lunes, 2 de diciembre de 2024

De la viñetas de humor de hoy lunes, 2 de diciembre de 2024

 
































domingo, 1 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy domingo, 1 de diciembre de 2024

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 1 de diciembre de 2024. Una broma circulaba entre los novatos de UPyD que ocupábamos un cargo de representación: “Si España fuera un país normal, no estaríamos en política”, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy; corría el año 2012 y muchos de los países que entonces parecían normales han dejado de serlo, como Estados Unidos; al menos queda en pie la vida pública en Suiza, donde la gente ignora el nombre de su presidente y suena cada hora el reloj de cuco del aburrimiento. La segunda de ellas es un archivo del blog de febrero de 2019 sobre los nuevos depredadores sociales de los que se decía que eran uno de los principales obstáculos en la lucha por una sociedad más justa. La tercera de hoy es un poema de María Zambrano que comienza con estos versos: Bajo la flor, la rama;/sobre la flor, la estrella;/bajo la estrella, el viento./¿Y más allá?/Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









De los políticos de hoy

 





Una broma circulaba entre los novatos de UPyD que ocupábamos un cargo de representación: “Si España fuera un país normal, no estaríamos en política”, solíamos decir. Corría el año 2012 y muchos de los países que entonces parecían normales han dejado de serlo, como Estados Unidos. Al menos queda en pie la vida pública en Suiza, donde la gente ignora el nombre de su presidente y suena cada hora el reloj de cuco del aburrimiento, comenta en El País [¿Quién quiere ser político hoy?, 25/11/2024] la escritora Irene Lozano.

Entretanto, nosotros nos hemos anormalizado algo más. Los incidentes durante la visita de las autoridades a Paiporta demuestran la crecida de la antipolítica. La pregunta inquietante es: ¿quién quiere ser político hoy? La respuesta que demos es relevante porque la calidad de la participación ciudadana define la calidad de la política.

Hace 12 años, muchos sentíamos que los políticos no se daban cuenta del daño que había provocado la gran crisis financiera, ni entendían las preocupaciones de la gente. Decidimos involucrarnos en la vida pública confiando en que hacer oír nuestra voz en las instituciones y abrirlas a la ciudadanía derivaría en medidas más benévolas para los ciudadanos. Sentíamos que el sistema estaba fallando pero, en lugar de quejarnos de la cantidad creciente de corruptos, nuestro deber cívico era sustituirlos por personas honestas como nosotros. Así la gente volvería a confiar. Lo escribo ahora, 13 años después, y a mí misma me parece una ingenuidad. Pero lo pensábamos.

Ya entonces no resultaba fácil participar. Unos partidos endogámicos que ni estimulaban la participación ciudadana, ni se preocupaban de atraer talento a sus filas, dificultaban la decisión. Había que pensar no solo en entrar, sino en cómo salir. En aquel momento —sospecho que las cifras no han variado mucho— el 80% de los políticos eran funcionarios. Para profesionales del sector privado, reengancharse a su profesión no parecía sencillo, pero tampoco imposible. El incipiente desprestigio que acompañaba la política no suponía un problema: la haríamos mejor y eso aumentaría su prestigio. A la vista está que nos equivocamos.

La política ha cambiado a peor y creo que hoy es casi imposible reclutar a profesionales independientes, algo en lo que los partidos tampoco se muestran muy interesados. Quien quiera hoy pasar por ese noviciado debe considerar al adversario como un enemigo y juzgarle equivocado en todo. Entretanto, ha de juzgar que los suyos no yerran en nada, pues una consecuencia a menudo inadvertida de la polarización es que también exige un peaje de lealtad y ausencia de crítica en las filas propias.

En aquel momento ya había que andar con pies de plomo para que no te hicieran una foto fuera de contexto. Las redes empezaban a convertirse en el lugar virtual de la conversación pública, pero Twitter (ahora X) molaba. Hoy cualquiera que aspire a hacer política, sabe que la máquina de insultos y odio se activará de inmediato. En estos días un aluvión de gente —entre la que me encuentro— está abandonando esa red social tóxica para establecerse en Bluesky y otros lugares menos poblados. Tal vez esta evolución nos dé pronto buenas noticias.

