derecho como canarios a configurar una nueva España, integrada e integradora en sus pueblos, en sus clases y en sus hombres. Exijamos para nosotros las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en uan España libre, justa y democrática, será posible la existencia de un pueblo canario, justo, democrático, pacífico y orgulloso, puente y punta de lanza de la civilización occidental -se diga lo que se diga, la más creadora y vital de las civilizaciones humanas- en un oceáno que baña tres continentes y en el epicentro de todas las líneas de civilización, comercio y cultura que lo cruzan y unen sus orillas.
Entrada núm. 1911
http://harendt.blogspot.com
Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
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