La extrema derecha ha inundado de violencia verbal los parlamentos. Y quien quiera participar en política debe asumir que le pueden fabricar un escándalo a sus familiares, lo que más duele. Poco importa el error o imprudencia cometida, se publicará y se denunciará como un presunto delito. Da igual que el acusado sea inocente y así lo reconozca en el futuro una sentencia: lo importante es el proceso judicial, que arruina la reputación más sólida. Para quienes viven de su trabajo, esto es dramático: ejercer tu profesión después de una etapa en política se complica cuando tu nombre ha sido arrastrado por el fango. Los futuros líderes progresistas con ganas de luchar por sus convicciones tendrán que asumir los sacrificios de la política no solo para ellos, sino también para sus cónyuges. Para empeorar la situación, el rifirrafe político se ha convertido en un contenido más del menú de entretenimiento: un imán para narcisistas. Sí, siempre ha habido narcisistas en política (también en el periodismo), el problema es que, en la economía de la atención, solo ellos parecen capaces de ganar dividendo mediático.

Por si esto fuera poco, en un mundo que cambia muy rápido, las cosas resultan aún más complicadas. Un profesional que quiera volver al sector privado tras una etapa en política, puede verse desactualizado. La administración no se caracteriza por su carácter innovador. La transición digital es en los mejores casos el mero traslado de la maraña burocrática al mundo virtual.

Ha aumentado el riesgo personal de ser político, así como la posibilidad de tener problemas legales o recibir insultos y amenazas. Se ha estrechado el espacio a los debates racionales. La consecuencia de todo ello es que se atrae a energúmenos narcisistas irresponsables a los que no les importa nada, salvo el poder. Gente como Donald Trump... Claro que, viéndole en la Casa Blanca, sospecho que este clima no es la consecuencia, sino el objetivo de quienes están convirtiendo la política en un lodazal inhabitable.






[ARCHIVO DEL BLOG] Los nuevos depredadores. Publicado el 02/02/2019










Las formaciones dominantes contemporáneas son muy distintas de los ladrones tradicionales que aparecen de noche y se llevan su botín con discreción, porque se mueven a través de algoritmos complejos con vida propia, escribe la profesora Saskia Sassen, catedrática "Robert S. Lynd" de Sociología en la Universidad de Columbia de Nueva York, y premio Príncipe de Asturias 2013 de Ciencias Sociales. Uno de los principales obstáculos en la lucha por una sociedad más justa, comienza diciendo la profesora Sassen, es el auge de formaciones depredadoras y complejas. Su complejidad las hace admirables. Pero también esconde sus riesgos.
Estas formaciones no funcionan como el típico invasor que llega, se apodera de lo que quiere y huye con el botín. Hoy usan los botines robados para construir algo nuevo sobre el terreno. Para librarse de estos actores no basta la ley: son una mezcla de lógica, decisiones informatizadas y velocidades que superan la capacidad humana de gobernar el avance de un proceso.
Uso esta formulación para hacer hincapié en ciertas distinciones que vamos perdiendo en la discusión del sistema financiero y en estudios críticos sobre la economía política actual, tanto a escala mundial como nacional. He aquí una breve descripción de lo que busco subrayar cuando examino estas formaciones, temas que he desarrollado con más detalle en algunos de mis libros como Una sociología de la globalización (2008) y Expulsiones (2014).
Un primer rasgo distintivo, que ya he mencionado, es que la complejidad de estas formaciones (por ejemplo, las altas finanzas) tiende a ocultar su capacidad depredadora: su brutalidad no es evidente como lo es, por ejemplo, la explotación laboral que puede verse en un taller de costura clandestino o en una mina en países pobres. Al contrario, vienen marcadas (en parte) por admirables conocimientos complejos y algunas de las tecnologías más impresionantes que hemos desarrollado: modalidades de ley y contabilidad, capacidades técnicas específicas, la matemática de algoritmos, la logística de alto nivel, y más. Y si bien estas formaciones incluyen élites poderosas y grandes propietarios, estos son factores que contribuyen solo parcialmente a su funcionamiento.
Para comprender que, en efecto, no son más que factores parciales, basta pensar que, aunque fuera posible debilitar a los poderosos dueños y gestores del capital, hacerlos menos poderosos, eso no nos libraría automáticamente de estas formaciones depredadoras. Los grandes dueños, empresas y gestores del capital influyen de manera determinante en el estado actual de las economías. Pero, por sí solos, no habrían podido adquirir la inmensa concentración de riqueza y el poder inimaginable que poseen hoy a través del mundo.
Esta combinación de elementos y la lógica que los rige han terminado por reforzar enormemente la capacidad del sistema para generar un acaparamiento masivo en los altos niveles: del sistema, de una jerarquía, de un proyecto. Ha llevado también a una destrucción medioambiental de dimensiones nunca vistas. Y ha contribuido todavía más a expulsar a las clases medias modestas y las clases trabajadoras de opciones de vida razonable en un número cada vez mayor de países, incluidos los llamados “países ricos”. No olvidemos que estas fueron las clases sociales que en Occidente, durante gran parte del siglo XX, pasaron a ser el elemento crucial que ayudó a mejorar las vidas de muchos, y no solo las de unos pocos.
Una característica importante de estas formaciones depredadoras es que son sistémicas. No se trata de meras y elementales usurpaciones de poder. Se constituyen mediante la incorporación de diversos componentes de sistemas fundamentales en nuestras sociedades y las capacidades de las principales economías y sociedades actuales, desde la matemática de algoritmos hasta la ingeniería avanzada. Como ya he dicho, incluyen fragmentos de distintas formas clave de conocimiento y disposiciones organizativas que merecen nuestra admiración.
Las formaciones depredadoras actuales son muy distintas de los ladrones tradicionales que aparecen de noche y se llevan su botín con discreción. Estas de ahora son “descaradas”, podríamos decir, salvo que son tan complejas que necesitamos a expertos en finanzas para que nos las expliquen, y, estos últimos son, por supuesto, los que resultan más beneficiados de todo ello, por lo que tienen pocas probabilidades de mostrar una actitud crítica. Algo que es, sin duda alguna, muy comprensible.
Podemos establecer el contraste de estas formaciones y su carácter sistémico con esa imagen tradicional del invasor o el ladrón que llega, se apodera de lo que quiere y huye con el botín, pero no utiliza lo que ha cogido para construir algo nuevo sobre el terreno. Las formaciones depredadoras actuales, por el contrario, construyen algo directamente en el mismo sitio, como personas (“los ricos e inteligentes”), si bien los instrumentos son abstractos e informatizados.
Esto nos indica, además, que librarse de los ricos no es suficiente para neutralizar estas formaciones que generan enriquecimientos: a estas alturas están más allá de las personas, porque forman parte de algoritmos complejos que, en parte, cuentan con vida propia, puesto que tienen y son, cada vez en mayor medida, una función clave de aquello que llamamos “el conocimiento”.
En la mayoría de los casos, estas formaciones están fuera del alcance de las medidas políticas habituales. Sobre todo si se tiene en cuenta la tendencia de los responsables políticos a construir silos para cada área estratégica. En agudo contraste con esa compartimentación, las nuevas formaciones de las que hablo aquí abarcan varias áreas; lo que hacen es, en definitiva, tomar elementos de cada área, combinarlos y ensamblarlos de maneras nuevas.
Para contrarrestar o eliminar esos montajes mezclados y complejos de elementos fundamentales, hay que contar con la voluntad de desmontarlos o destruirlos. También está siempre la posibilidad de la autodestrucción, si los seres humanos diseñáramos esos montajes de tal manera que utilizaran mal su propio poder. Podemos sentirnos tentados de decir: a fin de cuentas, son como nosotros, los humanos. Pero no, no lo son. Tienen unas características cruciales que los hacen distintos de nosotros: su extraordinaria velocidad y su también extraordinaria dimensión de funcionamiento. Sí, los algoritmos están diseñados por humanos (y los más complejos casi siempre, por físicos) pero, una vez creados, pueden dejar atrás a nuestras inteligencias.
Lo que he tratado de describir en estos párrafos es una de las situaciones más extremas que hemos contribuido a crear y que es uno de los factores que está afectando a nuestras sociedades y generando divisiones en ellas. Existen otros vectores que también influyen en nuestras economías actuales, vectores compuestos por elementos más familiares, y entre ellos algunos que podemos controlar y son menos esquivos que los que he mencionado aquí. Debemos sacar partido de ellos y utilizarlos en beneficio de nuestras sociedades cada vez más frágiles. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 













Del poema de cada día. Hoy, Delirio del incrédulo, de María Zambrano (1904-1991)

 






DELIRIO DEL INCRÉDULO



Bajo la flor, la rama;

sobre la flor, la estrella;

bajo la estrella, el viento.

¿Y más allá?

Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.

La nada, óyelo bien, mi alma:

duérmete, aduérmete en la nada.

[Si pudiera, pero hundirme... ]

Ceniza de aquel fuego, oquedad,

agua espesa y amarga:

el llanto hecho sudor;

la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.

Y la carga vacía de un corazón sin marcha.

¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.

Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]

Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha

en el soplo de tu aliento.

Mira en tu pupila misma dentro,

en ese fuego que te abrasa, luz y agua.

Mas no puedo.

Ojos y oídos son ventanas.

Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;

no llego hasta la nada.



María Zambrano (1904-1991)

Filósofa española















De las viñetas de humor de hoy domingo, 1 de diciembre de 2024

 



































sábado, 30 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy sábado, 30 de noviembre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 30 de noviembre de 2024. Según un estudio de Metroscopia, de un tiempo a esta parte se ha producido una derechización progresiva de los varones españoles pertenecientes a la llamada generación Z (los que tienen entre 18 y 27 años), se dice en la primera de las entradas del blog de hoy: desde 2020, el número que se identifica con la derecha ha aumentado en un 13% y ahora mismo se sitúa en el 43%; en la misma franja de edad, las mujeres son 20 puntos más de izquierda que los hombres, y los hombres 13 puntos más de derecha que las mujeres. En la segunda, un archivo del blog de febrero de 2016 se decía lo siguiente: Hace unos días encontré en boca de uno de los personajes de la novela La región más transparente, del mexicano Carlos Fuentes, una definición de progreso que no me atrevo a decir que comparta plenamente, pero que me gustó: "El progreso debe encontrarse en un equilibrio entre lo que somos y nunca podremos dejar de ser y lo que, sin sacrificar lo que somos, tenemos la posibilidad de ser -Jesús, Leonardo o chimpancé-". La tercera es hoy un poema de Piedad Bonnet que comienza con  estos versos: No hay cicatriz, por brutal que parezca,/que no encierre belleza./Una historia puntual se cuenta en ella,/algún dolor. Pero también su fin. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










De contrarrevolución y juventud

 






Según un estudio de Metroscopia, de un tiempo a esta parte se ha producido una derechización progresiva de los varones españoles pertenecientes a la llamada generación Z (los que tienen entre 18 y 27 años): desde 2020, el número que se identifica con la derecha ha aumentado en un 13% y ahora mismo se sitúa en el 43%; en la misma franja de edad, las mujeres son 20 puntos más de izquierda que los hombres, y los hombres 13 puntos más de derecha que las mujeres. Este cambio se refleja en la opción de voto: en las últimas elecciones generales, uno de cada tres jóvenes, un 29%, votó a Vox (el grupo de edad que más lo apoya), un 25% al PP y un 34% a la izquierda; entre las mujeres, por el contrario, más de la mitad votó a la izquierda (55%) y solo una de cada tres (36%) optó por la derecha: PP o Vox. La novedad no se limita a España: The New York Times o Financial Times han advertido de su carácter global. Lo comenta en El País Semanal [Contrarrevolución, 23/11/2024] el escritor y académico de la RAE, Javier Cercas.

¿Qué está pasando? Un fenómeno como este no obedece a un solo factor, y puede interpretarse de muchas formas (como síntoma del triunfo de la izquierda, por ejemplo: los jóvenes siempre se han rebelado contra la cultura dominante). Hace años, cuando emergíamos de la pandemia de la covid, me pidieron que inaugurara el Festival de Massenzio, en Roma, respondiendo a una pregunta imposible: ¿qué dirá el futuro de nosotros? ¿Cómo definirá nuestro tiempo? Solo entonces, una vez descartadas las apariencias —nuestro tiempo no será recordado como el de las pandemias o las guerras: siempre ha habido unas y otras—, caí en la cuenta de una evidencia: el nuestro es el tiempo de las mujeres. Tras milenios de patriarcado, durante los cuales la mujer vivió confinada en un rol accesorio, la gran revolución de nuestro tiempo es la de la igualdad entre sexos. ¿Alguien con dos dedos de frente y un átomo de decencia puede negar la justicia de esa causa? ¿Lo hacen nuestros chavales y ello explica en parte que voten a quienes abanderan la contrarrevolución? ¿Los veinteañeros sienten amenazados los privilegios de machitos de los que gozaron sus antepasados y añoran el patriarcado? Quizá; pero cabe otra posibilidad. La historia muestra que toda revolución comete errores, incurre en excesos, perpetra abusos y padece sus pícaros y canallas; también muestra que son los propios revolucionarios quienes más interesados deben estar en evitarlos o denunciarlos. En este como en cualquier otro asunto, abolir la presunción de inocencia equivale a abolir el Estado de derecho (es decir, la democracia) y regresar a la barbarie, así que Woody Allen es inocente hasta que se demuestre lo contrario (y dos investigaciones independientes no lo han demostrado). Toda denuncia falsa de acoso sexual o violencia machista es letal para el combate contra ambos. Los hombres no somos más violadores en potencia que asesinos en potencia. ¿Llevan razón las feministas que argumentan que la expresión “discriminación positiva” contiene un oxímoron, que toda discriminación es negativa y que una injusticia, aunque sea milenaria, no se corrige con otra injusticia? Cabe comparar la abolición del patriarcado con la de la esclavitud, pero no se acabó con la esclavitud derogando sin más las leyes esclavistas, sino creando las condiciones que exige la igualdad real. Por lo demás, hay quien piensa que una revolución tan justa y que cuenta con tantos apoyos como ésta es irreversible; yo lo dudo: en El cuento de la criada, Margaret Atwood ideó un delirio hipermachista que solo puede resultar del fracaso de la revolución de las mujeres. No es una imaginación inverosímil.

¿Están contra la igualdad tantos de nuestros veinteañeros? ¿Es esa una de las razones por las que un tercio de ellos vota a la extrema derecha? No lo sé. Lo que sí sé es que los peores enemigos de las revoluciones han sido siempre los extremistas de la revolución —no digamos los pícaros y canallas que intentan aprovecharse de ella—: se trata de grandes fabricantes de con­trarrevolucionarios. También sé que quienes estamos a favor de la igualdad —una gran mayoría— haríamos bien en preguntarnos qué errores estamos cometiendo. Y qué podemos hacer para corregirlos.











[ARCHIVO DEL BLOG] El principio "Esperanza". Publicado el 19/02/2016










Hace unos días encontré en boca de uno de los personajes de la novela La región más transparente, del mexicano Carlos Fuentes, una definición de progreso que no me atrevo a decir que comparta plenamente, pero que me gustó: "El progreso debe encontrarse en un equilibrio entre lo que somos y nunca podremos dejar de ser y lo que, sin sacrificar lo que somos, tenemos la posibilidad de ser -Jesús, Leonardo o chimpancé-". Nada que ver, como puede verse, con la idea de progreso continuo de la Ilustración o la surgida de la dialéctica de Hegel. 
Y hoy, como quien dice ahora mismo, acabo de terminar de leer lo que se dice en un plis plas, literalmente de un tirón, un libro desolador y magnífico: El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos (Sexto Piso, Madrid, 2013), de John Gray, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford y de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. Un libro en el que se cuestiona sin misericordia y con rigor la idea de progreso como meta última de la existencia humana, desmontándola como mito estructurador de la existencia humana. Y sin embargo, no es un libro desesperanzado. 
En la teología católica se llaman virtudes teologales a los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo. Tradicionalmente se considera que las tres más importantes son la fe, la esperanza y la caridad. Un servidor la fe la perdió hace mucho, la caridad (que no confundo con la justicia) la ejerzo cuando debo y puedo, y la esperanza no la he perdido nunca. 
Ni el menor asomo de intencionalidad por mi parte en hacer una broma de mal gusto (no me gustan ni las inocentes) sobre doña Esperanza Aguirre y los problemas de su partido, el PP, en la comunidad autónoma de Madrid y otras partes de España. Me refiero con eso del "efecto Esperanza" al sentido y magnífico artículo que en El País de ayer publicaba el escritor, profesor y exministro de Cultura socialista César Antonio Molina sobre la esperanza y su función en la política. Esperanza, que no autoengaño, dice en él, robándole el título al famoso libro de Ernst Bloch, en el que se refiere a la utopía como una función esencial del ser humano. Una utopía marxista-metafísica -añade- que conduciría a la libertad a través del poder totalitario del Estado, la violencia supuestamente justa, la planificación centralizada, el colectivismo y la extrema ortodoxia doctrinal, que estamos volviendo a escuchar, con envoltorio nuevo, a determinado partido político español.
El profesor John Gray, en su libro citado, dedica también unas palabras a la utopía marxista. Al contrario de lo sugerido por generaciones de progresista occidentales -dice-, no fueron el retraso de Rusia ni los errores en la aplicación de la teoría marxista los que produjeron la sociedad soviética. Regímenes similares -añade- surgieron en cualquier lugar en el que se intentó poner en práctica el proyecto comunista. La Rusia de Lenin, la China de Mao, la Rumanía de Ceausescu y muchos más, no fueron más que variantes de un único modelo dictatorial. El comunismo pasó de ser un movimiento que tenía por objetivo la libertad universal a ser un sistema de despotismo universal. Esa es la lógica dee la utopía, dice. Una de las razones por las cuales 1984 de Orwell es un mito tan poderoso, sigue diciendo, es precisamente por el hecho de que plasma esta verdad. La distopía soviética terminó convertida en un trozo de basura más entre los escombros de la historia, concluye.
La palabra esperanza, dice el profesor Molina en su artículo, no tiene cabida en el marxismo, pues esta ideología lo tiene todo previsto, todo organizado y para qué una fe pequeñoburguesa como la esperanza. Sin embargo, -añade- como Unamuno escribió en El sentimiento trágico de la vida, yo creo porque espero. Espero que España no delire como tantas veces a lo largo de su historia, pues ya sabemos cómo acaban estos desatinos. 
"España ha delirado, -dice citando a María Zambrano- ofreciendo en su delirio su sangre. Toda la sangre de España por una gota de luz. Por eso tiene derecho —¿sabrá aprovecharlo?— a la esperanza". Y poco más adelante a Cioran: "Leyendo a Ganivet, Unamuno u Ortega uno advierte que, para ellos, España es una paradoja que les atañe íntimamente y que no logran reducir a una fórmula racional". Y a Larra, en su artículo "El día de difuntos", de 1836, que terminaba con estas desilusionadas palabras: "¡Aquí yace la esperanza!! / ¡Silencio, silencio!!!"... Pero Fígaro jamás guardó silencio -añade- y nos enseñó que en tiempos como los suyos, como los nuestros, "los hombres prudentes no deben hablar, ni mucho menos callar; que no callar es una forma de esperanza. Ni lo hizo -sigue diciendo- Gabriel Marcel, el autor teatral y filósofo francés, que durante la ocupación alemana clamó que la desesperanza era una deslealtad a Francia. 
Yo también afirmo que la desesperanza es una deslealtad a España, dice Molina. Y me sumo a sus palabras. Pero, por otro lado, -añade-, no hay que olvidar que la esperanza es enemiga del utopismo, de la pasión, de lo irracional, de las certezas insoslayables, de las verdades sacras aunque laicas, de las fórmulas mágicas para arreglarlo todo. 
Yo tengo esperanza en la democracia y en la Constitución -sigue diciendo-; en la monarquía parlamentaria; en la labor de Estado y no empresarial de los partidos políticos; en que se combata la gangrena de la corrupción; en que España permanezca unida y ampare a sus lenguas y culturas compartidas con Iberoamérica; en que la educación y la cultura sean el asunto primordial del Estado, ayuden a la concordia entre los españoles y no sirvan para sembrar oscura cizaña en conflictos inventados; en que la democracia defienda la libre individualidad de las personas, sus derechos y su dignidad, en la solidaridad y fraternidad universal, en la paz interior y exterior ajena a cualquier tipo de fanatismos.
Un día -concluye su artículo- Max Brod le preguntó a su íntimo amigo Kafka si pensaba que en el mundo había alguna esperanza. El autor de El proceso le contestó que, por supuesto, sí la había, pero no para ellos. Desmintamos a Kafka, dice. Hay esperanza hasta para nosotros. Me sumo a ello. Disfrútenla. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












Del poema de cada día. Hoy, Las cicatrices, de Piedad Bonnet (1951)

 






LAS CICATRICES


No hay cicatriz, por brutal que parezca,

que no encierre belleza.

Una historia puntual se cuenta en ella,

algún dolor. Pero también su fin.

Las cicatrices, pues, son las costuras

de la memoria,

un remate imperfecto que nos sana

dañándonos. La forma

que el tiempo encuentra

de que nunca olvidemos las heridas.



Piedad Bonnet (1951)

poetisa colombiana